Cecilia Gascó (*)
Resumen
El artículo presenta un estudio sobre la creación y primeros años del Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana (PEHESA), impulsado en 1977 por un grupo de historiadores con el propósito de continuar la Historia Social iniciada por José Luis Romero. En el contexto de censura, represión y estricto control de las instituciones educativas impuestos por la última dictadura, los grupos de estudio y centros de investigación privados se constituyeron en espacios de producción de conocimiento alternativos al discurso homogéneo y autoritario del régimen de facto. Desde la perspectiva de la historia intelectual, se analizan las prácticas y condiciones materiales en las que el PEHESA desarrolló su trabajo. Se identifican, asimismo, los temas, enfoques, referencias teóricas e investigaciones del grupo que sentaron las bases para el desarrollo de una línea historiográfica que adquirió un lugar central durante el reordenamiento universitario promovido en 1984 con el retorno de la democracia.
Palabras clave: Grupos de estudio; PEHESA; Dictadura 1976-1983; Historia intelectual; Historiografía argentina.
The study groups during the last dictatorship. Creation and first years of the Programa de Estudios de Historia Económica y Social Argentina (PEHESA) 1977-1983
Abstract
The article presents a study about the creation and early years of the American Economic and Social History Studies Program (PEHESA), promoted in 1977 by a group of historians with the purpose of continuing the Social History initiated by José Luis Romero. In the context of censorship, repression and strict control of educational institutions imposed by the last dictatorship, study groups and private research centers became alternative knowledge production spaces to the homogeneous and authoritarian discourse of the de facto regime. From the perspective of intellectual history, the practices and material conditions in which PEHESA developed its work are analyzed. Likewise, the article identify the themes, approaches, theoretical references and research of the group that were the foundations for the development of a historiographical line that acquired a central place during the university reorganization promoted in 1984 with the return of democracy.
Key Words: Study groups; PEHESA; Dictatorship 1976-1983; Intellectual history; Argentine historiography.
Los grupos de estudios durante la última dictadura. Creación y primeros años del Programa de Estudios de Historia Económica y Social Argentina (PEHESA) 1977-1983
Introducción
Este artículo presenta un análisis sobre el proceso de creación y los primeros años del Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana (PEHESA), un grupo de estudio e investigación conformado en Buenos Aires en 1977 a partir del impulso de los historiadores Leandro Gutiérrez, Juan Carlos Korol y Luis Alberto Romero y del sociólogo José Luis Moreno, a quienes se sumó en 1978 Hilda Sabato. El propósito que los unía era continuar y actualizar la línea historiográfica de la Historia Social desarrollada en el país por José Luis Romero en la década del cincuenta. El núcleo central de sus producciones se fue estructurando alrededor de trabajos sobre desarrollos económicos regionales, estructuras sociales e inmigración y sobre la caracterización de los sectores populares considerados como sujetos históricos y objetos de estudio. La incursión en esta última temática fue estimulada principalmente por Gutiérrez, quien actuó como coordinador del grupo en sus inicios y ya había comenzado a explorarla en otros espacios de intercambio e investigación.
En el contexto de censura, represión y estricto control de las instituciones educativas impuestos por la Junta Militar a partir de 1976, estos ámbitos permitieron a docentes e investigadores continuar ejercitando el pensamiento crítico al margen del sistema universitario oficial. Los grupos de estudio se constituyeron en espacios de reflexión, investigación y producción de conocimiento alternativos a las actividades y programas universitarios, dominados por la intervención y la lógica autoritaria del régimen de facto.
El análisis del PEHESA se aborda desde las perspectivas que ofrece la historia intelectual. Este enfoque permite poner en relación las producciones intelectuales con las condiciones sociales y políticas en las que se realizaron y circularon. Carlos Altamirano, al analizar las prácticas de grupos de intelectuales, plantea la existencia de “microsociedades” para referirse a espacios de comunicación y construcción de conocimiento entre iguales, que no poseen estructuras fijas ni reglas institucionales, pero sí conforman un microclima propio y un determinado circuito de transmisión de ideas (Altamirano, 2006). En este mismo sentido, se toma como referencia el concepto de “formaciones culturales” de Raymond Williams que, específicamente en su análisis de la Bloomsbury Fraction, define a los grupos intelectuales como cuerpos de prácticas y sociabilidades no vinculadas con aparatos ni instituciones formales pero portadoras de un importante significado que dice mucho sobre las sociedades en las que se desarrollan (Williams, 1982). Desde esta perspectiva, se considera al PEHESA como un “grupo intelectual”, con determinados modos de relación, dinámicas de funcionamiento interno y posicionamiento dentro del espacio cultural local y, específicamente, dentro del ámbito historiográfico. Se contemplan sus prácticas como parte de la tradición de los “grupos de estudios” paralelos a la educación formal que comenzaron a organizarse en Argentina durante la década del cincuenta, definiendo un modo de autoorganización característico de las comunidades intelectuales locales. Asimismo, se contempla la formulación sobre grupos de intelectuales planteada por Cecilia Lesgart en su análisis sobre modalidades y espacios gestados a partir del empleo de términos comunes y la identificación con determinados tópicos sobre los que organizan su trabajo (Lesgart, 2003).
Para reconstruir la trama de prácticas, textos y espacios de intercambio de ideas que fue construyendo y dando identidad al PEHESA entre 1977 y 1983, se analiza como fuente principal el material de archivo que se encuentra en la oficina del PEHESA en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), que contiene actas redactadas por sus miembros, proyectos de investigación, balances anuales de los trabajos y actividades realizadas, cartas, memorias y títulos de textos, jornadas y seminarios organizados durante el período abordado. Asimismo, el trabajo incluye entrevistas a los integrantes del grupo. El análisis de sus testimonios puestos en diálogo y relación con los documentos producidos por el programa permite identificar itinerarios personales, áreas temáticas y proyectos de investigación que configuran el mapa de los temas y núcleos conceptuales construidos por este grupo de historiadores.
El PEHESA como grupo intelectual. Integrantes, itinerarios y referentes
El análisis sobre este grupo en particular, de sus integrantes y de los trabajos que produjeron, pretende dar cuenta de un momento particular de la historia reciente de la historiografía argentina, de aquella producida durante la dictadura iniciada en 1976. Los estudios compilados por Devoto y Pagano identifican las tradiciones historiográficas que se han conformado desde mediados del siglo XIX y cómo los temas y problemas que cada una de ellas fue articulando dieron origen a diferentes discursos y escrituras de la historia (Devoto y Pagano, 2009) Allí se señalan además los impactos de las coyunturas políticas y culturales en estas construcciones de sentido historiográfico y cómo, de distintos modos, en algunos casos contribuyeron al despliegue de una tradición y en otros obstaculizaron su continuidad. En el caso de la Historia Social, el rol que ocupó José Luis Romero a nivel institucional y como promotor cultural en la Universidad de Buenos Aires (UBA) posterior al golpe de Estado de 1955, primero como rector hasta 1956 y luego como decano de la Facultad de Filosofía y Letras entre 1962 y 1965, logró dar impulso a esta concepción de la historia que proponía un estudio global de los procesos sociales, superando el enfoque centrado en el detalle de los acontecimientos y acotado al trabajo de archivo. Luis A. Romero la define como un movimiento que se identificaba con la línea francesa de la Escuela de los Annales y con la revista británica Past and Present y que proponía una renovación historiográfica como alternativa a la historia académica institucionalizada y a la historia militante marxista (2010).
La creación de la cátedra de Historia Social en 1958, durante la fundación de la carrera de Sociología, y dos años después en la de Historia, junto al establecimiento del Centro de Estudios en la misma facultad, eran parte de esa iniciativa que buscaba actualizar los estudios históricos y vincularlos con otras disciplinas en el marco del proceso de expansión de las Ciencias Sociales durante los años cincuenta, que tuvo a Gino Germani como otro de sus impulsores fundamentales. A través de esa articulación entre Historia y Sociología se emprendieron diferentes actividades conjuntas, proyectos editoriales y programas de investigación que contribuyeron a la formación profesional y a la colaboración entre historiadores y sociólogos, principalmente en relación al tema de la inmigración masiva como objeto de estudio.
Este proceso renovador de fines de los años cincuenta y principios de los sesenta promovió el surgimiento de espacios de producción de conocimiento y de publicaciones, plasmado principalmente en la creación de centros privados de investigación, como señalan Mariano Plotkin y Federico Neiburg en su estudio sobre la vinculación entre elites intelectuales y Ciencias Sociales que se configuró en aquellos años (Plotkin y Neiburg, 2017). En este contexto, fue fundado el Instituto Torcuato Di Tella (ITDT) en 1958 y su Centro de Investigaciones Económicas (CIE) que, de acuerdo a los autores, “nacía como una fundación independiente, que pretendía reproducir en la Argentina el modelo de las instituciones filantrópicas norteamericanas” y planteaba la modernización cultural y la inserción de la producción argentina en la internacionalización de las Ciencias Sociales.
