Obreros comunistas, comunistas obreros: el Partido Comunista y el movimiento obrero en Paraguay (1930-1947)
Carlos Castells(*)
Resumen
A partir de 1930, el Partido Comunista Paraguayo (PCP), que por entonces estaba conformado por un pequeño número de propagandistas obreros, se propuso el objetivo de dirigir al movimiento obrero paraguayo. Para 1936 este objetivo se había alcanzado y los comunistas ocupaban un rol protagónico en la nueva Confederación Nacional de Trabajadores, liderazgo que con sus altibajos sostendrían durante una década para perderlo de manera abrupta y violenta luego de la sangrienta guerra civil de 1947. Este trabajo se propone analizar cómo se construyó la hegemonía comunista en el movimiento obrero y las características particulares que asumió la siempre conflictiva relación entre el partido y las organizaciones sindicales.
Palabras clave: Comunismo; Movimiento obrero; Paraguay.
Workers communist, communist workers: the Communist Party and the labor movement in Paraguay (1930-1947)
Abstract
In 1930, the Paraguayan Communist Party (PCP), then made up of a small number of worker militants, set itself the objective of leading the Paraguayan labor movement. In 1936 this objective had been reached and the communists hegemonized the new National Confederation of Workers, a leadership that they would maintain for a decade to lose it abruptly and violently after the bloody civil war of 1947. This paper aims to analyze how it built the communist hegemony in the labor movement and the particular characteristics assumed by the relationship between the Communist Party and the Union Organizations.
Key Words: Communism; Labor movement; Paraguay.
Obreros comunistas, comunistas obreros: el Partido Comunista y el movimiento obrero en Paraguay (1930-1947)
Este artículo se propone estudiar la relación entre el Partido Comunista Paraguayo (PCP) y el movimiento obrero, tema prácticamente inexplorado en la historiografía del comunismo paraguayo, que ha privilegiado otros períodos y/o abordajes[1]. En este sentido, este trabajo pretende aportar al conocimiento de la historia social y política del Paraguay recuperando la trayectoria de la militancia sindical comunista de las décadas de 1930 y 1940, desde sus primeros pasos hasta alcanzar la dirección del movimiento obrero y finalizando en la decisiva y abrupta derrota sufrida en la guerra civil de 1947. La hegemonía que el PCP alcanzó al interior del movimiento coincidió con el período en que el partido asumió las características de un “partido obrero”, no sólo por estar compuesto mayormente por trabajadores urbanos, sino porque la actividad partidaria –fuertemente condicionada por leyes anticomunistas– debió recluirse y maquillarse en la propia actividad gremial. Esta confluencia provocó que para muchos actores sociales del período –y especialmente para las fuerzas represivas– “obrero” casi llegara a transformarse en sinónimo de “comunista”.
La influencia alcanzada por el comunismo en el movimiento obrero no fue una característica original del Paraguay, pero sí lo fue la forma que asumió: no se trató aquí de un crecimiento de la presencia comunista paralela a la “bolchevización” estalinista, como sucedió en otros países, si no que esta “proletarización” del partido se montó sobre la vieja estructura de los sindicatos de oficios de tradición anarcosindicalista y de una militancia concentrada en un grupo de dirigentes gremiales que actuaban como auténticos “caudillos” sindicales.
Para la realización de este trabajo nos hemos valido, descontando los documentos editados y la bibliografía de la época, de tres corpus documentales principales. En primer lugar, el Archivo del sindicalista paraguayo Francisco Gaona (AG), cuyo archivo personal constituye el principal corpus documental para el estudio del gremialismo y la izquierda en el Paraguay. En segundo lugar, hemos recurrido a la prensa de la época, material situado en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Paraguay (BNP). Finalmente, se ha recurrido a los documentos obrantes en el Centro de Documentación y Archivo (CDyA), el gigantesco archivo de la represión política en el Paraguay, obrante en el Poder Judicial y popularmente conocido como “Archivo del Terror”.
Formado a partir de un pequeño grupo de militantes obreros entre 1923-1924, el comunismo paraguayo hizo su aparición en la escena pública del país con el surgimiento del periódico Bandera Roja (1925), reorganizándose en dos oportunidades, primero en 1926 ante recomendación del Secretariado Sudamericano (SSA) de la Internacional Comunista (IC) –que los instó a conformar una “liga antiimperialista”– y luego, ya de manera oficial, en febrero de 1928, cuando se conformó el Partido Comunista Paraguayo (PCP). Si bien había entre sus miembros algunos profesionales, la enorme mayoría de sus fundadores eran militantes obreros (Rivarola, 2017, p. 209).
Estos primeros militantes comunistas manifestaron, en un primer momento, un accionar político poco “ortodoxo” y abierto a la colaboración con sectores independientes del obrerismo y de espacios progresistas en general (Bogado Tabacman, 1991, p. 197-199). Sabiéndose un grupo minoritario en el espacio gremial paraguayo, trataban de afianzarse vinculándose u apoyando a sectores combativos en sus gremios más allá de su adscripción ideológica[2].
Este primer grupo comunista, sin embargo, no lograría sostenerse mucho tiempo, tanto debido a problemas internos como a cambios operados en el comunismo internacional. El VI Congreso de la Internacional Comunista (reunido entre junio y septiembre de 1928), en el cual se procedió al reconocimiento del PCP, inauguró una nueva línea estratégica en el comunismo internacional. Se iniciaban los tiempos de la llamada lucha de “clase contra clase”: estrategia “izquierdista” que propició “caracterizaciones drásticas y tácticas que promovían la profundización de la confrontación social, en el marco de un partido que extremaba su aislacionismo y sus posiciones sectarias” (Camarero, 2011, p. 203). La política de alianzas del comunismo, a partir de entonces, cambió radicalmente y los acuerdos o colaboraciones con otros sectores progresistas o de izquierda fue abandonada para dar lugar a una sectaria denuncia de “pequeñoburgueses reaccionarios” y “social-fascistas”, que los arrojó en consecuencia a una situación de pronunciado aislamiento (Creydt, 2007, p. 169).
Al comunismo paraguayo le costó adaptarse a dicho cambio. Una de las definiciones tomadas por el SSA de la IC en el plano regional fue la profundización de la propaganda antibélica, desatada en el marco de las crecientes tensiones y choques fronterizos entre Paraguay y Bolivia en el Chaco. Ante el patriotismo que embargó a la sociedad paraguaya a partir de la movilización general realizada en diciembre de 1928, la conducción del PCP evitó llevar adelante la campaña dictada por la IC, provocando la intervención (a inicios de 1929) del SSA y la separación y expulsión del secretario general, Lucas Ibarrola (Bogado Tabacman, 1991, pp. 217-237; Rivarola, 2010, p. 286; Quevedo & Soler, 2020, pp. 113-144). La intervención del SSA repercutió inmediatamente en una crisis en el comunismo paraguayo, produciéndose su división en dos grupos (el de Ibarrola, por un lado, y el PCP “oficial”, con Martín Báez como secretario general, por el otro), e implicando la paulatina desintegración de ambos, que no sobrevivieron por mucho tiempo[3].
La mencionada crisis del comunismo paraguayo le impidió participar con mayor protagonismo en los agitados procesos de movilización y radicalización obrera y popular de 1929-1931, liderados por el Nuevo Ideario Nacional (NIN), que tuvo su corolario en la huelga de albañiles, la “comuna de Encarnación” y el movimiento insurreccional de febrero de 1931[4].
El fracaso de la insurrección popular fue seguido de una fuerte represión al movimiento obrero y alcanzó no sólo a los anarquistas propiciadores del movimiento, sino también a organizaciones socialistas, mucho más moderadas. El gobierno liberal ordenó la disolución de los principales sindicatos: sus locales fueron asaltados por la policía y centenares de militantes obreros fueron apresados y posteriormente deportados (Gaona, 2008, vol. 2, p. 195). Una nueva ley de asociación y reunión fue sancionada, por la cual se prohibía la formación de asociaciones gremiales a excepción de que asumieran la forma de sociedades de socorros mutuos. El sindicalismo combativo –sobre todo anarquista– se retiró a la clandestinidad, mientras que algunos sectores del gremialismo socialista acataron la ley y reorganizaron sus sociedades bajo la forma mutualista[5]. Con el renovado ciclo de manifestaciones populares que derivaron en la masacre del 23 de octubre de 1931[6], una nueva represión se sumó a la de febrero, provocando una nueva desarticulación de la militancia gremial, cuya mayor parte fue a dar al exilio, que se extendería durante los tres años siguientes, en el marco de la guerra del Chaco (1932-1935).
