Informantes católicos en el mundo azucarero: diagnosticar para intervenir. Tucumán, Argentina, 1905

 

Florencia Gutiérrez (*)

   Lucía Santos Lepera (**)

 

 

Resumen

 

A principios del siglo XX, la Liga Democrática Cristiana envió a Tucumán a tres expedicionarios con el propósito de relevar las condiciones socio-laborales de los obreros azucareros. El viaje les permitió conocer, describir e informar a la dirigencia de la Liga sobre ese mundo distante y desconocido, que consideraban era imperioso intervenir para mejorar las condiciones de vida obrera y frenar el avance del socialismo. En el cruce de las aspiraciones de cientificidad, basadas en la observación directa, y los preconceptos clasistas y prejuicios morales, el diagnóstico promovió interrogantes y posibles respuestas para avanzar en la organización obrera. La travesía  de los expedicionarios católicos, plasmada en el libro  Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje, permite repensar una inédita experiencia de conocimiento, vinculación y acción nacida del catolicismo social a principios del siglo XX. El reto de este artículo es contribuir a una historia social interrelacionada que privilegie la mirada en torno a las posibilidades, incertidumbres y desafíos del catolicismo social para construir un diagnóstico del mundo azucarero y generar propuestas de acción en el norte argentino.

 

Palabras clave: Catolicismo social; Mundo del trabajo; Industria azucarera; Liga Democrática Cristiana; Tucumán

 

 

Catholic informants in the sugar world: diagnosing in order to intervene. Tucumán, Argentina, 1905

 

Abstract

 

At the beginning of the 20th century, the Christian Democratic League sent three expeditionaries to Tucumán with the purpose of surveying the social and labor conditions of the sugar workers. The trip allowed them to know, describe and inform the leadership of the League about that distant and unknown world, which they considered it was imperative to intervene to improve the workers' living conditions and stop the advance of socialism. At the crossroads of the aspirations of scientificity, based on direct observation, and classist preconceptions and moral prejudices, the diagnosis promoted questions and possible answers to advance in the workers' organization. The voyage of the Catholic expeditionaries, captured in the book Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje, allows us to rethink an unprecedented experience of knowledge, linkage and action born of social Catholicism in the early twentieth century. The challenge of this article is to contribute to an interrelated social history that privileges the look around the possibilities, uncertainties and challenges of social Catholicism to build a diagnosis of the sugar world and generate proposals for action in northern Argentina.

 

 

Key Words: Social Catholicism; World of labor; Sugar industry; Christian Democratic League; Tucumán.


Informantes católicos en el mundo azucarero: diagnosticar para intervenir. Tucumán, Argentina, 1905

 

 

 

Introducción[1]

 

“Después de los preparativos necesarios para la expedición, que consistieron en la adquisición de botas, camisetas, ponchos y pañuelos, el día 18 de mayo de 1905”, César T. Acosta, Santiago Fitzgerald y Vicente Festenessi, integrantes de la Liga Democrática Cristiana (LDC), partieron de la estación de tren de Retiro (Buenos Aires) con destino a Tucumán.[2] Fundada por el sacerdote redentorista Federico Grote en 1902, la Liga tenía como objetivo desarrollar la “acción social católica” para contener las “agitaciones antisociales” y “restaurar el orden cristiano en beneficio de la clase obrera”.[3] Inspirados en la Doctrina Social de la Iglesia, desplegada bajo el papado de León XIII (1878-1903) y la promulgación de la encíclica Rerum Novarum (1891), los católicos ensayaron distintas respuestas a la cuestión social que combinaron la búsqueda de mejoras para los trabajadores y, al mismo tiempo, un freno a la difusión de las ideas de izquierda (Lida, 2015; Asquini, 2019 y Martín, 2020). La encíclica repercutió en el mundo occidental en un contexto donde las vertientes reformistas ganaban terreno en el cuestionamiento a los procesos de industrialización capitalista y la amenaza de la revolución social. En ese clima de ideas, la LDC no sólo promovió la legislación en favor de los trabajadores, también buscó disputar en el terreno gremial la presencia de los socialistas y, de ese modo, impulsó una acción más directa en el universo obrero (Asquini, 2019; Martín, 2020, pp. 63-90).

El mundo del trabajo agroindustrial de Tucumán había encendido la preocupación de los militantes de la Liga a raíz de la huelga azucarera de 1904 que, alentada por el socialismo, se había extendido por los ingenios de la provincia.[4] Ese conflicto había representado “un triunfo decisivo para la dirigencia socialista y proyectó una imagen magnificada de su poder e influencia que se potenció con la resolución exitosa” de la protesta (Bravo y Teitelbaum, 2009, p. 79).[5] Impulsados por desarrollar la acción cristiana y contribuir a mejorar las condiciones de vida obrera, los enviados de la Liga organizaron su viaje a Tucumán un año después de este generalizado conflicto. Las acciones de este sector del catolicismo social se proyectaban sobre un mundo laboral que resultaba totalmente desconocido y, aun peor, un caldo de cultivo para las “ideas disolventes”, tal como lo había demostrado la huelga.

Con estos propósitos, los enviados de la LDC se entrevistaron con empresarios, administradores de ingenio y referentes de la jerarquía eclesiástica y recorrieron una veintena de ingenios para conocer cómo vivían los trabajadores en los pueblos azucareros. Día por día, anotaron la información recabada, tanto como sus vivencias, percepciones e incertidumbres, las que fueron reunidas en un texto mecanografiado y encuadernado en Buenos Aires en 1905, titulado Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje, y firmado por Raúl de los Andes. Esta conjunción de voces le otorga a la publicación un tono particular. Por un lado, preserva el registro cotidiano e impresionista autoría de los viajeros, por ello se ordena de forma secuencial desde el 18 de mayo de 1905 --cuando parten de la estación de trenes de Retiro con destino a Tucumán-- hasta el 10 de junio --al emprender su regreso a Buenos Aires. Pero, por otro lado, la enunciación en tercera persona imprime cierta distancia con el texto primigenio, en tanto evidencia el proceso de reescritura. A modo de subtítulo, el libro precisa que se trataba de una “obra adornada con numerosas fotografías”, alusión refrendada con la cuidada inclusión de 73 imágenes dispuestas con esquineros a lo largo del libro.

El segundo texto vinculado al viaje de los expedicionarios fue escrito por uno de ellos, César Acosta. Se trata del artículo titulado “Situación de los trabajadores en Tucumán” y publicado en 1905 por la Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires. En este texto, Acosta precisa que el texto resultante de la “investigación prolija” fue presentado al directorio de la Liga para informar sobre la “situación material” y la “miseria moral” de la clase trabajadora azucarera, conocimiento clave que la dirigencia debía contemplar para  “intentar una acción eficaz” del catolicismo y frenar las “agitaciones antisociales”.[6] Posiblemente, el informe al que alude Acosta sea el texto mecanografiado firmado por de los Andes.

En tal sentido, Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje y “Situación de los trabajadores en Tucumán” son producciones escritas derivadas del diario de viaje que difieren en términos de autoría, propósitos y destinatarios. El libro mecanografiado se escribe para informar a la dirigencia de la Liga sobre las condiciones sociolaborales de los trabajadores azucareros, por ende, se trata de un texto de circulación interna. Por su parte, el artículo aspira a una circulación más amplia, en tanto su publicación en la revista del Arzobispado de Buenos Aires proyecta su difusión entre amplios sectores vinculados a la Iglesia.