Otro centro fundamental que estimuló la articulación interdisciplinaria, especialmente con la Economía, fue el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES), creado en 1960 con el propósito de modernizar las Ciencias Sociales bajo la consigna del “desarrollo”. Este instituto, en cuya primera Comisión Directiva se encontraban Aldo Ferrer, Sergio Bagú, Torcuato y Guido Di Tella y Gino Germani, asumió desde entonces la publicación de la revista Desarrollo Económico que había sido fundada en 1958 a instancias de la Junta de Planificación Económica de la Provincia de Buenos Aires, durante el gobierno de Oscar Alende y con Ferrer como Ministro de Economía (Caravaca, 2018).
Estos centros generaron intercambios, trabajos y nuevos enfoques en los estudios sociales, propiciando el diálogo entre la historia, la economía y la sociología y ofrecieron las condiciones para la producción de textos que luego se convirtieron en clásicos, como Estudio sobre los orígenes del peronismo, de Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, cuyos artículos originales fueron elaborados en el Centro de Investigaciones Sociales (CIS) del ITDT entre 1969 y 1970, o La formación de la Argentina moderna, publicado en 1967 y producto de los trabajos realizados por Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde en el marco de las actividades del IDES. En estos espacios también surgieron proyectos de investigación sobre el impacto de la inmigración masiva en la conformación social y política de la Argentina, especialmente a partir de los trabajos y materiales de la cátedra de Historia Social de la UBA en donde tuvo una participación central la historiadora Haydée Gorostegui de Torres.
Sin embargo, Devoto y Pagano señalan que entre 1955 y 1966 “la historiografía renovadora era claramente minoritaria en ambientes académicos” (Devoto y Pagano, 2009). En este mismo sentido, Martha Rodríguez señala que, si bien Romero buscó impulsar el desarrollo de la Historia Social a través de la creación de su cátedra y del Centro de Estudios en la Facultad de Filosofía y Letras, predominaba en la carrera de Historia la heterogeneidad y un equilibrio de fuerzas inestable entre tradicionales y renovadores que se inclinó a favor de los primeros (Rodríguez, 2019). Luego, el golpe de Estado y las medidas represivas impulsadas por el gobierno de facto del general Onganía en el campo universitario interrumpieron los proyectos de los historiadores renovadores y afectaron sus trayectorias personales y académicas. Algunos de ellos volvieron a la universidad a principios de los años setenta y luego vivieron el proceso de cambios derivados de los proyectos de reforma impulsados por las autoridades intervinientes en la UBA entre 1973 y 1974, reformas que no lograron institucionalizarse y que fueron abruptamente interrumpidas por la designación del rector interventor Alberto Ottalagano en setiembre de 1974.[1]
A partir de 1976, el ámbito historiográfico se vio nuevamente afectado no solo por la interrupción institucional en las universidades sino también por la profundización y sistematización de la política de censura y control ideológico hacia docentes y estudiantes, que incluía cesantías y prohibiciones y recrudecía las acciones represivas. La política científica respondió a los objetivos generales del gobierno de facto y, específicamente en el universo de las Ciencias Sociales, el aparato estatal asumió un control total de la docencia y la investigación, aplicando restricciones y orientando fondos y apoyos a sectores académicos conservadores afines a la ideología del régimen.[2]
En este contexto de censura, dispersión y persecución se desarrollaron otros ámbitos de estudio con diferentes grados de formalidad y organización, desde grupos de lectura organizados clandestinamente en domicilios particulares hasta programas de investigación amparados por los centros privados que se constituyeron en espacios de producción de conocimiento de las Ciencias Sociales alternativos a las universidades oficiales. A estos centros concurrían estudiantes, graduados recientes e investigadores con el objetivo de acceder a cursos, seminarios o proyectos de investigación, buscando en unos casos profundizar y complementar su formación académica y, en otros, sumarse a programas que les permitieran ejercer su profesión. Entre estas instituciones se encontraban el Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES), el Centro de Investigaciones Sociales sobre el Estado y la Administración (CISEA) y el Centro de Estudios Urbano Regionales (CEUR), dedicados a estudiar temas económicos, políticos, sociales, urbanísticos y demográficos.
La realización de investigaciones y la divulgación de sus resultados fueron posibles, en gran medida, a partir del apoyo de entidades internacionales, entre ellas las de origen norteamericano como la Fundación Ford y la Interamerican Foundation y la Agencia Sueca para la Cooperación en Investigación con los Países en Desarrollo (SAREC por su sigla en inglés), que en la década del setenta destinaban gran parte de sus fondos al financiamiento de proyectos en países de América Latina gobernados por dictaduras o que fueran escenarios de violencia política, crisis institucionales y violaciones a los Derechos Humanos.
Lesgart destaca la importancia de estas instituciones privadas para el sostenimiento de la actividad intelectual durante la dictadura. En este sentido, señala a centros nacionales como el CEDES y el CISEA, por su contribución a la formación de investigadores y por facilitar vínculos con actores políticos, y a centros regionales como la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y, especialmente, al Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), que desde 1978 actuó como una universidad itinerante que creó redes para el intercambio entre intelectuales de países de América del Sur, apoyó especialmente a aquellos perseguidos o exiliados por las políticas dictatoriales, otorgó becas y estimuló la publicación de sus trabajos. En la segunda mitad de la década, las jornadas, los seminarios y los grupos de discusión fomentados por esos centros se posicionaron como eventos centrales y sus resultados alcanzaron divulgación en documentos y revistas, como Crítica y Utopía (Lesgart, 2003; Montaña, 2013).
En este contexto, el PEHESA se conformó en agosto de 1977 a partir de la iniciativa de un grupo de historiadores que se desempeñaban como docentes o pertenecían a alguno de estos centros de investigación privados. Se propusieron como objetivo crear un espacio para fortalecer el estudio de la Historia Social continuando el enfoque y las ideas planteadas por José Luis Romero en la década del cincuenta, remitiéndose así a una “tradición historiográfica” que ellos mismos contribuían a construir, y también recogiendo los temas y la perspectiva desarrollados en los trabajos de Tulio Halperin Donghi. Asimismo, en este espacio confluyeron redes, experiencias e intereses sobre tópicos de historia social y económica que se venían desarrollando en dichos centros y en otros ámbitos, más pequeños y de participación restringida, que buscaban en principio generar un lugar de encuentro entre historiadores y, a partir de allí, sistematizar lecturas y generar proyectos de estudio e investigación de más largo alcance y con un mayor grado de organización y proyección colectiva.
El programa comenzó a funcionar bajo el amparo del CISEA, creado en 1975 por Dante Caputo, Jorge Sabato y Jorge Roulet como un desprendimiento del ITDT luego de una crisis interna que también dio origen al CEDES. Ambos funcionaban en esos años en la avenida Córdoba 939 de la ciudad de Buenos Aires y si bien se habían constituido como dos centros diferenciados, con enfoques y dinámicas de trabajo propias, varios de sus integrantes compartían temas de interés y la convivencia en un mismo edificio propiciaba encuentros, intercambios y la generación de propuestas de trabajo en común.[3]
Leandro Gutiérrez, que en ese entonces era investigador asociado del CEDES, y José Luis Moreno, investigador titular del CISEA desde 1975, dieron el impulso inicial a partir de conversaciones e inquietudes sobre la necesidad de tener un espacio de historiadores sociales. Moreno expresa en una entrevista rememorando aquella experiencia que “en esa época hablábamos de los historiadores sociales que nos sentíamos hijos de José Luis Romero y Tulio Halperin, que habían sido profesores nuestros”.[4] Con ese objetivo convocaron a Luis Alberto Romero y a Juan Carlos Korol.
El PEHESA se definió como un programa asociado al CISEA creado con el fin de impulsar los estudios de historia social y económica y desde sus comienzos registró en informes, actas, gacetillas y correspondencia el detalle de sus actividades. Estos documentos permiten identificar los objetivos del programa y reconstruir la dinámica de trabajo, los proyectos de investigación individuales y colectivos que se llevaban adelante, las actividades de docencia y difusión de sus integrantes, los intercambios con otros centros de estudio nacionales e internacionales y las estrategias para contar con los recursos que facilitaran la consolidación del grupo.
