Ser mujer y trotskista en dictadura. Posicionamientos y praxis del Partido Socialista de los Trabajadores en torno a la militancia feminista y femenina durante el terrorismo de Estado (1976-1980)
Martín Mangiantini (*)
Resumen
El artículo se propone analizar de qué modo el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), una organización del campo de la izquierda de extracción trotskista, fue atravesado por los debates alrededor de la militancia de las mujeres y de las nociones del feminismo en el contexto de la dictadura cívico-militar iniciada en Argentina en el año 1976. Dicho abordaje permite pensar en complementariedad la militancia clandestina, el feminismo y las tradiciones de izquierda entonces existentes.
Palabras clave: Feminismo; Trotskismo; Dictadura; Clandestinidad.
Being a woman and a Trotskyist under dictatorship. Positions and actions of the Socialist Workers Party regarding feminist and female militancy during State terrorism (1976-1980)
Abstract
This article will analyze how the Partido Socialista de los Trabajadores (PST) of Argentina, a left-wing organization of Trotskyist extraction, was affected by the debates surrounding women's militancy and notions of feminism in the context of the civil-military dictatorship that began in 1976. This theme allows us to reflect on underground militancy, feminism and the leftist traditions of that time.
Key Words: Feminism; Trotskyism; Dictatorship; Underground militancy.
Ser mujer y trotskista en dictadura. Posicionamientos y praxis del Partido Socialista de los Trabajadores en torno a la militancia feminista y femenina durante el terrorismo de Estado (1976-1980)
Introducción
En el ciclo de movilización y radicalización de los años setenta, proliferó un amplio abanico de organizaciones que se autodefinían como revolucionarias. Expresiones trotskistas y maoístas, un cúmulo de estructuras simultáneamente políticas y militares, y el amplio arco de la izquierda peronista son ejemplos de ello. Los matices y las discrepancias entre las diversas alternativas fueron variadas y respondieron a aspectos tácticos (la lucha armada, el insurreccionalismo, el electoralismo), teórico-conceptuales (el papel del peronismo, el sujeto social acorde a un proyecto político radical) o programáticos. En este marco, un elemento de diferenciación entre las organizaciones recayó en sus posicionamientos con relación a los movimientos de mujeres, a los debates al interior del feminismo y a la militancia femenina que, en el contexto tanto europeo como norteamericano, emergía con fortaleza y se instalaba como expresión renovada. En este escenario, es factible sostener que el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), una organización de extracción trotskista,[1] presentó características y modos de intervención alrededor de estos tópicos que se convirtieron en un rasgo distintivo en comparación con otro tipo de propuestas radicales.
La proclama en favor de la liberación de la mujer se tornó parte de una militancia activa para este partido. La principal explicación de ello se encuentra en la influencia que sobre la organización argentina ejerció su par de EEUU, el Socialist Workers Party (SWP), cuyo programa abordó reivindicaciones pertinentes a estas temáticas. A partir de la confluencia en el plano internacional de ambos partidos al mancomunarse en un rechazo a la gestación de organizaciones político-militares como táctica revolucionaria para América Latina, los lazos se estrecharon y ello posibilitó que la organización argentina profundizara tópicos antes relegados. Como se explicitó en trabajos anteriores (Mangiantini y Trebissace, 2015; Casola, 2021), la puesta en práctica de este ideario se manifestó de un modo no ausente de determinadas tensiones o contradicciones.
La conformación de grupos impulsados por el partido como Muchacha, la incorporación de una sección permanente sobre “la mujer” en el periódico partidario, el sostenimiento de consignas tales como el derecho al aborto en el marco de la campaña electoral de 1973, el cuestionamiento de la monogamia como un valor en sí mismo, entre otros ejemplos, son algunas iniciativas o nociones que el PST desarrolló en estos años. No obstante, en términos conceptuales, también se vio atravesado por una cierta contradicción pertinente a la ponderación de los sujetos sociales considerados factibles de incorporar para una transformación revolucionaria de la sociedad. Si bien el partido destacó la importancia de las demandas propias de las mujeres, en disímiles momentos se afirmó también la imposibilidad de un movimiento para su liberación con un carácter independiente de la lucha de clases, y específicamente de las consignas y accionar de la clase obrera, por lo que resultaba indefectible articular los reclamos de género con estos últimos.[2]
El golpe de Estado acaecido en marzo de 1976 detuvo este tipo de iniciativas partidarias y, en razón de la clandestinidad obligada, reorientó su praxis militante y modos de intervención. El presente artículo tiene por objeto analizar de qué modo esta organización fue atravesada por los debates alrededor de la militancia de las mujeres y de las nociones del feminismo en el marco de la férrea represión que experimentó desde la llegada de la dictadura. Este interrogante se ancla en una perspectiva historiográfica factible de identificar como vacancia. Se parte de una coincidencia con el balance de Águila (2019), quien dio cuenta de los múltiples vacíos aún presentes en el estudio de las izquierdas durante la última dictadura. En lo relativo a la historia de las mujeres y los estudios de género, el acabado balance realizado por Viano y D’Antonio (2018), da cuenta de una producción enfocada tanto en el derrotero de las mujeres en dictadura en el seno de las organizaciones político-militares como así también en las formas represivas por ellas sufridas (como, por ejemplo, los delitos sexuales o la vida durante el tiempo de detención). Específicamente, se cuenta con estudios del PST en este período desde sus prácticas y modos de militancia en la clandestinidad (Osuna, 2015; Mangiantini, 2022). Recientemente, se produjeron novedosos aportes sobre esta organización. López (2022) abordó la esfera de intervención gremial desde finales del proceso dictatorial en adelante y Manduca (2022) profundizó aquellas iniciativas culturales y artísticas que la organización desarrolló durante la clandestinidad. Este último trabajo reflexionó sobre el modo en que la militancia de la mujer y el ideario feminista pesaron sobre estos proyectos militantes. De modo panorámico, Bellucci (2019) y Casola (2021) analizaron la militancia feminista de las organizaciones de izquierda incluyendo la experiencia trotskista.
El estudio sobre la militancia de las mujeres del PST como, así también, el modo en el que los debates del feminismo atravesaron a la organización es una vía de interés para comprender, desde una esfera de análisis particular, el derrotero de la izquierda durante el momento de mayor represión experimentada en la Argentina posibilitando también un cruce entre los modos de militancia al interior de las organizaciones y entre ellas y el exterior en tanto estrategias de inserción en diversos sujetos sociales.
La mujer militante ante la clandestinidad
Aunque las lógicas de clandestinidad se aplicaron con anterioridad al golpe de Estado (Mangiantini, 2020), para una organización como el PST la concreción del mismo supuso un evidente quiebre en cuanto a las metodologías y modos de militancia. Mediante el Decreto Nº 6, el gobierno castrense suspendió la actividad político-partidaria. Como complemento de ello, promulgó la Ley 21.322 mediante la que disolvió o declaró ilegal a un conjunto de organizaciones políticas, sindicales y estudiantiles. Entre ellas, se destacaban los partidos del campo de las izquierdas y sus organizaciones subsidiarias. Esta diferenciación le permitió a determinadas organizaciones continuar el desarrollo de diversas actividades políticas no públicas mientras que, aquellos agrupamientos afectados por la regimentación, se vieron forjados a continuar con su derrotero en un marco de absoluta clandestinidad. Este último fue el caso del PST (Mangiantini, 2022) y de otro conjunto de organizaciones.
