La diferenciación en el interior del campo intelectual: las políticas de memoria, verdad y justicia y los tópicos de discusión en la prensa (2003-2008)

 

Beatriz Dávilo [1](*)

  Silvina Gibbons (**)

María Mercedes Prol (***)

Martín Zampino (****)

 

 

Resumen

 

Este artículo reconstruye las intervenciones de los intelectuales con inserción académica en los medios gráficos -en formato papel y digital- entre 2003 y 2008. En los meses inmediatos posteriores a la asunción de Néstor Kirchner a la presidencia, los posicionamientos de los intelectuales frente al gobierno no mostraron diferenciaciones importantes en cuanto a nombres propios o medios de comunicación. Las políticas de memoria, verdad y justicia implementadas por el Ejecutivo desde comienzos de 2004 provocó entre los intelectuales una revisión de los años 70 en clave autobiográfica que inició un proceso de diferenciación entre quienes las cuestionaron y quienes las aprobaron. A partir de 2008, en el contexto de lo que se denominó “el conflicto con el campo”, los intelectuales aumentaron su participación en la prensa en una trama discursiva caracterizada por una lógica antagónica.

 

Palabras clave: Intelectuales; Kirchnerismo; Militancia setentista; Memoria.

 

The differences inside the intelectual camp: the politics of memory, truth and justice and the topics of discussion into the press (2003-2008)

 

 

Abstract

 

This article reconstructs intellectual interventions in the graphic media between 2003 and 2008, both in print and digital formats. The positions of the intellectuals toward the government did not show any significant differences in the months immediately following Néstor Kirchner's election to the presidency in terms of names or media outlets. Since the start of 2004, the Executive's policies of memory, truth, and justice have prompted a review of the 1970s in key autobiographical works among intellectuals, which has sparked a process of differentiation between those who questioned them and those who supported them. In 2008, since the confrontation over farming tax retentions, intellectuals increased their media presence in a contentious discourse characterized by antagonistic logic.

 

Key Words: Intellectuals; Kirchnerism; Seventies militancy; Memory.

 

 

 

 

 

 

 


 

La diferenciación en el interior del campo intelectual: las políticas de memoria, verdad y justicia y los tópicos de discusión en la prensa (2003-2008)

 

 

 

Introducción

 

Este artículo busca reconstruir las intervenciones y los tópicos que estructuraron la participación de los intelectuales con inserción académica en los medios gráficos, tanto en formato papel como digital, entre los años 2003 y 2008.[2] Nos interesa particularmente establecer en qué coyuntura y a partir de qué problemáticas se polarizó el campo intelectual con relación a la experiencia política kirchnerista y cuáles fueron los argumentos que nutrieron a las diversas posiciones que se fueron delineando en ese proceso.

Néstor Kirchner asumió la presidencia en mayo de 2003, en el contexto de una profunda crisis de representación política que se había manifestado en toda su magnitud en diciembre de 2001. El resultado electoral obtenido en primera vuelta por el flamante presidente –un 23% de los votos- y la renuncia de Carlos Menem a competir en la segunda vuelta electoral parecieron cuestionar la legitimidad de origen de Kirchner. Este escenario motivó la política de “transversalidad” implementada durante su presidencia mediante la cual muchos referentes de otros espacios políticos fueron convocados a participar del gobierno.[3] En ese momento inicial, caracterizado por la comunión entre diversos actores políticos, el fortalecimiento de la legitimidad del gobierno y el crecimiento del apoyo social a Kirchner, surgieron también los primeros cuestionamientos por parte de algunos sectores puntuales, entre ellos el ejercido por ciertos grupos de intelectuales.

En 2007, Néstor Kirchner fue sucedido en la presidencia por Cristina Fernández. El fin de la política amplia de inclusión de diversos sectores a la coalición gobernante tuvo lugar en 2008, a propósito del conflicto entre el gobierno y los productores agropecuarios. Su más grosera manifestación fue el voto negativo en la Cámara de Senadores, de parte del vicepresidente de origen radical, al proyecto oficial sobre la política de retenciones a las exportaciones de granos. A partir de este conflicto, los intelectuales con inserción académica tomaron la palabra en la prensa en una trama discursiva atravesada por una lógica antagónica.

Por tanto, este período que se extiende entre 2003 y 2008 es clave para abordar el tránsito entre un primer momento en el que los intelectuales no asumieron un posicionamiento definido frente al gobierno, y otro posterior caracterizado por una marcada polarización. En este sentido, como mostraremos más adelante, el campo intelectual se mantuvo indiferenciado durante el primer año de gobierno de Kirchner, mientras que a partir de 2004 comenzó a trazarse una línea de diferenciación en su interior a propósito de las políticas de memoria, verdad y justicia asumidas por el Ejecutivo. Asimismo, consideramos que desde mediados de 2008 este ámbito quedó atravesado por dos posiciones bien antagónicas que motivaron que buena parte de sus integrantes se mostrarán cada vez más predispuestos a participar del espacio público para manifestar sus posturas divergentes y abonar un debate cuyo objeto principal fueron las políticas implementadas por el Ejecutivo y la caracterización de esta experiencia de gobierno.

En ese marco, nos proponemos establecer las condiciones y peculiaridades que asumió la participación de los intelectuales vinculados a las ciencias sociales en la esfera política a través de la prensa escrita en formato papel y digital. Partimos de un momento inicial, en el que la oposición kirchnerismo / antikirchnerismo no estaba delimitada en lo que refiere a nombres propios ni a medios de comunicación, y luego reconstruimos el pasaje a otro posterior en el que se desplegó la lógica antagónica recién mencionada, que se articuló con la que se puso en escena en los medios masivos de comunicación. El objetivo es comprender los ejes a partir de los cuales se polarizó el campo, identificar los componentes discursivos que nutrieron los posicionamientos de estos expertos y cómo se produjo dicha articulación.[4]

En este trabajo afirmamos que las políticas de memoria, verdad y justicia implementadas durante el gobierno de Néstor Kirchner reactivaron en muchos intelectuales una relectura de la militancia setentista y del tratamiento hecho por el alfonsinismo sobre la cuestión de los derechos humanos. Más ampliamente, sostenemos que estas políticas promovieron la revisión de los sentidos públicos que se construyeron en los años ‘80 en torno a la violencia política, la militancia y los proyectos políticos de la primera mitad de los años ‘70. A partir de esta hipótesis general, consideramos que los posicionamientos asumidos por los intelectuales a propósito de las mismas, y su mirada sobre el pasado reciente, estuvieron atravesados por la biografía política de quienes participaron en el debate abierto a tal efecto en 2004, de modo que la dimensión autobiográfica estructuró buena parte de los relatos.[5]

En consonancia con lo anterior, argumentamos que resulta posible identificar dentro de los intelectuales que se opusieron al gobierno de Kirchner y, en particular a su política de derechos humanos, dos posturas diferenciadas. Por un lado, nos encontramos con quienes tuvieron militancia en agrupaciones de izquierda durante los años ’70 y en el transcurso de la transición a la democracia apostaron por la democracia consensual como régimen político y como lógica de articulación social. Los integrantes de este subgrupo manifestaron que la recuperación hecha por el kirchnerismo de la juventud setentista, presentándola como idealista y comprometida, era parcial y cuestionable. Por otro lado, un segundo subgrupo estuvo integrado por quienes se inscribieron en la tradición liberal e hicieron del republicanismo el eje estructurante de una crítica al kirchnerismo por padecer un “déficit de institucionalidad”. En ambas vertientes comenzó a perfilarse una primera configuración semántica centrada en el tópico del republicanismo, en tanto asociaron la posición kirchnerista con un cierto unanimismo interpretativo sobre los años ’70, al que consideraron manifestación de una ausencia de vocación pluralista.

Por su parte, los intelectuales que cerraron filas con el kirchnerismo a partir de 2004 compartieron la idea de revisar la década del ’70, la promoción de los juicios por delitos de lesa humanidad y el respaldo a los organismos de derechos humanos. En estos casos, la adhesión fue una forma de reivindicar aspectos de su propio pasado militante o bien de reconstruir su propia identidad peronista diferenciándola de las posiciones de algunos sectores del partido más proclives a echar un manto de olvido sobre la dictadura. Al mismo tiempo, ello permitió revisar ciertas versiones que se habían construido en el campo académico durante la transición democrática tanto sobre el peronismo histórico como sobre el de la primera mitad de los setenta.