Para el catolicismo social el viaje de los expedicionarios a Tucumán fue una experiencia piloto que, hasta el momento de esta investigación, creemos no se repitió en otros territorios. Especialmente, nos advierte de la preocupación del laicado católico por el mundo rural, hasta entonces inexplorado por estos actores, y abreva en un conjunto de prácticas que, imbuidas por el clima positivista, se sustentaban en la experimentación y observación directa. Probablemente, los viajeros hayan tenido como referencia otras experiencias de investigación social, cuyos métodos se basaban en la observación directa, el contacto con las familias obreras y la indagación sobre las formas de vida, salario y techo, guiados por principios morales.[7] Por los ingenios de Tucumán responde a la solicitud de la dirigencia de la Liga Democrática Cristina y, por ende, no es “un libre ejercicio de la observación”, sino un medio para obtener información. Este registro no excluye la subjetividad transmitida “en la narración de la experiencia directa” desde el ignoto territorio que los expedicionarios recorren para observar y describir.[8]

El diario de viaje, resultante de esa incursión in situ, promovió una forma de entender ese lejano e inquietante espacio agroindustrial. Podemos decir que la producción escrita alentó un imaginario de ese mundo social, representación que procuró condicionar la forma en que esa realidad debía ser percibida. Azuzados por el temor frente al avance del socialismo, en su diario, los viajeros expresaron las inquietudes, miedos y prejuicios que les despertó su incursión por los pueblos azucareros. En tal sentido, los relatos del viaje coadyuvaron a construir un imaginario que alentó una forma de percibir e institucionalizar ese mundo social. Fundadoras de legitimidad, esas representaciones incidieron en la construcción de un imaginario en torno al mundo azucarero tucumano, el cual se emparentaba con otra literatura sobre el tema (Kalifa, 2018, p. 18).[9]

En este contexto de preocupaciones, el objetivo de este artículo es analizar cómo el catolicismo social procuró acercarse al universo laboral azucarero y de qué forma esa preocupación los impulsó a concretar un viaje para conocer, describir e informar a la dirigencia de la LDC sobre ese mundo distante y desconocido sobre el que consideraban era imperioso intervenir. Procuramos desentrañar cómo estos informantes promovieron un conjunto de prácticas (muchas de ellas novedosas) donde es posible reconocer diferentes objetivos, interlocutores y formas de intervención sobre el territorio azucarero con el propósito de alertar sobre la urgente necesidad de intervenir en ese mundo laboral. Entendemos que esta perspectiva se convierte en un puente para reconciliar preocupaciones y avanzar en el cruce de distintas agendas historiográficas, tales como la del catolicismo, el mundo del trabajo y la historia conectada a partir de estudios situados. El reto es contribuir a una historia social interrelacionada que privilegie la mirada en torno a las posibilidades, incertidumbres y desafíos del catolicismo social para construir un diagnóstico del mundo azucarero y generar propuestas de acción en el norte argentino.

 

Acercarse a un territorio desconocido

 

El 18 de mayo de 1905 los tres jóvenes militantes de la Liga Democrática Cristiana partieron de Buenos Aires rumbo a Tucumán. De esa manera, iniciaron su expedición al norte argentino, territorio desconocido y distante de la gran ciudad capital donde residían. Debían recabar información sobre la situación de los trabajadores en los ingenios azucareros e intentar contrarrestar el avance del socialismo a través del impulso de organizaciones obreras católicas. Esta misión supuso un conjunto de acciones dirigidas a establecer vínculos con distintos actores en la provincia, como representantes de la jerarquía eclesiástica, empresarios y administradores de las fábricas. En pocos días, los viajeros entablaron contactos –no exentos de desconfianzas y temores– que les permitieron acercarse al mundo del trabajo azucarero. Acercarse suponía viajar, trasladarse y establecer contactos con quienes pudieran contribuir con la necesidad de observar e investigar in situ. El propósito de los viajeros era conocer, descifrar, diagnosticar y, a futuro, intervenir en ese recóndito y complejo universo laboral.

A lo largo de su travesía en tren a Tucumán esbozaron sus miedos y prejuicios. Si por un lado los impresionó la inmensidad y variedad de los paisajes rurales, por otro, se conmovieron con las mujeres que vendían cigarros de chala en las paradas y los niños que, con lamentos, “pedían limosna” a los pasajeros. A medida que se acercaban a su destino, ese sentimiento se profundizó. Al cruzar Santiago del Estero, se sorprendieron con sus campos sin cultivar y con los peones que al pasar el tren “daban una especie de alaridos”, llamando la atención sobre las numerosas carpas de lona que “les servían de habitación” y que no poseían camas.[10] Advertían su acercamiento a un territorio desconocido y de extrema pobreza. Las descripciones del espacio rural, plasmadas en las primeras hojas del diario de viaje, brindan esa imagen de atraso y extrañeza.

El temor y la inseguridad se expresaron también en las percepciones en torno a los pasajeros del tren. El miedo de que los socialistas descubrieran su misión los acompañó desde el mismo día de su partida de Buenos Aires. La desconfianza fue tal que, durante todo el viaje, sospecharon de un individuo con el que compartían coche, “afligidos” que fuese un miembro del partido socialista. Describieron sus conductas e hicieron averiguaciones hasta llegar a la conclusión de que se trataba de un “turco” quien, al igual que ellos, se dirigía a Tucumán.[11] Esta percepción de amenaza se explicaba por la expansión de centros cosmopolitas en la capital tucumana y, especialmente, en el departamento de Cruz Alta, epicentro de la generalizada huelga azucarera liderada por el socialismo a través de la figura de Adrián Patroni.[12] En 1904, el crecimiento de estos centros los llevó a vincularse con la Unión General de Trabajadores a través del nombramiento de un delegado inspector, cargo que recayó en el tipógrafo Manuel Villarpando, activo militante del Centro Cosmopolita de Trabajadores de San Miguel de Tucumán y líder de la huelga azucarera de 1904 (Bravo y Teitelbaum, 2009, p. 72).

Después de dos días de travesía arribaron a la capital tucumana, alojándose en el restaurante Las Heras, una posada que se convirtió en “sospechosa” por la gran cantidad de “elemento obrero”.[13] Desde el primer día, los enviados católicos intentaron averiguar de distintas maneras las actividades de los socialistas en la capital, buscaron investigar los espacios de reunión y sociabilidad e incluso se mezclaron entre ellos para obtener información. La misma noche que arribaron a la ciudad, Santiago y Vicente asistieron a una función de circo en beneficio del partido socialista. Descubrieron que entre la concurrencia se encontraban muchos pensionistas del mismo lugar donde se alojaban. Escondiendo siempre su identidad, en el espectáculo circense buscaron entablar conversaciones con los asistentes para recabar datos sobre las actividades de estos grupos. Estas prácticas de indagación expresan la preocupación por conocer los alcances del socialismo en la provincia, el principal “enemigo” a quien debían contrarrestar en la influencia sobre el mundo obrero.