En lo relativo a aquellas iniciativas partidarias de índole femeninas y feministas, la llegada del gobierno dictatorial implicó una ruptura y retroceso quedando estos tópicos relegados y ajenos a las esferas de interés e intervención. Los motivos de este desplazamiento no son unilaterales y responden a dos aspectos divergentes. Por un lado, la dinámica partidaria adoptada a partir del golpe supuso una mutación vinculada a lógicas de clandestinidad que llevaron a un retroceso de aquellas iniciativas preexistentes. En su reemplazo, primó dentro del PST una dinámica organizativa cerrada en sí misma que acabó por privilegiar la supervivencia de la propia estructura y de sus militantes más orgánicos por sobre aquellas actividades abiertas o de construcción de frentes de intervención más amplios (como, por ejemplo, los espacios de desarrollo dentro de los colectivos de mujeres).
Ello no significó un quiebre exclusivamente limitado a la militancia sobre la mujer sino que se trató de un fenómeno global que abarcó otro tipo de áreas de intervención (como la juventud, las disidencias sexuales u otro tipo de sujetos) e, incluso, reorientó los modos de participar en ámbitos ponderados como los sitios de trabajo y producción. Así, la práctica clandestina provocó una cierta contradicción entre una militancia fuertemente centrada en el sostenimiento del propio aparato partidario y la búsqueda de una vinculación con aquellos sectores externos a este. La primacía por aquellas tareas organizativas acabaron por lesionar las posibilidades de una mayor presencia partidaria en disímiles núcleos del movimiento social que se pretendía representar, dando lugar a un cierto estancamiento de la militancia que derivó, luego, en replanteos y debates intestinos (Mangiantini, 2022).
Este rasgo general encontró en el caso de las mujeres del partido un elemento simultáneo. El cúmulo de directivas y orientaciones vertidas hacia el activismo pertinentes a un contexto de clandestinidad se volvieron aún más limitantes para la militancia femenina, sobre todo al tratarse de actividades relacionadas con la inserción en el mundo del trabajo. Si la persistencia de una idiosincrasia patriarcal provenía de tiempos previos, ante la clandestinidad, se alertó que determinadas prácticas eran potencialmente más riesgosas. Que una militante mujer aguardara a un trabajador para dialogar en la salida de un sitio de producción, o bien, que ella fuera la animadora visible de una reunión con hombres en un lugar público, eran actitudes consideradas arriesgadas para la seguridad. La dirección partidaria indicó también a las militantes orientaciones sobre cómo sostener un aspecto personal escasamente llamativo, no acudir al domicilio de un contacto masculino a los efectos de evitar un conflicto con su entorno familiar como así también, procurar retornar a su hogar en horarios no tardíos bajo la premisa de no alertar a otros residentes.[3] Así, la represión y la clandestinidad implicaron un retroceso de prácticas antes sostenidas con cierta regularidad por el activismo femenino, lo que se complementó con rasgos inherentes a la propia organización.
No obstante, el viraje en las dinámicas internas no es suficiente como factor explicativo del quiebre experimentado por el PST en cuanto a su intervención política con perspectiva feminista. Un elemento simultáneo fueron las reconfiguraciones de los lazos entre aquellas organizaciones que se reclamaban subsidiarias de la tradición trotskista a nivel internacional. Si los vínculos entre el PST y su homónimo, el SWP de EE.UU. en los tempranos años setenta, fueron relevantes para comprender las exploraciones que el partido argentino desarrolló alrededor de estos tópicos, es menester no desdeñar el impacto que provocó la ruptura del lazo.
El Secretariado Unificado de la IV Internacional (SU) era una entidad aglutinadora de diversas expresiones del trotskismo mundial. Su peso recaía centralmente en dos referencias, la figura de Ernest Mandel y el mencionado SWP de EE.UU. Disímiles procesos políticos internacionales dieron inicio a un acercamiento entre estas referencias lo que llevó al SWP a pugnar por la eliminación de tendencias dentro del SU. Este reacomodamiento provocó un cada vez más marcado alejamiento entre la organización norteamericana y el -antes aliado- PST argentino. La tensión explotó definitivamente a mediados de 1979 al compás de la revolución nicaragüense dando como resultado la partida de la organización argentina de esta coordinación internacional (Mangiantini, 2021a; Coggiola, 2006; Alexander, 1991).
Por esto, más allá de la fundamental reorientación que la clandestinidad impuso en las prácticas militantes, la represiva realidad local no fue el elemento exclusivo que permite comprender las derivas del PST en cuanto a sus perspectivas sobre la mujer y el feminismo. También pesó el fin de la confluencia internacional forjada junto al SWP que, en los años previos, le brindó a la organización insumos teóricos y experiencias de intervención adaptadas a la realidad local. La diferenciación política con este partido se expresó también en un intento de alejamiento con relación a su perspectiva feminista.
La revolución interna de las mujeres
Tras dos años de esa lógica que privilegió la preservación de la propia estructura por sobre su construcción hacia otros sectores del movimiento social, en el interior del PST se produjeron debates y cuestionamientos que atravesaron a su militancia produciéndose un clima interno deliberativo que tuvo eco en los organismos de dirección. Si bien no fue este el eje central de las polémicas, la recuperación de una militancia en clave feminista y, específicamente, el papel de las mujeres en la dinámica organizativa cotidiana fueron tópicos presentes que, en el marco de un ambiente deliberativo, encontraron un espacio de reflexión. Es posible sostener que, desde la propia militancia femenina del partido, surgieron advertencias que obligaron al PST a revisar su política imponiéndose como problemática de un modo ascendente desde las entidades de base hacia unas esferas de dirección obligadas a dar respuesta.
Esta aseveración se sostiene en un análisis documental que identifica los inicios de estas preocupaciones y críticas en minutas partidarias ajenas a los organismos de dirección. Por el contrario, sus primeras expresiones provinieron de cuadros del partido en ese momento ajenas a las entidades directivas, o bien, de mujeres partícipes de células partidarias, ya sean regionales o de un rubro laboral específico.[4] En esta documentación es posible distinguir al menos cinco tópicos que atravesaron el debate interno.