 

Los intelectuales, la política, lo político y los medios

 

Durante los primeros años del kirchnerismo la participación de intelectuales vinculados a las ciencias sociales en los medios de comunicación fue comparativamente menor a la del período que se abrió en el año 2008, a partir del conflicto que el gobierno mantuvo con las patronales agrarias.[6]

Esta escasa intervención fue percibida por algunas figuras del ámbito académico universitario. En el mes de junio del año 2005, la Revista Ñ, el suplemento cultural del diario Clarín, y la librería El Ateneo organizaron una serie de debates en los que reunieron a un conjunto de figuras reconocidas del campo de las ciencias sociales. El primero de estos debates se tituló ¿Para qué sirve un intelectual?, fue coordinado por Marcos Mayer y contó con la presencia de Nicolás Casullo, Horacio González y Eduardo Grüner, entre otros, quienes fueron invitados a reflexionar sobre el papel de los pensadores en la sociedad y en la política contemporáneas. En el desarrollo del debate, Mayer marcó la carencia de vínculos entre los ámbitos intelectual y político, y señaló que “la clase política” argentina no nutría sus ideas y argumentos con saberes específicos. Aunque no hubo acuerdo entre los presentes sobre definiciones en torno a qué es un intelectual y cuál es el rol que le cabe en la sociedad, buena parte de las figuras citadas coincidieron en que ambos espacios mantenían desde antaño una relación conflictiva y compartieron la preocupación por la ausencia de pensadores en la escena pública y política. Para los concurrentes, esa escasa trascendencia se debía a una falta de interés y a la resistencia, tanto de los medios masivos de comunicación como de la dirigencia política, respecto a incluir opiniones con otro tipo de elaboración y complejidad articuladas en posiciones críticas que podían ser consideradas como molestas.

En ese marco, Casullo afirmó que en la Argentina “la figura del intelectual es una figura no muy apreciada, no muy querida, ni por la política, ni por los grandes líderes nacionales, ni por los grandes caudillos que atravesaron nuestra historia, ni tampoco por una sociedad modernizada y hecha a golpes muy duros de una constitución económica muy fuerte”.[7] En relación con el escenario político de la coyuntura, González se lamentó:

 

Yo no veo, en este momento, y lo digo con pena, que la vida intelectual argentina tenga suficientes motivos para enorgullecerse. Y la vida política argentina está muy desnutrida de lengua, de texto. Es a-textual. No digo que sea iletrada, es a-textual, es decir, no tiene textos capaces de interrogarse a sí mismos y nadie piensa en ellos en las escenas políticas. Entonces, eso exige menos el auxilio de ningún intelectual que una profunda autorreflexión del país en todos sus cuadros culturales y políticos. Porque, finalmente, si los gobiernos persisten sin texto, evidentemente no veremos momentos interesantes y satisfactorios desde el punto de vista de una sociedad que se conoce a sí misma en términos de rigor y también de profunda angustia.[8]

 

En una posición crítica frente a la política de ese momento, manifestó con preocupación no encontrar en el gobierno de Kirchner interés por construir ese texto ya que entendía “que en el gobierno no hay interés en esa búsqueda. Eso lo percibo con preocupación. Percibo que en la situación argentina eso no está. Y debería estar. Y la ausencia de eso, de ese talismán es grave. Es grave que no aparezca como debate”.[9]

En sintonía con estos argumentos, dos años después, Juan Suriano se lamentó de que los historiadores –que componen un campo disciplinar institucionalmente afianzado teórica y conceptualmente a la vez que abierto a una continua revisión- no fueran invitados con frecuencia a aportar su mirada sobre procesos políticos contemporáneos cuando afirmó que “si la intervención pública de los historiadores no es mayor no se debe tanto a sus propias limitaciones, como al escaso interés de los medios por presentar versiones historiográficas complejas, abiertas a diferentes interpretaciones y alejadas de visiones maniqueas y anacrónicas”.[10]

Por aquellos días, en que los expertos de diferentes disciplinas coincidían en la escasa intervención e incidencia de los saberes sociales en la vida política, el espacio mediático habilitado a los intelectuales para hacer públicas sus lecturas sobre el presente no estaba polarizado. Ni ellos ni los medios habían establecido con claridad sus posiciones políticas frente al gobierno. La Revista Ñ, por ejemplo, ofreció notas de Horacio González, contó con los aportes de Hernán Brienza como reseñador de libros y presentó comentarios elogiosos de la tarea de divulgación histórica realizada por Felipe Pigna.[11] Por su parte, cuando Beatriz Sarlo y Marcos Novaro se mostraron críticos con el kirchnerismo, encontraron en Página/12 un lugar para vehiculizar sus análisis.[12]

Como mostraremos más adelante, durante los primeros meses no sólo los medios se abstuvieron de posicionarse abiertamente con relación al flamante gobierno sino que las evaluaciones de los intelectuales sobre la experiencia política en desarrollo fueron cautelosas y eludieron definiciones que implicaran alguna forma de alineamiento.

 

De la indiferenciación a la diferenciación: los intelectuales se mantienen a la expectativa

 

El contexto de crisis política que enmarcó la llegada de Néstor Kirchner al poder generó las condiciones para que un conjunto nada desdeñable de actores políticos se mostrase receptivos a la política de transversalidad ensayada por el gobierno y aceptaran la convocatoria a incorporarse al frente liderado por el presidente. Esas mismas condiciones enmarcaron también el amplio abanico de posicionamientos que despertó en diferentes sectores tradicionalmente opositores al peronismo el intento por reconstruir la gobernabilidad encarado por Kirchner y cuyo denominador común fue evitar la confrontación y dar tiempo al presidente para recuperar un piso mínimo de capacidades institucionales.

Del mismo modo que los partidos políticos, los profesionales de la política y los medios de comunicación, los intelectuales asumieron una posición expectante. Incluso algunos de ellos, que luego serán decididamente opositores, valoraron positivamente algunas de las medidas implementadas. Poco antes de que Néstor Kirchner asumiera, Luis Alberto Romero advertía esta situación al afirmar que:

 

(Kirchner) cuenta naturalmente con una parte importante del aparato peronista, que se incrementa a medida que nuevos dirigentes de todo nivel, que inicialmente hicieron otra apuesta, se suman al vencedor de la hora. Pero probablemente sus apoyos no peronistas sean real o potencialmente tantos como los peronistas, pues Kirchner cuenta hoy con la aquiescencia –crítica, naturalmente- de progresistas o socialdemócratas, radicales, seguidores de Elisa Carrió, y hasta partidarios del orden y la autoridad (…).[13]

 

Y completaba su análisis sosteniendo que “parece inevitable que, alejado definitivamente Menem, el nuevo presidente opte entre alguna de estas distintas alternativas y consecuentemente genere la desilusión de otros”.[14] Pocos meses después, el historiador elogió la figura del ministro de Economía, Roberto Lavagna, y destacó positivamente el gesto político de evitar la formulación de proyectos de mediano o largo plazo: “me parece que la figura clave del gobierno es Lavagna, que ha resultado ser un excelente administrador del tiempo corto. Su mérito mayor es no formular grandes proyectos, sino que se limita al día a día.” Y ante la intervención del periodista señalando que era precisamente la ausencia de proyecto lo que se le criticaba, Romero respondió:

 

¡Ah, qué cómodo es cuestionar a un ministro que ha hecho el milagro de que la Argentina no se derrumbe! Yo creo que es un milagro lo que Lavagna ha conseguido. (...) Si en cuatro años Kirchner logra recuperar un piso de funcionamiento del Estado, ya está bien, y entonces quizá dentro de cuatro años podremos discutir si el desarrollo hacia adentro, si el desarrollo exportador…[15]

 

Por su parte, la escritora Beatriz Sarlo, quien también se convertiría en detractora del gobierno, afirmó en 2003 que le “gustaron sus primeras medidas. Estamos sorprendidos por esta aceleración que le imprime a la cosa pública, y por la acumulación de gestos que, es cierto, tienen mucho de simbólico. Pero la Argentina los estaba necesitando: su convocatoria a los organismos de derechos humanos y a distintas personalidades de la franja progresista”.[16]

 Estas manifestaciones evidencian que en el interior del campo intelectual no hubo evaluaciones iniciales negativas sobre el gobierno de Kirchner y que durante los primeros meses predominó una mirada condescendiente y optimista, tanto de la gestión del estado como de las políticas públicas implementadas. Del mismo modo, en este primer momento no es posible rastrear posicionamientos críticos a dos cuestiones que serán más tarde objeto de debate y que en un ejercicio de simplificación es posible presentarlas como el modo de ejercicio del poder y el respeto a la institucionalidad de carácter republicano. Ambas variables serán consideradas, fundamentalmente a partir de 2008, como insumos para nutrir dos categorías antagónicas -populismo y república- que serán utilizadas para calificar negativamente al kirchnerismo.