Si bien los comunistas participaron del conflictivo proceso de movilizaciones del año 1931, lo hicieron en una posición claramente marginal, siguiendo los acontecimientos sin tener mayor incidencia en ellos[7]. Para entonces, el PCP se hallaba virtualmente extinto. En agosto de 1930, y con la intención de reorganizar a la militancia dispersa por la crisis partidaria, desde la Confederación Sindical Latino Americana (CSLA) se había ordenado a los comunistas paraguayos la conformación de un Comité Sindical Clasista (CSC), cuyo objetivo consistía en transformarse en el núcleo articulador de una futura confederación de trabajadores de carácter clasista.
La línea estratégica internacional de “clase contra clase” propiciaba, de hecho, este tipo de articulaciones. Durante aquellos años un obrerismo exacerbado se apoderó de los documentos e informes del CSC, sobre todo en el marco de las negociaciones y rivalidades con el grupo del NIN, que tenía una fuerte presencia del sector estudiantil. El mismo Oscar Creydt, ex dirigente del NIN ya convertido al comunismo, en un ajuste de cuentas con su propia trayectoria reciente, en diciembre de 1931 exhortaba al movimiento obrero a romper “sus últimos vínculos de dependencia respecto del ideario y de la acción política de las capas pequeño-burguesas”[8].
En cualquier caso, los primeros pasos del CSC fueron difíciles, las organizaciones gremiales contactadas se rehusaban a sumarse, ganadas la mayoría de ellas a la política de alianzas del socialismo libertario del NIN y contrarias al discurso sectario del comunismo, que se manifestaba hostil a las demás corrientes políticas[9].
Ante la inactividad que se acusaba en el grupo, la IC tomó nuevamente la iniciativa y en enero de 1932 un delegado –“Oscar” Loy[10]– fue enviado al Paraguay para ayudar en la organización y militancia del comunismo paraguayo, logrando sumar un aguerrido grupo de militantes marítimos, entre los que destacaron los dirigentes Cirilo Aguayo y Perfecto Ibarra[11]. Sin embargo, el estallido de la guerra con Bolivia, algunos meses después, obligó a cambiar nuevamente los planes.
En la nueva situación creada por la guerra, desde mediados de 1932, el esfuerzo de la militancia comunista se concentró en los “comités anti-guerreros” –la mayoría funcionando en el exterior, en las provincias del litoral argentino[12]– desde los cuales se denunciaba la guerra interimperialista y se llamaba a los soldados a confraternizar con sus hermanos de clase y volver las armas con sus enemigos burgueses[13]. El CSC se transformó en un “comité antiguerrero” clandestino al interior del país y cayó rápidamente en el radar de la policía. La vigilancia sobre el grupo se intensificó y los militantes fueron cayendo en prisión, para luego ser deportados, pasado algún tiempo, a la Argentina[14].
Fue en el exilio, no obstante, que se produciría el avance decisivo de la militancia comunista. La represión gubernamental de 1931 había desarticulado al NIN y a la mayoría de las organizaciones obreras combativas. Centenares de militantes obreros y populares se encontraban dispersos en las provincias limítrofes argentinas (especialmente en los territorios de Formosa, Chaco y Misiones), dónde encontraron en los “comités anti-guerreros” un espacio en el que reorganizarse. De esta manera, el comunismo logró ganar a la mayor parte de la antigua militancia obrera ácrata que había confluido en el NIN, así como a destacados dirigentes estudiantiles del mismo movimiento, mientras acercaba posiciones con algunos exdirigentes socialistas, como Francisco Gaona[15]. Según un balance realizado a fines de 1933, el SSA celebraba el éxito obtenido, planteando que éste se debía a un “serio trabajo antiguerrero” que les había permitido ganar “elementos obreros con mucha raigambre” en el país y “elementos intelectuales que provienen del movimiento estudiantil revolucionario”. Más aún, el balance explicaba que los avances obtenidos se debían, fundamentalmente, al vacío dejado por socialistas y anarquistas:
El Comité de Unidad Clasista se ha reforzado en los últimos tiempos contando con serias bases para crear un movimiento sindical revolucionario en el país, sobre todo porque han pasado a nuestro lado los mejores elementos del campo anarquista y porque las organizaciones obreras anarquistas y reformistas anteriormente existentes han desaparecido o han pasado al control –por la entrega de sus dirigentes– del gobierno. (Jeifetz & Schelchkov, 2018, p. 251).
El “vacío” dejado por las corrientes preexistentes resulta un dato clave. El movimiento insurreccional de 1931 y la represión que le siguió barrió a anarquistas y socialistas, que, más allá de la continuidad de algunos dirigentes, desaparecieron desde entonces del ámbito gremial como corrientes sindicales, reubicándose algunos de sus cuadros en una tendencia posterior de “sindicalismo libre” (Seiferheld, 1984, p. 115).
Con la absorción masiva de nuevos miembros, el comunismo paraguayo se transformó profundamente. Surgió, en consecuencia, un nuevo PCP. A pesar de la incorporación de importantes dirigentes del NIN provenientes de la “intelectualidad radical” y de destacadísima actuación posterior al interior del partido, esta reorganización del comunismo paraguayo intensificó el proceso de “proletarización” del partido. Una primera “conferencia” o reunión de cuadros se produjo en abril de 1933, en la que se conformó el “Comité Paraguayo contra la Guerra” (Jeifetz & Schelchkov, 2018, p. 218). La Conferencia de reorganización del PCP, que debió esperar un año más y fue realizada en agosto de 1934 en la localidad de Lobos (Bs. As.), contó con una mayoritaria presencia obrera (entre ellos destacadísimos dirigentes como Leonardo Dielma, Tomás Mayol, Juan Orué o Nazario Acosta) y a tono con la línea obrerista vigente, designó como nuevo Secretario General a Aurelio Alcaraz, militante de raíz obrera, privilegiando su figura por sobre dirigentes de la talla de Oscar Creydt, Obdulio Barthe o Augusto Cañete, provenientes del movimiento estudiantil revolucionario.
El cambio de línea internacional del comunismo a partir del VII Congreso de la IC en 1935, que abandonó la estrategia del “frente único” y dio comienzo a la política del “frente popular”[16] fue recibido con indisimulada simpatía por los militantes del PCP, que pudieron de esa manera comenzar a tender puentes con militantes independientes y romper el aislamiento en que la línea sectaria anterior los había condenado durante los años de la guerra. En esta nueva situación, las posibilidades de expansión del partido en el movimiento obrero eran aún más prometedoras.
Salarios, organización sindical y conflictividad laboral (1930-1940)
Nota: Elaboración propia[17]. Base índice de evolución salarial 100 = 1930.
Más aún, desaparecida la “tregua patriótica” vigente durante la guerra, se produjo un enorme avance del PCP al interior de la militancia sindical, que se evidenció de manera clara en el proceso de huelgas y organización sindical que acompañó a la llamada “revolución de febrero”, proceso político abierto con el golpe militar del 17 de febrero de 1936 y la llegada del Cnel. Rafael Franco y el Ejército nacionalista al poder.
Las expectativas de cambio social que acompañaron al discurso “obrerista” del nuevo gobierno nacionalista tuvieron un claro efecto sobre la conflictividad obrera, desatándose un ciclo intensivo de huelgas que, para las características del país, tuvo un carácter explosivo. Pero ésta se sostuvo, principalmente, en el marco de la estrepitosa reducción del salario real durante los últimos años de la guerra, acompañada de un empeoramiento acentuado de las condiciones de trabajo resultado de las políticas de aumento de la productividad propias del contexto bélico.