En primer lugar, uno de los planteos centrales fue aquel que cuestionó el papel desempeñado por la militancia femenina del partido. Se señaló como crítica que la lógica cultural que identificó en las tareas domésticas una responsabilidad femenina, acabó por trasladarse a la división de tareas desarrolladas en la organización redundando en una subdivisión de hecho que colocó a las militantes mujeres en el papel de administradoras mientras que el activismo masculino resultaba más proclive a transformarse en potenciales cuadros políticos formados para tareas de dirección. Ante esta situación, se instaba a que las militantes mujeres fueran exceptuadas de tareas administrativas y, en simultáneo, se ponderaran las actividades por ellas realizadas de un modo proporcionalmente mayor que aquellas de similar índole llevadas a cabo por un hombre.[5]
En segundo orden, se destacan los cuestionamientos que refirieron a la dinámica de la unidad familiar tradicional y a sus implicancias políticas. Más allá de caracterizar a la familia patriarcal como un elemento inherente a la lógica de la sociedad de clases al permitir traspasar riquezas entre generaciones, este modelo determinaba, a su vez, una división no solo social sino también sexual del trabajo en donde las mujeres, económicamente dependientes, eran reducidas a un rol reproductivo asignándoseles tareas como cuidar a otros miembros de la familia, en especial a aquellos que crean la fuerza de la riqueza. En simultáneo, así como la mujer experimentaba su explotación como trabajadora inserta en el mercado laboral capitalista, se argumentó que en el seno familiar se construía el ideario ideológico que permitía que ello ocurriera. Por ejemplo, la reproducción de relaciones jerárquicas y autoritarias dentro del núcleo familiar (en donde, decía la minuta respectiva, el papel del hombre en el marco del hogar se asemejaba al de un capataz en la cotidianeidad de una fábrica), la represión hacia la sexualidad y su desvío hacia objetivos solo reproductivos, entre otros ejemplos que, según este análisis, permitían inculcar valores precisos para el sometimiento de la sociedad de clases. A partir de este balance se les atribuyó a las mujeres una situación de “doble opresión” que, en el pronóstico, solo podría eliminarse cuando la sociedad de conjunto asumiera aquellas funciones económicas y sociales que, bajo el sistema capitalista, recaían en la mujer.[6]
En relación con ello, la pareja como modalidad de vínculo también apareció reflejada en las polémicas. Si bien en los años setenta existieron dentro del PST embrionarios replanteos que incluso repensaron el ideal de la pareja monogámica (Mangiantini y Trebissace, 2015), dichas preocupaciones quedaron invisibilizadas ante la represión y la clandestinidad. En este contexto de crisis partidaria, el tópico reapareció de un modo soslayado, sobre todo en el seno de las parejas militantes. Desde diversos planteos de activistas se señaló la persistencia de asimetrías entre el hombre y la mujer en el marco de la pareja. Un ejemplo recaía en la desequilibrada carga de las respectivas tareas domésticas lo que se instaba a debatir colectivamente como una problemática partidaria y no como un rasgo factible de resolver en el plano individual del núcleo afectivo.[7]
Una cuarta preocupación fue la interrupción de una política de involucramiento de la organización en diversos sectores del movimiento de mujeres lo que, en realidad, poseía su correlato con una problemática general relativa al retroceso de la inserción partidaria en diversos núcleos del movimiento social. El planteo pugnó por alejarse de un discurso que entendiera a la militancia sobre las mujeres como una mera búsqueda de robustecimiento mediante su incorporación. Por el contrario, se sostuvo la necesidad de un trabajo amplio en el que el PST se acercara a diversos núcleos de mujeres preocupadas por sus propias problemáticas aunque estas no comulgaran con la premisa de incorporarse a una estructura partidaria. Por ello, más allá del siempre interés en nuclearse con mujeres en los ámbitos fabriles, emergió como preocupación pugnar por una vinculación con sectores intelectuales, académicos, profesionales que, sin transformarse en un componente partidario orgánico, se convirtieran en esferas de retroalimentación con la organización.[8] Ello posibilitó la puesta en práctica de estrategias de intervención diferenciadas de acuerdo al sector de mujeres a vincularse.
Por último, un tópico frecuente en aquellas elaboraciones surgidas desde las izquierdas con respecto a la llamada liberación de la mujer recayó en analizar la compatibilidad (o tensión) entre las reivindicaciones feministas y aquellas propias del ideario anticapitalista.[9] En los documentos dirigidos por la militancia del PST hacia sus organismos de dirección, se señaló el error de reducir la opresión de las mujeres a un mero aspecto colateral de la explotación capitalista de las trabajadoras arguyendo que dicha concepción minimizaba la importancia de las luchas de las mujeres con excepción de los conflictos laborales. En sintonía, se rechazó la premisa que sostenía una liberación prácticamente automática de las mujeres al momento de concretarse una revolución socialista. Sin embargo, se aseveró que la contracara de ello era otro posicionamiento también erróneo consistente en la negación de toda interrelación entre las luchas por la liberación de las mujeres y la conflictividad de clases.[10] Se afirmó entonces que un viraje en el orden económico y social era garantía insuficiente para una verdadera emancipación de la mujer si ello no se producía en sintonía con una modificación de las relaciones humanas en la búsqueda de una igualdad en todas las esferas (como, por ejemplo, las tareas del hogar, el cuidado de los hijos o un equivalente acceso a la educación). Así, se planteó la necesidad de elaboración de un programa que pugnara por la emancipación de la mujer no solo en el terreno económico sino también en la búsqueda de superar otras formas de explotación tales como la psicológica o la sexual.[11]
Sobre estas inquietudes, en las minutas se trasladó a la dirección partidaria diversas propuestas para revertir las falencias señaladas. La constitución de una comisión femenina del partido, la profundización del estudio sobre problemáticas en torno a la mujer o la incorporación al periódico partidario de una sección específica fueron algunas de las ideas esgrimidas.[12]
Como respuesta y con el objeto de frenar la deliberación, mediante un boletín interno, la dirección del PST distribuyó entre las células partidarias parte de los documentos recibidos y esbozó una explicación alrededor de la omisión de esta temática desde el inicio del golpe de Estado arguyendo la combinación de dos elementos. Por un lado, el peso de un contexto dictatorial que agudizó determinados rasgos conservadores en lo relativo al terreno de las costumbres y la moral subrayando el papel censor de la familia, la censura en el plano sexual, las restricciones específicas hacia las mujeres (como, por ejemplo, las normas de vestimenta en ámbitos educativos). Ello, se justificó, tuvo su impacto en el plano de la militancia pesando sobre los vínculos familiares, el resurgir de actitudes machistas o el uso de un lenguaje o de bromas sexistas. En otro orden, se atribuyó este retroceso a la ya referida dinámica de repliegue y autoconservación profundizada por una situación económica de bajos salarios y aumento del costo de vida que, a los ojos de la dirección partidaria, colocaban a las preocupaciones organizativas y económicas por sobre los valores morales o políticos.[13] Así, el balance daba cuenta de los efectos nocivos que, sobre la mujer militante, ejercía tanto una cultura patriarcal dominante como determinadas carencias económico-sociales dando como resultado una asimetría dentro del partido.