Respecto del primer concepto, en 2006 el historiador Natalio Botana se manifestó contrario a la idea de que la Argentina pudiera encontrarse frente a una experiencia populista. A través de una nota en el diario La Nación, el politólogo refutó la afirmación efectuada por el presidente de la Comisión Ejecutiva de la Unión Europea en la cumbre de Jefes de Estado realizada en Viena ese año, quien sostuvo que el “populismo” constituía una amenaza en Europa y América. En su escrito, Botana caracterizó el concepto al que le adjudicó connotaciones negativas y consideró que los estilos de liderazgo desplegados en ese modelo tales como la exacerbación de la voluntad del jefe de gobierno, el control de los recursos económicos, la apelación a ciertas reivindicaciones y las formas de intervención sociales y políticas, junto a la tendencia a arrinconar a los partidos de la oposición, estaban reñidas con la representación democrática y vulneraban el Estado de derecho. En su análisis, no consideró que estas tendencias fueran una amenaza para América Latina, ya que desde su perspectiva los únicos líderes que se encuadraban en esa categoría eran Hugo Chávez y Evo Morales:

 

Los populismos pueden generar procesos de incorporación social, como sucedió entre nosotros en el curso del primer peronismo, o anteponer las reivindicaciones nacionalistas frente a presuntos enemigos externos (el sempiterno demonio del imperialismo), según se desprende del militante discurso de Chávez. En una y otra de estas operaciones, mediante un movimiento hegemónico de captación masiva de apoyos, la dialéctica del populismo arrincona a los partidos de oposición y hace de ellos un rehén al que a veces asalta la tentación conspirativa. Merced a esta lógica, el populismo, en lugar de considerarse, al modo de un partido, una parte del pueblo, busca encarnar a todo el pueblo y, por ende, en clave nacionalista, a toda la Nación (…) Así las cosas, existe el riesgo de otorgar al populismo una exagerada trascendencia. Si nos atenemos a los hechos, el populismo es hoy minoritario en América latina (...) De Brasil a Chile y Uruguay, y de Colombia a Perú, nuestras políticas no arrojan un saldo populista, sino más bien resultados opuestos que, con enormes dificultades y tropiezos, buscan aproximarse a las exigencias propias del reformismo democrático.[17]

 

Para Botana, la política ha estado siempre en la encrucijada de dos modelos:

 

No importa que esta orientación sea de izquierda o de derecha; lo que importa, en definitiva, es trazar la línea entre, por un lado, la política que se ajusta el estado de derecho y, por otro, la política que rechaza esta restricción (…) o queremos una república democrática representativa en la cual la inteligencia ciudadana irradie a través de buenas leyes y de una alternancia constructiva en el ejercicio del poder, o nos entregamos a la aventura de inyectar en la república el contenido propio de un principado.[18]

 

A pesar de la apelación a una “fórmula prescriptiva” en cuanto al camino que debía seguir la Argentina, entre las dos alternativas que presentó se abstuvo de reivindicar una democracia meramente procedimental, vacía de contenidos sociales, sino que reconoció la profunda desigualdad que castiga a las sociedades latinoamericanas:

 

La Argentina debe ubicarse claramente del lado de las repúblicas templadas por la solidez institucional a sabiendas de que nada está adquirido de antemano. Si el populismo es una amenaza, no menos preocupantes son los gravísimos desafíos que se incuban en nuestras megalópolis, esos inmensos conglomerados humanos duramente castigados por las desigualdades y el crimen organizado.[19]

 

Por su parte, Ernesto Laclau tuvo en 2005 un lugar en las páginas del diario La Nación y de la Revista Ñ para hablar de su libro La razón populista, por entonces de reciente aparición. Allí defendió su tesis sobre la articulación entre populismo y democracia como vehículo para la incorporación efectiva de los excluidos de la arena política y afirmó que “cuando las masas populares que habían estado excluidas se incorporan a la arena política, aparecen formas de liderazgo que no son ortodoxas desde el punto de vista liberal democrático, como el populismo. Pero el populismo, lejos de ser un obstáculo, garantiza la democracia, evitando que ésta se convierta en mera administración”. Y, con relación a la historia de la Argentina, sostuvo que:

 

Antes del 30, el funcionamiento de la política argentina era muy poco democrático (…) Nosotros teníamos un liberalismo oligárquico que respetaba las formas liberales pero tenía una base clientelística que impedía toda expresión a las aspiraciones democráticas de las masas. Por eso, cuando las aspiraciones democráticas de las masas empiezan a presentarse en los años 30, 40, 50, muchas veces se expresan a través de formas políticas que fueron estrictamente antiliberales, como el varguismo y el Estado Novo, como el peronismo, regímenes formalmente antiliberales y que, sin embargo, fueron profundamente democráticos porque dieron cabida a una serie de aspiraciones de las masas.[20]

 

Laclau señaló que, por primera vez, en los últimos veinte años de historia latinoamericana confluyeron las aspiraciones nacionales y populares de las masas, la afirmación de los derechos humanos, la división de poderes y el pluralismo político. Esa confluencia emergería de la lógica del antagonismo:

 

[…] es decir, la emergencia de demandas sociales que se plantean a un cierto sistema. Esas demandas sociales constituyen un pueblo y el pueblo se constituye siempre en su oposición al poder. En la Argentina, por ejemplo, hemos tenido, después de la crisis del 2001, una enorme expansión horizontal de la protesta social y una escasa capacidad del sistema para absorber esas demandas en un sistema vertical institucional estable. De alguna manera, me parece que el actual gobierno está tratando de poner juntas las dos dimensiones, la vertical y la horizontal, y de esa manera crear un sistema ampliado de carácter más democrático.[21]

 

En 2006, la Revista Ñ convocó a Laclau y a la psicoanalista Joan Copjec para hablar de los aportes del psicoanálisis a la comprensión de los procesos de subjetivación tanto en la perspectiva de la teoría literaria como en la de la teoría política. La entrevista se cerró con una intervención de Laclau sobre el populismo como “una forma de construcción de lo político que es compatible con ideologías absolutamente distintas (…) Lo específico del populismo es un tipo de lógica política que procede a través de la dicotomización del espacio público”.[22]

En lo expuesto hasta aquí podemos observar que los expertos fueron cautelosos con las calificaciones vertidas sobre la experiencia política naciente y se mantuvieron expectantes. Los mismos circularon por diversos medios. No obstante, en sus expresiones es posible comenzar a identificar algunos tópicos que luego irán estructurando los contenidos de las futuras manifestaciones públicas en torno al fenómeno kirchnerista. En el discurso de Botana se recortaron los elementos que compusieron la oposición entre gobiernos populistas y gobiernos democrático-republicanos y, a la vez, en el planteo de Laclau se observó una lectura crítica de una democracia liberal cuando no responde a las demandas sociales que han hecho eclosión a partir de la crisis de 2001 en la Argentina.

 

Los comienzos de la diferenciación: posiciones en la prensa sobre las políticas kirchneristas de memoria, verdad y justicia en clave autobiográfica

 

Como mencionamos más arriba, el proceso de diferenciación interna del campo tuvo lugar a partir de diversas posiciones que asumirán los expertos ligados al mundo universitario con acceso a los medios de comunicación, respecto a la política de derechos humanos asumida por el Estado nacional en aquella coyuntura y a la incorporación a la agenda oficial de una revisión del pasado reciente.

En el discurso pronunciado en el acto de toma de posesión de la primera magistratura de la Nación, en mayo de 2003, Kirchner se identificó como parte de la generación de militantes que sufrió la represión del Estado: “Formo parte de una generación diezmada. Castigada con dolorosas ausencias. Me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a los que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada (...) Llegamos sin rencores pero con memoria. Memoria no sólo de los errores y horrores del otro. Sino que también es memoria sobre nuestras propias equivocaciones”.[23] En este pasaje de su discurso, el presidente se reconoció en el legado de valores reivindicados por la generación de militantes de los’70, trazando una relación de filiación entre esa militancia y sus posiciones políticas. Pero a la vez Kirchner, quien no participó de agrupaciones armadas, al incluirse como parte de esa generación reforzó la idea de que aquella militancia no se redujo a los sectores que optaron por la vía combativa.

No obstante, la euforia de la coyuntura de cambio de gobierno y el tono ambicioso de ese primer mensaje presidencial colaboraron para que la explícita identificación generacional efectuada por Kirchner no motivara mayores comentarios. Las controversias más intensas se iniciaron luego de la jornada del 24 de marzo de 2004, cuando el presidente pronunció un emblemático discurso en el predio de la Ex ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) e inauguró allí un Museo de la Memoria. En un tramo de ese discurso, Kirchner expresó: “Las cosas hay que llamarlas por su nombre y acá, si ustedes me permiten, ya no como compañero y hermano de tantos compañeros y hermanos que compartimos aquel tiempo, sino como Presidente de la Nación Argentina, vengo a pedir perdón, de parte del Estado Nacional, por la vergüenza de haber callado durante veinte años de democracia tantas atrocidades”[24]. Ese mismo día, previamente a su discurso en la ex ESMA, Kirchner había ordenado descolgar los cuadros de los ex dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone de la galería de directores del Colegio Militar de la Nación.

Como ha sido señalado por varios investigadores, la actitud de Kirchner con respecto a las políticas de memoria, verdad y justicia estuvo inscripta en un clima de época signado por el auge memorialístico iniciado a mediados de los años noventa, en momentos de conmemoración de los veinte años del golpe militar. En aquel contexto, se abrió otra etapa en la producción de memoria, fuertemente marcada por la presencia de una nueva generación en el campo de la militancia en derechos humanos, en particular con la creación de la agrupación HIJOS (Hijos por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio) (Cerutti, 2001 y Altamirano, 2006). En 1995, el testimonio de Alfredo Scilingo sobre los vuelos de la muerte en una entrevista concedida a Horacio Verbitsky y el pedido público de perdón del general Martín Balza por los crímenes de la dictadura –que le valió la expulsión del Círculo Militar en el 2000- abonaron un escenario propicio para dar nuevo impulso a la revisión del pasado inmediato y reinstalar el debate en torno a la militancia de los ’70 y el terrorismo de Estado.[25] A ello contribuyeron, además, los procesos judiciales efectuados en 1998 a dos miembros de la primera Junta Militar, Jorge Rafael Videla y Emilio Massera, por sus responsabilidades en el robo de bebés nacidos en cautiverio y la detención de ambos. Poco después se iniciaron los “Juicios por la Verdad”, puestos en marcha por fiscales federales y alentados por el CELS (Centro de Estudios Sociales y Legales) y la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos).