Fueron nueve los investigadores que participaron de la primera etapa. Además de Gutiérrez, Moreno, Korol y Romero, estaban Hilda Sabato, Domingo E. Bourges, Haydee Gorostegui de Torres, Fernando Miguel Suárez y Miriam Trumper, tres de ellos investigadores de planta del CISEA. En esta primera formación convivieron docentes e investigadores en Historia de tres camadas, la mayoría graduada en la UBA. Entre ellos, Haydée G. de Torres, egresada en 1958, era ya una referente en el campo de los estudios históricos. A la generación siguiente pertenecían Leandro Gutiérrez, José Luis Moreno y Luis Alberto Romero, graduados entre 1967 y 1968, Moreno como licenciado en Sociología y con una sólida formación y experiencia en investigación en la línea de la Historia Social. Por último, la tercera generación, graduada entre 1974 y 1975, incluía a Bourges, Korol, Suárez y Sabato, todos profesores de enseñanza secundaria, normal y especial en Historia de la UBA. A ellos se sumaba Miriam Trumper, licenciada en Historia por la Universidad Nacional de Rosario en 1974 y, tiempo después, Ofelia Pianetto, docente e investigadora de la Universidad de Córdoba, que participó como miembro visitante.
Los integrantes mayores poseían experiencia en la docencia y la investigación especialmente en temas vinculados a desarrollo económico, inmigración, estudios demográficos, estructuras agrarias y niveles de importación y exportación de la Argentina en los siglos XIX y XX. Gorostegui de Torres había participado de la cátedra de Historia Social dirigida por José Luis Romero y de la cátedra de Historia Social Argentina con Tulio Halperin Donghi y ocupado otros cargos docentes en la universidad durante los años sesenta. Luego entre 1971 y 1974 había sido titular de Historia de América III en la UBA. Al momento de la conformación del PEHESA era docente de posgrado y directora de investigaciones en la Universidad de Luján.
Leandro Gutiérrez poseía una amplia formación y experiencia adquiridas en su actividad como investigador entre 1963 y 1966 en el Centro de Estudios Historia Social (CEHS), creado por Romero, y luego como investigador del Centro de Investigaciones Sociales (CIS) del ITDT hasta 1973. Se desempeñó como docente en otras universidades nacionales, en la privada de El Salvador y en el IDES e ingresó en 1977 al CEDES. Su interés principal era abordar el estudio de la clase obrera argentina desde una mirada renovadora, enfocando principalmente en sus condiciones materiales de existencia. Ese objetivo lo impulsó a conformar grupos de lectura en su casa, convocando a estudiantes avanzados o recientes graduados en historia, con quienes compartió textos clásicos del marxismo e introdujo en las lecturas de Antonio Gramsci y de los marxistas británicos, Eric Hobsbawm y principalmente Edward P. Thompson.[5]
Luis Alberto Romero, continuador de la tradición inaugurada por su padre e investigador del ITDT desde 1970, había ejercido la docencia en la UBA, en las universidades de Lomas de Zamora y de La Pampa y en la Universidad del Salvador. Ya contaba, además, con libros y artículos publicados. Conocía a Gutiérrez de la facultad, por su trabajo en Historia Social y por compartir un proyecto sobre Historia Oral en el Instituto Di Tella. Al igual que él, tenía interés en una renovación en los métodos de estudio de la historia de los sectores populares.[6]
Hilda Sabato y Juan Carlos Korol habían terminado su formación de grado en Historia en 1975. No solo habían compartido años de estudio sino también experiencias militantes en agrupaciones estudiantiles y luego como ayudantes de cátedra, en medio de la convulsión en los claustros que se enmarcaba en el proceso más amplio de radicalización política de los sectores medios y universitarios que se vivió desde fines de los sesenta y en los primeros años setenta.[7] Mientras estudiaba, Sabato se desempeñaba en el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) como asistente especial del secretario general, un ámbito que le permitió conocer a líderes políticos y referentes de las Ciencias Sociales latinoamericanas y amplió sus contactos. Luego de terminar la carrera, y ante el cierre de espacios de investigación y el clima de censura y persecución en la universidad, ambos decidieron estudiar la inmigración irlandesa, un trabajo emprendido de forma independiente que logró tiempo después convertirse en libro (Korol y Sabato, 1981).
En 1976 Sabato viajó a Londres para realizar sus estudios de doctorado con una beca de la Fundación Ford y estando allí recibió en 1977 la propuesta de sus amigos de Buenos Aires para integrarse al PEHESA, al que se sumó a su regreso al país en 1978. Korol se desempeñaba como docente pero dejó esos cargos para integrarse al CISEA como investigador asistente de Jorge Sabato en el proyecto sobre la composición de la clase dominante argentina.[8] Allí se integró también Miriam Trumper cuando viajó desde Rosario para completar su formación y obtuvo distintas becas del ITDT que le permitieron participar de programas y trabajar como asistente de diferentes investigaciones.
De acuerdo a los testimonios recogidos, Leandro Gutiérrez ocupó un rol central en el PEHESA. Definido por Korol como una “figura excepcional, eximio lector de Hobsbawm y de Thompson”, los participantes de la primera formación del grupo coinciden en señalarlo como el gran referente, quien los introdujo en las lecturas del marxismo británico y quien, ya desde los grupos de estudio que coordinaba en su casa, proponía estudiar a los sectores populares rompiendo con la historiografía clásica del movimiento obrero, centrada en grandes hitos y estructuras, para dar lugar a un análisis enfocado en sus condiciones materiales de existencia y alejado de toda visión épica de los actores.[9]
Si bien estos testimonios coinciden en destacar la centralidad de su figura, señalan asimismo que las ideas renovadoras que desplegaba en sus intervenciones no eran plasmadas a través de la escritura. Gutiérrez publicó pocos trabajos, la difusión de sus ideas se concretó principalmente a través del tejido de relaciones personales forjadas en la docencia, la formación de investigadores, la interacción con sus pares y la organización de grupos de lectura en su casa.[10]
Junto a José Luis Moreno participaron como docentes de Historia argentina I en la cátedra de Halperin en la UBA hasta la intervención de 1966 y también compartieron trabajo en el CIS del ITDT. Moreno había complementado su formación en Sociología a través de los seminarios que ofrecía el Centro de Estudios de Historia Social, en donde accedió a cursos dictados por Claudio Sánchez Albornoz y Halperin Donghi, que fue su tutor, y donde también conoció a Haydée G. de Torres y Reyna Pastor, con quienes luego compartió actividades en el PEHESA. Tanto para Moreno como para Gutiérrez, las figuras de José Luis Romero, Gino Germani y Torcuato Di Tella fueron referentes que impactaron en su formación y orientaron sus temas de interés y sus perspectivas de análisis histórico (Suárez, 2011).
En contraste, quienes se formaron en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA unos años después señalan déficits y la escasez de profesores que incentivaran su interés. En este sentido, tanto Sabato como Korol, que cursaron la carrera entre 1970 y 1974, comparten similares impresiones sobre sus años de estudio y destacan la importancia de las formaciones paralelas al ámbito estrictamente universitario: “Aun cuando estábamos en la UBA nos formábamos al margen […] lo que enseñaban concretamente era bastante malo, salvo alguna excepción. Yo compraba muchos libros, los leíamos y discutíamos, esa especie de estudio paralelo que hacíamos fue muy fructífero”.[11]
Esta formación alternativa incluía la lectura de autores como Maurice Dobb, Pierre Vilar y los referentes de Annales Marc Bloch y Lucien Febvre, sumada a la participación en grupos de estudio reducidos y la concurrencia a cursos en alguno de los centros privados mencionados. Korol, Sabato y Miriam Trumper participaron de seminarios sobre El Capital con el fin de profundizar sus lecturas marxistas en el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales (CICSO), que había sido fundado en 1966 con el objetivo de promover una línea de investigación marxista que estudiara las estructuras de clase en Argentina y los modos de comportamiento, conflictos y enfrentamientos entre los diferentes grupos económico-sociales. Este centro había sido dirigido hasta 1975 por Miguel Murmis y al año siguiente había sido incorporado a CLACSO en calidad de Centro Miembro. En esos años había logrado desplegar una importante cantidad de actividades que incluían la publicación de cuadernos con investigaciones propias, el dictado de seminarios y cursos con gran convocatoria y la conformación de un cuerpo docente entre los que se encontraban Inés Izaguirre, Juan Carlos Marín, Silvia Sigal, Eliseo Verón, Juan Carlos Portantiero, José Nun y Marcelo Cavarozzi.[12]
En la conformación del PEHESA confluyeron experiencias previas, amistades, afinidades ideológicas y un interés común por forjar un espacio de estudio de la Historia social y económica argentina y latinoamericana. Esta “formación cultural” en el sentido otorgado por Williams (2009), como cuerpo de prácticas y sociabilidades con un horizonte de ideas compartido que le da cohesión y una identidad propia, se articuló a partir de las dos tradiciones que sus integrantes reconocían como referentes, la Historia Social de Romero y el marxismo británico de posguerra, y a partir de ellas se fueron delineando sus intereses historiográficos. Por un lado, la Historia Social concebida como un modo integral de abordar el pasado, desde una concepción global del proceso histórico, sumado al interés por el estudio de los sectores populares, con una perspectiva alejada de los textos tradicionales sobre el movimiento obrero y opuesta a los relatos épicos. Por otro lado, estas miradas estaban influenciadas por las obras de los historiadores marxistas británicos, especialmente por los trabajos de Hobsbawm y Thompson y su “historia desde abajo hacia arriba” (Kaye, 1989).[13] En este sentido, Sabato reconoce la gran influencia que en esos años tuvo para ella el marxismo cultural, la Revista History Workshop[14] y autores como Raymond Williams y Richard Hoggart. Entre ellos, rescata especialmente la figura de Thompson, “por el distanciamiento del determinismo y por la idea de complejidad de la acción del hombre”. A este universo de lecturas sumaba a Antonio Gramsci, por la revisión y los aportes que ofrecía desde un marxismo crítico.[15]
Para Korol, a la importancia de Leandro Gutiérrez como articulador y promotor de las lecturas de Hobsbawm y Thompson, se sumaban los dos referentes locales también mencionados por Moreno: “Nosotros nos sentíamos representados por José Luis Romero, la revolución burguesa, Tulio Halperin y su gran libro sobre las elites en la revolución de mayo”, en relación a dos textos centrales en las obras de estos historiadores: La revolución burguesa en el mundo feudal, publicado en 1967, y Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina, de 1972, respectivamente.