No obstante, más allá de este esbozo autocrítico, se reivindicaba la continuidad de ciertas nociones positivas. Se destacó, por ejemplo, la existencia de una división de tareas que no atendía a un tipo de discriminación sexista lo que suponía una diferencia con tradiciones como el peronismo y su división organizativa de acuerdo al sexo de los participantes (con el impulso de una “rama femenina” sin que existiera un ala “masculina”), o bien, el Partido Comunista argentino que, a los ojos del trotskismo, impulsó una agrupación femenina[14] sin desarrollar reivindicaciones feministas sino, por el contrario, dándose tareas que reproducían los rasgos asignados a las mujeres por la cultura patriarcal (por ejemplo, proponiendo a sus militantes realizar un control de precios a los efectos de salvaguardar el costo de vida).[15]
En otro orden, la dirección del PST realizó una tajante respuesta a la discusión sobre una hipotética lucha entre sexos en el seno del partido. Tras aceptar la existencia de desigualdades en las posibilidades de desarrollo político de las mujeres con relación a sus pares varones, negó la presencia de una puja intestina aseverando que se trataba de una concepción que relegaba la lucha de clases al colocar como eje central del análisis las desigualdades de género en lugar de insertar esta problemática en un amplio abanico de reivindicaciones anticapitalistas.[16] En definitiva, ante planteos que pugnaban por imbricar las demandas antisistema con aquellas consignas particulares relativas a la liberación de la mujer, la respuesta insinuó un cierto temor a las derivas de aquellas reivindicaciones factibles de autonomizarse de la lucha de clases.
Un similar tenor en los posicionamientos se desarrolló en el marco de las polémicas internacionales antes referidas, específicamente en el proceso de diferenciación entre PST argentino con el SWP norteamericano. Desde Colombia, en donde se encontraba un núcleo dirigente exiliado del partido argentino, se elaboró un documento que sirvió como respuesta al texto de Mary-Alice Waters, dirigente del SWP y del SU, quien sugería que las reivindicaciones feministas eran inherentes y objetivamente anticapitalistas en tanto cuestionaban un pilar para la reproducción del sistema, como era la familia tradicional. Ello habilitaba a una organización revolucionaria al apoyo de entidades de mujeres que sostuvieran sus reclamos específicos (Waters, 1976). En contraposición, el partido argentino sostuvo que las consignas por la liberación de las mujeres eran transversales a las diversas clases sociales y, por ende, democrático-burguesas. Ello no obturaba la necesidad de apoyar dichas luchas pero sin perder como perspectiva que, por sí solas, no redundarían automáticamente en una dinámica anticapitalista. De allí la necesidad de dotar el movimiento de mujeres de un programa y una dirección clasista (Petit y Carrasco, 2009). Si bien el escrito fue redactado como parte de la polémica internacional, valdría preguntarse si este posicionamiento de un núcleo dirigente del PST podría ser también factible de identificar como uno de los diversos modos de ordenar y clausurar un aspecto del debate producido en el seno de la militancia argentina.
La praxis militante entre las trabajadoras
La puesta en práctica de la preocupación por intervenir en las problemáticas de la mujer y en los debates del feminismo se materializó mediante una doble esfera. El PST subdividió su política femenina en torno a dos vertientes diferenciadas que merecieron, a su vez, de una praxis también divergente. Por un lado, fue una preocupación la intervención en la realidad de la mujer en tanto componente de la clase trabajadora en el marco de los sitios de trabajo. Pero, en simultáneo, este partido identificó como un sujeto político-social particular a aquellas mujeres pertenecientes a sectores medios de distintas extracciones, las cuales englobó bajo el rótulo de “pequeña-burguesía” y requerían de otro tipo de acercamiento. Ello incluía a mujeres estudiantes, jóvenes, profesionales o intelectuales, entre otras.
La diferenciación realizada sobre la mujer trabajadora en relación con aquellas provenientes de otros estratos fue, justamente, la respectiva realidad económica como un condicionante en la conformación del ideario feminista. Según este análisis, en países con necesidades apremiantes, la participación de la mujer era más factible de posibilitarse mediante las luchas económicas de la clase obrera, centralmente a través de las entidades sindicales tradicionales. En lo específico al contexto local, el PST arguyó que la llegada de la dictadura y su plan económico profundizó la explotación y discriminación de la mujer de diverso modo: el retraso salarial con relación al costo de vida; la existencia de trabajos peores pagos en rubros de composición mayoritariamente femenina; la dificultad para acceder a posiciones jerárquicas en determinadas disciplinas; o la ausencia de beneficios en los ámbitos de trabajo como las guarderías. En contraposición, al visualizar un movimiento de mujeres, tanto en Europa como en EEUU, que cuestionaba determinados valores morales y sexuales o sostuvieron reivindicaciones como el divorcio o el derecho al aborto, el PST identificó un fenómeno progresivo pero de carácter policlasista que dirigía su combate contra el machismo sin vincularlo con aquellas bases materiales de la sociedad que le brindaban sustento.[17]
A raíz de este balance fragmentario es que este partido vislumbró que la lucha de la mujer poseía como patrón común su opresión como sexo siendo, no obstante, un matiz de peso la experimentación o no de su explotación como clase. En base a ello, auguró que la segmentación se haría evidente como tensión al momento de desatarse un contexto de conflictividad social y, de allí, la necesidad también de una actividad militante sobre sectores de mujeres no proletarias que, en esa vinculación, asimilarían un programa político no solo feminista sino también de características obreristas independientemente de su extracción o de su interés político inicial.[18]
La principal herramienta utilizada por el PST recayó en la confección de boletines fabriles, específicamente diseñados para una rama o rubro en los que la identidad político-partidaria se hallaba invisibilizada. Se trató de publicaciones irregulares en cuanto a su periodicidad que incluyeron entre su contenido secciones específicas dedicadas a las problemáticas de la mujer trabajadora de esa actividad (bajo secciones como “Página de la mujer”, “Sección mujer” o “Escuchemos a la mujer”). Los principales ejemplos se desarrollaron en la industria de la alimentación, en el gremio de la sanidad, entre las empleadas de comercio y, centralmente, tanto en el gremio bancario como en su subsidiario rubro del seguro. Todos ellos, rubros y tareas que conllevaban una fuerza laboral femenina de fuste y que, en sintonía, permitieron al PST contar con una presencia militante femenina en su seno. En casos excepcionales, las iniciativas se encontraron presentadas como una publicación específicamente destinada a las mujeres de un rubro. Este fue el caso de Amiga Bancaria, una revista sin identificación partidaria bajo la cobertura institucional de ser parte de la subcomisión de deportes femenina de la entidad gremial.[19] Por último, la problemática de la mujer trabajadora fue difundida, más limitadamente, a través del periódico Opción, publicación regular que el PST editó desde 1978 como propaganda política. Elaborada y distribuida bajo mecanismos íntegramente clandestinos, operó como un insumo de militancia; las referencias a las mujeres trabajadoras se diluyeron aquí entre un abanico más amplio de inquietudes.
