Ariel Mamani(*)
Resumen
En este artículo se intentará un recorrido por algunos aspectos de la trayectoria profesional de Luna, teniendo como objetivo primordial analizar su trayectoria intelectual junto a su actuación tanto política como dentro del ámbito de la divulgación histórica. Se hará foco en la creación y edición de la revista Todo es Historia, importante emprendimiento cultural desarrollado por Félix Luna desde 1967. A partir de esta publicación, pensada como un producto de divulgación histórica para públicos diversos, Luna logró conjugar su interés por la historia y su pasión por la política.
En su primera etapa este emprendimiento editorial tuvo un perfil algo polémico a partir de los contenidos publicados, lo que generó discusiones que vinculan de manera explícita a la historia con la participación política y partidaria. A través del análisis de la trayectoria de Félix Luna, y en particular su accionar en los comienzos de su revista Todo es Historia, este artículo intenta ahondar en algunas de las discusiones acerca de la relación entre política, usos del pasado y artefactos culturales, junto al rol ejercido por este intelectual a mediados del siglo XX en Argentina.
Palabras clave: Divulgación histórica; Félix Luna; Política; Historiografía.
Politic, historiographic practice and divulgation. Notes to the Félix Luna’s intellectual trajectory, political and cultural (1958-1969)
Abstract
Félix Luna was a lawyer, folklorist, journalist, politician, but mainly an important figure of historical dissemination. His figure condenses many of the most significant points of the Argentine political, cultural and historiographical scene of the second half of the twentieth century. That is why his professional career becomes significant, and at the same time poses important challenges for its approach.
This article will attempt to review some aspects of Luna's professional career, with the primary objective of analyzing his work in the field of historical dissemination. It will focus on the creation and edition of the magazine Todo es Historia, an important cultural enterprise developed by Félix Luna since 1967. From this publication Luna managed to combine his interest in history and his passion for politics. In the approach to Félix Luna and the beginnings of his magazine Todo es Historia, this article attempts to delve into some of the discussions about the relationship between politics, history and cultural artifacts, along with the role played by this intellectual in the mid-twentieth century in Argentina.
Key Words: History Dissemination; Félix Luna; Political; Historiography.
Política, práctica historiográfica y divulgación. Apuntes para una trayectoria intelectual, política y cultural de Félix Luna (1958-1969)
Introducción
Félix Luna desarrolló, a lo largo de su larga vida, una multiplicidad de actividades intelectuales (escritor, periodista, historiador). Muchas de sus actividades fueron orientadas a la divulgación histórica, lo que condujo a Luna a desplegar diversos emprendimientos comunicacionales a partir de diferentes soportes de carácter bibliográfico, sonoro y visual. En este artículo se intentará un recorrido por algunos aspectos de la trayectoria intelectual y profesional de Félix Luna, teniendo como objetivo primordial analizar su actuación dentro del ámbito de la divulgación histórica. Esta labor de divulgación expresó la ambición de Luna de tener una fuerte intervención en las formas de circulación de los relatos del pasado a partir de formatos accesibles al gran público y vinculados a la cultura de masas.[1]
Es por ello que la carrera profesional de Félix Luna se torna significativa, a la vez que plantea importantes desafíos para su abordaje. Su opción por diferentes formatos para la divulgación no permite, muchas veces, la recuperación acabada de las condiciones de producción. Para ello se deben poner en juego los múltiples recursos y los diferentes escenarios donde se movió Luna (actuación política, actividad artística y cultural, ámbitos historiográficos), para de ese modo obtener un panorama de su galaxia de lecturas, teorías, metodologías, paradigmas y prácticas latentes en su multifacética obra.
En este artículo se intentará un recorrido por algunos aspectos de la trayectoria intelectual y profesional de Félix Luna, teniendo como objetivo primordial analizar su actuación dentro del ámbito de la divulgación histórica. Si bien se analizarán diversos proyectos llevados adelante por Luna, se dedicará especial atención en la creación y edición de la revista Todo es Historia. No obstante, se procurará un análisis de la trayectoria previa de Félix Luna, y en particular su accionar en los comienzos de la mencionada revista.