Los especialistas en el tema sostienen que las agencias estatales fueron receptivas a la visión del pasado construida desde los organismos de derechos humanos.[26] En este marco, surgió con fuerza una nueva imagen de los jóvenes desaparecidos durante la última dictadura que, sin abandonar la referencia a “las víctimas”, produjo un desplazamiento hacia la revalorización de su participación como militantes de agrupaciones políticas. Múltiples discursos desde distintos ámbitos revisaron las características de esa militancia y, aunque el diagnóstico no fue unívoco, se destacó la ponderación del compromiso con la transformación social que asumió la generación de jóvenes setentistas.

En 2004, las interpretaciones de los gestos y el discurso de Kirchner efectuadas desde el campo intelectual fueron variadas. Algunos consideraron que abría un nuevo debate político y generacional auspicioso sobre la radicalización política, el peronismo y la dictadura que, por diversos motivos, había sido clausurado. No obstante, muy pocos en el mundo intelectual universitario apoyaron abiertamente la posición de Kirchner. Politólogos, sociólogos e historiadores consideraron que la revalorización de la militancia setentista y el pedido de perdón en nombre del Estado, daban cuenta del intento de construir una memoria oficial que podía resultar peligrosa para la institucionalidad democrática, ya que contenía deformaciones del pasado. Desde esta mirada crítica se planteó la necesidad de revisar nuevamente la tradición de violencia de la cultura política argentina en la que estaban inscriptas tanto las luchas de las agrupaciones militantes como las respuestas represivas del Estado y se evocaron argumentos desplegados años atrás respecto de la intolerancia y el fundamentalismo de ciertas organizaciones de los ‘70.

Quienes cuestionaron la semblanza de la juventud setentista trazada por el presidente asociaron el posicionamiento público de Kirchner con un intento de instalar oficialmente una versión homogénea y unívoca de la historia reciente. En este caso, las referencias autobiográficas fueron fundamentales para estructurar los argumentos vertidos por los intelectuales. Por su parte, la segunda línea argumental desplegada articuló la denuncia de la existencia de un déficit de institucionalidad en el gobierno con el pasado político de muchos de sus miembros y con lo que en ese marco se consideró que eran versiones oficiales y sesgadas de la propia historia del peronismo que Kirchner pretendía imponer desde el Estado.

En este escenario, la divisoria de aguas comenzó a trazarse en torno a argumentos que estuvieron íntimamente relacionados con la biografía política de quienes participaron del debate público. Estas lecturas en perspectiva autobiográfica de la política de la primera mitad de los ’70 pueden inscribirse en la expansión de lo biográfico de la que habla Leonor Arfuch. La autora plantea que lo biográfico se vuelve una clave de inteligibilidad de la historia individual y colectiva, puesto que en el relato de una vida se produce una relación especular entre ambas dimensiones: la experiencia vivida por el individuo pretende reflejar la dinámica socio-política, y ésta, a su vez, incide en la trama de la vida personal. De alguna manera, la existencia de esas vidas reales que se constituyen como referencia de los procesos más amplios funciona como un principio de autenticidad de la historia (Arfuch, 2007).

El peso de la dimensión autobiográfica fue reconocida tanto por quienes acompañaron las políticas de memoria, verdad y justicia, como por quienes las denostaron. En ambos casos, la biografía fue utilizada para explicar tanto la propia posición como la de los adversarios. Luis Alberto Romero, por ejemplo, sostuvo que con el kirchnerismo aparecen muchos “que se reconcilian con un pasado que en 1983 habían cubierto con una capa de convicciones republicanas”.[27] Y Tulio Halperín Donghi propuso una interpretación en la que lo biográfico se expresó en miradas generacionales ya que “para algunos que pasamos ya hace rato la cincuentena y conservamos de esos tiempos una imagen algo más matizada que la de quienes, como los Kirchner, la vivieron a los 20, la manera que ellos han elegido para dar ese ejemplo puede tener –y tiene- algo de irritante. Pero en ese tema como en otros, los rescatan sus enemigos: en este caso, los que defienden el indefendible proceso”.[28]

Por otra parte, entre quienes fueron militantes en los años setenta un sector afirmó que la lectura hecha por el kirchnerismo de la juventud setentista, a la que presentó como idealista y comprometida, era parcial y cuestionable. La autocrítica y el extrañamiento fueron puntos de apoyo firmes en esos argumentos. Beatriz Sarlo, por ejemplo, en la nota de Página/12 de 2004, titulada “Nunca más el discurso único”, consideró que “muchos de los que venimos de la izquierda revolucionaria tenemos un juicio diferente sobre nuestro pasado que el que enuncian algunas organizaciones (...) Fui una militante de esos años y sé que no sólo tuve sueños humanitarios y generosos sino autoritarios y violentos; sé que la idea misma de ‘derechos humanos’ me era completamente ajena”.[29]

Esta idea se complementó, unos años después, con la rememoración que Sarlo hizo, en 2007, sobre su participación política de aquel entonces:

 

lo que siento es un enorme extrañamiento, a esta persona que fui yo la estoy viendo como quien ve un dinosaurio. Por eso no siento ninguna nostalgia por los años setenta, no tengo ninguna nostalgia por la política que yo hice, primero porque fue muy peligroso y murió mucha gente, y yo hubiera podido morir como tantos otros, en segundo lugar porque, en función de algunos valores que todavía conservo, los ideales y los programas eran equivocados.[30]

 

De acuerdo a esta percepción, su propia participación política en los ’70 había estado inspirada por visiones autoritarias y fundamentalistas. Treinta años después, a los intelectuales de este grupo aquella militancia les resultaba extraña y distante, renegaban del hombre o la mujer que fueron y que habían podido deshacer y reconstruir.[31]

Algo similar planteó Hugo Vezzetti cuando recordó el surgimiento de la revista Punto de Vista, “Allí nos reunimos quienes veníamos de una experiencia de izquierda revolucionaria y, enfrentados a la necesidad de revisar esa trayectoria, comenzamos a plantear temas como la democracia y los derechos, que no habían formado parte de la agenda de aquella izquierda. Ese fue un descubrimiento tardío, a tal punto que hay sectores de la izquierda que todavía no lo han descubierto”.[32]

Tanto Sarlo como Vezzetti consideraron, en las notas mencionadas, que los organismos de derechos humanos estaban definiendo políticas estatales y que no era esa su función y mostraron preocupación por un Estado que, conforme a sus versiones, asumió una posición en relación a las disputas por la memoria de esos años con la pretensión de volverla oficial. Sumado a ello, la ensayista sostuvo, en 2004, que la reivindicación de ese pasado imponía el unanimismo:

 

Hecho este reconocimiento de la tenacidad de las organizaciones, no es igualmente necesario que ellas se conviertan en “militantes de Estado”, una especie de nomenklatura progresista que decidió todo en un acto destinado a inaugurar una política de largo plazo y lo más amplia posible. Y cuando digo amplia, digo simplemente que represente a todos los que piensan que el terrorismo de Estado es un crimen de lesa humanidad incomparable con cualquier otro hecho de violencia. Deben convivir y disentir en ese espacio quienes piensan que en los años ‘70 sucedió una masacre de jóvenes idealistas y quienes piensan que en la Argentina se desató también una violencia revolucionaria que, en el caso de algunas agrupaciones, fue terrorista. Es imprescindible que ambas visiones de la historia de los ‘70 puedan coexistir en un acto organizado por el Gobierno.[33]

 

Y Vezzetti explicó:

 

El ejemplo del acto del Museo de la ESMA me parece muy ilustrativo. Si esto es planteado desde el Estado, debe ser planteado en términos de una verdadera fundación institucional, que garantice que ese va a ser un espacio que contenga esos otros consensos básicos sobre los que debe ser rememorado el pasado. Que permita, en principio, pensarlo. Entonces, ¿qué es lo que uno hubiera esperado? Que esa ceremonia se hubiera convertido en una ceremonia de Estado. En cambio, lo que tendió a predominar fue un compromiso del Presidente. Es genuino, pero no fue presentado como la expresión de un jefe de Estado, sino como un compromiso personal. Nuevamente se produce una especie de delegación a los organismos de derechos humanos.[34]

 

Ambos intelectuales resaltaron la posición unanimista del gobierno en torno a la cuestión de la memoria sobre el pasado reciente. Sarlo concluyó que muchos de los componentes de los actos del 24 de Marzo de 2004 estuvieron teñidos de “sectarismo”, y criticó a un justicialismo que “se siente invariablemente fundador de un nuevo Estado, y el jefe que lo funda se siente autorizado a que sus deseos se conviertan en ceremonias de ese Estado”, desde su perspectiva todo “evoca los fantasmas del pensamiento único”. La escritora propuso una lógica polifónica, coral, de construcción de verdad, lo que implicaba la posibilidad de ensamblar aportes diferenciados, una tarea jaqueada por la intolerancia, “comprensible en las víctimas directas, pero injustificable en los intelectuales, el Estado y el Gobierno”.[35] Y Vezzetti reclamó “un museo que incluya una expresión y una representación de las distintas narrativas de ese pasado”.[36]