La tónica mayoritaria de aquellas referencias a la mujer en tanto trabajadora fue de índole gremial. Del conjunto de problemáticas tratadas en este tipo de boletines, la necesidad de guarderías fue aquella que mayor sistematicidad conllevó atravesando diversos rubros. En un boletín correspondiente al gremio de la Alimentación se entrevistó a tres operarias de la empresa Canale quienes narraron las renuncias de empleadas, también madres, dado que el beneficio de la guardería se contemplaba solo hasta los dos años de los menores.[20] La misma temática apareció reflejada en un boletín de Sanidad al narrar la situación de trabajadoras de hospitales.[21] Opción también tomó la demanda arguyendo que la crisis acaecida por el plan económico volcó a una mayor cantidad de mujeres al mercado laboral ante la necesidad de complementar el salario familiar lo que ocasionó, en consecuencia, nuevas demandas siendo una de las más sentidas el problema del cuidado de los menores.[22]
Existieron otro tipo de problemáticas de acuerdo a cada rubro reflejadas en estos materiales. Ejemplos de ello fueron denuncias generales como el elevado costo del comedor de las empresas o la carencia de insumos para las tareas laborales combinadas con otras específicamente relativas al género tales como las regimentaciones con relación al vestuario (por ejemplo, la prohibición del uso de pantalones en el caso de las trabajadoras de sanidad); la imposibilidad de acceso de la mujer a cargos jerárquicos reservados solo a empleados masculinos (destacado en rubros como el bancario o el seguro); o bien, la demanda del cumplimiento del denominado “día femenino” que habilitaba a las mujeres a gozar de un ausente por mes sin justificación lo que, en la realidad, redundaba en descuentos o quita del presentismo.[23] En menor medida, apareció como tópico la necesidad de una reorganización gremial en el sitio de trabajo tras su desestructuración con el golpe de Estado, o bien, la búsqueda de una paridad hombre-mujer en los organismos de representación (subrayando el paradójico predominio masculino en entidades gremiales de rubros laborales con mayor porcentaje de población femenina).[24]
Ocasionalmente se relató algún tipo de conflicto laboral que conllevó la participación masiva de mujeres, como fue el caso de la movilización en 1980 de aquellas empleadas pertenecientes al Banco de Intercambio Regional ante el anuncio de su cierre.[25] Más eventual aún fue la inclusión en estos boletines de tópicos relativos a la represión y los derechos humanos. Una excepción fue un material editado para el gremio de Sanidad donde se vincularon las problemáticas laborales femeninas con la lucha de las madres de los desaparecidos y se referenciaban nombres de trabajadoras en situación de detención.[26]
Más allá del tono gremial, en diversos pasajes existió un sugerente intento por vincular la problemática laboral con un análisis más global de la estructura sociocultural patriarcal en donde las tareas laborales se insertaban. Se analizó que, tras las desigualdades experimentadas en los lugares de trabajo, la mujer debía enfrentar un segundo momento de explotación diario al encargarse de aquellas tareas domésticas y del cuidado de las infancias. Así, la compaginación de tareas laborales y del hogar fue presentada como una situación de “doble opresión” siendo las segundas identificadas como una “segunda jornada de trabajo” no remunerada.[27]
Independientemente de la búsqueda de implantación entre las trabajadoras mediante boletines sindicales, existieron también iniciativas a través de vías alejadas de la propaganda política. Una de las metodologías más eficientes consistió en los intentos de realización de actividades recreativas que permitían dar un primer paso para aglutinar y relacionarse con un número más significativo de empleadas de un rubro, en ocasiones utilizando las estructuras sindicales pero sin esgrimir la identidad partidaria propia. El ejemplo más exitoso fue el desarrollado por el PST en el marco de la actividad bancaria, rubro que había experimentado un crecimiento cuantitativo del personal a la vez que poseía una significativa composición femenina. Apelando a métodos de acercamiento como las encuestas para detectar el interés del personal femenino de las sucursales, este partido impulsó la realización de instancias deportivas autodenominadas “Jornadas bancarias” (tales como campeonatos de vóley o fútbol femenino) que aglutinó a personal de decenas de instituciones diferentes. Este trabajo le permitió a la militancia bancaria de este partido utilizar como cobertura legal la Subcomisión femenina de la Asociación Bancaria de Deportes siendo, a la vez, avaladas sus iniciativas por la propia entidad sindical.[28] Expresión de ello, como se mencionó, fue la publicación del mencionado boletín Amiga Bancaria, editado por el PST pero presentado como iniciativa de la subcomisión femenina de la Asociación.[29]
Este tipo de tácticas le permitió a la militancia identificar individualmente a diversas mujeres factibles de profundizar el lazo más allá de lo recreativo, lo que redundó en otro tipo de construcción como la gestación de comisiones femeninas en diversas entidades, la incorporación a la organización de activistas particulares o la participación organizada en conflictos como el ya mencionado cierre del BIR.[30]
Boletines Por la Unidad Obrera en la Alimentación (1977) y Amiga Bancaria (1979)
La construcción entre sectores medios
En simultáneo a la militancia desarrollada sobre las trabajadoras, existió una amplia política de acercamiento hacia mujeres de procedencias ajenas a este rango, englobadas bajo la nomenclatura de “pequeña burguesía”. La intervención se produjo, por un lado, a través de publicaciones no exclusivamente dedicadas a las mujeres pero sí con un porcentaje de su espacio destinado al tratamiento de esta esfera. Así, tanto un proyecto editorial destinado a un público juvenil, la revista Propuesta, como una iniciativa de raíz artístico-cultural, Cuadernos del camino, contemplaron en sus páginas secciones o artículos que daban cuenta de tópicos vinculados a la mujer o al feminismo. Por otro lado, este partido fomentó una publicación exclusiva sobre temáticas relativas a la mujer, la revista Todas. Acorde a las medidas de seguridad y en razón de tratarse de iniciativas que pugnaban por utilizar la escasa libertad existente, ninguna de estas ediciones tuvo directa referencia a la organización de la cual emergieron.
Propuesta fue un proyecto editorial impulsado en sus inicios por un grupo de jóvenes de la localidad bonaerense de Quilmes en 1977. La participación de militantes del PST acabó por convertir a la revista en una publicación vinculada al partido, dirigida a un amplio espectro juvenil (Mangiantini, 2021b; Luciani, 2022). Por su parte, Cuadernos del Camino, editada desde 1978, fue el emprendimiento más firme del PST de elaboración de una revista intelectual-cultural (Manduca, 2022). Si bien en Cuadernos primó un contenido mayoritariamente ligado al mundo artístico y en Propuesta se desarrollaron disímiles temáticas afines a la juventud (como el rock, el cine o las salidas de los fines de semana), ambas publicaciones permitieron abordar aspectos relativos a la situación de la mujer que excedían el plano laboral.