El entramado de centros de estudios, trabajo en las cátedras universitarias y grupos privados de lectura y discusión de textos que se venía conformando desde los años sesenta, junto a la sociabilidad propia derivada de la dinámica estudiantil, generó contactos y redes que permitieron emprender y sostener modos de trabajo e intercambio una vez que el proyecto represivo y autoritario impuesto por la dictadura a partir de 1976 llegó a la vida universitaria. Las tres camadas que conformaron originalmente el PEHESA compartían el objetivo de fortalecer los estudios sobre Historia social y económica argentina y latinoamericana. Llegaron a él desde formaciones e itinerarios diferentes, pero tenían en común la experiencia de haber sufrido las consecuencias de los golpes de Estado y las políticas autoritarias de las dictaduras, que afectaron sus carreras como docentes o investigadores o interrumpieron sus años de estudio. El golpe de Estado de 1966 y la intervención a la UBA habían provocado la renuncia de Haydée G. de Torres, Leandro Gutiérrez y José Luis Moreno a sus cargos docentes. Todos ellos regresaron a dar clases a comienzos de los setenta y nuevamente abandonaron sus actividades cuando se produjo la intervención universitaria durante el gobierno de Isabel Perón en el marco de la “misión Ivanissevich”, que nombró a Alberto Ottalagano como rector en setiembre de 1974 y dio inicio a un plan de persecución y censura en los claustros que se profundizó y sistematizó a partir de marzo de 1976. Korol y Sabato habían alcanzado a rendir sus últimas materias poco antes de estas nuevas designaciones.
Estas interrupciones y discontinuidades institucionales producto de las coyunturas políticas determinaron en gran medida el derrotero de los estudios historiográficos hasta 1983. En relación a su propia trayectoria, José Luis Moreno señalaba en una entrevista en 2011 que “fue casi imposible durante muchos años vivir del oficio de historiador. Los golpes de estado de 1966 y 1976 alteraron la vida universitaria” (Suárez, 2011). En el mismo sentido, Juan Suriano afirmaba que “Antes del 73 existían buenos historiadores, que están vinculados fundamentalmente al Instituto Di Tella, Gallo, Cortés Conde, Torre, Botana. Ahora, campo historiográfico no existía. Un campo se arma con instituciones públicas fuertes y todo eso que se pudo ir armando, se desarma con las dictaduras”.[16]
Dinámicas de trabajo, temas y enfoques de investigación
El aval institucional del CISEA, que otorgó al PEHESA la calidad de programa asociado, permitió establecer desde sus inicios un grado de formalidad que dio regularidad a sus actividades y estableció las formas de participación de sus miembros.[17] En sus registros hacen constar que las políticas y planes de trabajo se definían en asamblea, en la que se designaba a uno de los integrantes como coordinador con las funciones de dar cumplimiento a las decisiones tomadas entre todos, mantener el vínculo con el CISEA y establecer articulaciones con otras instituciones[18]. Se constituyó además un Consejo Asesor encargado de orientar el desarrollo de los proyectos y evaluar las actividades, integrado por investigadores reconocidos de otros centros y universidades: Jorge Balán del CEDES, Horacio Giberti, Tulio Halperin Donghi, ya entonces profesor de la Universidad de Berkeley, Jorge E. Hardoy del Centro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR), Alfredo Lattes del Centro de Estudios de Población (CENEP), Jorge Sabato del CISEA y Gregorio Weinberg de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Las actividades principales del PEHESA incluían la realización de investigaciones, la publicación de sus resultados, la organización de seminarios y reuniones de discusión de textos, intercambio con instituciones o personas a nivel nacional e internacional y el dictado de cursos para graduados. La participación de los miembros estaba definida por sus tareas de investigación de tiempo completo o parcial dentro del programa, a las que sumaban la docencia y los trabajos en otros centros.
En sus memorias y balances establecen que sus prioridades de investigación “parten de una preocupación común por el conocimiento de los procesos sociales que tuvieron lugar en América Latina en los siglos XIX y XX”.[19] Desde ese enfoque general, el período central abordado estuvo comprendido entre 1850 y 1930 y los temas de sus producciones se organizaron alrededor de cuatro ejes: la formación y características del mercado de trabajo en Argentina, los sectores populares urbanos en Argentina y América Latina, la estructura agraria de la región pampeana y la conformación de los sectores dominantes.
Si bien la información detallada en las memorias que se encuentran en sus archivos describe un sistema de organización que da cuenta de un cierto grado de formalidad, cuando sus protagonistas rememoran aquella experiencia acuerdan en definir al PEHESA como un grupo de pares, sin jerarquías ni estructura rígida. Lo consideran como un espacio creado para mantener la discusión, ejercer el pensamiento crítico y preservar su identidad intelectual en un contexto de fragmentación y aislamiento de los espacios culturales y con las instituciones educativas intervenidas por la lógica de censura, control ideológico y represión de la dictadura. En este sentido, el PEHESA se articuló como las “microsociedades” definidas por Altamirano como espacios de comunicación y construcción de conocimiento entre iguales, con sus reglas y un microclima propio de transmisión e intercambio de ideas (Altamirano, 2006, p. 125). Las dinámicas de trabajo y el funcionamiento de distintos centros en un mismo edificio propiciaban los encuentros diarios, los almuerzos compartidos y las reuniones semanales en las que se discutían avances y se planificaban proyectos. Así lo testimonia Hilda Sabato: “El PEHESA por un lado era un lugar de referencia, una red de amigos, por otro lado, empezar a hacer proyectos juntos”.[20]
A fines del primer año, el grupo produjo un informe que resumía los avances logrados. Allí se señalaba que uno de sus objetivos consistía en “estimular investigaciones originales tanto de la Argentina como los estudios comparativos de los países de América Latina” y que sus principales actividades incluían seminarios, reuniones, conferencias y cursos para graduados ofrecidos por los miembros del grupo y por investigadores de otras instituciones invitados especialmente para determinadas ocasiones. Se destacaba que un propósito central del programa era la vinculación con instituciones y personas dedicadas a los estudios sociales y a los problemas históricos en particular, nacionales y extranjeros, con el fin de entablar contactos que permitieran mantener “un intercambio rico y vivaz, indispensable para desarrollar todas las inquietudes intelectuales y crear vínculos sólidos y permanentes”.[21]
Este primer balance permite observar que en los proyectos de investigación iniciados se cumplen las premisas y orientaciones temáticas que dieron origen al programa. La primera etapa de trabajo estuvo abocada al desarrollo de tres grandes proyectos. Uno de ellos dedicado a la investigación de la “Evolución de las importaciones argentinas 1864-1963”, liderado por Haydée G. de Torres y con Fernando Suárez y Enrique Bourges como investigadores asociados. A partir de registros estadísticos de organismos estatales vinculados a las actividades comerciales y contando con un auspicio del Centro Latinoamericano de Ciencias Sociales, este trabajo proponía construir en el período de un año una serie con datos de las importaciones locales clasificadas según artículos, precios y países de origen.