Evitar sus verdaderos nombres en los alojamientos donde pernoctaron no fue la única forma de resguardarse de sus temores y sospechas. En esa ciudad distante, atravesados por el miedo y el desconocimiento, buscaron ayuda de la jerarquía eclesiástica. El Vicario de la Diócesis de Tucumán, Bernabé Piedrabuena, seguramente estuvo al tanto de la expedición e incluso debió haber tomado contacto con los viajeros previamente. Parte del método, parecía consistir en vincularse con personas que los introdujeran en el terreno y les brindasen herramientas para moverse en él. En esos días, César se reunió con Piedrabuena para que los ayudara a encontrar un mejor alojamiento. Gracias a esas gestiones, consiguieron una pensión más segura para mudarse. Allí también preservaron su identidad al registrarse como agentes de la Cooperativa Nacional de Consumo.

Los intentos de mantener en secreto su expedición, la desconfianza en torno a individuos que se alojaban en su misma pensión e, incluso, la decisión de salir por separado a tomar el tren que los llevaría a los ingenios “para no llamar la atención”, fueron respuestas a las sospechas constantes de ser descubiertos y que su misión fracasara.[14] Tales actitudes convivieron con muestras de improvisación y poco conocimiento de la ciudad y sus alrededores. Por ejemplo, su equivocación al dirigirse a la estación incorrecta la primera vez que tomaron el tren con dirección a las fábricas azucareras, lo que alteró sus planes y provocó que perdieran un día de expedición. En esa ocasión, nuevamente recurrieron al Vicario de la Diócesis, quien los orientó en cómo llegar a los ingenios y favoreció el contacto con el administrador de la fábrica Esperanza para que los recibiera. En medio de tanta confusión, los contactos que lograron establecer fueron cruciales para avanzar en su plan.

César Acosta fue el encargado de contactar a industriales y administradores de las fábricas y era quien, diariamente, tomaba notas sobre la información obtenida, así como las impresiones, sentimientos y temores que la expedición les generaba. Su amplia experiencia en la acción social católica, por ser uno de los fundadores de la LDC y un gran impulsor de organizaciones laborales en Buenos Aires y Rosario, lo posicionó en un lugar protagónico en la misión a Tucumán.[15] Probablemente, esa trayectoria incidió para desempeñarse como el encargado de elaborar el informe final de la expedición, sostener el intercambio con los dirigentes de la Liga en Buenos Aires y redactar el artículo publicado posteriormente en la Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires. Sobre las experiencias previas de los otros dos viajeros, Santiago y Vicente, no poseemos información. Sin embargo, a través del diario de viaje, es posible constatar que ambos tenían una jerarquía menor que César, ya que fueron los encargados de realizar las averiguaciones callejeras en la capital, infiltrarse en los espacios del socialismo y tomar las fotografías en el recorrido por los ingenios.

De ese modo, César fue el indicado para contactar a los actores eclesiásticos locales, divididos por profundas diferencias respecto al tratamiento de la cuestión social en la provincia. Si la oposición al socialismo había unificado a las filas católicas, los caminos que debía adoptar la acción social para combatirlo dividieron las aguas. El obispo Pablo Padilla y Bárcena era cercano a Grote y su gestión se propuso colaborar con la fundación de círculos de obreros en los ingenios tucumanos, propuesta que, al incentivar la cooperación entre trabajadores y patrones, podía ser más afín al empresariado azucarero. En efecto, los círculos de obreros se caracterizaron por un tipo de asociacionismo en el que prevaleció un perfil mutualista basado en la conciliación entre capital y trabajo (Lida, 2015, pp. 66-73).  Sin embargo, si bien en la capital de Tucumán ya existían círculos de obreros desde principios de siglo XX, llama la atención que los viajeros no hayan tomado contacto con ellos a lo largo de su estadía en la provincia. Probablemente, esa falta de contacto obedeció a las diferencias entre Grote y la dirigencia de los círculos en Tucumán, conformada, entre otros, por empresarios azucareros.[16]

Un contrapunto con la visión del catolicismo social que caracterizó a los círculos de obreros la expresó el sacerdote franciscano, Salvador Villalba. Conocido por sus conferencias sobre la cuestión social, en las que defendía los derechos obreros y señalaba el despotismo y los abusos de los patrones, despertó reticencias de un sector de la iglesia y de los industriales azucareros (Landaburu, 2013, pp. 78 y 79; Bravo y Teitelbaum, 2009, pp. 67-87). Acusado de “anarquista” y “socialista” por algunos empresarios, Villalba llegó a tener gran ascendencia entre las clases trabajadoras promoviendo una organización laboral sin participación de la patronal. En su estadía, César fue el encargado de reunirse con el polémico sacerdote y junto a sus compañeros asistió a una de sus reconocidas y encendidas conferencias. En el informe final, firmado por César, reivindicaron la postura de Villalba al compartir sus críticas a los empresarios, la denuncia de la “injusticia social”, la necesidad de comprender la “humanidad” de los obreros y de promover reformas en su beneficio. Bajo esta mirada, y en su recorrido por los ingenios, también se acercaron a los sacerdotes redentoristas, quienes realizaban misiones destinadas a impartir sacramentos masivos (bautismos y casamientos) y se proponían “moralizar” a las poblaciones del interior.

La iniciativa de fundar círculos de obreros, en principio una opción más cercana a los empresarios, no prosperó en los ingenios debido a la indiferencia y recelo patronal y a la desconfianza que esta alternativa generaba entre sectores de la Iglesia que percibían estos intentos asociativos como peligrosos o “rojos”. En su expedición, y con el propósito de promover espacios de encuentro con los industriales, los informantes impulsaron instancias de vinculación. No obstante, no fue fácil interpelarlos. Después de acercamientos frustrados, concluyeron que la falta de educación, el alcoholismo, la promiscuidad, en síntesis, la alarmante inmoralidad que asolaba a los trabajadores tucumanos era el resultado del trato de los patrones, quienes durante muchos años “han tenido a estos pobres hombres como esclavos, manejándolos a rebenque y tratándolos peor que a bestias de carga”.[17]

Según indicaron en sus notas, los propietarios de los ingenios no advertían el peligro que implicaba “esa enorme masa de semisalvajes, fanatizados por el espíritu sectario de un socialismo sui-generis”.[18] En este sentido, los expedicionarios percibieron que el empresariado no alcanzaba a comprender la gravedad del problema social azucarero y descuidaba –a excepción de algunos ingenios como el Concepción o el Mercedes– las condiciones de vida obrera, “oyendo los clamores de la plebe con marcada indiferencia”.[19] De esta forma, los informantes  promovieron un imaginario social donde la inquietante y estigmatizante definición del trabajador azucarero se potenciaba con el desdén que le profesaba el empresariado y la significativa presencia de un socialismo dispuesto a actuar. El miedo, entendido como una percepción de amenaza, irrumpía en el diario de viaje y servía de argumento para afirmar la imperiosa necesidad de intervención del laicado católico en el mundo agroindustrial.