En primer lugar, se vislumbró como una inquietud transversal la reflexión en torno a la desigualdad entre géneros en la vida cotidiana. Por ejemplo, en Cuadernos se ancló la problemática a la educación formal y la construcción del imaginario que la escuela forjaba (por ejemplo, mediante textos escolares) alrededor de las figuras del hombre y la mujer siendo esta última identificada con funciones domésticas o de procreación.[31] De modo similar, Propuesta identificó las múltiples asimetrías que la mujer experimentaba en la sociedad en los distintos momentos de su vida. Las diferencias con los hombres en los tipos de juegos durante la niñez, el imaginario de carreras universitarias no acordes al prototipo femenino, la necesidad de la “femineidad” en el vestir, el cuidado del cuerpo, la estética y la imagen ante la sociedad, eran ejemplos de ello.[32] Incluso, el periódico Opción tomó este tópico. A raíz del fallecimiento de la antropóloga Margaret Mead, ponderó las teorías que esgrimían que la diversidad de roles asignados a los hombres y mujeres no se hallaban determinados por diferencias biológicas sino por el ambiente social de los individuos.[33]
A partir del análisis del mundo juvenil, las relaciones sexo-afectivas también tuvieron un tratamiento destacado. Uno de los temas ponderado fueron las relaciones de pareja entre jóvenes. La mirada de género apareció desde perspectivas tales como la educación asimétrica que recibían los varones y las mujeres con la consecuente carga peyorativa y prejuiciosa que pesaba sobre estas últimas al momento de iniciarse en la vida sexual, los tabúes que recaían sobre estas temáticas inhibiendo el diálogo entre hijos y padres o la desigual capacidad de tomar decisiones en favor del hombre al interior de una pareja formada. Junto a ello, la revista incorporó la esfera económica como un limitante para la pareja joven dados los costos de las actividades recreativas como el cine o de los hoteles.[34] Resulta de interés que, más allá de la crítica hacia un estereotipo de pareja idealizada, la mirada de Propuesta no rompía con una perspectiva de vínculo de carácter monogámico y, de hecho, heteronormativo que la propia organización había revisado como ideal en los años anteriores.
También mereció espacio el abordaje sobre la sexualidad. La revista se posicionaba contraria a la noción de haberse concretado una real liberación sexual más allá de la superación de determinados tabúes. En este sentido, se sostenía como teoría la perpetuación de la represión sexual al momento del crecimiento de las personas (mediante el rol de instituciones familiares, educativas, etc.) como un componente inherente a la pérdida del placer necesaria para que el individuo pudiera desempeñarse en un mercado de trabajo carente de satisfacciones. Por otro lado, se caracterizó que la actividad sexual aún se hallaba mayormente dirigida, no a la búsqueda del placer, sino a la reproducción. En otro orden, se aseveró que la situación de dependencia económica de la mujer era un rasgo que distorsionaba aún más a la sexualidad al encontrarse condicionada por su pareja relegando su propio placer. Por último, se afirmó que la hipotética “liberación sexual” trajo también consigo nuevos modos de explotación de la mujer como, por ejemplo, su imagen convertida en objeto de consumo publicitario o cinematográfico, o bien, su transformación en mercadería a través de la prostitución.[35] En paralelo, la sexualidad de la juventud y su vinculación con la desigualdad hacia la mujer fue abordada desde aspectos colaterales como, por ejemplo, la conquista por parte del hombre identificando en “el levante” un privilegio y una acción meramente masculina en la que la mujer asumía un papel pasivo y rutinario en el que el deber ser indicaba la obligación de rechazar inicialmente la propuesta de su interlocutor.[36]
En menor medida, tuvo lugar entre las publicaciones un tratamiento de temáticas vinculadas a debates inherentes al movimiento de mujeres a nivel mundial. El aborto apareció referido de un modo soslayado pero no como un derecho de opción por parte de la mujer sino como la consecuencia de una política educativa débil en materia de saberes sexuales.[37] Por su parte, la prostitución, se analizó como un fenómeno repudiable proveniente tanto de una situación económica de precariedad que derivaba en la venta del propio cuerpo como, así también, como expresión de una cultura patriarcal que otorgaba a la prostituta un papel vedado para la mujer “de familia” (por ejemplo, la iniciación sexual de los jóvenes o la aceptación de prácticas consideradas amorales).[38]
Otro modo habitual de dar cuenta de problemáticas de las mujeres se produjo a través de trayectorias biográficas. Por ejemplo, en Cuadernos del Camino se rescató a la figura de Virginia Woolf como una expresión de denuncia de la discriminación de la mujer en la sociedad inglesa. En Opción se hizo lo propio con Sofía Loren o Victoria Ocampo. De la actriz italiana se destacó su discurso contrario al machismo mientras que a la escritora argentina se la presentó como un ejemplo de feminismo (aunque refractario a los ideales de izquierda).[39]
Propuesta, Año III, N° 19, septiembre 1979
Todas, por su parte, fue una revista impulsada en el segundo semestre de 1979, pensada como un vehículo de trasmisión hacia mujeres provenientes de los sectores medios, especialmente intelectuales. Esta delimitación no fue, sin embargo, el objetivo inicial. De hecho, en su presentación se ubicó como voz de las amas de casa, empleadas, obreras, profesionales, artistas e intelectuales.[40] Con redacción pública, tuvo una circulación legal desvinculada en apariencia de toda ligazón política e, incluso, su publicación se hallaba acompañada de actividades y encuentros abiertos (Bellucci, 2019; Manduca, 2022).
A lo largo de sus tres números, es posible distinguir disímiles ejes de interés que alternaron mayor o menos peso. Inicialmente, existió una preocupación de carácter artístico-cultural, notoriamente preponderante en el primer número. Las problemáticas femeninas aparecieron reflejadas de distinto modo. Entre otros ejemplos, la traducción del cuento “Felicidad” de la escritora neozelandesa Katherine Mansfield que tiene como protagonista a un personaje femenino que experimenta una sensación de encierro o “La novia” de Anton Chejov, que describe a una joven en vías de casarse cuando es incentivada a abandonar su pueblo para iniciar estudios universitarios.[41] Otra variante fue la sección de crítica de películas, ya sean porque sus protagonistas eran femeninas, o bien, porque tomaban una problemática de interés (como fue el caso de “Kramer vs. Kramer”, un simbólico film porque la madre abandonaba el hogar dejando a su hijo al cuidado del padre).[42]
A partir del segundo número, primó como un eje de preocupación el tratamiento de problemáticas pertinentes al universo femenino vinculadas a fenómenos sociales más amplios. Así, Todas abordó el fenómeno de las violaciones a las mujeres analizando este delito como la consecuencia de la educación y la presión social hacia el varón en el desarrollo de su masculinidad y sentir de superioridad como género.[43] A su vez, incorporó un análisis sobre las discriminaciones y dificultades que experimentaban las madres solteras y un debate sobre la identidad femenina y su crisis como tal.[44] El último número de la revista trató el fenómeno de la violencia doméstica alertando sobre la extensión y aceptación social de ello.[45]
Por último, existió un tercer bloque de artículos que cobraron paulatina fuerza hasta convertirse en dominantes en el último número. Se trató del material que reflejó la problemática de la mujer en tanto trabajadora, tópico en principio más alejado de los intereses manifestados por una publicación de raigambre más cultural. Si bien en los primeros números existieron referencias a la mujer proletaria, estas se hallaban insertas en relatos más abstractos o ficcionales. Por ejemplo, el texto “La búsqueda” narraba desde una voz femenina la experiencia de buscar trabajo lo que incluía la incomodidad de ciertas preguntas cercanas al acoso de un hipotético empleador, o bien, “La mujer biónica”, utilizaba el nombre de la serie estadounidense para ironizar, en tono ficcional, alrededor del día de una mujer que desarrollaba en simultáneo tareas domésticas, laborales y maternales.[46]
En el segundo número de la revista, fue incorporada la sección “Nuestros trabajos, nuestras vidas” en la que se analizaban las problemáticas de un rubro laboral en particular. Por ejemplo, se describió el devenir de la profesión de enfermeras focalizando tanto en las condiciones económicas nocivas como en los frecuentes intentos de acoso por parte del personal médico masculino.[47] Sin embargo, el último número de la revista incorporó una serie de artículos que daban cuenta de conflictos específicos y coyunturales que afectaban a las mujeres como, por ejemplo, la problemática del gremio bancario y, específicamente, el cierre del BIR.[48] Así, Todas acabó por entroncar con una línea de intervención asimilable al tenor que la organización le imprimió a otro tipo de iniciativas tales como los boletines sindicales o el periódico partidario lo que, puede esgrimirse, correspondió también a un viraje en la política más general del partido en lo relativo a las mujeres y al diálogo con los feminismos.