Los argumentos sobre la falta de introspección y autocrítica generacional y la denuncia de unanimismo en las versiones oficiales del pasado setentista se ligaron al dilema de la convivencia y la institucionalización de la democracia. Desde esta perspectiva, Kirchner omitía con su reivindicación la pregunta por la responsabilidad política de una generación autoritaria. El problema radicaba en que dado que esa lectura acrítica la efectuaba un presidente en nombre del Estado, ponía en riesgo la institucionalidad y la democracia, porque la producción de memoria debía ser pluralista, contener todas las visiones posibles en torno a la cuestión y no estar controlada por un organismo gubernamental. Consideraban que la autocrítica en torno al autoritarismo y la violencia constituían una operación necesaria para la formación ciudadana en democracia. A ello agregaron que el pedido de perdón de Kirchner por el silencio del Estado desconoció el rol del alfonsinismo en la política de derechos humanos durante la transición democrática.[37]

Esas intervenciones dejaron a la vista que muchos de los intelectuales que habían formado parte de la generación setentista y que habían hecho una autocrítica tras la recuperación de la democracia, no consideraban que esa nueva revisión fuera necesaria, ni coincidían con el sentido que le dio el Ejecutivo. Siguiendo esa dirección, Juan Carlos Torre manifestó que “un accidente de la vida política argentina, la falta de un candidato consensuado en el peronismo, llevó a la presidencia a una figura como el actual presidente, que debuta proclamándose un hombre de esa generación de los años ’70. Y viene con el mismo espíritu de esa generación a reponer el recuerdo a donde muchos vieron un recuerdo escasamente valioso, porque fue una experiencia de delirio”.[38] Al delirio que mencionó Juan Carlos Torre, se sumó la caracterización ofrecida por Luis Alberto Romero del tercer peronismo, que proyecta una imagen “posiblemente tan siniestra como la de los años siguientes”.[39]

Los intelectuales críticos del gobierno ubicaron de manera recurrente a las políticas de memoria, verdad y justicia como núcleo de una diatriba que apuntaba a mostrar que éstas fueron parte de una estrategia para resignificar segmentos de la historia del peronismo. Con ella se pretendía forjar desde el gobierno una memoria peronista selectiva, funcional a sus objetivos de construcción política. En este sentido, fue sugerente el planteo del politólogo Eugenio Kvaternik quien caracterizó al equipo gubernamental como una mezcla de “ex montoneros y ex menemistas”, y le reprochó al gobierno de Kirchner la construcción de una memoria y justicia parciales puesto que la nulidad de las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida apuntaban “a todo lo hecho durante el malhadado proceso militar, pero nadie dice nada de los novecientos desaparecidos durante el gobierno de Isabel Perón. ¡Como si esos novecientos desaparecidos no fuesen desaparecidos y como si no hubieran existido órdenes con la firma de la presidenta y de los ministros! Evidentemente, se busca un chivo emisario” y soldar las fracturas suscitadas en el propio peronismo por su participación en la política de los ’70 y su evaluación ulterior respecto de esta participación.[40]

Kvaternik señaló que el presidente implementaba una “estrategia política para reconciliar a los peronistas” mediante una “versión incruenta de los 70 en el plano simbólico y popular: la alianza del movimiento popular con los sectores progresistas”. Y agregó:

 

Si se quiere, el kirchnerismo es una versión incruenta del camporismo, que recoge también las banderas alfonsinistas. Como usted recordará, en el "Bolero" de Ravel distintos instrumentos tocan por separado la misma melodía y, en el final, convergen todos. La biotecnología progresista nos ha regalado, como en el "Bolero" de Ravel, la melodía del tercer movimiento histórico con distintos instrumentos: el camporista, el alfonsinista y el kirchnerista.[41]

 

Y frente a un peronismo cuyos contenidos ideológicos dependían, en su opinión, del intérprete de turno -a partir de 2003, Kirchner-, Kvaternik destacó la figura de Eduardo Duhalde que, al renunciar a la competencia electoral por la presidencia, demostró actuar con “espíritu republicano”.[42]

Algo similar sostuvo Vezzetti, quien en la nota citada más arriba consideró que con relación a la historia de la militancia de los ’70 y la dictadura, Kirchner planteaba compromisos de corte personal y ligaba esas operaciones a las dificultades evidenciadas en el interior del Partido Justicialista a la hora de revisar ese período debido a que “el Partido Justicialista no puede abrir un debate a fondo sobre la dictadura y sobre las condiciones que la hicieron posible porque eso lo comprometería muy fácilmente, en la medida en que el terrorismo desde el Estado comenzó durante un gobierno justicialista. No cabe ninguna duda de que la Triple A era una organización terrorista”.[43]

Por lo expuesto es posible observar que estos argumentos esbozaron tópicos que se fueron afianzando con el paso del tiempo hasta dar lugar a una de las líneas de confrontación más firme entre kirchnerismo y anti-kirchnerismo. Un sector de la academia sostuvo que mediante las políticas de memoria, verdad y justicia se construyó un relato épico en torno a las actuaciones de las organizaciones de izquierda y que las mismas trasuntaban una lectura unilateral sobre los ‘70, con una lógica unanimista contraria al pluralismo republicano que le reclamaron al gobierno cada vez con más frecuencia desde ese momento.

A diferencia de los argumentos y los tonos de la crítica transcriptos más arriba, las políticas de memoria, verdad y justicia fueron fundamentales para quienes se entusiasmaron con el ímpetu con el que se impulsaron los juicios por delitos de lesa humanidad, que implicó que el Estado impulsara un reclamo de los organismos de derechos humanos, y la revisión histórica de la década del ’70. Desde una posición más cercana al kirchnerismo, Nicolás Casullo reconoció el “delirio” con el que Torre aludió a la radicalización política de los ’70, pero también evaluó positivamente el discurso del entonces presidente, porque permitía recuperar valores ligados al compromiso militante como la igualdad, la solidaridad, y el trabajo cotidiano de construcción de un mundo más justo. Casi dos meses antes del acto del 24 de marzo de 2004, a través de una narración de su propia experiencia, en una entrevista recordó: “yo salí de esa locura en el ‘74, porque creía en algo totalmente distinto, y hubo miles, entre ellos el Presidente, que no estaban de acuerdo con la locura y el iluminismo militarista, que por otra parte estaba derrotado políticamente desde antes.”[44]

Para Casullo, el discurso presidencial visibilizó el hecho de que la militancia de izquierda no se redujo a la que adhirió a las organizaciones armadas, una región del paisaje setentista que los consensos sociales alcanzados luego de la dictadura habían soslayado. En este sentido afirmó que “hubo miles de muertos, pero también miles de sobrevivientes y miles que no apostaron a la guerra sino a una política de liberación, en el marco de un proceso revolucionario, pero no en lo que terminó siendo: lo fanático, lo mortuorio, el duelo, los desaparecidos. Entonces Kirchner habla de otros ‘70, unos ‘70 que son de vida, de política, de intención de cambio, de éticas y de morales”.[45]

Como mencionamos más arriba, la intervención de Casullo tuvo un punto de apoyo, del mismo modo que la de Sarlo y otros intelectuales críticos, en su biografía política. Su adhesión a la política de derechos humanos mantuvo conexión con la reivindicación de un tipo de militancia setentista que hizo el kirchnerismo en 2003 y 2004, a la que consideró, por diversos motivos, soslayada. Por lo tanto, las diversas intervenciones de este pensador apuntaron a que Kirchner con sus gestos y discursos permitió en aquel contexto la revisión de los sentidos construidos dentro del peronismo sobre las acciones, creencias y valores de la heterogénea militancia de los setenta, y puso fin a la postergada toma de posición ética y política de este partido sobre las víctimas de la dictadura.[46]

Este acompañamiento y aprobación a la apertura de un debate postergado en torno a las narraciones sobre los setenta fue congruente con las discusiones académicas y públicas sobre el tema en las que Casullo intervino durante su exilio en México, registradas en la revista Controversia, como así también en la primera mitad de los años ochenta, con la crisis del peronismo que tuvo lugar tras las elecciones de octubre de 1983. Un documento importante para comprender el sentido de esas reflexiones es la renuncia al Partido Justicialista, elaborado por un grupo de académicos peronistas del que Casullo formó parte. El texto se conoció en agosto de 1985, cuando cobraba vida la renovación peronista a la que sus redactores consideraban destinada al fracaso. El grupo se inscribió dentro de la tradición del primer peronismo y reivindicó esas raíces identitarias. En el documento, el colectivo analizó los factores que produjeron la crisis del peronismo y desplegaron una visión de los setenta que renegó del militarismo de Montoneros aunque recuperó positivamente la militancia setentista y el proyecto de transformación social que propuso esa generación. En el mismo escrito acordaron con la demanda de la coyuntura en cuanto a la implementación de una política de derechos humanos, pero advirtieron que no los seducía la democracia procedimental, ni la modernización alfonsinista.[47]