Cabe precisar que para el conjunto del empresariado, la cuestión social no fue una dimensión de debate y preocupación, al menos hasta principios de los años veinte.[20] Ni siquiera la huelga de 1904 fue motivo de gran alarma. Refractarios a la intervención estatal y de la propia agenda del catolicismo social, los empresarios defendieron una concepción de las relaciones laborales como “un asunto privado entre partes” (Lenis, 2016, p. 158). En esa definición subyacía la defensa de una noción clave: los conflictos entre el capital y el trabajo debían resolverse de forma individual, al igual que la concreción de mejoras sociolaborales, cuya satisfacción era potestad de cada empresario. Este consenso ilumina el clima empresarial plasmado por los expedicionarios en su diario, especialmente, la percepción recogida después de una reunión con un grupo de industriales.[21] En esa ocasión, César presentó su visión sobre la situación de la clase obrera y la imperiosa necesidad de avanzar en una campaña de reformas sociales. Sin embargo, la respuesta no fue la esperada. Los empresarios consideraron peligrosa la asociación de los trabajadores y mucho más concederles mejoras, dado que despertarían su “ambición”.[22] En las notas sobre ese encuentro, el viajero destacó que los patrones “siguieron diciendo tonterías de grueso calibre” y “no llegaron a nada práctico”.[23] Esta reticencia probablemente haya incidido en la decisión de eludir el contacto previo con los propietarios de los ingenios –al menos con la mayoría de ellos– y arribar a los pueblos azucareros sin su intervención.

En suma, en la capital tucumana los expedicionarios privilegiaron el contacto con diversos actores –representantes católicos, de la jerarquía eclesiástica, industriales y administradores– así como acciones directas para recabar información que les permitiera acercarse y conocer esa realidad social en la que pretendían intervenir. El espacio de contacto que fueron articulando reveló los impedimentos para promover el compromiso de los empresarios con las propuestas católicas, al tiempo que las tensiones y disímiles posicionamientos que atravesaban a la Iglesia frente a la cuestión social terminaron por definir los alcances de su misión. Una vez terminada su labor en la ciudad capital emprendieron su misión por los ingenios. En el ámbito agroindustrial, las prácticas de indagación adquirieron otras dinámicas, modeladas por la labor etnográfica y, por ende, centradas en la observación, investigación y contacto con los pobladores de los ingenios.

 

Recorrer los ingenios para investigar, conocer e intervenir

 

Transcurridos cuatro días desde su arribo a San Miguel de Tucumán, César, Santiago y Vicente creyeron terminada su “misión” en la capital y emprendieron la expedición por los ingenios. Con el objetivo de relevar las condiciones sociolaborales, la indagación “directa y sobre el terreno” implicó confeccionar un itinerario para poder visitar la veintena de pueblos azucareros ubicados en el piedemonte tucumano. Debían ser observadores “de primera mano”, dirigirse al terreno para tomar notas y analizar los datos recogidos posteriormente, pasos ineludibles del método que seguían. Aprovechando el tendido férreo que, articulado al calor del despegue agroindustrial de fines del siglo XIX, unía a la ciudad capital con las fábricas, el tren se convirtió en el principal medio de movilidad de los expedicionarios.

Con el propósito de recorrer para averiguar, los intermediarios apelaron a la observación directa y las entrevistas con propietarios, administradores y contadores de los ingenios, así como con peones, obreros y mujeres de los pueblos. Las diarias experiencias de investigación eran cuidadosamente anotadas: las referencias al transporte utilizado, las condiciones climáticas y los itinerarios seguidos se enlazaron con referencias a las personas entrevistadas y notas sobre las impresiones causadas por las condiciones de vida en las comunidades azucareras. Así, luego de su paso por el ingenio Lastenia escribieron: “en un rancho tenían instalado sobre el mismo mostrador la venta de queso, pasteles y velas de sebo. En otro que vendía tortas y queso fresco, una señora <despiojaba> a una chica; y [en] uno un poco más lejos un hombre practicaba la misma operación con un chico y una niña a una señora públicamente”.[24] La escritura de viaje expresa “la representación <vivida> y <vívida>” de territorios desconocidos que, a medida que son recorridos, son descritos (Benites, 2013, p. 32). Así, movidos por sus temores y ansiedades, tanto como por sus deseos de conocer, los informantes nombran, designan, califican y estigmatizan. Esta operación escritural alienta representaciones a través de las cuales los expedicionarios pretendían alertar a la dirigencia de la Liga sobre la amenaza que anidaba en el espacio azucarero.

Los prejuicios clasistas y morales de los expedicionarios enfatizaban la condición “semisalvaje” de los trabajadores, asolados por el alcoholismo, la falta de educación y la promiscuidad, diagnóstico en el que, como señalamos, no eludieron en responsabilizar a los empresarios. Tampoco dejaron de reconocer que frente a ese panorama desolador, únicamente los agitadores antisociales lograron que “se les concediera un mendrugo”, en clara alusión a los resultados de la huelga de 1904.

En la labor etnográfica desplegada por estos viajeros, el registro escrito se conjugó con el visual. Provistos de una cámara fotográfica recorrieron los ingenios y registraron, especialmente, las condiciones del techo de la familia proletaria. Concebida “como prueba <irrefutable> de la realidad, su análogo perfecto, [y] revestida de ciertas características muy apreciadas por el positivismo en boga: objetividad y cientificidad” (Alimonda y Ferguson, 2005, p. 297), los expedicionarios católicos confiaban en que las imágenes “por sí solas da[rían]n una idea del estado miserable” en que vivían los obreros en la mayoría de los ingenios.[25] En este contexto, las fotografías incluidas en Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje expresan la concepción, ya plenamente instaurada en la época, “de que todo relevamiento, informe o peritaje debía ir acompañado por fotografías que sirvieran como prueba de aquello que se estaba investigando” (Staude, 2016, p. 8). De esta forma, texto e imagen se conjugaron para dar a conocer las condiciones sociolaborales azucareras, para ofrecer un testimonio de la miserabilidad de los trabajadores y construir la evidencia que alertaría a la dirigencia católica y activaría su intervención en el mundo obrero tucumano. Escritura y fotografía alientan una manera de interpretar, de entender y, por ende, de construir la forma en que esa realidad que los perturbaba debía ser percibida.

Como señalamos, los viajeros evitaron contactarse previamente con los propietarios de las fábricas y arribaron a los pueblos azucareros sin su mediación. Las entrevistas y la observación directa fueron estrategias clave para obtener información sobre las condiciones sociolaborales. Así, cuando llegaron al ingenio El Paraíso recorrieron las viviendas ubicadas cerca de la fábrica y se detuvieron en una de ellas para contemplar el interior de un cuarto. Con el propósito de generar un acercamiento con sus moradores, y promover una instancia de diálogo, compraron en la puerta de un cuarto “una torta mal amasada y peor cocida”, ocasión que aprovecharon para hacerle varias preguntas a la señora que las vendía. Observaron la reducida pieza, la que describieron como “un verdadero tugurio más apropiado para cobijar animales, que no seres humanos. En su interior había 4 ó 5 camas; sentados en el suelo tomando mate, un hombre rodeado de 5 ó 6 chicos, dos mujeres de edad estaban de pie”. Sin embargo, declinaron la invitación para “entrar en aquel recoveco de miseria”.[26] En ese mismo ingenio se entrevistaron con el contador, quien les informó sobre los salarios que percibían los trabajadores y también les señaló que en el ingenio:

había una gran corrupción; a los trece años no hay ninguna niña virgen. Los sábados casi todos los obreros están ebrios […] en algunas ocasiones se alojan en cada pieza 5 ó 6 familias, viviendo en una escandalosa promiscuidad. En el verano juegan á la gateada, cosa tan inmoral que difícilmente existió igual en los tiempos de Roma pagana. Aquí no solo la toleran; sino parece que también la fomentan (si no son ellos los inventores) los empleados superiores de la administración. (“Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p.17).