Analizaremos esta importante publicación fundada por Félix Luna en el arco temporal que va desde la edición del primer número de la revista en 1967 hasta inicios de 1969, correspondiente a los 20 números. Si bien el recorte es algo arbitrario se funda, no sólo en la necesidad de recortar la serie para para su abordaje en un artículo académico, sino que también se sitúa en determinados aspectos que se irán profundizando en el trabajo. Es en esos primeros números, donde Luna intentará dotar a Todo es Historia de una identidad como publicación. La elección de las imágenes de tapa y los artículos más destacados conferían un perfil que a simple vista podía generar interés (y polémica). Asimismo, Luna convocó a un grupo muy variopinto de colaboradores para las notas, lo cual aportó eclecticismo a la revista. En relación con ello, Luna se involucró en la forja de un estilo particular en la redacción de notas y artículos, oficiando como corrector principal y escribiendo con seudónimo. Todas esas características irán bajando la intensidad política e historiográfica en torno a la revista, atemperando el tono polémico de esos dos primeros años.
Ello, no obstante, nos acercará a algunas de las discusiones acerca de la relación entre política, usos del pasado y artefactos culturales, junto al rol ejercido por este intelectual a mediados del siglo XX en Argentina.
Luna de muchas caras
Félix Luna nació en 1925 en Buenos Aires y a pesar de que se tituló en Derecho ejerció poco esa profesión inclinándose por la investigación y divulgación histórica, tarea por la cual alcanzó notoriedad. Durante su vida se desempeñó en varias ocasiones como funcionario de diversos gobiernos, ocupó cátedras universitarias y militó alternativamente en la Unión Cívica Radical y la tendencia desarrollista que surgió de aquella misma corriente política a fines de la década de 1950.
Muchas de sus actividades fueron orientadas a la divulgación histórica, lo que condujo a Luna a desplegar múltiples emprendimientos comunicacionales a partir de diferentes soportes de carácter bibliográfico, sonoro y audiovisual. Esta labor de divulgación histórica expresó la ambición de Félix Luna de tener una fuerte intervención en las formas de circulación de los relatos del pasado a partir de formatos accesibles al gran público y generalmente vinculados a la cultura de masas.
Si bien como historiador Luna editó una buena cantidad de trabajos específicamente históricos, también se vinculó a la producción literaria de ficción. Como el mismo Luna reconoce, historia y literatura eran sus dos principales pasiones: “La historia, pues, lo mismo que las letras, eran mi secreta vocación” (2004, p. 48). No obstante, esos escritos siempre tuvieron un carácter histórico ya que sus argumentos y personajes remitían a procesos del pasado argentino. Pueden mencionarse entre estos trabajos a La última montonera, una serie de cuentos ambientados en años del gobierno mitrista; Soy Roca, una biografía novelada en primera persona de quien fuera dos veces presidente argentino; o la serie de novelas por entregas Martín Aldama (Luna, 1955; Luna, 1989; Luna, 2001; Luna, 2003).
Asimismo, Félix Luna se vinculó estrechamente con otras esferas del ámbito cultural y artístico, participando en la escritura de guiones y argumentos para el cine, o llevando adelante diversos envíos radiales y televisivos sobre temas históricos.[2] El guion de historietas de temática histórica fue otro de los emprendimientos llevados por Luna, como se mencionará más adelante, y también incursionó a través de ese formato en el público infantil a través de un personaje llamado Matías, niño en edad escolar que lograba viajar en el tiempo y acompañar a diferentes personajes de la historia.[3]
Sin dudas una de las actividades más importantes en la trayectoria de Félix Luna tiene que ver con la participación en diversas publicaciones de divulgación, destacándose la creación y dirección de la revista especializada Todo es Historia, fundada en 1967 y en circulación hasta la actualidad. También se desempeñó como periodista en los diarios Clarín y La Nación de Buenos Aires, a la vez que colaboró en diversas publicaciones periodísticas, culturales y de divulgación de otros puntos del país.
Toda esta importante actividad en los medios de comunicación fue posicionando a Félix Luna como un historiador muy conocido y requerido en términos mediáticos, transformándose para el gran público en una referencia insoslayable en materia histórica.