Por otro lado, Leandro Gutiérrez y María Cristina Cacopardo, junto a Miriam Trumper como investigadora asociada, iniciaron un trabajo sobre “Modos de vida de los sectores populares en Buenos Aires entre 1880 y 1914”, con el objetivo de estudiar sus condiciones materiales y sociales durante la gran transformación de la sociedad argentina derivada de la inmigración masiva. En la fundamentación del proyecto se explicitan los conceptos y líneas historiográficas que buscó impulsar el PEHESA y que organizan sus investigaciones. Se reconoce a la etapa iniciada en 1880 como un período objeto de numerosas investigaciones que sostienen su “carácter modernizante” y excepcional a partir del análisis sobre la estructura demográfica, desarrollo económico y papel político de las elites dirigentes.
Sin embargo, destacan la escasez de interpretaciones sobre la participación específica de los sectores populares en el proceso abierto en las últimas décadas del siglo XIX, tanto sobre lo que llaman sus “beneficios materiales”[22] como sobre sus comportamientos sociales. Ante los presupuestos generalizados que afirmaban que los sectores populares disfrutaron de las consecuencias de las riquezas generadas en esos años, el informe señala la existencia de diversas fuentes que revelan malestar social, estallidos de violencia y datos sobre malas condiciones de vida que les permiten afirmar que “Los sectores populares como conjunto social permanecen aún fuera del estudio de la vida nacional en dicho período y con ellos un elemento clave para interpretar las conocidas -pero sólo parcialmente explicadas- contradicciones del proceso.” Por ello, el interés está centrado en conocer y analizar la vida material, que desde su perspectiva incluye a los hechos relacionados a la alimentación, vivienda, salud, vestimenta y tiempo libre, y la vida social de los sectores populares, definida como el conjunto de comportamientos que los caracteriza como grupo humano en un período determinado.
La consideración de los sectores populares como objeto de estudio fue uno de los núcleos centrales de interés de Leandro Gutiérrez, desde las ideas, lecturas y modos de abordaje compartidos en los grupos de estudio que organizaba en su casa y que luego trasladó al CISEA, a sus clases en el IDES y, específicamente, a los proyectos desarrollados en el PEHESA. En la fundamentación se observa cómo ese trabajo previo fue configurando un núcleo de investigación y definiendo conceptos y metodologías específicos.
La investigación define a los sectores populares como aquellos conformados por tres grupos claramente identificados: un primer grupo que incluye a empleados, artesanos y obreros calificados; en segundo lugar, obreros y empleados poco especializados y, por último, trabajadores sin especialización, conjunto en el que se pueden ubicar con mayor frecuencia a los “desocupados” y “desocupados estacionales”, conformando lo que llaman un “subproletariado”, cercano a las clases marginales. Para analizar la vida material y social de estos actores, el proyecto cuenta con fuentes de tipo cuantitativo y cualitativo, con el fin de medir ingresos de los sectores populares, conocer el desempleo y detectar casos de marginalidad social que incluyen a “mendigos y atorrantes”.
Este interés era compartido por Luis A. Romero, que inició el proyecto “Los sectores populares urbanos en América Latina antes del crecimiento industrial (1840-1910)”. Allí propuso un análisis comparativo para el conjunto latinoamericano con el objetivo de identificar sobre qué bases sociales se habían constituido los proletariados industriales de la región y comprender la dinámica de los movimientos populares del siglo XX. El trabajo era ambicioso y planteaba etapas de trabajo para ir recogiendo y sistematizando información de estudios particulares sobre las ciudades de Santiago de Chile, Valparaíso, Montevideo, Lima y Buenos Aires, seleccionadas por reunir características típicas del período abordado. El objetivo final del estudio consistía en la presentación de un análisis sobre el proceso de constitución de los sectores populares urbanos, identificando su composición étnica y ocupacional, sus condiciones de vida familiar, social y laboral y sus actitudes y formas de mentalidad.
De igual modo que el proyecto liderado por Gutiérrez, se destaca que el estudio de los conflictos violentos se presentaba como un campo propicio para analizar la irrupción de los sectores populares en la vida política. Un último objetivo del proyecto se proponía específicamente trabajar sobre una caracterización conceptual de los sectores populares urbanos latinoamericanos a partir de los resultados del análisis comparativo y tomando aportes de referentes teóricos de la Historia Social como Eric Hobsbawm, George Rudé y E. P. Thompson. Como en los otros proyectos que se estaban llevando adelante en esa primera etapa del PEHESA, el proyecto de Romero incluía fuentes censales, pero explicitaba que su abordaje daría prioridad a materiales de tipo cualitativo, como textos de viajeros, literatura, diarios, revistas y archivos judiciales y policiales.
Entre 1977 y 1979 se profundizaron estas investigaciones. En 1980 obtuvieron un financiamiento de la Fundación Ford para un proyecto de investigación sobre la urbanización de la ciudad de Buenos Aires diseñado por Moreno, pero la decisión sobre la administración de los fondos generó discusiones internas y un conflicto que derivó en la renuncia de Moreno al CISEA y su alejamiento del PEHESA junto con el de Haydée G. de Torres. Desde entonces, el grupo se reorganizó alrededor de los cinco integrantes que conformaron el equipo central del programa durante los años siguientes. Con el monto recibido, finalmente Sabato, Korol y Miriam Trumper, con el asesoramiento de Gutiérrez y Romero y la incorporación del sociólogo Ricardo González como investigador asistente, iniciaron el proyecto “Los trabajadores y el mercado de trabajo en Buenos Aires y su campaña, 1850-1880”, que se proponía estudiar las características de la mano de obra y la conformación de la estructura ocupacional y su movilidad en el marco del desarrollo capitalista. Esta obra colectiva fue uno de los principales ejes del trabajo en aquellos años, el que tuvo mayor proyección hacia otros ámbitos y el que orientó significativamente las trayectorias individuales de sus integrantes.
Al mismo tiempo, cada uno continuaba con sus actividades docentes y sus investigaciones individuales o en duplas. Algunos de ellos contaban además con becas de CLACSO, como Trumper y Korol para su trabajo sobre la formación de la clase dominante argentina que se vinculaba con la obra de Jorge Sabato, con quien ellos se habían formado previamente en el CISEA.
En estos años comenzaron a editar series de documentos de trabajo para difundir los resultados de sus investigaciones, al mismo tiempo que adquirían regularidad y alcance los seminarios y cursos, varios de ellos organizados en articulación con el IDES y con CLACSO. Los que pasaron a conocerse informalmente como los “seminarios de los jueves” se organizaban cada semana, intercalando dos tipos de encuentros, unos que tenían como objetivo la discusión interna entre los miembros del programa para debatir lecturas y presentar avances de investigación y otros que se ofrecían como un espacio abierto para que cientistas sociales de otros centros del país o del exterior expusieran sus trabajos. En este marco participaron como expositores o comentaristas Horacio Giberti, Hebe Clementi, Oscar Oszlak, Mario Rapoport, José Panettieri, Juan Carlos Tedesco, Darío Cantón, Jorge Sábato, Tulio Halperin Donghi, Eduardo Míguez, Natalio Botana, Hugo Vezzetti, Samuel Amaral y Marcelo Cavarozzi, entre otros. Los temas abordados giraban alrededor de los núcleos de investigación del programa: políticas económicas y desarrollos regionales, redes de comercialización, estructura agraria, comercio exterior y características de los sectores sociales urbanos y rurales. Había otros espacios, organizados como conferencias para las personalidades más reconocidas, en las que se destacaban las exposiciones de Halperin o de Natalio Botana sobre temas vinculados a la historia política o al mundo de las ideas.
Las reuniones abiertas, que contaban con una asistencia regular de entre veinte y veinticinco personas más participantes ocasionales, se realizaban jueves por medio a las 19 horas en la sede del PEHESA. Para promocionarlas, se cursaban invitaciones mensuales con el detalle de los seminarios y las referencias de los expositores firmadas por el coordinador del programa, cargo que en esos años ocuparon luego de Leandro Gutiérrez, José Luis Moreno durante 1979 y Luis A. Romero desde entonces hasta 1984.
Asimismo, el interés en la formación de jóvenes investigadores impulsó la organización de cursos junto con el IDES, para ofrecer estudios de posgrado que, de acuerdo al diagnóstico del PEHESA sobre el campo de estudios históricos, contribuiría a paliar la ausencia de espacios de actualización para graduados y los déficits de la formación de grado. Bajo esta modalidad las temáticas se circunscribían en torno al conocimiento de las herramientas de investigación para el estudio de la historia social y económica latinoamericana y a problemas de la historiografía y los cursos eran dictados por los cinco docentes integrantes del programa. Para reforzar esta línea, sumaron en 1981 la realización de jornadas de discusión de proyectos de investigación para orientar a los jóvenes en sus primeras producciones.