El posicionamiento de Casullo puede entenderse como una reacción a las interpretaciones historiográficas sobre el fenómeno peronista, que se instalaron tanto dentro como fuera del mundo académico tras la recuperación democrática. En aquel contexto, se forjó una línea de interpretación de la historia política argentina –que se volvió hegemónica a mediados de los ’80- que enfatizó la lógica estatalista, autoritaria, corporativista y populista que habría tenido el sistema político argentino a partir de la irrupción del movimiento peronista y que, según esta perspectiva, hizo eclosión en los años setenta (Portantiero; De Ípola, 1987). Los intelectuales que apoyaron las políticas de memoria, verdad y justicia del gobierno kirchnerista celebraron que se reposicionara al peronismo de izquierda de los años 70 en la historia del partido y de la Argentina. Para este grupo, el gobierno de Kirchner visibilizaba una experiencia que había sido silenciada por el partido justicialista y por otros actores luego de la apertura democrática. Casullo señaló que la reivindicación de la militancia setentista efectuada por Néstor Kirchner abrió la posibilidad, en el interior del heterogéneo peronismo, de recolocar a dichas prácticas en el campo de la política y sustraerlas de la imagen monolítica de militarización y violencia con la que habían quedado asociadas.[48]

 

La configuración de la antinomia. Los nuevos (y no tan nuevos) tópicos del debate

 

A partir de 2008, particularmente durante el conflicto agrario, las figuras destacadas del ámbito académico asumieron una posición bien definida con relación al gobierno kirchnerista. En el mes de agosto de ese año, luego del apoyo público al gobierno manifestado por un amplio grupo de figuras del espacio de la educación y el periodístico, el suplemento ADN de La Nación entrevistó a Beatriz Sarlo a propósito del tema.[49] Se buscó allí una explicación para las adhesiones que generó el kirchnerismo y para lo que en el reportaje se denominó el paso de una actitud crítica por parte de un grupo de intelectuales hacia otra militante. El entrevistador, Jorge Urien Berri, desde una posición definida previamente y asumiendo la existencia de objetividad en los análisis de la realidad social y política, le preguntó: “¿Por qué el discurso oficial se hizo carne en tantos intelectuales? ¿Cómo perdió objetividad esa gente dedicada a pensar y analizar y a leer las entrelíneas de los discursos y actos de los gobiernos?”

Sarlo, lejos de cuestionar la formulación de la pregunta, argumentó que hubo un corrimiento del rol del intelectual hacia el de militante político y remarcó que ese apoyo contundente se debió al impacto de las políticas de derechos humanos, “una reivindicación central de los intelectuales progresistas”. Señaló que esas políticas lograron “un acuerdo muy grande, y mucho más grande que el que implica a los intelectuales kirchneristas. Logra mi propio acuerdo, y yo no tengo ningún punto de contacto con los intelectuales peronistas. Otra cuestión es la manipulación de los organismos de derechos humanos, con la cual estoy en desacuerdo. Pero la política en sí misma es de gran acuerdo.”

Dicho esto, resaltó las contradicciones entre la política de DDHH de Néstor Kirchner mientras ejerció la presidencia y su propia biografía:

 

Él [Néstor Kirchner] jamás estuvo presente en ese debate de los años 80. No fue miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) como Alfonsín, Graciela Fernández Meijide y Alfredo Bravo. El adjetivo oportunista se puede usar, también otros. Al llegar al poder recupera en un flash la memoria, como si hubiera pasado veinte años de amnesia. Descriptivamente, uno dice que no le interesó nada. No hay memoria en Santa Cruz de un acto por ningún desaparecido mientras fue gobernador.[50]

 

El entrevistador reiteró su cuestionamiento al compromiso militante asumido en ese momento por algunas figuras destacadas del campo, y consideró que no era posible compatibilizar el ejercicio de la crítica que es propio de los intelectuales con la aceptación de las prácticas de corrupción imputadas al kirchnerismo: “¿Es posible que a algunos intelectuales ese discurso [de reivindicación de los derechos humanos] les bastara para perdonarle las enormes sospechas de corrupción, el favoritismo hacia ciertos empresarios, la inequidad social, un ex chofer millonario? ¿Es legítimo que un intelectual haga a un lado todo ese resto por un discurso que no se plasmó en tantos hechos como podría haberse plasmado?”

Sarlo ignoró todos los presupuestos que incluía esa pregunta y argumentó que la respuesta se hallaba en factores generacionales que se anclaban en la propia biografía de quienes acompañaban al gobierno. Para la escritora, Kirchner restituyó una dimensión épica de la política con la que se identificó una generación formada en esa clave, que apoyaba al gobierno motivados por un sentimiento nostálgico hacia su propio pasado:

 

Se puede llegar a la democracia con un relato épico, pero no se puede vivir en democracia con un relato épico. Aquellos que venimos de relatos épicos podemos tener dos posiciones: reconocer que la democracia es gris y que hay que presionar sobre las instituciones de la democracia para que las reformas progresistas sean lo más profundas posibles, pero sin relato épico, o tener una mirada nostálgica del pasado donde ese relato épico existía. Esto le puede pasar a la gente de mi generación o un poco más joven.[51]

 

Esta última referencia contiene los sentidos que Sarlo le otorgó a la cuestión de la memoria y su relación con la democracia. Desde su perspectiva, la democracia no puede sostenerse en el tiempo acompañada de un relato épico. De modo que, para la escritora, recuperar el pasado en clave de discurso de esas características es antidemocrático no sólo por el unanimismo con el que consideró que se llevó a cabo, sino por el contenido mismo –autoritario- de ese pasado.

Seguidamente, la crítica se asombró por la participación de jóvenes en la reunión en la Biblioteca Nacional que dio lugar al surgimiento del colectivo Carta Abierta, y le llamó la atención que éstos asumieran un compromiso personal con el kirchnerismo, “me sorprendieron algunas intervenciones de gente de 30 años que decía: ‘Vengo de una familia que no votaba al peronismo pero ahora me encuentro con un gobierno al que quiero ofrecerle lo que sé’”.[52] La sorpresa de Sarlo también se funda en una referencia a la dimensión autobiográfica, ya que estos intelectuales jóvenes no provenían de familias peronistas y, aun así, acompañaban el proyecto político kirchnerista.

Esta entrevista es una muestra de cómo se delinearon progresivamente las posiciones antagónicas en el interior del campo intelectual. Cuando entrevistador y entrevistada cuestionaron tanto el abandono de una actitud crítica y su transformación en apoyo militante como la reivindicación épica de la política, lo hicieron en referencia a la aparición del colectivo intelectual Espacio Carta Abierta, que reunió a figuras afines al kirchnerismo.[53] El conflicto abierto entre el gobierno nacional y las patronales agrarias estimuló el debate y potenció la confrontación en el campo abordado. En esta coyuntura, se configuraron alineamientos políticos que perdurarían, al menos, hasta las elecciones celebradas en los meses finales de 2015 (Aronskind y Vommaro, 2010).

 

Conclusiones

 

Durante los primeros meses del gobierno de Néstor Kirchner el campo intelectual se mantuvo indiferenciado. Desde 2004 y a partir de la implementación de las políticas de memoria, verdad y justicia -que constituyeron una fuente de estructuración simbólica de una porción del proyecto gubernamental- se inició un proceso de diferenciación entre los intelectuales ligados a las ciencias sociales que se expresó en la prensa escrita.

Más allá de las discrepancias, los intelectuales definieron sus posicionamientos en clave autobiográfica. A partir de su biografía política construyeron sentidos diversos sobre la militancia setentista, el rol de la violencia política, y las responsabilidades en el advenimiento de la última dictadura militar. Algunas de esas líneas de debate no fueron novedosas, habían sido esbozadas a mediados de la década del ‘90, en un contexto de relecturas del pasado reciente que produjo también diversas interpretaciones.

Esa primera diferenciación se convirtió en antagonismo a partir de 2008 cuando se polarizaron las posiciones políticas a partir del llamado “conflicto con el campo”. En ese marco, entre los opositores a las políticas de memoria, verdad y justicia del kirchnerismo distinguimos dos subgrupos cuyos argumentos presentaron puntos de intersección. Uno de ellos está configurado por quienes se definieron a sí mismos como militantes setentistas y pusieron en cuestión sus propias prácticas y valores desplegados en aquellos años, a los que consideraron autoritarios y violentos. Otro subgrupo está compuesto por quienes se asumieron desde siempre aliados del republicanismo y la democracia liberal. A ambos los ligó la crítica a una supuesta construcción unanimista de la memoria histórica por parte del gobierno, la condena a los componentes autoritarios de esas militancias, la defensa del pluralismo ideológico y una praxis política ligada a la defensa de la “memoria completa”.

Por su parte, las figuras que se acercaron al kirchnerismo consideraron que las políticas de memoria, verdad y justicia permitían recuperar positivamente aspectos de una militancia peronista de izquierda que habían quedado opacados por una lectura que ligaba automáticamente peronismo y violencia, y que predominó en la transición democrática. Estos últimos indicaron que las primeras críticas al “militarismo violento” surgieron contemporáneamente a la actividad de sus organizaciones y que esa ligazón obturó la posibilidad de reconocer la existencia de una juventud solidaria e idealista. Quienes integraron este grupo percibieron que el kirchnerismo produjo una identidad superadora de todas aquellas que batallaron en el peronismo de los ochenta y los noventa: la ortodoxa, la socialdemócrata y la neoliberal triunfante.