Paralelamente a este intensivo proceso huelguístico, el sindicalismo paraguayo entró en un proceso de profunda reorganización. En los tres meses posteriores a la revolución se reorganizaron prácticamente la totalidad de las organizaciones obreras del país preexistentes y surgieron muchas nuevas. Al calor de este proceso organizativo, los sindicatos, a su vez, adhirieron y enviaron delegados a un Comité Pro-Confederación Nacional de Trabajadores, que comenzó a tomar forma a inicios de marzo[18]. Un Consejo de Delegados y un Comité Ejecutivo provisorio fue constituido, sobre la base de un nutrido grupo de sindicalistas que representaban a 37 sindicatos, encabezado por Francisco Gaona (Asociación Ferroviaria) como secretario general, y secundado por Tomás Mayol (prosecretario, obrero del calzado). Gaona, sin ser militante orgánico, era colaborador cercano del PCP desde 1933. La mayoría del CE estaba compuesta a su vez, por militantes comunistas, como Leonardo Dielma, Gregorio Galeano y Juan B. Orué. Dielma, Mayol y Orué eran, al mismo tiempo, miembros del Comité Central (CC) del PCP. Si los militantes comunistas ocupaban un lugar hegemónico en la Confederación, los militantes obreros hacían lo propio en el CC del PCP.
Esta suerte de “proletarización” del partido, sin embargo, por las características del mundo del trabajo del Paraguay, asumió una forma sui generis, distinta a la producida en otros países (como Argentina), donde se produjo de la mano o paralelamente de la llamada “bolchevización”, es decir, de la reorganización partidaria en base a la estructura celular con fuerte implantación en el lugar de trabajo (Camarero, 2011, p. 214). Los documentos de la policía, que cuentan con listas más o menos detalladas de la estructura y conformación partidaria del PCP, demuestran que la organización “celular”[19], si bien practicada y desarrollada en algunos pocos sectores, coexistió en la organización con los “comités barriales” y las “federaciones” sindicales[20]. Un boletín del PCP alertaba sobre lo que consideraba una “composición defectuosa”: “[el Partido] hasta hoy está formado principalmente por obreros de pequeñas industrias, por artesanos y estudiantes”, de ahí provenían las debilidades “manifestadas en su poca formación orgánica, vacilaciones, actos de indisciplina, falta de vigilancia de clase y de trabajo clandestino” que, a su vez, eran “resabios de la influencia de la pequeña burguesía y del anarcosindicalismo en nuestras filas y reflejo de las formas propias de existir del artesanado”[21]. El PCP, más que estructurarse en células fabriles o por establecimientos industriales, de carácter clandestino, se organizaba en torno a la militancia obrera de los sindicatos de oficios, donde primaban auténticos “caudillos” gremiales:
¿Cuál era la tendencia? A continuar la vieja tendencia caudillesca de dirigir los sindicatos desde arriba. Cada caudillo con su círculo de adherentes, muchas veces aprendices de él en la obra que dirigía. La construcción siempre fue el eje del movimiento sindical anarcoide. […] Entonces, mi insistencia consistía en la necesidad de arraigar el Partido en los lugares de trabajo, a través de comisiones o comités obreros por empresa y por sección. A esta posición venía la réplica de que en la construcción no se podía porque la obra terminaba y los obreros se dispersaban. […] Y de parte de los marítimos venía la respuesta de que la tripulación del barco bajaba y se cambiaba la tripulación. Y éstos eran los dos sindicatos más importantes… […] Con [Augusto] Cañete trabajé intensamente sobre la necesidad […] de abandonar el método caudillesco de dirigir los sindicatos desde arriba y apoyarse en un pequeño activo y con eso resolver los problemas: decretar, levantar huelgas, que es la manera como se dirigía el movimiento obrero por la vieja tradición anarquista. (Creydt, 2007, pp. 173, 203).
Aquí Creydt mencionaba, de hecho, dos datos claves. En primer lugar, se trataba, en muchos casos, de un oficial calificado, rodeado de un círculo de colaboradores entre sus ayudantes y aprendices. La organización sindical replicaba, en cierta manera, el mismo proceso de trabajo semi-artesanal que imperaba en los talleres y en el trabajo autónomo. En segundo lugar, la propia movilidad y dispersión de la mano de obra impedía la conformación de células en las fábricas, barcos y obras, en tanto que la propia mano de obra se mantenía en constante movimiento. Los intentos de los dirigentes del PCP de modificar esta situación que consideraban “defectuosa” fueron, sin embargo, limitados y mayormente infructuosos.
En su primera actuación pública, la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) emitió un comunicado oficial de apoyo al gobierno de Franco:
El proletariado paraguayo unificado [...] teniendo fundamentalmente en cuenta su experiencia de lucha bajo el régimen depuesto e interpretando el momento histórico porque atraviesa el Paraguay, […] declara que apoyará y ayudará a todo gobierno popular cuyo programa tiende a arrancar del Capital extranjero, dueño del país, Pan, Tierra y Libertad, para todos los trabajadores del Paraguay.[22]
La conformación de la CNT fue un hito en la historia gremial del Paraguay. Hasta entonces nunca una organización confederal de trabajadores había llegado a tener tal extensión (tanto en la cantidad de sindicatos adheridos, como en una mayor presencia en localidades del interior del país). Al mismo tiempo, a pesar de que todavía existían diferencias internas notables, la apuesta por la unidad y centralización había contado con el apoyo mayoritario de la militancia sindical, alcanzándose una unificación inédita del movimiento obrero, potenciando enormemente la actividad organizativa. Un tercer elemento que caracterizó a la CNT y al período abierto con la revolución de febrero fue el abandono de la “prescindencia política”. Este abandono se daba en beneficio de la estrategia política, propiciada por el PCP, de apoyo al gobierno febrerista con vistas a la conformación de un gran movimiento nacional antiimperialista que llevara adelante la transformación radical del país, liberándolo del atraso y del “yugo imperialista”.
A pesar de este apoyo manifiesto, la relación entre el gobierno nacionalista y el comunismo sería difícil. Además del acérrimo anticomunismo que predominaba entre los militares, el gobierno desconfiaba de la autonomía del movimiento obrero y no ocultaba sus intenciones de regimentar a las organizaciones sociales y políticas, sometiéndolas a la tutela estatal. En una primera manifestación de ello, en marzo de 1936 el Decreto N°152 del gobierno revolucionario –que, entre otras cosas, creaba el Departamento Nacional de Trabajo (DNT)– dispuso una “tregua política” y prohibió cualquier tipo de actividad política, social o gremial que no estuviera subordinada al Estado. Fruto del decreto, los principales dirigentes del PCP fueron encarcelados. Se iniciaba así un proceso de restricciones políticas que provocó que la militancia comunista se refugiara en los sindicatos, donde su actividad se mantuvo relativamente y hasta cierto punto tolerada.
Desde la trinchera sindical, la militancia comunista resistió los intentos de regimentación estatal de los sindicatos. Un primer enfrentamiento se dio en la huelga general del 12-13 de mayo de 1936, decretada ante el apresamiento de Francisco Gaona y Tomás Mayol, la cúpula “comunista” de la CNT. A pesar de los continuos arrebatos represivos y el encarcelamiento de algunos dirigentes, los comunistas lograron sostener su hegemonía en los sindicatos por varios meses, bajo la dirección de Leonardo Dielma y Nicolás Yegros al frente de la CNT. En el mes de octubre, sin embargo, el gobierno decidió “resolver” de una vez el “problema comunista” y procedió a una represión generalizada: el local de la CNT fue asaltado en plena reunión del Consejo de Delegados y decenas de sindicalistas fueron encarcelados, suspendiéndose la propia confederación por nueve meses (Gaona, 2008, vol. 3, pp. 100-102). Pocos días después, el gobierno procedió a la sanción del decreto-ley N°5484 por el cual se declaraban punibles las actividades comunistas y se establecían las penas correspondientes[23]. La reacción antisindical y anticomunista del gobierno febrerista, si bien le permitió contener las demandas del sector más derechista del nacionalismo, le costó el alejamiento de los sectores populares que lo habían apoyado y lo distanció de manera notable del movimiento obrero.
En junio de 1937, cuando finalmente se le permitió a la CNT reorganizarse, muchos militantes comunistas continuaban presos o se hallaban en el exilio y su presencia en la Confederación se había vuelto minoritaria, aunque conservaban de todas maneras la subsecretaría en manos del tranviario Joaquín Piñánez.