Hacia fines de ese año, el balance incluía no solo el repaso de actividades y resultados de investigaciones sino también la descripción del campo de estudios históricos dentro del cual ubican la situación y las perspectivas del PEHESA. Allí señalaban que el grupo había sido creado con el objetivo de revalorizar y desarrollar estudios de Historia social y económica para revertir la “trayectoria poco afortunada” que hasta entonces había tenido esa disciplina. En la descripción del derrotero de la Historia Social, reconocen el nuevo impulso que sostuvo el Instituto Di Tella a principios de los años setenta a través de la creación de sus centros de investigación. Sin una alusión explícita a la dictadura instaurada en 1976, señalan que desde mediados de la década nuevamente se desbarataron esos intentos, en el contexto más amplio de una crítica situación de las universidades nacionales y la carencia de propuestas académicas en las universidades privadas.
De acuerdo a la interpretación de los integrantes del PEHESA, los historiadores no contaban con un ámbito específico para desarrollar las tareas de investigación y docencia propias de su disciplina. Esto sucedía debido a tres motivos principales: la emigración de historiadores, el aislamiento de los que habían quedado en el país y la progresiva cerrazón de los ya consagrados, que no facilitaban canales de participación a las nuevas generaciones ni formulaban propuestas renovadoras.[23] En este contexto de escasez de recursos y precariedad institucional, el PEHESA se asumía como un grupo de historiadores que había decidido realizar en 1977 “un esfuerzo conjunto para fomentar la continuidad y futuro desarrollo de los estudios de Historia Social y económica en el país”, para producir investigaciones, promover un ámbito de intercambio académico y generar programas de formación y especialización permanente.
El informe destacaba que durante los primeros dos años las actividades del programa se sostuvieron gracias a tres fuentes de recursos: en primer lugar, por becas y subsidios para investigaciones individuales, provenientes principalmente de FLACSO y la Fundación Ford, luego por fondos provistos por los integrantes derivados de sus tareas docentes y, por último, señalaban el apoyo del CISEA, que aportaba infraestructura y recursos administrativos. En 1980 se había obtenido un subsidio de la Fundación Ford para la realización de un proyecto de investigación institucional, que permitió iniciar el trabajo en equipo sobre el mercado de trabajo y habilitó la posibilidad de integrar a Ricardo González como investigador ayudante. Al año siguiente accedieron a un fondo de la Agencia Sueca para la Cooperación en Investigación con los Países en Desarrollo (SAREC por su sigla en inglés) obtenido a través de la gestión de CLACSO.
El balance reflejaba que tras cuatro años de trabajo se habían alcanzado logros importantes, expresados en trece proyectos de investigación concluidos, dos libros y varios artículos publicados.[24] A partir de estos resultados, el grupo se fue reorganizando y definió tres grandes áreas: la investigación, el nucleamiento y el intercambio académico y la promoción de investigadores. La situación crítica de las universidades nacionales, la ausencia de un ámbito específico donde desarrollar tareas de investigación y docencia y la escasez de recursos y formación de posgrado son los factores mencionados que atentaban contra la labor historiográfica y que impulsaban al programa a generar estrategias de solidaridad interna e integración intelectual. Aquí aparece una de sus constantes y mayores preocupaciones, que era la de mantener un financiamiento diversificado que les permitiera sostener las investigaciones en equipo, incorporar investigadores jóvenes y poder brindar una dedicación más plena a la tarea académica. A esta situación se refirió Romero en un artículo publicado en 1996 en el que rescata la experiencia del PEHESA durante la dictadura y señala el carácter vocacional que caracterizaba a las actividades, dados los exiguos recursos y la marginalidad de la Historia dentro de los centros de Ciencias Sociales “particularmente prósperos en esos años”. Refiere asimismo cómo la necesidad de aplicar a los subsidios de las entidades internacionales impactaba en la formulación de sus objetos de estudio y llevaba a “agudizar el ingenio” para introducir la dimensión histórica en las líneas de los debates que interesaban a los donantes: “Los temas en los que personalmente he trabajado en esos años (sectores populares, mercado de trabajo, cultura, participación política) están fuertemente influidos por las preocupaciones circulantes en los centros de Ciencias Sociales.” (Romero, 1996, p. 94-95). La problemática de la escasez de recursos y el modo de afrontarla que asumieron diferentes grupos académicos en aquellos años generaron una serie de cuestionamientos en torno a los subsidios privados que envolvió al ámbito historiográfico en “prolongados y encendidos debates”, como los califican Pagano y Devoto en su historia de la historiografía argentina (2009).
En diciembre de 1982, con la manifiesta voluntad de dejar registros de sus actividades y detallar un balance de lo logrado, Romero escribió una carta dirigida “A los amigos”. Allí nuevamente planteaba los objetivos de quienes, en 1977, reconociéndose en la trayectoria de la Historia Social, habían buscado llenar el vacío impuesto por las condiciones políticas. No hay en el texto referencias explícitas a la dictadura, pero sí al aislamiento de los historiadores:
Cuando decidimos formar el grupo […] las perspectivas del país eran bastante oscuras para todos, y particularmente para nosotros, los historiadores. Formados en algunos de los períodos de la buena Universidad, afiliados a lo que genéricamente podríamos llamar una historia “social”, veíamos que esa tradición se interrumpía irremediablemente, sin universidades dignas de ese nombre, sin centros de investigación que atendieran a la historia, sin maestros, sin siquiera lugares para conversar, para intercambiar opiniones, para estimularnos los unos a los otros. Nada era, realmente, muy alentador para quienes quisimos y pudimos quedarnos en el país (Romero, 1982, Archivos del PEHESA, Facultad de Filosofía y Letras, UBA).
Según Romero, gran parte de lo que se habían propuesto cinco años antes se había logrado. A los cincuenta seminarios realizados se sumaban los cursos de actualización para los jóvenes graduados, además de los proyectos colectivos e individuales realizados por los integrantes del grupo. Desde su análisis, un logro esencial era el acercamiento de enfoques y puntos de vista alrededor de la amplia problemática de los sectores populares, algo que a él le interesaba particularmente y que se había propuesto conceptualizar a través de sus investigaciones y del trabajo realizado junto a Leandro Gutiérrez. Al igual que Sabato y Korol, Romero destaca la importancia de los aportes de Gutiérrez para el estudio de la izquierda desde una perspectiva crítica y alejada de los discursos militantes: “Cuando empezamos a trabajar juntos - al fundar el PEHESA, en 1977- me hizo leer un clásico texto de Gramsci sobre cómo hacer la historia de la izquierda. Partimos de ese texto -que él utilizaba usualmente en sus clases- y de una crítica de las historias del movimiento obrero existentes, para desarrollar nuestro trabajo sobre los sectores populares” (Romero, 2002).
Luego de cinco años, el PEHESA había logrado consolidar dinámicas de trabajo estables y definir temas y enfoques para el estudio de la conformación socioeconómica de la Argentina desde mitad del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX. El análisis del mercado laboral y la inserción del país en el contexto capitalista mundial junto a los trabajos sobre los sectores populares, que no solo se dedicaban a analizarlos sino que pretendían generar nuevas conceptualizaciones y categorías analíticas para describirlos, ocuparon al grupo en aquella etapa que describe la carta de Romero.
Este recorte disciplinar y el énfasis puesto en la generación de espacios para el encuentro y el intercambio entre historiadores definieron al grupo y dieron homogeneidad a su tarea y a las formas de intervención que se propusieron dentro del ámbito historiográfico. Consultado sobre aquella experiencia durante los años de la dictadura, Romero señala que más que haber definido una línea historiográfica se logró crear un ámbito:
Entre el 77 y el 83 éramos un grupo de referencia, en primer lugar de sociabilidad historiográfica. A las reuniones que nosotros hacíamos venía muchísima gente, era casi el único lugar donde podía ir para encontrarse con gente de historia, lo que ofrecíamos en nuestras reuniones era bastante heterogéneo, no era una línea. (Romero. Entrevista realizada el 3 de mayo de 2019 en la Ciudad de Buenos Aires. Entrevistadora: Cecilia Gascó).
Reflexiones finales
Este trabajo buscó reconstruir las prácticas de un conjunto de historiadores que, en medio del contexto represivo y autoritario implantado por la dictadura a partir de 1976, organizó un grupo de estudio e investigación con el fin de generar un espacio de trabajo e intercambio de ideas entre pares. Las preguntas que orientaron el análisis apuntaron a reconstruir, mediante entrevistas y relevamiento de documentos de archivo, no solo el proceso de formación interna del grupo sino también las condiciones sociales y culturales en las que tuvo lugar.