 

En este testimonio, la condena moral, que en muchos puntos coincidía con la de los católicos, enfatizó cuestiones propias de las relaciones de género y la sexualidad, preocupaciones todavía inexploradas por la historiografía azucarera. La mención a la pérdida de virginidad constituye un indicio para explorar la violencia sexual contra las niñas, así como la relación entre las nociones de honor y virginidad, tanto como el embarazo como una alternativa para huir del hogar paterno. En el caso de la gateada, es posible formular dos hipótesis. Por un lado, podría aludir al “gato con relaciones”, danza popular criolla que incluía coplas (compuestas en cuartetas) que podían asumir un marcado tono escatológico o pornográfico.[27] Pero la “gateada” también podría aludir a los ataques o abusos sexuales perpetrados por los empleados jerárquicos contra las mujeres de los obreros, situaciones a las que diversos testimonios orales hacen referencia. Estos ataques evidenciaban no sólo la vulnerabilidad de clase, sino la imposibilidad “de los hombres pobres para proteger a sus mujeres o para ejercer un verdadero control sobre sus hogares” pero, ante todo, confirmaban la “dominación de los hombres sobre las mujeres” (Tinsman, 2009, p. 57).[28]

En la conversación sostenida con el contador de El Paraíso, y con otros empleados, primaron los comentarios y las condenas de índole moral. Sin embargo, el intercambio asumió otro cariz cuando se entrevistaron con el administrador del ingenio Luján. En esa fábrica, el protestante Enrique Gelstrom se mostró alarmado por la propaganda subversiva de los socialistas y el odio que alimentaba contra los patrones, motivo por el cual expresó su disposición a realizar concesiones a los obreros, “en contra de la resolución de los demás dueños de ingenio”. Para los expedicionarios este interlocutor fue una excepción, un administrador razonable y con algo de entendimiento de la “cuestión obrera”, en tanto comprendía “la necesidad de conceder mejoras a los trabajadores y la facilidad de hacerlo”.[29]

Gelstrom fue el único quien, después del primer encuentro, mandó a llamar a los expedicionarios para volver a reunirse y escribió al directorio de la Compañía Azucarera del Norte, propietaria del Luján, “insinuándole la cosa” e invitándolos a que hablen con el padre Grote. Fue en razón de esta inquietud que los católicos decidieron “entregarle el reglamento que habían proyectado para la formación de sociedades en los ingenios”.[30] Un año después de la visita, en 1906, en el Luján se fundó uno de los dos círculos de obreros que funcionaron en la zona azucarera (el otro fue en el ingenio Esperanza) (Roselli, 2020, p. 58). 

Por otra parte, entrevistar a los obreros no siempre fue fácil, en ciertas ocasiones la presencia de capataces o empleados jerárquicos les impedía “indagar con libertad”, como sucedió en el ingenio Mercedes, donde finalmente “con una estratagema fotográfica lograron burlar” al capataz y enterarse que los peones “ganaban 30$ con ración y que por ahora estaban contentos”.[31] En otra ocasión, la toma fotográfica les sirvió para entablar una conversación. Así sucedió en el ingenio Manantial, donde luego de fotografiar a un grupo de mujeres y niños les preguntaron por los salarios de los peones. En el San Miguel un matrimonio les hizo “inspeccionar los asquerosos recovecos que sirven de viviendas para los peones”, allí fue el mate, que “César no trepidó en aceptar” el promotor de un acercamiento que, seguramente, contribuyó al diálogo.[32] Algunas veces la comunicación se tornó imposible, como en el ingenio Esperanza, donde “no pudieron entablar conversación” con el peón que los acompañó en su recorrido porque “a todo lo que se le preguntaba contestaba <ai sior> [sic] o callaba”.[33]

En razón del objetivo de la misión, los viajeros centraron su investigación en la vivienda, el salario (su monto y composición) y las formas de abastecimiento de la familia obrera. Pero el techo fue el problema social que mayor atención y perplejidad les concitó y en su relevamiento la fotografía ocupó un lugar estelar.[34] La noche previa al inicio de la expedición, “después de la cena resolvieron salir desde mañana a recorrer los principales ingenios, averiguando sueldos, estado de las casas, sacar fotografías”.[35] Las imágenes fueron un recurso que consideraron tan valioso como la observación y las entrevistas, su profusa inclusión en el diario así lo confirma. Fotografía y texto escrito alientan ese imaginario social que los expedicionarios buscan promover entre la dirigencia católica. En este sentido, el diario de viaje se convierte en un instrumento de persuasión, en tanto modela un conjunto de representaciones destinadas a convencer al laicado de la urgente necesidad de intervenir en el espacio azucarero.

Algunos viajes fueron programados exclusivamente con el propósito de tomar fotografías, como el del 29 de mayo, que se frustró por el mal clima pero cuyo fin era “sacar vistas”, especialmente, de las pocilgas del ingenio El Paraíso, que ya habían visitado.[36] En otras ocasiones, fue el asombro o la perplejidad por las condiciones materiales de la vida obrera las que motivaron las tomas. Así sucedió en el ingenio Florida cuando fotografiaron un rancho al que “empezaban a llegar los peones; el que estaba con los costados sin tapar, cosa que deben hacer ellos mismos”.[37] Dado que el comienzo de la expedición coincidió con el inicio de la zafra, las condiciones de la vivienda, especialmente de los trabajadores temporales, asumían un panorama desolador. 

A manera de síntesis, César precisó que aparecía en primer lugar una “deficiencia gravísima en las habitaciones de los obreros” porque exceptuando a muy pocos ingenios que disponen de caseríos buenos o regulares “la inmensa mayoría de ellos deja mucho que desear”.[38] En El Paraíso, cerca de la fábrica, existían casas regulares, “algo lejos otras en un estado deplorable, de donde parecía estar desterrada la higiene y haber sentado sus reales una miseria espantosa”.[39] Contrariamente, en La Esperanza las casitas eran buenas y “en algunas se veían mesas, sillas y manteles”. Cuando llegaron al ingenio San Miguel advirtieron que los comentarios sobre su “mal estado” eran “pálidos bosquejos de la realidad”. Casi todas las casas estaban alineadas cerca de la fábrica, unas en regular estado, otras eran verdaderas ruinas, conventillos con muchas piezas, que tenían las puertas y ventanas sin tapar. En la parte trasera de estos cuartos había lagunas de agua estancada, pantanos y basura, lo que generaba “un aspecto repugnante”.[40]

 

Cuartos, patio y laguna. Ingenio San Miguel, “Por los ingenios de Tucumán”, p. 43

 

En el ingenio Lules “algunas casitas buenas” pero otras “viejas muy sucias, con charcos de agua estancada al frente”, en el Concepción señalaron que las casas eran algo viejas pero estaban bastante aseadas.[41]

En sus descripciones, los enviados no dejaron de anotar (y de fotografiar) los contrastes materiales entre el techo de los obreros permanentes y los temporarios y entre las viviendas de los trabajadores y los chalets de los propietarios o administradores. La primera distinción cobró énfasis en el ingenio Florida al precisar que las casas para “obreros residentes” eran lindas y casi todas “contaban con cocina”, mientras que a los peones se los alojaba en tres galpones de 50 ó 60 metros cada uno “viviendo unas 50 ó 60 familias en la más escandalosa promiscuidad en cada uno de ellos, teniendo por cama el duro suelo y por frazadas algunos ponchos”.[42] Los “ranchos de paja” del Santa Bárbara, varios sin revocar y en los que se alojaban 2 ó 3 familias también merecieron anotaciones y fotografías.