Sin embargo, la caída del gobierno revolucionario febrerista en agosto de 1937 implicó un nuevo cambio en la situación gremial y política del país. El Cnel. Rafael Franco fue destituido y reemplazado por una pseudo restauración liberal bajo la presidencia de Félix Paiva, manteniéndose el Ejército como el poder real, especialmente una camarilla de simpatías fascistas autodenominada “Frente de Guerra”. Los primeros meses del nuevo gobierno fueron especialmente duros para la militancia obrera y comunista, con un fuerte ciclo represivo en los meses de septiembre y octubre, vinculados al fracaso de rebeliones y asonadas militares afines al gobierno derrocado[24].
Reorganizada nuevamente la confederación a fines de 1937, los militantes obreros comunistas lograron recuperar el espacio perdido. A pesar del férreo anticomunismo, la relativa normalización institucional y la existencia de ciertas garantías para un funcionamiento estable les permitió iniciar un proceso de consolidación y afianzamiento de la confederación que, por primera vez pudo publicar un periódico –CNT, cuyo primer número apareció a inicios de 1938[25]–, llevar adelante reuniones periódicas e, incluso, enviar delegados a eventos internacionales. En julio, Nicolás Yegros (secretario general de la CNT), participó como delegado oficial del gremialismo paraguayo de la 24° Conferencia Internacional del Trabajo en la ciudad suiza de Ginebra, dónde presentó un informe de la historia y situación del movimiento obrero en el Paraguay[26]. Por su parte, Cirilo Aguayo participó como delegado de la CNT en el congreso constituyente de la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL), realizado en la ciudad de México en octubre de 1938, dónde aprovechó para firmar con los delegados obreros de Bolivia una declaración con respecto a la Paz del Chaco y adherirse a lo resuelto por el Congreso mundial contra la guerra y el fascismo, realizado a instancias del gobierno de Lázaro Cárdenas[27]. Estos contactos internacionales, sostenidos por la militancia comunista, se enmarcaban en el proceso de constitución y consolidación de las redes antifascistas, a las que la CNT se vinculó y adhirió. La denuncia del fascismo –a nivel internacional, pero también en su expresión local, identificada al “Frente de Guerra”– fue constante en el periódico y en las declaraciones y manifiestos de la central obrera. Paralelamente, y de manera similar a otros países, la denuncia del fascismo fue acompañada por una reivindicación del “panamericanismo” del gobierno de Franklin D. Roosevelt[28].
Este apoyo abierto al “panamericanismo” norteamericano, como supuesto contrapeso al peligro fascista, fue uno de los motivos fundamentales que llevaron a la CNT y al PCP a la “neutralidad” con el gobierno de Paiva y, especialmente, al apoyo a la candidatura del Gral. José Félix Estigarribia –el prestigioso estratega del Ejército vencedor del Chaco– a la presidencia de la república para 1939.
En este contexto, el movimiento obrero procedió a dedicarse de lleno a la preparación del siempre postergado Congreso Obrero, que terminara con la provisoriedad permanente de la central obrera, cuya legitimidad provenía de un intermitente Consejo de Delegados, de funcionamiento y reglamentaciones siempre improvisados. Su organización no fue fácil, las asambleas previas de los sindicatos fueron obstaculizadas por la policía y la fecha de su realización, que en principio debía ser el 26 de abril, tuvo que ser pospuesta varias veces[29]. Al mismo tiempo, un decreto gubernamental de inicios de 1939 obligó a la central obrera a cambiar su denominación: el adjetivo “nacional” debía ser eliminado de toda organización que no fuera dependencia directa del Estado. La CNT pasaba entonces a transformarse en la CTP: Confederación de Trabajadores del Paraguay[30].
Finalmente, el Primer Congreso Obrero del Paraguay, bajo fuerte vigilancia policial y el control atento del nuevo ministro del interior, General Higinio Morínigo, fue llevado a cabo en el Teatro Municipal de Asunción, del 28 al 31 de mayo de 1939. Fragmentarios son sus registros, ya que fue atropellado por la policía, que incautó los papeles y posteriormente los quemó, quedándonos únicamente las referencias ofrecidas por el periódico de la confederación. Según algunas declaraciones gremiales, el ministro del Interior prohibió expresamente que el congreso se pronunciara en contra del nazi-fascismo, orden que –si existió– fue deliberadamente desacatada por los congresales (Gaona, 2008, vol. 3, p. 201).
Durante los cuatro días de deliberación se presentaron numerosas ponencias, la mayoría presentadas por militantes comunistas, que hegemonizaban el Congreso y controlaban la redacción del periódico[31]. El Congreso definió la afiliación de la CTP a la CTAL y a la Federación Sindical Internacional de Ámsterdam. Se constituyó un Consejo Central, un Comité Ejecutivo y diferentes comisiones especiales sobre finanzas, prensa, organización, etc. Dos tercios de los miembros del Consejo Central y la totalidad del Comité Ejecutivo eran militantes del PCP[32].
El Comité Ejecutivo presentó en el Congreso un informe político sindical que, si bien tuvo resistencia en algunos delegados, fue aprobado de forma unánime. Allí se renovaba la apuesta política del sindicalismo (y el abandono del “apoliticismo”) y se planteaba que el movimiento obrero paraguayo debía formar parte de un “frente nacional” en vista a dos objetivos fundamentales: por un lado, llevar adelante un programa “nacionalista” (y antiimperialista) junto a la “burguesía nacional”, destinado a sacar al país del atraso “semi-feudal” en que lo había postrado el imperialismo y alcanzar la liberación nacional, económica y política; y por otro lado, conformar y sostener un “frente democrático” ante la creciente amenaza fascista[33].
Siguiendo esta línea política y de acuerdo con la mencionada campaña a favor del “panamericanismo de Roosevelt”, la CTP y el PCP decidieron apoyar la candidatura del General Estigarribia a la presidencia, en una decisión que no dejó de generar gran polémica (Bonzi, 2009, pp. 106-107; Creydt, 2007, pp. 201-202). Sin negar importancia a la IC en la definición de la línea internacional, la decisión también tuvo sus motivos de política interna. En el inestable forcejeo de “tendencias antagónicas”, progresistas y reaccionarias, que operaban en las instituciones gubernamentales[34], el movimiento obrero paraguayo (y el PCP) decidió ubicarse en el bando del Partido Liberal, iniciando un acercamiento con sectores de dicho partido. Lo que la CTP intentaba en esta particular e inédita “alianza libero-comunista” (como la denunciaba el Partido Colorado) era contrapesar el creciente poder del “Frente de Guerra” entre los comandantes del Ejército y en las fuerzas represivas.
Durante el Congreso Obrero, la CTP reiteró su apoyo a Estigarribia basándose en las supuestas promesas de normalización institucional, apertura democrática y liberalización política, y en la adhesión a la política “democrática y pacifista” del “buen vecino” de Roosevelt:
Considerando que el general Estigarribia en el curso de las entrevistas mantenidas con representantes de la C.T.P., exaltó el sistema republicano-democrático de gobierno, expresando sus propósitos indeclinables de RECONSTRUCCIÓN NACIONAL, en un ambiente de completa libertad con la participación de todos los sectores y ciudadanos progresistas, que en base a esas formulaciones, el CONGRESO OBRERO CONSTITUYENTE DE LA CONFEDERACIÓN DE TRABAJADORES DEL PARAGUAY, por aclamación y unanimidad, votó un mensaje al Presidente electo [...]; que el general Estigarribia ha reiterado en sus recientes declaraciones a la prensa del Río de la Plata, cuyo pueblo lo acogió calurosa y entusiastamente, su solidaridad con la política democrática y pacifista del gran presidente Roosevelt, que constituye una sólida garantía para nuestra independencia y nuestras instituciones, amenazadas por el fascismo y la reacción obscurantista, y su firme intención de mejorar la situación del obrero y del campesino.[35]
La hegemonía alcanzada por el PCP al interior de la CTP encontró resistencias. Y con el acercamiento de comunistas y liberales, las disidencias al interior de la Confederación comenzaron a hacerse más visibles. Durante el Congreso Obrero una ponencia contraria a la orientación comunista, presentada por los representantes ferroviarios Víctor Ríos y Carlos Chávez del Valle, fue censurada por la mayoría de los delegados. Los expositores decidieron, sin embargo, publicarla en El Ferroviario, órgano de la Asociación Ferroviaria. La crítica apuntaba su dardo al PCP al llamar a concentrar los esfuerzos en la organización sindical y la lucha por las reivindicaciones obreras, que, según los autores, había sido descuidada por una “política sectaria”, que había comprometido la independencia de la central obrera “inspirada desde la sombra por una corriente política extranjerizante”[36].