En distintas circunstancias y con diversos grados de formalización, esos espacios constituidos en casas particulares o en institutos privados de investigación lograron convertirse en centros de producción de conocimiento y de difusión de saberes. Como señala Norbert Lechner, la violencia institucionalizada de las dictaduras latinoamericanas durante los años setenta destruyó la vida universitaria y reprimió la actividad cultural, obligando a muchos intelectuales a crear “soluciones de sobrevivencia” que modificaron las formas de producción de esos saberes (Lechner, 1988)
En este mismo sentido se expresaron los integrantes del PEHESA en las entrevistas en las que fueron consultados sobre aquella experiencia. Se encuentran en sus relatos alusiones a una práctica de supervivencia intelectual que les permitió seguir en contacto con colegas y continuar ejercitando el pensamiento crítico. Luis A. Romero identifica al grupo como un espacio creado por “sobrevivientes” y en una definición de Sabato aparece la idea de “preservación de la identidad intelectual” y de un momento único que lo hizo posible:
Para nosotros esos grupos fue una experiencia que no se repitió después, eran voluntarios, estábamos ahí porque queríamos tener con quien hablar, no solamente eran grupos de discusión historiográfica e intelectual sino también política. Se integraron las tres cosas. […] No teníamos otra cosa que hacer, no podíamos dar clase, no podíamos hacer nada público, en el fondo era un caldo de cultivo intelectual interesantísimo, una intensidad de discusión que después no tuvimos nunca más. En democracia había otras cosas, había que hacer otras cosas. Ahí era estar a contrapelo. (Entrevista Gascó, 2016).
El PEHESA se constituyó como un espacio totalmente ajeno y alejado de la universidad. Sus integrantes sí pertenecían a diferentes camadas formadas en la UBA, con trayectorias diversas pero todas de alguna manera afectadas por las interrupciones que las circunstancias políticas vividas en el país en las décadas del sesenta y setenta imprimieron a la vida académica. Los golpes de Estado, los proyectos de reformas interrumpidos y las intervenciones con las consecuentes medidas de control y persecución incidieron en el desarrollo de los campos disciplinares y, específicamente en el ámbito historiográfico, impidieron la consolidación y la continuidad de trabajo de cátedras, institutos de investigación e instancias de formación de grado y posgrado. Devoto y Pagano afirman que lo que se vio afectado con el quiebre y la dispersión generada por la represión estatal sobre la vida académica a partir de 1966 fue la “transmisión personalizada de saberes y prácticas historiográficas.” (Devoto y Pagano, 2009, p. 432). Con respecto a lo sucedido con la dictadura iniciada en 1976, Suriano afirmaba que “La alteración de la vida democrática interrumpió durante esos años el normal funcionamiento de la vida académica formal, así como obstruyó el debate intelectual en esos ámbitos.” (Suriano, 2017, p. 33).
Resulta fundamental considerar estos factores disruptivos al momento de analizar experiencias disidentes o alternativas al sistema educativo formal, como los grupos de estudio o la proliferación de centros privados. También para comprender la importancia que los protagonistas adjudican a su formación paralela a la de las instituciones oficiales, marcada por la complementación de sus estudios formales con la participación en cursos, talleres o mediante el acceso a bibliografía que no llegaba a los claustros. En este sentido Hilda Sabato señala, con respecto a su propia trayectoria, que “somos una generación formada al margen de las instituciones oficiales.” (Sabato, 1994, p. 106). Se trataba de lo que Jimena Montaña llama una “apropiación informal” a través de lecturas oblicuas o referencias compartidas entre pares que fueron generando espacios de debate poco institucionalizados pero vitales para la formación intelectual de estudiantes o graduados recientes (Montaña, 2009).
Al analizar el proceso de conformación y consolidación del PEHESA se advierten factores que dieron especificidad al grupo entre 1977 y 1983. El cierre de espacios públicos, la desarticulación de redes y la desconexión con la universidad y sus institutos de investigación propiciaron un microclima que favoreció, por un lado, la asociatividad horizontal y, por otro, el planteo de nuevos temas y la introducción de corrientes teóricas o autores hasta entonces poco abordados.
El PEHESA se constituyó en ese contexto con dos objetivos. En primer lugar, retomar la línea de estudios sobre la Historia Social inaugurada por José Luis Romero en los años cincuenta y contribuir al mismo tiempo a una renovación historiográfica. Por otro lado, se propusieron crear un lugar de encuentro entre historiadores para debatir y compartir lecturas. La inscripción en la Historia Social determinó temas, enfoques y metodologías que plasmaron en proyectos de investigación y en programas y cursos de capacitación para la formación de estudiantes o graduados recientes de la disciplina. El grupo revalorizaba una corriente que, como sus mismos integrantes reconocían, no había logrado consolidarse en la universidad y había alcanzado una difusión marginal dentro del campo de estudios. Como señalaron en las entrevistas, además de Romero su otro referente era Halperin Donghi, de él tomaban su concepción de historia total, de un relato histórico que abarcara la vida de las sociedades relacionando dimensiones políticas, culturales, económicas y sociales. A ello, sumaban las lecturas provistas por la formación marxista que algunos poseían, con la influencia que en esos años comenzó a tener el marxismo británico, representado principalmente por Hobsbawm y Thompson, y con el acercamiento a la obra de Gramsci.
Este mapa de tópicos y ejes de investigación dio identidad al PEHESA y fue una apuesta historiográfica que retomó los motivos de la tradición de la Historia Social inaugurada por Romero, a los que sumó el propósito de formular conceptualizaciones a partir del estudio del proceso de conformación de los sectores populares en su relación con el Estado y el mercado. Esto último impulsado principalmente por Leandro Gutiérrez, figura central del grupo en sus primeros años.
Por otro lado, el deseo de generar un espacio de encuentro y trabajo entre pares se vio facilitado por el amparo institucional del CISEA.[25] Las posibilidades que ofrecía compartir edificio con el CEDES también favorecieron ese impulso y propiciaron la articulación con otros grupos, fundamentalmente a partir de 1982, cuando volvieron a mudarse y se instalaron en un edificio ubicado en la esquina de las avenidas Pueyrredón y Corrientes, la “Atenas del Once”, que era sede de varios centros de investigación.[26] Hacia ese año el PEHESA había logrado constituirse en un espacio de referencia para historiadores y otros investigadores de las Ciencias Sociales en medio de una trama cultural fracturada. Las reuniones y los “seminarios de los jueves” pudieron sostenerse y contar con la participación frecuente de expositores y asistentes.
De acuerdo a Altamirano, las estructuras de sociabilidad surgen y se desarrollan en determinados contextos y climas sociales (2006, p. 155). Los grupos o movimientos se constituyen así en tradiciones creadas históricamente, producto de la confluencia de intereses, objetivos, redes e itinerarios que generan comunidades con sus propias reglas y se posicionan en el espacio cultural, siempre atravesado por las dinámicas sociales y políticas propias de cada época. Los grupos de estudio son, en este sentido, una forma de intervención cultural que se venía desarrollando en Argentina desde los años cincuenta y, tal como afirma Suasnábar, representan una tradición que cuenta con su propia historia (2017). En muchos casos, esa tradición asociativa está vinculada a las formas de respuesta generadas por docentes, investigadores y trabajadores de la cultura a las lógicas de censura y persecución aplicadas por las dictaduras y ante la inestabilidad institucional de las universidades, también sometidas al disciplinamiento de los regímenes de facto y los vaivenes derivados de las dinámicas propias de la vida política.[27] Frente a estas circunstancias, esas respuestas consistieron en crear espacios para plantear posturas disidentes o continuar desarrollando de algún modo tareas intelectuales, ocupando “intersticios”, término identificado en testimonios de los protagonistas y documentos del período, y participando de un circuito semiclandestino que, en el caso de la última dictadura y de acuerdo al análisis de Lesgart, existió hasta la guerra de Malvinas (Lesgart , 2003, p. 78).
Con la apertura democrática en 1983, cátedras, programas y cuerpos docentes que fueron parte de la reconstrucción de los claustros se conformaron en gran medida a partir de lo trabajado en los grupos de estudio y los centros de investigación que habían continuado generando conocimiento durante la dictadura. Entre otros investigadores, así lo afirma Kauffman: “La transición a la democracia se encontró con distintos espacios académicos formalizados durante el período dictatorial”[28] (Kauffman, 2017, p. 149).