A partir de la confrontación abierta a mediados de 2008 entre el gobierno y diversos actores sociales y políticos, cuando el campo intelectual mostró una polarización más definida, surgieron diversos colectivos de intelectuales que adoptaron estrategias concretas de inserción en los medios y recuperaron algunos de los tópicos que estuvieron presentes en los argumentos críticos previos esgrimidos a partir de las discusiones suscitadas en 2004. Unos y otros produjeron sentidos sobre un conflicto específico, el que enmarcó los posicionamientos que revisitaron la pregunta más general que fuera formulada en el debate de 2005 que citamos anteriormente: ¿para qué sirve un intelectual?

 

Bibliografía

 

Alonso, L. (2022). “Qué digan dónde están”. Una historia de los derechos humanos en Argentina. Buenos Aires. Prometeo.

Altamirano, C. (2007). “Pasado presente”. En Lida, Clara E., Horacio Crespo y Pablo Yankelevich. 1976. Estudios en torno al golpe de estado. México. El Colegio de México - Centro de Estudios Históricos.

Arfuch, L. (2007). El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea. Buenos Aires. FCE.

Aronskind, R. y Vommaro, G. (Comps.) (2010). Campos de batalla. Las rutas, los medios y las plazas en el nuevo conflicto agrario. Buenos Aires. Prometeo.

Badinter, E. (2007). Las pasiones intelectuales. I-Deseos de gloria. Buenos Aires. FCE.

Casullo, N. (2011). Peronismo. Militancia y crítica (1973-2008). Buenos Aires. Colihue.

Cerruti, G. (2001). “La Historia de la Memoria”. En Puentes. Marzo de 2001.

Charle, C. (2009). El nacimiento de los intelectuales. Buenos Aires. Nueva Visión.

Lesgart, C. (2006). “Luchas por los sentidos del pasado y del presente. Notas sobre la reconsideración actual de los años ’70 y ’80.” En: Quiroga, Hugo y Tcach, César (comps.). Argentina 1976-2006: Entre la sombra de la dictadura y el futuro de la democracia. Rosario. Homo Sapiens.

Montero, A. S. (2012). !Y al final un día volvimos!. Los usos de la memoria en el discurso kirchnerista (2003-2007). Buenos Aires. Prometeo.

Portantiero, J. C. y De Ípola, E. (1981). “Lo nacional popular y los populismos realmente existentes”. En Revista Sociedad, 84, mayo-junio.

Pucciarelli, A. y Castellani, A. (Eds.) (2017). Los años del kirchnerismo. La disputa hegemónica tras la crisis del orden neoliberal. Buenos Aires. Siglo XXI.

Retamozo, M. (2012). “Intelectuales, kirchnerismo y política. Una aproximación a los colectivos de intelectuales en Argentina”. En Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, https://journals.openedition.org/nuevomundo/64250#ftn16

Vezzetti, H. (2002). Pasado Presente. Guerra, Dictadura y Sociedad en la Argentina. Buenos Aires. Siglo XXI.

Vezzetti, H. (2002). Sobre la violencia revolucionaria. Buenos Aires. Siglo XXI.

 

Prensa periódica consultada

 

Clarín

La Nación

Página/12

Revista Ñ

 

 

Recepción: 30/08/2022

Evaluado: 17/11/2022

Versión Final: 24/11/2022



[1](*)Dra. en Historia por la Universidad de Buenos Aires, Magister en Ciencias Sociales por FLACSO, Lic y Prof. en Historia por la Universidad Nacional de Rosario. Docente en la UNER y en la UNR. Investigadora independiente del CIUNR, Argentina. E-mail: beatrizdavilo@hotmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0002-5165-2469

(*)Magister en Sociología y Ciencia Políticas por FLACSO, Profesora en Historia por la Universidad Nacional de Rosario, Prof. y Lic. en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Rosario. Docente en la UNER y en la UNR, Argentina. E-mail: silgibbons@yahoo.com ORCID: https://orcid.org/0000-0002-0818-4911

(***)Dra. en Historia por la Universidad de Buenos Aires; Magister por FLACSO; Licencia en Historia por la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Docente en la UNER y en la UNR E-mail: mercedesprol@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4812-8145

(****)Dr. en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Entre Rios, Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba y Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba. Docente en la UNER y en la UNR, Argentina. E-mail: zampinomartin@hotmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7066-2729

 

[2] La selección de los medios de comunicación incluyó a los periódicos La Nación, Clarín, Página 12, Revista Ñ en el período mencionado más arriba. El criterio de selección se debió a que tienen una cobertura nacional, con gran tiraje en formato papel. Analizamos en los mismos las intervenciones de los intelectuales con inserción académica que publicaron notas firmadas o dieron entrevistas a esos medios.

[3] Néstor Kirchner manifestó que "Tenemos que gobernar el país. No importan los partidos a los que pertenecemos cuando tenemos una tarea así por delante" y que "Yo creo en una Argentina transversal, ya vimos lo que pasó cuando teníamos una Argentina uniforme". La Nación, 20 de septiembre de 2003 en https://www.lanacion.com.ar/politica/kirchner-defendio-la-transversalidad-en-su-paso-por-rosario-nid529024/ consultado el 7 de julio de 2020.

[4] Para la cuestión de la doble legitimidad que sostiene la producción intelectual en la modernidad –la de los pares y la del público-, ver (BADINTER, 2007, pp. 20). En relación a la figura del intelectual, Christophe Charle incluye, entre los rasgos que los definen como grupo con capacidad de incidir en la esfera pública, los esquemas de percepción que contribuyen a afianzar su posición a través del poder simbólico abonado por los títulos acumulados y la experticia avalada por éstos. (CHARLE, 2009).

[5] Decimos reactivó porque, como veremos más adelante, las discusiones públicas de algunos intelectuales que mencionamos a lo largo del trabajo en torno a las políticas de memoria, verdad y justicia implementadas por el kirchnerismo y, específicamente, a la militancia setentista, contuvo tópicos que ya estuvieron presentes en los debates académicos y públicos surgidos a partir de la segunda mitad de la década del '90 y a comienzos del siglo XXI, en el contexto de políticas de memoria auspiciadas, entre otros actores, por el Estado nacional y desplegadas en los juicios por la verdad. El caso más emblemático de reactivación de posiciones y tópicos fue el de Hugo Vezzetti en sus notas periodísticas y libros (Vezzetti, 2002;2002) y el de Beatriz Sarlo, cuyas posiciones pueden rastrearse desde la transición democrática en las notas publicadas en la revista Punto de Vista. Ver Punto de Vista N° 21, Buenos Aires, agosto de 1984, Punto de Vista N° 58 de agosto de 1997 y N° 64 de agosto de 1999.

[6] Lo que se popularizó como “el conflicto con el campo” comenzó cuando el gobierno de Cristina Fernández promulgó la Resolución 125 que modificaba con criterios variables las alícuotas de retención impositiva a las exportaciones de ciertos productos agrícolas. Para resistir la aplicación de la medida, las diferentes corporaciones que representaron a productores agropecuarios constituyeron una “Mesa de Enlace” que coordinó las acciones de las Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), la Federación Agraria Argentina (FAA), la Confederación Intercooperativa Agropecuaria Cooperativa Limitada (CONINAGRO) y la Sociedad Rural Argentina (SRA). La suspensión de la comercialización de los productos agrícolas exportables, piquetes en las rutas, entre otras, fueron algunas medidas adoptadas por la Mesa de Enlace para presionar al Poder Ejecutivo. La continuidad del conflicto en el tiempo y la fuerza con la que impregnó a la sociedad argentina condujo a que el gobierno transformara la resolución en un proyecto de ley en el Congreso. (PUCCIARELLI y CASTELLANI, 2017).

[7] Casullo, Nicolás, “¿Para qué sirve un intelectual?”, Revista Ñ, 25 de junio de 2005.

[8] González, Horacio, “¿Para qué sirve un intelectual?”, Revista Ñ, 25 de junio de 2005.

[9] González, Horacio, “¿Para qué sirve un intelectual?”, Revista Ñ, 25 de junio de 2005.

[10] Suriano, Juan, “La primavera historiográfica”, Revista Ñ, 11 de Agosto de 2007.

[11] A modo de ejemplo, se puede mencionar que en agosto de 2007, Horacio González escribió un artículo en la Revista Ñ titulado “Conflictos y armonía de cultura” en el que analizó algunas formas de divulgación historiográfica. Allí sostuvo que, si bien un buen libro de historia es siempre una vía de acceso al propio presente, criticó tanto las versiones empobrecidas del género que hacen de la historia “una forma involuntariamente plagiaria de los epígrafes de la actualidad”, como al academicismo que “patrulla un monolingüismo ritualista”. Revista Ñ, 11 de agosto de 2007.