Estas internas sindicales provenían del rechazo que provocaba en sectores del movimiento obrero –militantes independientes, en su mayoría “franquistas” o “febreristas”– el apoyo a Estigarribia y el Partido Liberal, amparado a su vez “en el amplio sentimiento antiliberal de la masa”. La presencia de este grupo opositor era minoritaria en el Consejo General de la CTP, pero comenzaba a articularse en torno a la denuncia de la partidización de la organización gremial, transformada, denunciaban, en una central “estalinista” y “liberalizante”. Los opositores se concentraban especialmente en los gremios de panaderos (que se escindieron durante algunos meses de la CTP), carpinteros, tranviarios y ferroviarios, aunque comenzaban a ganar actividad entre obreros marítimos y de la carne[37]. El sectarismo con que procedía en sus actuaciones la dirección comunista de la CTP –que conducía a la central obrera como si se tratara de un partido político y tachaba toda disidencia de “divisionista”, “traidora” o “pro-patronal”– no ayudaba a mejorar la situación.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial provocó un empeoramiento de la situación económica del país, afectando a los sectores exportadores y originando un fuerte aumento del desempleo. Paralelamente, en la situación política se manifestaba un claro giro al autoritarismo: en febrero de 1940 presionado por los cuarteles y el Poder Ejecutivo, el Congreso liberal decidió autodisolverse y Estigarribia asumió la suma del poder público transformándose en dictador.
En un escenario de clausura de libertades y de avance patronal, la CTP procedió con cautela, buscando evitar caer en el enfrentamiento con el gobierno[38]. Sin embargo, la repentina y trágica muerte de Estigarribia, en agosto de 1940, volvió a cambiar nuevamente el tablero político. El nuevo presidente designado por las FF.AA., el Gral. Higinio Morínigo, era identificado en el ámbito gremial como parte del ala “fascista” del gabinete de Estigarribia y reconocido por su acérrimo anticomunismo. Además, la llegada de Morínigo al poder implicó el alejamiento de los “aliados” liberales, que volvieron a la oposición.
En este escenario, el cerco hacia la central obrera comenzó a extenderse. La chispa que provocó el enfrentamiento se produjo en enero de 1941, cuando el gobierno sancionó un Decreto –en el marco de una extensa huelga de los trabajadores marítimos– de “tregua sindical”, prohibiendo el derecho a huelga y amenazando con la movilización militar de los trabajadores que desafíen la ley.
La reacción de la CTP fue el llamado a la huelga general, el 9 de enero. La injusticia de la medida gubernamental hizo que la huelga se extendiera incluso entre los trabajadores no orientados por el comunismo, pero la durísima represión desbarató rápidamente su fuerza y el movimiento se fue apagando en los días siguientes. El gobierno cumplió su amenaza y centenares de dirigentes obreros fueron apresados y confinados en “colonias penales agrícolas”, es decir, campos de concentración, ubicados mayormente en el Chaco paraguayo.
Otro resultado del fracaso de la huelga fue, además, la división formal del movimiento obrero: los sindicatos contrarios a la línea comunista se escindieron de la CTP y fueron convocados por el gobierno poco tiempo después para participar en los organismos de mediación. Se conformó entonces el Comité Obrero Coordinativo (COC), articulación formal del grupo opositor, que llegó a editar un periódico, Emancipación, bajo la dirección del militante gráfico anarquista Ciriaco Duarte, quién también ocupó el rol de representante obrero del DNT.
El acercamiento de este grupo, mayormente conformado por militantes “febreristas”, al gobierno tampoco duró demasiado. Para mediados de 1941, tanto comunistas como febreristas, sin dejar de lado sus diferencias, coincidían en la oposición a la dictadura de Morínigo. Una nueva huelga general de la CTP, reorganizada en julio con aquellos militantes que habían escapado de la represión, fue anunciada para agosto, en respuesta a la nueva ley N°7937 de “Defensa del Estado”, que prohibía el derecho a huelga, reprimía a las organizaciones obreras o estudiantiles que la promovieran y establecía duras penas a quién “infringiese el orden público”, entre ellas, el trabajo forzado en las ya mencionadas “colonias penales agrícolas”. La huelga, que no pasó de tentativa, fue violentamente evitada mediante una durísima razzia policíaco-militar que provocó que una nueva tanda de centenares de militantes obreros comunistas se sumara a la que había sido confinada en enero.
La huelga de agosto fue la última actuación real de la CTP, sello que dejaría de existir. El PCP, a raíz de la escalada represiva gubernamental, privilegiaría a partir de entonces otro tipo de articulaciones de contenido abiertamente partidario y más adecuadas para la actividad semiclandestina de resistencia.
La brutal represión gubernamental de 1941 originó un fuerte retroceso de la militancia sindical en su conjunto. A pesar de ello, los comunistas se mantuvieron en una posición intransigente y confrontativa: en 1942, una huelga de trabajadores del azúcar, dónde operaba una importante célula comunista, se radicalizó y originó un conato de huelga general, que fue duramente reprimida (Campos, 1970, p. 113; Rosales, 1991, p. 17).
Esta serie de derrotas desastrosas de la militancia comunista tuvo sus repercusiones. Alejado del país desde 1937, Oscar Creydt, que por entonces había reforzado su autoridad en las redes comunistas internacionales, comenzó a apuntar contra Alcaraz –que había sido confirmado como Secretario General durante el Primer Congreso del PCP, en abril de 1941–, a quién responsabilizó de los múltiples errores cometidos durante el período, especialmente de la política “seguidista” a Estigarribia y del fracaso de las huelgas generales y la división del movimiento obrero. Luego de convencer a Vittorio Codovilla (hombre fuerte de la IC), en agosto de 1942 Alcaraz fue expulsado y vilipendiado, por haber “saboteado de modo consciente la línea de unidad obrera y de Unión Nacional”[39]. La expulsión de Alcaraz implicó un viraje importante en la conducción del PCP, fortaleciendo al tándem formado por Oscar Creydt, Obdulio Barthe y Augusto Cañete –que alcanzaron, por vez primera, el liderazgo del Partido– por sobre los dirigentes de raíz obrera, aunque éstos continuaron ocupando la mayoría de los puestos del CC del Partido[40].
Mientras tanto, al mismo tiempo que reprimía al movimiento obrero como ningún gobierno desde 1931, la dictadura de Morínigo se propuso implementar una novedosa legislación laboral. Si la situación económica no había permitido mayores avances en los primeros años, fundamentalmente represivos, a partir de 1943 la perspectiva mejoró: en febrero se sancionó el Decreto-ley N°18071 que creaba el Instituto de Previsión Social (IPS), mientras que a fines de dicho año se sancionaron el Decreto-ley N°620, que establecía el salario mínimo, y el Decreto N°1217, que “regulaba la actividad sindical”. Este último decreto subordinaba los sindicatos a la tutela estatal, sometiéndolos a una estrecha vigilancia y fiscalización por parte de las instituciones del gobierno.
Este avance gubernamental en materia laboral y sindical, aunque reconocía demandas históricas del movimiento obrero, fue fuertemente resistido por los sindicatos, que no tenían participación alguna en la formulación de estas leyes y se resistían a subordinarse a la regimentación estatal. Militantes comunistas y febreristas se agruparon entonces en el Comité de Defensa Sindical (CDS), que aglutinaba alrededor de 27 sindicatos y comenzó a reunirse clandestinamente a mediados de 1943[41], reclamando la anulación del decreto de “tutela sindical”[42]. Desoídos los reclamos sindicales y recuperada cierta fuerza, el movimiento obrero se lanzó al enfrentamiento, desatándose la huelga general el 15 de febrero de 1944. La huelga y movilización se extendió por casi dos semanas y tuvo un grado de violencia tal como no se daba en el país desde hacía al menos dos décadas, con levantamiento de vías, destrucción de puentes, enfrentamientos callejeros, etc., obligando al Ejército a ocupar la ciudad de Asunción[43].