En el ámbito historiográfico, Romero planteó cómo desde entonces se fue conformando un campo de estudios con criterios consensuados que organizaron una comunidad académica de historiadores profesionales, legitimados por las instituciones oficiales y por su participación en redes internacionales. El PEHESA atravesó esa etapa y continuó con sus actividades en democracia, por lo cual posibles trabajos futuros podrían ser dedicados a indagar cómo impactó el cambio político en sus prácticas y en los itinerarios académicos de sus integrantes. En un plano estrictamente historiográfico, se podría apuntar a identificar si el grupo pudo construir entre 1977 y 1983 una agenda de temas y problemas que luego fuera recuperada e institucionalizada en las carreras de Historia de la universidad de los años ochenta, o si algunos de sus modos y criterios de trabajo incidieron en la configuración de un modelo de historiador profesional. Estas posibles indagaciones, en diálogo con algunas de las líneas abordadas en este trabajo, abren nuevas perspectivas y de ese modo, como propone Omar Acha en un artículo en el que se interroga sobre las actuales condiciones de producción de las representaciones y la escritura sobre el pasado, “[…] la historia de la historiografía se amplía a terrenos que involucran alcances mayores, hasta la historia cultural, política e intelectual” (Acha, 2019, p. 49).
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Integrantes del PEHESA entrevistados
Hilda Sabato
Juan Carlos Korol
Miriam Trumper
Fernando Rocchi
Ema Cibotti
Juan Suriano
Luis Alberto Romero
José Luis Moreno
Beatriz Sarlo
Recepción: 12/06/2022
Evaluado: 21/08/2022
Versión Final: 01/10/2022
(*) Magíster en Historia. Docente Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y Universidad Nacional de La Matanza (UNLAM), Argentina. Email: mariaceciliagasco@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1635-9718
[1] Para conocer el proyecto de reforma impulsado en la UBA véase Friedemann, S. (2021) La Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires. La reforma universitaria de la izquierda peronista, 1973-1974. Buenos Aires: Prometeo.
[2] Sobre las consecuencias de la última dictadura en las Ciencias Sociales se pueden consultar los trabajos de Apaza (2008); Rodríguez, Laura G. (2016); Lesgart (2003).
[3] Sabato, Hilda. Entrevista personal realizada el 26 de enero de 2016 en la Ciudad de Buenos Aires. Entrevistadora: Cecilia Gascó / Moreno, José Luis. Entrevista personal realizada el 20 de mayo de 2019 en la Ciudad de Buenos Aires. Entrevistadora: Cecilia Gascó.
[4] Moreno, José Luis, ibídem.
[5] Cibotti, Ema. Entrevista realizada el 27 de Setiembre de 2017 en la Ciudad de Buenos Aires. Entrevistadora: Cecilia Gascó / Suriano, Juan. Entrevista realizada el 23 de Agosto de 2018 en la Ciudad de Buenos Aires. Entrevistadora: Cecilia Gascó. / Suriano también señala en este sentido “Algunos aspectos de la recepción de la obra de Hobsbawm en Argentina” que en su conocimiento de esta obra: “[...] hay una vinculación ligada a mi propia formación como investigador, que se dio originalmente hacia fines de los años setenta y comienzos de los ochenta en los grupos de estudio que dirigía Leandro Gutiérrez fuera de los ámbitos académicos y de manera casi clandestina.” (Suriano, 2017).
[6] Romero, Luis Alberto. Entrevista realizada el 3 de mayo de 2019 en la Ciudad de Buenos Aires. Entrevistadora: Cecilia Gascó.
[7] Sabato, Hilda (Entrevista Gascó, 2016) / Korol, Juan Carlos. Entrevista realizada el 20 de setiembre de 2017 en la Ciudad de Buenos Aires. Entrevistadora: Cecilia Gascó / Sobre radicalización política y peronización de los universitarios ver: Barletta, A. Universidad y política. La “Peronización” de los universitarios (1966-1973). Elementos para rastrear la constitución de una política universitaria peronista. Cuadernos del CISH, Nº 5, 1999.; Dip, N. A. (2017). “Antecedentes y orígenes de las primeras experiencias de peronización en la UBA. 1966-1970.” Folia Histórica del Nordeste, (29), 81-112; Califa, Juan Sebastián. “La socialización política estudiantil en la Argentina de los sesenta. La Universidad de Buenos Aires”, en Perfiles Educativos, vol. XXXVI, núm. 146, 2014. IISUE-UNAM.
[8] El libro de Jorge Sábato. La clase dominante en la Argentina moderna. Formación y características fue publicado por primera vez en 1988.
[9] Sabato (Entrevista Gascó, 2016) / Korol (Entrevista Gascó, 2017) / Suriano (Entrevista Gascó, 2018) / Rocchi, Fernando. Entrevista realizada el 26 de Setiembre de 2017 en la Ciudad de Buenos Aires. Entrevistadora: Cecilia Gascó / Trumper, Miriam. Entrevista realizada el 23 de Octubre de 2017 en la Ciudad de Buenos Aires. Entrevistadora: Cecilia Gascó.
[10] Durante el período analizado Gutiérrez produjo trabajos que fueron incluidos en Romero, Luis A. (Dir. José Luis Romero). Buenos Aires, historia de cuatro siglos. 2 vol., Buenos Aires: Abril, 1983. 2da edición, ampliada, Buenos Aires: Altamira, 2000. Los textos son "Los trabajadores y sus luchas" y "La mala vida".
[11] Korol (Entrevista Gascó, 2017).
[12] CICSO: 1966-CICSO-1991. Programa y reseña. Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales, Buenos Aires, 1991. Disponible en www.cicso.org.
[13] Para conocer la influencia de Hobsbawm en integrantes del PEHESA consultar: Sabato, H. “Las lecciones de Hobsbawm” y Suriano, J. “Algunos aspectos de la recepción de la obra de Hobsbawm en Argentina”. En Mónaco, César (Comp.) (2017) Historia y política: seis ensayos sobre Eric Hobsbawm. Los Polvorines: Universidad Nacional de General Sarmiento.
[14] Revista que surgió a partir de los Talleres de Historia desarrollados en la Universidad de Oxford desde 1976, coordinados por Raphael Samuel con el objetivo de ofrecer clases y cursos a grupos de trabajadores.
[15] Sabato (Entrevista Gascó, 2016).
[16] Suriano (Entrevista Gascó, 2018).
[17] Sobre los grados de formalidad que desarrollaron los grupos de estudio durante la última dictadura consultar Lesgart, C. (2002) Usos de la transición a la democracia. Ensayo, ciencia y política en la década del ochenta. ESTUDIOS SOCIALES. Revista Universitaria Semestral, Año XII, Nº 22·23, Santa Fe, Argentina, Universidad Nacional del Litoral, 163-185.
[18] Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana. Memoria 1977-1979 y Adenda 1980. Archivos del PEHESA, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
[19] Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana. Memoria 1977-1979 y Adenda 1980, ídem, p. 22.
[20] Sabato (Entrevista Gascó, 2016).
[21] Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana. Investigaciones en curso. Archivos del PEHESA, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
[22] Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana. Investigaciones en curso, ibídem.
[23] Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana. Documento de 1981. Archivos del PEHESA, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
[24] En los documentos del PEHESA se hace referencia a dos libros “in print”. En un caso se trata de los textos de Gutiérrez “Los trabajadores y sus luchas” y “La mala vida” incluidos en el libro editado por José Luis y Luis Alberto Romero bajo el título Buenos Aires, cuatro siglos, que en aquel momento señalan como en estado de pronta impresión por Editorial Crea. El libro fue finalmente publicado como Romero, J L. y L. A. Romero (eds.) (1981) Buenos Aires. Historia de cuatro siglos (2 vols.) Buenos Aires: Editorial Abril. El segundo libro referido es Korol, J. C. e H. Sabato (1981) Cómo fue la inmigración irlandesa en Argentina. Buenos Aires: Plus Ultra.
[25] Cecilia Lesgart utiliza el término “paraguas institucional” para describir estas relaciones (2003, p. 73).
[26] Moreno (Entrevista Gascó, 2019); Korol (Entrevista Gascó, 2017); Rocchi (Entrevista Gascó, 2017).
[27] Sobre los grupos de estudio y los centros privados surgidos por fuera de la universidad ante las intervenciones y la política represiva de la dictadura de Onganía se puede ver el testimonio de Gregorio Klimovsky en Moledo, Leonardo. 9 vidas, entrevista en Página/12, 13 de Noviembre de 2005, en www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-2625-2005-11-13.html. María Teresa Gramuglio relata experiencias similares en Rosario en: “Un autorretrato indirecto. Entrevista de Judith Podlubne y Martín Prieto”, en Podlubne, J. y M. Prieto (edits.) (2014) María Teresa Gramuglio. La exigencia crítica. Quince ensayos y una entrevista. Rosario: Beatriz Viterbo.
[28] También véase Gerbaudo (2010); Bruno (2010); Lesgart (2003).