 

Rancho. Ingenio Santa Bárbara, “Por los ingenios de Tucumán”, p.55.

 

Por contraste, el mundo patronal fue recuperado y, por ende, utilizado para denunciar la desigualdad que primaba en el espacio azucarero y subrayar, desde otro lugar, la indiferencia de la patronal frente a las condiciones sociolaborales de sus trabajadores. La referencia escrita a la existencia en el Santa Ana de “un espléndido palacio en un magnífico parque”; el “lujoso” chalet del administrador en el Trinidad; o el gran edificio de tres pisos que en el Nueva Baviera servía de vivienda para los empleados se complementó con las fotografías de la casa del administrador del Concepción y el chalet de los propietarios del Mercedes, las que fueron insertadas en el informe. Tampoco dejaron de anotar la “hermosa cancha para juegos ingleses” del ingenio La Corona.[43]

Para los demócratas, las fotografías, especialmente, las dedicadas al problema del techo fueron una privilegiada forma de dar a conocer a los dirigentes porteños de la LDC las condiciones de vida de los obreros azucareros del norte del país. Las imágenes, entendidas por ellos como una forma de conocimiento objetivo, pretendían acercar dos mundos distantes. Pero algo más, en el informe las fotos asumen un evidente tono de denuncia que, en un mismo movimiento, promueve una forma de ver y aprehender el mundo azucarero y legitima la necesidad de intervención de la acción social católica.  En el diario de viaje las imágenes asumen un papel estelar en tanto alientan la configuración de un imaginario, es decir, promueven determinada forma de interpretar y construir esa realidad sobre la que era imperioso intervenir.

En su gran mayoría las fotografías recuperan las condiciones de las viviendas obreras, el objetivo de la toma es el techo y no los trabajadores, excepto en un par de fotografías dedicadas, especialmente, a retratar la miseria de la familia proletaria. La inclusión de algunas tomas de hombres, mujeres y niños, como la del ingenio Manantial a una mujer rodeada de seis niños descalzos y desarrapados, seguramente pretendía denunciar la magnitud del problema social azucarero. En estas imágenes, tituladas como de “grupos”, la prueba de realidad se convierte, mucho más que en otras, en prueba de denuncia.[44]

 

Grupo. Ingenio Manantial, “Por los ingenios de Tucumán”, p. 51.

Los expedicionarios privilegiaron la indagación directa y sobre el terreno, ejercicio en el que las entrevistas y la observación cobraron particular relevancia. Sin embargo, intentaron ir más allá y medir la adhesión que podía tener el catolicismo social en la zona relevada y para ello organizaron un mitin en el corazón de la zona azucarera y epicentro de la huelga de 1904: el departamento de Cruz Alta. En tal sentido, enterados de que los socialistas tenían prevista una asamblea en esa circunscripción en conmemoración de la fecha patria del 25 de mayo, los “soldados de Cristo” creyeron que había llegado el momento de “romper fuego” y decidieron organizar un acto paralelo en el salón de la escuela Wenceslao Posse. Para tal fin, compraron bombas y redactaron un manifiesto a nombre del Comité de los Trabajadores Argentinos de los ingenios de Cruz Alta en el que publicitaron los discursos a pronunciarse ese día y llamaron a los argentinos a no dejarse engañar “por los extranjeros agitadores, falsos apóstoles del proletariado”.[45]

Llegados al local escolar pensaron que su capacidad podía ser reducida para el cúmulo de asistentes que esperaban. Sin embargo, los convidados no llegaron, mientras “grupos numerosos de hombres y mujeres desfilaban frente a la escuela dirigiéndose al local socialista a pocas cuadras de distancia”.[46] Al mitin católico solo acudieron dos hombres, lo que condujo a la suspensión de la conmemoración. Agobiados por el fracaso, César y Santiago fueron a presenciar la asamblea socialista y calcularon que no había menos de 5.000 personas, quienes “revelan un embrutecimiento increíble y son agresivos, completamente distintos de lo que eran en los ingenios cuando se les hablaba”. Los obreros manifestaban su disconformidad por los salarios y “como el anterior aumento de jornal lo obtuvieron por los socialistas a ellos solos les tienen fe”.[47]

En el despliegue del proceso de investigación y recolección de datos pretendían construir la evidencia “objetiva y científica” para mostrar a la dirigencia católica porteña la urgente necesidad de intervención en el mundo laboral. El resultado, plasmado en el diario de viaje y el artículo periodístico, alentó un conjunto de representaciones sobre ese inquietante y perturbador mundo azucarero que los católicos construyeron para alentar un imaginario social definido por las miserables condiciones de vida obrera, la indiferencia patronal y el avance del socialismo.

El trabajo sobre el terreno privilegió la observación, la realización de entrevistas, el uso de la fotografía y prácticas de participación en ámbitos de sociabilidad local (mitin, fondas y almacenes) y de hábitat obrero. Así, a lo largo de casi un mes, los viajeros procuraron el acercamiento a un espacio que poco conocían, objeto de prejuicios y preocupaciones compartidas con los socialistas. Para el catolicismo social esta fue una experiencia piloto. La expedición sobre el mundo rural, las prácticas de observación y participación sobre el terreno y la edición de un diario de viaje con profusas imágenes sintetizan la voluntad de conocer y acercar dos mundos distantes: el universo agroindustrial azucarero y la incipiente militancia urbana del laicado católico argentino.

 

Consideraciones finales

 

El viaje de los enviados concluyó abruptamente cuando el 9 de junio recibieron la orden de volver a Buenos Aires. Al día siguiente, César redactó “el informe de los trabajos hechos” y los tres expedicionarios emprendieron la travesía de regreso.[48] De esa forma, después de 22 días finalizaba una experiencia inédita para la LDC. Esta implicó la articulación de un conjunto de prácticas que se definieron al compás de un clima de época, dominado por el positivismo, así como de las necesidades y los imprevistos propios de la misión. En la configuración de esta experiencia de investigación se reconocen diferentes objetivos, interlocutores y, por ende, se diferencian formas de acercamiento e intervención sobre el terreno. Así, en una primera etapa, los viajeros privilegiaron el contacto con los representantes del mundo católico tucumano y del empresariado azucarero. Ambos actores fueron interpelados en función de su responsabilidad y capacidad para articular las propuestas de la Liga, especialmente, la promoción de círculos católicos en los ingenios y mejoras en las condiciones sociolaborales. Frente a la Iglesia y los industriales, los enviados católicos desplegaron estrategias de persuasión y fomentaron espacios de diálogo para avanzar en los objetivos de su misión.