Con la huelga de febrero de 1944, se produjo una nueva y generalizada represión. Sin embargo y a pesar de ello, los militantes comunistas lograron recuperarse rápidamente e incluso comenzaron a ganar terreno en las organizaciones. En mayo de 1944, el gobierno permitió la reorganización de los sindicatos disueltos durante la huelga y las nuevas comisiones directivas se conformaron mayormente con militantes comunistas. La ruptura de relaciones del gobierno de Morínigo con el Eje morigeró la denuncia antifascista del PCP y permitió acuerdos provisorios en el marco del DNT. Estos acuerdos eran precarios y parciales, mientras centenares de militantes comunistas continuaban prisioneros en penales militares o se fugaban de ellos, manteniéndose en la clandestinidad.
En todo caso, el movimiento obrero comenzaba a reorganizarse bajo una articulación de carácter partidario: el Consejo Obrero del Paraguay (COP). El COP era el brazo sindical del PCP, pero rápidamente comenzó a operar como una suerte de confederación sindical. Este desarrollo se vio afectado, sin embargo, por un retroceso importante en enero de 1945, luego de una huelga general decretada ante algunos cambios operados en la política del gobierno, que el PCP consideraba “reaccionarios”. La huelga, que respondía a una línea partidaria visiblemente a contramano de la situación sindical, tuvo una repercusión parcial en el movimiento obrero y desató una nueva represión.
Más allá de estos avances y retrocesos puntuales, la militancia comunista sostuvo su hegemonía en los sindicatos a pesar de la represión y la clandestinidad en la que operaba: los presos y confinados se evadían de los penales, los dirigentes sindicales violaban las restricciones de reunión y asociación, y su prestigio crecía a pasos agigantados en las bases. Para cuando la dictadura de Morínigo entró en crisis, a mediados de 1946, y un nuevo cambio en la relación de fuerzas al interior del Ejército inició el proceso de liberalización política conocido como “primavera democrática”, el PCP se encontraba en el mejor momento de su historia.
A pesar de la influencia indiscutible de los líderes intelectuales –Creydt, Barthe y Cañete– y de cierta ascendencia minoritaria en el sector estudiantil, el PCP continuaba siendo un partido fundamentalmente obrero. Bajo un renovado conjunto de dirigentes –como Timoteo Ojeda, Dímas Acosta, Ciriaco Molas, Livio Stark, Berardo Leiva o Leocadio Caballero, entre otros– el COP aglutinaba aproximadamente a 60 sindicatos, una mitad de ellos dirigidos por comunistas y la otra por dirigentes independientes que aceptaban y le reconocían al comunismo un lugar directivo, como continuidad de la desaparecida CTP. Sin embargo, y a diferencia de una década atrás, sólo un dirigente del COP –su secretario general, Timoteo Ojeda– formaba parte del CC del PCP, compuesto mayormente por exdirigentes obreros dedicados ahora exclusivamente a la actividad partidaria. Ojeda era, al mismo tiempo, la única figura que marcaba una continuidad con respecto a la antigua conducción comunista de la CTP[44].
La apertura política de 1946 permitió, por primera vez y por poco tiempo, que el PCP pudiera actuar libremente en la escena política paraguaya. Sus principales dirigentes volvieron del exilio y el partido pudo abrir un local y registrarse formalmente. De esta manera, pudo brevemente expandirse más allá de su refugio en las organizaciones obreras y reforzarse en los comités barriales, mientras avanzaba también en el trabajo clandestino de las células obreras, estudiantiles e, incluso, militares (Rosales, 1991, p. 21). El 10 de agosto de dicho año, el mencionado avance del PCP se evidenció en el momento de mayor relevancia del partido en su trayectoria política. Una muchedumbre de más de treinta mil personas, en su mayoría obreros y estudiantes, se hizo presente ese día para recibir a los miembros del CC del PCP retornados del exilio, liderados por la figura que a partir de entonces se transformaría en el jefe máximo del partido por casi dos décadas: Oscar Creydt. Su discurso frente a la multitud que lo aguardaba en la plazoleta del puerto de Asunción, en el que presentó el programa del partido por la “revolución nacional agraria y antiimperialista” y llamó a la realización de una Asamblea Nacional Constituyente, fue transmitido por radio a todo el país, transformándose en uno de los documentos partidarios y políticos más importantes de la historia política del Paraguay del siglo XX (Creydt, 2007, pp. 212-241). En diciembre, el PCP dio por finalizada una campaña de afiliación que, según sus propios informes, logró alcanzar las diez mil personas, reclutadas fundamentalmente en el mundo obrero (Rosales, 1991, p. 23).
Esta hegemonía llegaría, sin embargo, a un abrupto y sangriento final con el “autogolpe” cívico-militar del 13 de enero de 1947, que catapultó al Partido Colorado al poder, y con la guerra civil que le sucedió, entre marzo y septiembre de dicho año. Una de las primeras medidas del nuevo gobierno colorado-moriniguista fue la ilegalización del PCP: la cúpula en pleno del COP fue apresada en los primeros meses de 1947, mientras los que evadieron la captura retornaban a la más estricta clandestinidad. El comunismo participó activa y protagónicamente en el proceso de rebelión militar contra el nuevo régimen que derivó en la guerra civil y, en consecuencia, soportó en todo su peso el golpe de la derrota del movimiento.
A lo largo de dicho año, la mayoría de las organizaciones obreras fueron reorganizadas con nuevas conducciones, vinculadas al partido gobernante, apoyadas y sostenidas por las estructuras partidarias y estatales. La Organización Republicana Obrera (ORO), organización sindical colorada, pasó a ocupar el rol que anteriormente tenía el COP, cuyos militantes sufrieron la muerte, el encarcelamiento y el exilio. Un nuevo sindicalismo, auspiciado y propiciado por el Estado, surgió como consecuencia de la guerra civil y la hegemonía colorada que le siguió, dando lugar a un quiebre profundo en la historia del movimiento obrero paraguayo. El PCP tardó mucho tiempo en recuperarse de dicha derrota, y si bien logró mantener cierta presencia –clandestina– en el movimiento obrero, nunca recuperó el protagonismo alcanzado entre 1936 y 1947.
En este trabajo nos propusimos abordar la hegemonía que el comunismo logró construir al interior del movimiento obrero paraguayo entre 1930 y 1947, logrando dirigir una porción importante de los sindicatos y construyendo articulaciones gremiales –bajo diferentes formas organizativas, ya sea legales o clandestinas– que asumieron formal o informalmente la dirección del conjunto de los trabajadores organizados del país. Por aquellos años, mencionamos, “obrero” casi llegó a transformarse en sinónimo de “comunista”.
Esta hegemonía, no obstante, no tuvo un carácter continuado, debido a diversos ciclos represivos desatados por los diferentes gobiernos, que en algunas coyunturas lograron desarticular o entorpecer grandemente la actividad comunista en los sindicatos. Al mismo tiempo, el comunismo también tuvo que sobrellevar la resistencia de sectores independientes del gremialismo, que rechazaban la subordinación de las organizaciones gremiales a la disciplina de un partido político.
Allí se encontraba, de hecho, uno de los puntos claves para entender el estrecho y problemático vínculo construido entre las organizaciones obreras y el comunismo: las restricciones que los regímenes autoritarios del período impusieron a la actividad política dificultaron enormemente la actividad partidaria del PCP, que se mantuvo en la ilegalidad durante casi todo el período, obligando a sus militantes a refugiarse en la militancia sindical, relativamente más tolerada. Ocupando el lugar directivo del movimiento obrero, los militantes sindicales comunistas –abierta o solapadamente– intentaron convertirlo en un gran movimiento político y actuaron en la conducción de los sindicatos como si se tratara de un partido, lo que se expresó muchas veces en actitudes abiertamente sectarias.
En todo caso, este hecho provocó, en consecuencia, que el PCP asumiera la forma de facto de un “partido sindical”, ocupando los mismos dirigentes ambas cúpulas, la sindical y la partidaria, mientras su militancia se componía mayormente de militantes obreros. No se trataba, sin embargo, de una “proletarización” al estilo de la “bolchevización” estalinista, con su estructura organizativa celular, sino más bien de una construcción partidaria sobre la base de las organizaciones sindicales heredadas de la tradición anarcosindicalista y de sus principales referentes, cuyos liderazgos asumían formas “caudillescas” propias del modelo productivo semiartesanal que predominaba en el mundo del trabajo paraguayo.