[12] Sarlo, Beatriz. “Nunca más el discurso único”, Página/12, 28 de Marzo de 2004. Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-33360-2004-03-28.html. El caso de Novaro es significativo, en pleno conflicto con el agro, y respondiendo a una nota de Sebastián Etchemendy y Philip Kitzberger, afirma en un artículo en Página/12 –en coautoría con Vicente Palermo y Alejandro Bonvecchi- que el gobierno kirchnerista “dista de apoyarse, como sostienen los autores, en una “alianza con sectores populares organizados”, salvo que se considere que los grupos económicos a los que ha protegido y compensado con su política económica y su esquema de subsidios, y que son los que financian su superávit fiscal y su campaña presidencial, merezcan esa denominación. Este Gobierno dista de poder arrogarse el monopolio de la virtud moral, salvo que se considere que el éxito presente de algunas de sus políticas lava los pecados de las que la mayoría de sus miembros implementó en el pasado”. “Protestas y democracia liberal”, en Página/12, 11 de Abril de 2008. Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/diario/universidad/10-102246-2008-04-11.html

 

[13] Romero, Luis Alberto, “Un nuevo principio”, Revista Debate, 16 de mayo de 2003. Disponible en http://luisalbertoromero.com.ar/un-nuevo-principio/

[14] Romero, Luis Alberto, “Un nuevo principio”, Revista Debate, 16 de mayo de 2003. Disponible en http://luisalbertoromero.com.ar/un-nuevo-principio/

[15] Romero, Luis Alberto, “El ministro Lavagna ha logrado un milagro”, La Nación, 15 de noviembre de 2003. Disponible en http://luisalbertoromero.com.ar/el-ministro-lavagna-ha-logrado-un-milagro/

 

[16] Sarlo, Beatriz, “Sólo el peronismo puede gobernar”, La Nación, 23 de Agosto de 2003. Disponible en: www.lanacion.com.ar/politica/solo-el-peronismo-puede-gobernar-nid521555

[17] Botana, Natalio, “Polémica sobre el populismo”, La Nación, 18 de mayo de 2006.

[18] Botana, Natalio, “Polémica sobre el populismo”, La Nación, 18 de mayo de 2006.

[19] Botana, Natalio, “Polémica sobre el populismo”, La Nación, 18 de mayo de 2006.

[20] Laclau, Ernesto, entrevista de Carolina Arenes, La Nación, 10 de julio de 2005. Para la misma época (21/5/2005) se publicó una entrevista a Ernesto Laclau en el suplemento cultural del diario Clarín, Revista Ñ, titulada “El fervor populista”, entrevista de Flavia Costa, en la que desplegó argumentos similares.

[21] Ídem.

[22] Laclau, Ernesto, Revista Ñ, 20 de Mayo de 2006.

[23] La Nación, 25 de Mayo de 2003. Disponible en https://www.lanacion.com.ar/498849-el-texto-completo-del-discurso-presidencial. Sobre la construcción de la memoria militante setentista en los discursos de Néstor Kirchner, (LESGART, 2006; MONTERO, 2012).

[24] Discurso de Néstor Kirchner, 24 de marzo de 2004. Disponible en: https://www.casarosada.gob.ar/informacion/archivo/24549-blank-79665064

[25] Clarín, 01 de julio de 2000. Disponible en: https://www.clarin.com/politica/circulo-militar-expulso-balza-enfrento-ejercito_0_B10Zat5g0Yx.html

[26] Luciano Alonso indica que desde fines de la década del '90 el campo educacional recepcionó el régimen de verdad impulsado por el movimiento de derechos humanos. Más allá de la diversidad de intervenciones y representaciones que pudieron circular en los establecimientos educativos, es posible admitir que los organismos de derechos humanos tuvieron una presencia creciente en la educación secundaria, institutos terciarios y universidades. Algunos estados provinciales crearon comisiones de memoria y se desplegó también una nueva monumentalidad (Alonso, 2022).

 

[27] Romero, Luis Alberto, “Terrorismo de Estado: la Triple A en el banquillo”, La Nación, 14 de enero de 2007.

[28] Revista Ñ, 28 de Mayo de 2005. Entrevistado por Mariana Canavese e Ivana Costa.

[29] Sarlo, Beatriz. “Nunca más el discurso único”, Página/12, 28 de Marzo de 2004. Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-33360-2004-03-28.html

[30] Sarlo, Beatriz, “Evita era resentida, sectaria y vengativa”, entrevista de Marcelo Giuffré en El ágora on-line, 28 de septiembre de 2007. Disponible en: http://www.elagoraonline.com.ar/dda/53. La misma clave fue aplicada por Sarlo para interpretar la política kirchnerista. Para la escritora, la biografía de los Kirchner es fundamental para desmontar los puntos de apoyo de su estrategia en el campo de los derechos humanos y la memoria: “Kirchner dice que no ha renunciado a los ideales justicieros de los 70. Yo creo que no los ha pensado, no les ha dedicado tiempo en los treinta años que transcurrieron. Formó parte, después del golpe de Estado de 1976, de aquellos jóvenes militantes de tercera línea que, amenazados, cambiaron de lugar de residencia. Muchos fueron a la Patagonia. Kirchner sólo tuvo que volver a sus pagos, convertirse en un profesional exitoso y reinsertarse en la política con la democracia, dando vuelta la página.” Sarlo, Beatriz, “Kirchner actúa como si fuera un soberano” en La Nación, 22 de Junio de 2006.

[31] Cabe destacar que a finales de 2004 tuvo lugar un debate político-académico en las páginas de la Revista Intemperie a partir de la carta enviada por Oscar Del Barco a esa publicación en la que bajo la máxima de “No matarás” planteó una crítica ético-política de la militancia de los ’70. No obstante, esta polémica no tuvo en los medios de masas el mismo impacto y pasó casi inadvertida. Ver: Gibbons, Silvina; Prol, María Mercedes y Zampino, Martín, Intelectuales y kirchnerismo: discursos sobre los años 70, ponencia presentada en el VI CONGRESO DE ESTUDIOS SOBRE EL PERONISMO, agosto 2018.

[32] Vezzetti, Hugo, “Tenemos tendencia a caer en los extremos”. Entrevista publicada en La Nación, 4 de Junio de 2005. Disponible en: https://www.lanacion.com.ar/710044-tenemos-tendencia-a-caer-en-los-extremos-dice-hugo-vezzetti.

[33] Sarlo, B.,“Nunca más el discurso único”, op. cit.

[34] Vezzetti, H., “Tenemos tendencia a caer en los extremos”, op. cit.

[35] Sarlo, Beatriz, “Nunca más el discurso único”, op. cit..

[36] Vezzetti, H., “Tenemos tendencia a caer en los extremos”, op. cit..

[37] Tales apreciaciones aparecieron también en una nota titulada “Ni olvido ni perdón” de Hernán Charosky y Alejandro Bonvecchi, Revista Ciudad Futura, N° 44, Buenos Aires, Otoño de 2004.

[38] Torre, Juan Carlos, “En busca del intelectual perdido”, Revista Ñ, 4 de diciembre de 2004.

[39] Romero, Luis Alberto, “Terrorismo de Estado: la Triple A en el banquillo”. En: La Nación, 14 de enero de 2007.

[40] Kvaternik, Eugenio, "En la Argentina llamamos éxito al fracaso", La Nación, 7 de febrero de 2004.

[41] Íbidem.

[42] Íbidem

[43] Vezzetti, Hugo, “Tenemos tendencia a caer en los extremos”, entrevista publicada en La Nación, 4 de Junio de 2005. Disponible en: https://www.lanacion.com.ar/710044-tenemos-tendencia-a-caer-en-los-extremos-dice-hugo-vezzetti

[44] Casullo, Nicolás. “Kirchner habla de otros ‘70”, entrevista de José Natanson, Página/12, 1 de Febrero de 2004. Disponible en: www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-31002-2004-02-01.html

 

[45] Casullo, Nicolás. “Kirchner habla de otros ‘70”, entrevista de José Natanson, Página/12, 1 de Febrero de 2004. Disponible en: www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-31002-2004-02-01.html

[46] Casullo expresó: “en el peronismo dirigente post dictadura nunca existió tal medida ni ambición manifiesta sobre la cuestión. Por lo tanto no existió ideológica y políticamente propuesta, templanza, grandeza ni capacidad política necesaria para asumir el propio drama de su memoria, y la del país. Esto es, dar cuenta del registro de su promesa y su fracaso en los 70”. Casullo (2004), “Los peronismos y las Esmas” en Pagina 12, https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-33323-2004-03-27.html

[47] Abós, Álvaro; Amado, Ana; Argumedo, Alcira; Barrancos, Dora; Carpio, Jorge; González, Horacio; Puiggrós, Adriana y otros, Documento de renuncia al Partido Justicialista, agosto de 1985. Muchos de los firmantes fueron colaboradores en la revista Unidos. (Casullo, 2011).

[48] Casullo, Nicolás, “Kirchner habla de otros ‘70”, op. Cit.

[49] Entrevista en ADN Cultura, La Nación, 9 de agosto de 2008.

[50] Ibídem.

[51] Sarlo, Beatriz, “La democracia es gris; no se puede vivir en democracia con un relato épico”, op. cit.

[52] Ibídem.

[53] El colectivo de intelectuales nucleados en el Espacio Carta Abierta hizo su primera presentación pública el 13 de mayo de 2008 en la librería Gandhi de la ciudad de Buenos Aires. La primera carta abierta fue firmada por más de setecientos intelectuales y artistas entre los que destacan Nicolás Casullo, Horacio González, Eduardo Jozami, Ricardo Forster, Jaime Sorín y Horacio Verbitsky, entre tantos otros. Al respecto se puede consultar el análisis de Martín Retamozo (Retamozo, 2012).