Por otro lado, se reconoce un segundo momento en la expedición a los ingenios. Motivo de sus desvelos, la población obrera de esos pueblos azucareros despertó sus preocupaciones por el creciente avance del socialismo expresado en la huelga de 1904. En estos espacios desplegaron acciones directas que privilegiaron el contacto con los empleados y personal jerárquico de las fábricas, los trabajadores y mujeres de los pueblos con el propósito de recabar información y conformar un corpus de datos destinado a informar a la dirigencia de la LDC sobre las condiciones sociolaborales y alentar una urgente intervención del catolicismo en ese mundo. De esta forma, en este segundo momento, el énfasis estuvo en la observación y diagnóstico de la situación obrera que, impregnado de un tono de denuncia, buscaba explicar las causas de la expansión socialista en la zona azucarera. Las visitas diarias a los ingenios, los recorridos por las viviendas obreras y los perímetros de las fábricas, las entrevistas con administradores, contadores, trabajadores y vecinas de los pueblos y la redacción de un informe diario se conjugó con el intensivo uso de la fotografía, especialmente del techo obrero, imágenes sobre las que recae el protagonismo de la denuncia en el diario de viaje.

La experiencia de los expedicionarios tuvo un ambiguo resultado. Por un lado, la percepción de las dificultades para concretar sus objetivos. Estas radicaban en la indiferencia de la patronal frente al llamado a promover la organización laboral confesional e interclasista y en las propias diferencias que tensionaban al mundo católico tucumano respecto al tratamiento de la cuestión social. Por otro lado, a pesar de este diagnóstico negativo, lograron concretarse algunas propuestas. Así, al cabo de un año de la expedición, pudieron fundar dos círculos obreros en los ingenios con los que habían establecido contactos a través de sus administradores (Luján y Esperanza).

La acción pionera de los informantes en el espacio azucarero demostró las iniciativas de acercamiento del catolicismo social a los problemas obreros. En el cruce de las aspiraciones de cientificidad, basadas en la observación directa, y los preconceptos clasistas y prejuicios morales, el diagnóstico promovió  interrogantes y posibles respuestas para avanzar en la organización obrera y mejorar las condiciones materiales del proletariado. En síntesis, el viaje de los expedicionarios católicos tendió puentes entre actores distintos y espacios lejanos que permiten repensar una inédita experiencia de conocimiento, vinculación y acción nacida del catolicismo social a principios del siglo XX.

 

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Recepción: 20/07/2023

Evaluado: 19/09/2023

Versión Final: 27/09/2023



(*) Licenciada en Historia. Instituto Superior de Estudios Sociales (UNT-CONICET) y Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán. florenciagutierrezb@yahoo.com. https://orcid.org/0000-0001-8659-0598

(**) Doctora en Humanidades, mención en Historia. Instituto Superior de Estudios Sociales (UNT-CONICET) y Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán. luciasantoslepera@gmail.com. https://orcid.org/0000-0001-6088-8134

 

 

 

 

[1]Agradecemos a Leandro Lichtmajer, quien localizó la fuente y, generosamente, la puso a nuestra disposición. También a Sabrina Asquini, María Pía Martín y Fabiola Orquera las sugerencias y la bibliografía recomendada para avanzar en esta investigación y a Mario Barbosa por los comentarios realizados a una versión preliminar de este trabajo en el Cuarto Congreso de la Asociación Latinoamericana e Ibérica de Historia Social. Este texto se enmarca en el proyecto PICT 2019: “Mediadores, redes sociales y cambio político. Los pueblos azucareros de Tucumán durante el primer peronismo (1943-1955)” financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica.

[2] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en Department of Special Collections, UC Santa Barbara Library, University of California, Santa Barbara (en adelante DSC-UCSB), p. 5.

[3] Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires, Buenos Aires, 1905, p. 657.

[4] En Tucumán se concentraba la mayor cantidad de ingenios de la región del noroeste y, por ende, de mano de obra. La complementariedad de las tareas de surco y fábrica, propias de la condición agroindustrial, y el ritmo periódico y regular de la zafra (extendida entre mayo y noviembre) promovió la formación de un complejo mundo laboral, diferenciado entre los trabajadores permanentes (ya fuera que se desempeñaran en el ingenio o los cañaverales) y los temporarios. Estos últimos llegaban para sumar sus brazos a una cosecha que demandaba una ingente cantidad mano de obra. Procedían de las vecinas provincias de Santiago del Estero y Catamarca y arribaban junto a sus mujeres e hijos conformando el segmento más numeroso y el que soportaba las más precarias y vulnerables condiciones sociolaborales. En 1905 funcionaban en la provincia de Tucumán 25 ingenios.

[5] La huelga de 1904 fue analizada por Bravo, 2004 y Landaburu, 2013.

[6] Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires, Buenos Aires, 1905, p. 657.

[7] Frente a la preocupación por las condiciones de vida obrera, en las primeras décadas del siglo XX se llevaron a cabo informes y estudios para recabar datos sobre la familia, los salarios y la educación de los trabajadores. Cabe traer a cuenta los informes y los trabajos de Gabriela Coni, Celia Lapalma de Emery y Juan Alsina. Entre ellos, se destaca el Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República de Juan Bialet Massé (1904), cuyo método de “observación directa” encuentra puntos de contacto con el aquí analizado. Las referencias explícitas en el Informe Bialet Massé al trabajo y al método de Frédéric Le Play, de gran influencia entre los católicos sociales, así como la circulación de sus obras en la Argentina de la época, nos permiten inferir la posibilidad que los expedicionarios católicos de la LDC hayan retomado el método de la escuela de Le Play. Se trata de una línea que pretendemos profundizar a futuro. Sobre la obra de Le Play y su influencia en Argentina remitimos a Martín (2012); Aguilar (2018) y Garrigós Monerris (2002).

[8] Recuperamos la reflexión propuesta por María Jesús Benites sobre la categoría “relatos de viajes” (Benites, 2013, pp. 32 y 35).

[9] Como precisa Kalifa, imaginario no es sinónimo de imaginación. “Para  nosotros, historiadores, que trabajamos con huellas tangibles y con fuentes  claramente avaladas, el imaginario es una información muy material, no algo  impensado, se encarna en objetos muy concretos (libros, imágenes, películas, canciones, testimonios) cuya elaboración, difusión y apropiación social podemos reconstruir; objetos que podemos contar, cuantificar, cuyas transformaciones, adaptaciones, readaptaciones, etc., podemos rastrear [...] El imaginario al que los historiadores  le siguen la pista se compone de hechos que pueden ser observados, analizados y medidos a través de fuentes reales y muy materiales. Es una parte de la historia de las representaciones (término que, también por su parte, se refiere a formas de expresión tangibles y materiales), una parte de la historia cultural, moldeada por los soportes de transmisión, modelada por la técnica y las posibilidades mediáticas (Kalifa, 2019, p. 3).

[10] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 6.

[11] Con ese término estigmatizante eran denominados los inmigrantes árabes, quienes se dedicaban a la venta ambulante, tanto en la capital como en los pueblos y ciudades del interior de la provincia, y que llamaron la atención de los viajeros (Valeros y Salazar, 2012: 253-272).