Esta situación sólo comenzó brevemente a modificarse durante la “primavera democrática” de 1946, cuando la posibilidad del PCP de actuar libremente le permitió expandirse rápidamente en materia organizativa y trascender a las organizaciones obreras y a la propia militancia sindical. Este desarrollo, que apenas llegó a vislumbrarse, fue rápidamente abortado ante los cambios en la situación política del país a partir de 1947.
La hegemonía comunista en el movimiento obrero tuvo, como mencionamos, un fin abrupto y violento tras la guerra civil de 1947, con la muerte, la cárcel y el exilio de la mayoría de sus militantes obreros. Un nuevo movimiento obrero, y un PCP muy distinto, emergerían como consecuencia de la dura derrota sufrida. La organización celular clandestina se afianzaría en el contexto del régimen dictatorial que imperaría en las siguientes décadas, aunque paradójicamente en un contexto en donde la presencia comunista en los sindicatos, cooptados ya por el gobierno y el Partido Colorado, era marginal. Paralelamente, la apuesta por la formación de organizaciones político-militares y la oposición armada a la dictadura de Stroessner, a fines de la década de 1950, llevó al PCP a privilegiar el trabajo en otros sectores sociales, como el campesinado. Se habían terminado, para entonces, los años de aquel PCP “obrero”.
Archivo Gaona (AG) – Centro de Documentación y Estudios (CDE) – Asunción, Paraguay.
Centro de Documentación y Archivo (CDyA) – Museo de la Justicia (Archivo de la represión política), Poder Judicial de la Nación – Asunción, Paraguay.
Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Paraguay – Asunción, Paraguay.
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Recepción: 02/05/2022
Evaluado: 26/05/2022
Versión Final: 15/06/2022
(*)Doctor en Historia (UNR), miembro del Grupo de Estudios Sociales sobre Paraguay (GESP), del Instituto de Investigaciones sobre Lenguaje, Sociedad y Territorio (INILSyT, de la Universidad Nacional de Formosa) y del Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas (CEHTI).
Email: carloscastells87@gmail.com / carles1205@hotmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0003-3685-6006.
[1] En efecto, no contamos con una historia del sindicalismo comunista, a pesar del peso que llegó a alcanzar en el movimiento obrero. A decir verdad, no contamos tampoco con una historia detallada del PCP en gran parte del período. Las historias “oficiales”, que no pasan de ligeras reseñas, son excesivamente vagas y fragmentarias, y están centradas mayormente en la intervención del partido en la política general del país (Campos, 1970; Rosales, 1991; Bonzi, 2009). En los últimos años, la bibliografía sobre el comunismo paraguayo, en el período previo a la década de 1950 -descartamos aquí las producciones a partir de esta fecha, más numerosas y vinculadas a la resistencia armada a la dictadura de Stroessner-, ha comenzado a tener algún desarrollo, esperándose una probable y necesaria expansión a futuro. En materia de investigaciones académicas, sin dudas, destaca el excelente y pionero trabajo –lamentablemente todavía inédito– de Eduardo Bogado Tabacman (1991), que se circunscribe desde los orígenes del partido hasta la guerra del Chaco (1923-1935): un trabajo exhaustivo y detallado, construido a partir de numerosas fuentes –tanto escritas como orales– de valor inestimable. Charles Quevedo y Lorena Soler (2019) han publicado un breve artículo sobre el mismo tema, menos exhaustivo y detallado, pero aportando algunos interesantes documentos del comunismo internacional, accesibles sólo muy recientemente (Jeifetz & Jeifetz, 2015; Jeifetz & Schelchkov, 2018). A partir de este mismo material, también contamos con un trabajo de los investigadores Victor y Lazar Jeifetz (2012 y 2019), que han analizado la difícil relación del PCP con las autoridades de la Comintern, especialmente el “caso Ibarrola” y la intervención del naciente partido en 1929. Sobre el período de la contienda chaqueña contamos, además, con el excelente trabajo de Juan Luis Hernández (2020), quién ha investigado la oposición a la guerra en ambos países beligerantes y en la región, oposición en la que los comunistas jugaron un rol protagónico. Milda Rivarola (2017), por su parte, trabajó la recepción que la Revolución Rusa tuvo en la prensa paraguaya, siendo de particular interés su recuperación del periódico Bandera Roja, alrededor del cual se conformó el primer núcleo comunista en el país. La ya mencionada investigadora Lorena Soler (2017), finalmente, ha indagado, además, sobre la actividad comunista al interior del feminismo paraguayo, específicamente en la Unión Femenina del Paraguay durante la década de 1930, en un aporte valiosísimo y prácticamente inexplorado por la historiografía.
[2] Todavía en 1931, los militantes ferroviarios del PCP decidieron apoyar la candidatura del socialista Francisco Gaona en las elecciones sindicales de la Asociación Ferroviaria. Gaona había sido un colaborador cercano del grupo desde los tiempos de Bandera Roja. “Declaraciones de los componentes del Comité Sindical Clasista” (CDyA-00055F0176-180).
[3] Sabemos que un delegado del PCP, con el seudónimo de “Dellepiane”, participó de la Conferencia Comunista Latinoamericana (Buenos Aires, junio-julio de 1929), realizando varias intervenciones, pero se trata de la última referencia que se tiene del PCP hasta su reorganización en 1933.
[4] El Nuevo Ideario Nacional (NIN) fue un movimiento político de izquierda surgido de la confluencia del sector más radicalizado del movimiento estudiantil reformista y la corriente anarquista del movimiento obrero. Con un programa heterodoxo inspirado en un “socialismo libertario” y “nacional” al mismo tiempo, llevó adelante un movimiento insurreccional en febrero de 1931, cuyo acto más audaz fue la toma de la ciudad de Encarnación, que fue convertida por poco tiempo en “comuna libertaria” (Castells, 2021; Rivarola, 1993; Quesada, 1985).
[5] “Las entidades obreras auténticas se opondrán a nuevas agitaciones injustificables”, El Liberal, 03/08/1931 (AG-02-06-003).
[6] El 23 de octubre de 1931, una manifestación popular, liderada por el movimiento estudiantil, fue duramente reprimida, con el saldo de once muertos y decenas de heridos de gravedad. Como resultado de ello, se estableció el estado de excepción y sobrevino un ciclo de gran persecución política y clausura de libertades.
[7] Según comenta un informante de la policía, en agosto de 1931 los comunistas paraguayos recibieron la orden de la IC, a través de Vittorio Codovilla, de “secundar activamente toda agitación de pequeños burgueses y anarquistas, con miras de apoderarse de la dirección del movimiento” (Cámara de Diputados, 1988 [1931], p. 125).
[8] Oscar Creydt, “La crisis nacional del Paraguay. Su solución por la Revolución Agraria y Anti-imperialista”, Claridad, Buenos Aires, año 10, N°240, 12/12/1931.
[9] “Declaraciones de los componentes del Comité Sindical Clasista” (CDyA-00055F0176-180).
[10] Se trataba de Salvador Loy Kleipach aka “Cruesta” (1908-?), judío argentino de origen ruso, militante obrero de la industria textil (Jeifetz & Jeifetz, 2015, p. 366).
[11] “Declaraciones de los componentes del Comité Sindical Clasista” (CDyA-00055F0176-180).
[12] Según documentos del PCP, existían “comités antiguerreros” operando en el interior del país en Asunción, San Antonio y Encarnación; y en el exterior en Clorinda, Formosa, Resistencia, Corrientes, Villa Guillermina, Posadas, Candelaria, Barracas, Buenos Aires y Montevideo (CDyA-00055F0087).
[13] “¡A los obreros, soldados y campesinos del Paraguay!” [manifiesto] (CDyA-00055F0185).
[14] “Declaraciones de los componentes del Comité Sindical Clasista” [informe policial] (CDyA-00055F0176-180). “Presos Anti-Guerreros Paraguayos”, Claridad, Año 12, N°272, 12/1933.
[15] “Algunos acontecimientos obreros y políticos” [diario de F. Gaona], entradas del 16/9/1933 al 22/12/1933, 26-27 (AG-01-11-001).