Todas, Año II, N° 3, 1980, p. 25.
Conclusiones
Desde los tempranos años setenta y hasta los prolegómenos de la dictadura de 1976, el PST poseyó un rasgo distintivo con relación al conjunto de las tradiciones de izquierda también existentes, esto es, la búsqueda de diálogo y retroalimentación con el movimiento feminista y la llamada liberación de la mujer. Esto le permitió no solo robustecer a la organización sino también incorporar tópicos no explorados en los discursos y programas imperantes. Sin embargo, el golpe de Estado, por un lado, en simultáneo con los reacomodamientos internacionales del trotskismo, por otro, truncó esta experiencia y provocó un freno en los avances logrados.
En el marco de una crisis interna del partido tras años de una clandestinidad que condicionó a sus militantes en cuanto a sus prácticas y modos de relacionamiento con el afuera de la organización, la temática de la mujer volvió instalarse desde los equipos de base y a partir de las inquietudes de distintas activistas. Es factible aseverar que el PST experimentó una revolución interna por parte de mujeres militantes que, con sus planteos y revisiones, lograron reinstalar el tema y trasladarlo al conjunto de las esferas partidarias.
Las inquietudes emanadas desde las células hacia las entidades directivas obligó a la conducción del PST a reincorporar estos tópicos y pugnar por canalizar el debate hacia carriles que evitaran una profundización de la crisis y el consecuente debilitamiento de las normativas de seguridad que un estado deliberativo producía. Así, los debates sobre los tipos de feminismo, la liberación de la mujer y las inquietudes inherentes a las desigualdades de acuerdo al género, se instalaron plenamente en el partido a través de documentación publicada en boletines internos, la realización de reuniones particulares sobre este tópico y la conformación de una comisión femenina cuyo objetivo era sostener y dar forma al trabajo sobre la mujer.[49]
Otra expresión del peso que poseían estas preocupaciones dentro de la militancia trotskista se manifestó a través de las diversas publicaciones utilizadas como correas de militancia para la inserción en el movimiento social. La búsqueda de intervención entre las mujeres se realizó tanto en la esfera obrera (a través de boletines fabriles) como entre aquellas provenientes de otros estratos y realidades. Expresión de ello fueron las mencionadas Propuesta, Cuadernos del Camino y, específicamente, Todas.
Estas iniciativas le permitieron al PST abordar e intervenir, con mayor o menor profundidad, en tópicos o preocupaciones en boga en el movimiento de mujeres y en los feminismos locales e internacionales. El aborto, las madres solteras, la violencia sobre la mujer, la asimetría en la educación según el sexo, la cultura patriarcal de la sociedad, entre otros temas, fueron algunas de las inquietudes tratadas. Sin embargo, la descripción realizada del devenir de la revista Todas es también sintomático en cuanto al derrotero de la propia organización. La paulatina reducción de estas temáticas y la aparición con más fuerza de un perfil de carácter obrerista y sindical daba cuenta de un giro que colocó, nuevamente, como eje de preocupación central al proletariado y a sus organismos de representación gremial. Sin menospreciar desde el discurso la importancia de otros sujetos sociales factibles de ser incorporados a un proyecto revolucionario (entre ellos, los colectivos de mujeres), en la práctica estas otras áreas de intervención fueron perdiendo presencia. La desaparición en 1980 de las tres publicaciones mencionadas como así también la disolución de la antes conformada Comisión femenina del partido son muestras de ello.
Es factible afirmar que el clima de resistencia obrera a la dictadura que se vislumbró con mayor claridad desde 1979 reorientó los objetivos partidarios hacia la reorganización de aquel sujeto considerado vanguardia para las perspectivas políticas tanto pasadas como venideras. Ello se acentuó luego en el contexto de la transición democrática con la conjunción de una militancia fabril y sindical con un activismo barrial y electoral (López, 2022). El documento antes descripto (Petit y Carrasco, 2009) que aseveró la validez de aquellas demandas feministas como parte de un cúmulo de consignas democráticas precisas de vincular a un programa de corte anticapitalista se volvería entonces la línea sostenida en los años siguientes obturando la viabilidad de un feminismo independiente al derrotero de la izquierda. Será recién en el contexto de la recuperación democrática, ya avanzados los años ochenta (Casola, 2021), cuando esta corriente entronque su intervención política (una vez más) con este tipo de demandas y movimientos llevando a la práctica experiencias de nuevo tipo.
Bibliografía
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Recepción: 28/02/2023
Evaluado: 13/03/2023
Versión Final: 20/04/2023
(*)Instituto Ravignani – CONICET / UBA. martinmangiantini@gmail.com. https://orcid.org/0000-0002-4615-8693
[1] Esta corriente se originó en los años cuarenta y actuó bajo diversas nomenclaturas. En 1972, se fusionó con un desprendimiento del Partido Socialista Argentino dando origen al PST. Con esta denominación actuó (de manera legal y clandestina, respectivamente) hasta la finalización de la dictadura en 1983 para convertirse en el Movimiento al Socialismo.
[2] “Minuta sobre el trabajo de la mujer”, Comité Central del PST, 18-07-1975.
[3] “El aspecto interno”, PST, 1978.
[4] “Boletín interno N° 21”, 02-05-1978 [Camuflado como “Historia. Texto 21”], PST; “Mujer”, PST, 1978; “Minuta sobre la mujer”, 05-07-1978, PST.
[5] “Boletín interno N° 21”, 02-05-1978 [Camuflado como “Historia. Texto 21”].
[6] “Mujer”, PST, 1978.
[7] “Boletín interno N° 21”, 02-05-1978 [Camuflado como “Historia. Texto 21”].
[8] “Mujer”, PST, 1978.