[12] La demanda de aumento salarial, sin vale y sin ración, había sido el motor de la huelga azucarera de junio de 1904. Con el arbitraje estatal, el fin de la medida de fuerza implicó acordar un sueldo mínimo de $43 mensuales sin ración, el que se pagaría de forma quincenal y en moneda nacional.

[13]Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 9.

[14]Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 16.

[15] César había impulsado la organización de la Unión de Dependientes de Comercio, gremio en cuya fundación participaron los demócratas cristianos. Se destacó en la organización de la Sociedad Argentina de Obreros del Puerto y en la cooperativa “Carboneros Unidos” (1906). Asimismo, participó de la formación de círculos de estudios y dictó conferencias sobre la acción sindical católica en el Instituto Popular de la Liga Democrática Cristiana (Niklison, 1920, p. 218). Ver Asquini (2019, pp. 387- 411).

[16] Sobre los conflictos al interior de los círculos y entre las entidades de Tucumán y la Confederación a nivel nacional, dirigida por Grote, remitimos a Roselli (2008 y 2009).

[17] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 33.

[18] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 33.

[19] Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires, 1905, p. 359.

[20] Con la llegada de la Unión Cívica Radical al poder, el Estado provincial se mostró más decidido a avanzar en la esfera laboral. La creación del Departamento Provincial del Trabajo (1917) y la promulgación de leyes obreras, como la de jornada de trabajo de 8 horas y salario mínimo para los trabajadores permanentes de los ingenios (1923), indisociables de la generalizada huelga azucarera de 1923, sintetizaron esta impronta que obligó a los empresarios a reposicionarse frente a la cuestión social (Lenis, 2016, pp. 156-165 y Landaburu, 2013, pp. 152-172).

[21] Las discusiones sobre la cuestión social en Tucumán reconocen un punto de inflexión en la década de 1880 y 1890, especialmente, en los debates generados en el seno de la Sociedad Sarmiento, fundada en 1882. Pero si en esas décadas “el reformismo de la naciente elite intelectual, nucleada en la joven entidad cultural denunciaba –aunque con contradicciones– las míseras condiciones de vida de los trabajadores y proponía políticas y reformas tendientes a mejorarlas, en la primera década del siglo XX [...] había abandonado toda pretensión crítica y se presentaba en lo que hacía al tratamiento de la cuestión social como una variante más dentro del pensamiento conservador argentino” (Vignoli y Campi, 2012, p. 519).

[22] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 46.

[23] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 46.

 

[24] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 55.

[25] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 73.

[26] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p.18.

[27] “Se conoce como «gato con relaciones» a la variedad que incluye una «relación» cantada por el hombre después del primer zapateo y la respuesta de la mujer a continuación del segundo”, García y Chicote, 2008, p.56. En su novela En el Surco, Mario Bravo (1882-1944), dirigente socialista de origen tucumano, aborda las huelgas azucareras de 1904 y 1907 y en su narración se detiene en el baile del gato compuesto de las siguientes coplas: Muchas ucuchas,vida/Hay en tu cuarto/Dejá la puerta abierta/Yo seré el gato/El gato es majadero/Se sube a la cama/ Se mete al aujero (Bravo, 1929, p. 27).

[28] Remitimos al libro Heidi Tinsman, quien analiza las relaciones de género en el espacio rural chileno en la coyuntura de la reforma agraria (1964-1973). Para el mundo azucarero tucumano, el problema de los abusos y violaciones sexuales sobre el cuerpo de las mujeres recién comienza a explorarse. Una aproximación en Gutiérrez  (2016, pp. 152-153).

[29]  “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 80.

[30] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 80. En su informe, Bialet Massé también destacó la postura del administrador del ingenio Luján. Definió a Gelstrom como “uno de los hombres más razonables que se halla frente de los ingenios de Tucumán”, consciente de la necesidad de “implantar la jornada de ocho horas en la próxima cosecha”. Bialet Massé (2010, vol. II, pp. 287-288).

[31] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 39.

[32] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 69.

[33] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 24.

[34] La mirada de los católicos sobre el mundo azucarero empalmó con la del higienismo, especialmente, la preocupación por las condiciones de la vivienda obrera, no así en el papel que le cabía al Estado en la solución de ese problema. En efecto, como señaló Juan Suriano, los médicos higienistas “proponían que ‘los gobiernos debían cuidar la salud del pueblo’ y evitar la propagación de enfermedades a través de una intervención decidida (reglamentación y prohibición) que garantizara las condiciones de higiene indispensable entre los pobres”. La prédica de estos actores enfatizó la alarma por el hacinamiento y la falta de limpieza del techo de las clases populares, al tiempo que concibió el mejoramiento de las condiciones materiales de vida como una dimensión, en sí misma, moralizadora. Suriano, 2004, p. 13. En esta tónica de preocupaciones, por ejemplo, el higienista Guillermo Rawson publicó su Estudio sobre las casas de inquilanto en Buenos Aires (1884), años después, el también higienista, Emilio Coni publicó La ciudad argentina ideal o del porvenir (1919). En Tucumán, en el tránsito del siglo XIX al XX, la prédica higienista fue estudiada por María Estela Fernández en su tesis doctoral, véase Fernández (2012). Específicamente, la mirada del higienismo sobre el problema de la vivienda obrera fue analizado por Teitelbaum  (2004, pp. 55-63).

[35] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 37.

[36] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 44.

[37] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 56.

[38] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. Cabe precisar que la necesidad de retener y disciplinar la mano de obra necesaria para impulsar el boom azucarero alentó la construcción de viviendas levantadas alrededor de los ingenios. Desde principios del siglo XX, los empresarios avanzaron en la construcción de casas de material para los obreros permanentes; los techos de paja fueron reemplazados por tejas o chapas de cinc y en los pisos comenzaron a utilizarse ladrillos cocidos. Los temporarios y sus familias se alojaban en los denominados cuartos o conventillos, es decir, construcciones integradas por varias habitaciones en “forma de tira”, que compartían el uso de la galería, la cocina y la letrina. Asimismo, en muchos ingenios, estos peones “golondrina” eran ubicados en improvisados ranchos construidos con paja, despunte de caña y troncos. Las condiciones del techo obrero fueron muy disímiles, cada propietario definió su política de vivienda.

[39] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 18.

[40] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 68.

[41] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 38.

[42] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 56.

[43] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 87.

[44] Resulta significativo el diferencial uso que de las imágenes hicieron los católicos y Bialet Massé. En el informe del médico catalán el tono de denuncia es “notorio y evidente, sus consejos sobre la jornada de ocho horas, el aumento de salario, la necesidad de descanso dominical, el abuso de los patrones en el usufructo de los almacenes donde los trabajadores debían gastar su sueldo, la regulación y/o prohibición del trabajo infantil y femenino están presentes de forma explícita. Sin embargo esta denuncia, minuciosamente detallada y justificada, no aparece en las imágenes” (Staude, 2016, p. 8). Por el contrario, en el diario de viaje de los expedicionarios de la Liga, la fotografía asumió un protagonismo que muchas veces se impone, por su fuerza y dramatismo, al texto escrito.

[45] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 16.

[46] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 32.

[47] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 32.

 

[48] “Por los ingenios de Tucumán. Impresiones de viaje”, 1905, en DSC-UCSB, p. 88.