[16] La línea del “frente popular” planteaba la necesidad de acuerdos y colaboraciones con otros sectores políticos en vista de la lucha contra el fascismo. Esta línea estratégica no sólo habilitaba la posibilidad de un acercamiento a la socialdemocracia sino incluso a los sectores considerados progresistas de la burguesía.
[17] El índice salarial fue calculado sobre la base de los salarios de albañiles, carpinteros y mozos. “Informe de Nicolás Yegros a la CIT” (AG-09-05-057), tomando como referencia la cotización en el mercado libre del $ papel argentino (método utilizado por los propios trabajadores paraguayos). En el caso de las organizaciones surgidas o reorganizadas en el período se ha tomado como referencia la lista de Francisco Gaona (AG-09-02-035), corregida y ampliada. Finalmente, la recopilación de huelgas y conflictos es nuestra, partiendo de diferentes fuentes: prensa, documentos gremiales, policiales, etc. Por algunas ambigüedades e inconsistencias, los datos deben ser considerados provisorios.
[18] “Comité Pro-Confederación Nacional de Trabajadores” [manifiesto], 6/3/1936 (AG-09-01-011).
[19] “La célula es la organización básica fundamental del Partido. Se organiza en el lugar del trabajo: empresa, taller, estación, puerto, colegio, oficina, almacén, chacra, cuartel, calle, etc. La célula de calle se organiza con los trabajadores del servicio doméstico, pequeños artesanos, pequeños comerciantes, pequeños propietarios, etc. La célula es el Partido vivo en cada lugar, hace toda la política del Partido en ese lugar, ligando los reclamos y las luchas económicas, a los reclamos y luchas políticas y viceversa. […] La célula se constituyen generalmente desde dos, tres, cinco y más compañeros. Se organizan con un Secretario de célula, un encargado de finanza, un encargado de agitación y propaganda, el resto quedan como vocales de célula. Boletín del CC del PCP, 16/2/1941 (CDyA-00055F0925).
[20] “Composición del Partido Comunista Paraguayo” [informe policial] (CDyA-00039F1524). Un documento del CC del PCP planteaba: “Hasta hoy, nuestro Partido, vive más sobre la forma de ‘fracciones’ (en los sindicatos, centros, etc.) que en las células, que son las organizaciones de base del Partido […] La fracción la forman los comunistas, en las organizaciones de masas, por ejemplo; en un sindicato, en un centro, en un Club, para realizar las tareas específicas de esas organizaciones”. Boletín del CC del PCP, 16/2/1941 (CDyA-00055F0925-926).
[21] Boletín del CC del PCP (CDyA-0055F0925).
[22] Confederación Nacional de Trabajadores, Circular Nº1, 3/1936 (AG-09-05-030).
[23] “El P.E. ha lanzado un decreto-ley declarando punibles las actividades comunistas”, La Época, 7/10/1936.
[24] A mediados de septiembre el Ejército secuestró al estudiante comunista Félix Agüero, detenido en dependencias policiales. Tras encontrarse desparecido por semanas, su cadáver fue hallado en el río Paraguay con rastros evidentes de tortura.
[25] Un primer vocero de la CNT, llamado Voz proletaria, apareció en julio-agosto de 1936, pero no sobrevivió a unos pocos números-
[26] Informe de Nicolás Yegros, 1938 (AG-09-05-057).
[27] “Bolivia y Paraguay en el Congreso Mundial contra la Guerra celebrado en México”, Crónica, Buenos Aires, 15/08/1939 (AG-09-05-066).
[28] CNT, año 1, nro. 2, 18/01/1938 (AG-11-001).
[29] Carta de Román Zárate (Sec. General interino de la CTP) a Francisco Gaona, 29/04/1939 (AG-05-36-001).
[30] “Informe del Comité Ejecutivo al Congreso Constituyente de la CTP”, CTP, año II, nro. 30. 28/07/1939 (AG-11-01-001).
[31] CTP, año 1, nro. 27, 28/05/1939 (AG-11-001).
[32] El Consejo General quedó conformado de la siguiente manera [en negrita los delegados comunistas]: Francisco Gaona (ferroviario, exiliado), José M. Barbosa (marítimo), Román Zárate (albañil), Adolfo Yegros (zapatero), José C. Acosta (panadero), Fabriciano Duarte (carpintero), Manuel Benítez (ferroviario), Isasio Acosta (tranviario), Juan B. Orué (albañil), Quintín Lezcano (marítimo), Gregario Galeano (estibador de comercio), Alberto Candia (portuario), Eliodoro Cler (pintor), Aurelio Ramírez (cervecero), Alfredo Sánchez (molinero), Pablo Franco (sastre), Alejandro Zaracho (fideero), Cirilo Aguayo (marítimo), Nicolás Yegros (albañil), Patrocinia González (costurera), Felipe López (zapatero), Josefa Fariña (tabacalera), Victoriano Silvero (carpintero), Marcelino Cáceres (albañil), Porfirio Núñez (marítimo), Gilberto Torres (cervecero), Juan Miloslavich (tranviario), Juan G. Escobar (ferroviario), Timoteo Ojeda (portuario), Miguel R. Vázquez (panadero), Alberto Angelacio (albañil), Santos Ibarrola (zapatero) y Marcelino Ledesma (marítimo). El Comité Ejecutivo, por su parte, quedó conformado con Francisco Gaona (in absentia) como secretario general; Adolfo Yegros, prosecretario; Alberto Candia, secretario de actas y correspondencia; Eliodoro Cler, secretario de finanzas; Cirilo Aguayo, secretario de organización; José C. Acosta, secretario de prensa y propaganda; Felipe López, secretario de ayuda campesina. CTP, 2, n°28, 1/07/1939 (AG-11-001).
[33] CTP, año II, nro. 30, 28/07/1939 (AG-11-01-001).
[34] La Vanguardia, Buenos Aires, 01/11/1938 (AG-05-28-003).
[35] CTP, año 2, nro. 29, 15/07/1939 (AG-11-001).
[36] CTP, año 2, nro. 35, 15/10/1939 (AG-11-001). Carta de Francisco Gaona a los redactores de El Ferroviario, 7/8/1939 (AG-05-34016). CTP, año 2, nro. 31, 12/8/1939 (AG-11).
[37] Carta del Srio. General en ejercicio Adolfo Yegros a Francisco Gaona, 5/8/1939 (AG-05-36-003).
[38] Francisco Gaona, “El Gobierno del General Estigarribia y la C. de T. del Paraguay”, CTP, año 3, N°41, 30/4/1940 (AG-11-001).
[39] Comunicado del C.E. del C.C. del Partido Comunista Paraguayo. La Hora, 21/8/1942 (AG-03-19-002).
[40] Tomás Mayol, Alberto Candia, José C. Acosta, Antonio Gamarra y Timoteo Ojeda, entre otros, continuaban dándole una mayoría obrera al CC del PCP.
[41] Antecedentes de Auda Pereira (obrera del calzado), Concepción M. Acosta (pintor), Adolfo Jacquet (textil), entre otros (CDyA-000560685).
[42] Memorándum del Comité de Defensa Sindical, Asunción, 8/2/1944 (CDyA-00055F1418).
[43] Al pueblo de la República, manifiesto del Comité de Defensa Sindical, 20/2/1944 (CDyA-00055F1417). Oscar Creydt, “La huelga general de febrero y la crisis gubernamental del Paraguay”, Unidad Paraguaya, año 2, N°5, Paraná (Arg.), 4/1944 (CDyA-00055F1322).
[44] El Comité Ejecutivo del COP estaba compuesto por: Timoteo Ojeda (albañil) como secretario general, Germán D. Romberg (chofer) como prosecretario; Juan Acosta (zapatero) como secretario de organización, Sergio Vázquez (talabartero) como secretario de finanzas, Dímas P. Acosta (gráfico) como secretario de prensa y propaganda, Pelayo Avendaño (pintor) como secretario de legislación y relaciones, Prudencio Bogarín (estibador de comercio) como secretario de ayuda campesina, Juan González Jacquet (carpintero) como secretario de asuntos gremiales y Ciriaco Molas (sastre) como secretario de actas (CDyA-00056F0262).