[9] En los años previos al golpe de Estado, existieron experiencias de organizaciones del campo de la izquierda que impulsaron la organización de su militancia femenina declarándose al mismo tiempo refractarias a un ideal feminista. Este fue el caso del Frente de Mujeres impulsado por el Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo o de la Agrupación Evita animada por Montoneros (Grammático, 2011; Martínez, 2009).
[10] “Mujer”, PST, 1978.
[11] “Mujer”, PST, 1978; “Minuta sobre la mujer”, 05-07-1978, PST.
[12] “Mujer”, PST, 1978.
[13] “El aspecto interno”, 1978, PST; “Minuta sobre el trabajo de la mujer”, 1979, PST.
[14] La Unión de Mujeres Argentinas (Casola, 2014).
[15] “El aspecto interno”, 1978, PST.
[16] “El aspecto interno”, 1978, PST.
[17] “Mujer”, PST, 1978; “Minuta sobre el trabajo de la mujer”, 1979, PST.
[18] “Minuta sobre el trabajo de la mujer”, 1979, PST.
[19] Su único número fue editado en diciembre de 1979 y su presentación daba cuenta de tratarse de una iniciativa exclusiva de la “Subcomisión de Deportes Femenina de la Asociación Bancaria Argentina de Deportes”. El número informaba sobre las actividades ya realizadas a la vez que instaba a las mujeres del gremio a reunirse y participar. En apariencia sin tenor político, la revista incluía la invitación específica a concurrir semanalmente a la sede de la entidad a las empleadas que así lo desearan e, incluso, una poesía final que daba cuenta de la irrupción femenina y su mayor visibilidad.
[20] “Boletín Por la Unidad Obrera en la Alimentación”, 1977.
[21] “Unidad. Por la reorganización sindical de los trabajadores de Sanidad, N° 1”, 1978.
[22] “Guarderías: una necesidad esencial”, por Dora Valle, en: Opción, Año 2, N° 14, 1 de septiembre de 1979, p. 18.
[23] “Boletín Por la Unidad Obrera en la Alimentación”, 1977; “Unidad. Por la reorganización sindical de los trabajadores de Sanidad, N° 1”, 1978; Cobertura. Boletín de trabajadores del seguro, N° 2, Octubre 1979; “Agrupando Bancarios”, Boletín de seccionales de Buenos Aires y del Interior de la Asociación Bancaria, S/N, 1979.
[24] “Boletín Por la Unidad Obrera en la Alimentación”, 1977; Cobertura. Boletín de trabajadores del seguro, N° 1, Agosto 1979.
[25] “Agrupando Bancarios”, boletín extra, abril de 1980; “Agrupando Bancarios”, Año II, N° 3, mayo de 1980.
[26] “A vos mujer”, volante Sanidad, 1978.
[27] Mercantiles. Boletín de trabajadores de comercio, N° 1, 26-09-1979, “A vos mujer”, volante Sanidad, 1978; Cobertura. Boletín de trabajadores del seguro, N° 1, Agosto 1979.
[28] “Minuta sobre bancarios”, 1978, PST; “Balance de actividades de la Comisión de la Mujer”, PST, 1979
[29] “Amiga Bancaria”. Publicación de la sub-comisión femenina de la ABAD, diciembre 1979.
[30] “Balance de actividades de la Comisión de la Mujer”, PST, 1979; “Mujer”, PST, 1978; “Minuta de compañeras bancarias”, PST, 1979; “Orientación del trabajo sobre la mujer”, PST, diciembre de 1979.
[31] “Mujer”, en Cuadernos del Camino, N° 4, diciembre de 1979, p. VIII (Suplemento Educación).
[32] “Hay cosas que no son para mujeres”, por Adriana Moreno, en: Propuesta, Año II, N° 8, agosto de 1979, pp. 5-7.
[33] “Margaret Mead”, en: Opción. Año 1, N° 10, diciembre de 1978, p. 7.
[34] “Los jóvenes y la pareja. Siempre soñar, nunca poder”, por Silvio Winderbaum, en: Propuesta, Año II, N° 11, noviembre de 1978, pp. 19-21.
[35] “Sexualidad: ¿Liberados o reprimidos?”, por Néstor Mosaico, en: Propuesta, Año I, N° 6, abril de 1978, pp. 13-16.
[36] “Piropos: gritos y susurros”, por Inés Henke, en: Propuesta, Año III, N° 19, septiembre 1979, p. 7; “Las mujeres y el levante: no es bueno que el hombre esté solo”, por Inés Henke, en: Propuesta, Año III, N° 19, septiembre 1979, p. 8; “Encuesta sobre el levante: ¿la pata o la pechuga?”, por Alejo Márquez, en: Propuesta, Año III, N° 19, septiembre 1979, p. 9.
[37] “Sexualidad: ¿Liberados o reprimidos?”, por Néstor Mosaico, en: Propuesta, Año I, N° 6, abril de 1978, pp. 13-16.
[38] “Prostitución”, por Claudia Ziliani e Inés Heinke, en: Propuesta, Año III, N° 21, noviembre 1979, pp. 26-28.
[39] “Sofía, su propia historia”; en: Opción. Año 2, N° 14, 1 de septiembre de 1979, p. 18; “Victoria Ocampo. Desparpajo, feminismo y cultura”, en: Opción. Año 1, N° 10, diciembre de 1978, p. 20.
[40] “Carta abierta para todas”, en: Todas. Año 1, N° 1, agosto-septiembre de 1979, p. 1.
[41] “Felicidad”, en: Todas. Año 1, N° 1, agosto-septiembre de 1979, pp. 5-9; “La novia”, en: Todas. Año 2, N° 3, 1980, pp. 22-24.
[42] “Sonata Otoñal vs. Susan y Anna”, en: Todas. Año 1, N° 1, agosto-septiembre de 1979, p. 18; “Kramer vs Kramer”, por Sarah Karmel, en: Todas. Año 2, N° 3, 1980, p. 32.
[43] “Violación”, por Sarah Karmel, en: Todas. Año 1, N° 2, 1979, p. 21.
[44] “¿Un juicio perdido? La maternidad sumariada”, en: Todas. Año 1, N° 2, 1979, pp. 22-23; “Psicología. Identidad femenina”, en: Todas. Año 1, N° 2, 1979, pp. 23-24.
[45] “Violencia doméstica. El pan nuestro de cada día”, por Sarah Karmel, en: Todas. Año 2, N° 3, 1980, pp. 16-17.
[46] La búsqueda”, por Mori Jordan, en: Todas. Año 1, N° 1, agosto-septiembre de 1979; pp. 23-24; “La mujer biónica”, por Mónica Abad, en: Todas. Año 1, N° 1, agosto-septiembre de 1979, p. 25.
[47] “Las enfermeras”, Todas. Año 1, N° 2, 1979, pp. 8-9.
[48] “Las bancarias. Un reportaje”, en: Todas. Año 2, N° 3, 1980, p. 10; “Juana de Arco murió en el BIR”, en: Todas. Año 2, N° 3, 1980, p. 10.
[49] “Orden del día y propuesta de resoluciones”, Comité Central del PST, mayo de 1979; “Informes comisiones nacionales”, PST, agosto de 1979.