Además de todo lo mencionado, también incursionó en la cancionística con una importante serie de textos que fueron musicalizados. La mayoría de las obras musicales de Félix Luna fueron realizadas en colaboración con el pianista y compositor Ariel Ramírez, una de las personalidades más destacadas dentro de la música de raíz folklórica argentina. Algunas de las canciones producto de dicha colaboración tuvieron una gran repercusión y difusión, la mayoría de ellas sobre temas históricos.[4]
En términos estrictamente historiográficos, Luna fue en gran medida un autodidacta, rasgo compartido con otras personalidades que incursionaron en la escritura de la historia, pero cuya formación no se había dado dentro de trayectos disciplinares específicos. Ello tampoco resulta extraño ya que se trata de un rasgo epocal compartido, producto de tiempos donde la profesionalización de la disciplina histórica no había alcanzado el grado de desarrollo y anclaje institucional que obtendría unos años después. Como recapitula Luna en sus memorias:
[…] ¿a quién se le podía ocurrir a principios de la década del 40 tomar la historia como profesión? Cuando hube de elegir carrera, me anoté en Derecho […]. (2004, p. 48)
Mientras estudiaba Leyes en la universidad, Félix Luna incursionó en la investigación histórica, especialmente en torno al pasado de La Rioja, provincia de donde era originaria su familia. Algunos de los resultados se publicaron en la Revista de la Junta de Historia y Letras de la Rioja, entre los años 1944 y 1946. “Rioja, la Noble” es un artículo donde realizó un estudio prosopográfico, mientras que en “La Rioja después de la batalla de Vargas”, se acercaba al tema del caudillismo, tópico que retomará varias veces en su carrera y desde diferentes formatos. Éste último artículo fue la base de lo que luego se convirtió en el primer libro de un joven Félix Luna a fines de la década de 1940 (Luna, 1977).
Asimismo, en esos tiempos estudiantiles, Luna fue un enérgico opositor al gobierno peronista, militando en la Juventud Radical dentro de la universidad, actividad por la que fue detenido y torturado (Luna, 2004). Si bien Luna se tituló en Derecho por la Universidad de Buenos Aires en 1951, su trayecto en el mundo jurídico duró solo algunos años, alternando el ejercicio de la profesión con sus trabajos de investigación histórica y con la función pública.
Mientras surcaba ese itinerario laboral Luna escribió dos biografías históricas sobre líderes de la Unión Cívica Radical (UCR), Yrigoyen (1954) y Alvear (1958), libros de historia pero que el mismo autor consideraba más como obras de militancia política.
[…] en mi Yrigoyen –declara Félix Luna– había hecho del caudillo una contrafigura de Perón [y] traté de mostrar en Alvear una línea interna cuyo fracaso prefiguraba la consagración de la corriente que conducía Frondizi como la representativa y fecunda del viejo partido. (Luna, 2004, p. 394).
A pesar de la forma en que Luna cataloga esta etapa de su producción, lo cierto es que este rasgo militante lo acompañó siempre, en mayor o menor grado, en toda la gama de actividades ligadas a la producción historiográfica desplegada, sin diferenciar formatos. Como figura pública, escritor, periodista o historiador, Luna siempre tuvo muy presente sus ideas políticas, más allá de que en ocasiones intentara ser menos explícito e hiciera gala de objetividad ideológica, lo cual no dejaba de ser una vana pretensión. Como se observará a continuación, historia y política fueron para Luna un tándem muy difícil de separar, a pesar de que sus escritos y declaraciones buscaron demostrar lo contrario.
Historia, política y caudillos
Entre 1956 y 1958, luego del derrocamiento del gobierno peronista [1946-1955] a partir de un golpe de Estado, Félix Luna se sumó al nuevo gobierno de facto cumpliendo funciones como directivo de la obra social del Ministerio de Trabajo. En 1957 se involucró activamente en la campaña por la elección de convencionales constituyentes para reformar la Constitución Nacional, escenario que se daba en medio de las fuertes disputas al interior de la UCR, situación que llevó a la división del partido. Luna se sumó con mucho entusiasmo a la facción liderada por Arturo Frondizi, que luego de la ruptura del partido se transformaría en la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI).
Cuando Arturo Frondizi llegó a la presidencia en 1958, Félix Luna se incorporó al gobierno como funcionario en la embajada argentina en Suiza, y más tarde continuó con actividades diplomáticas en Uruguay hasta febrero de 1962. Había retornado al país para desempeñarse como jefe de gabinete de la cancillería cuando la caída en desgracia de la experiencia desarrollista precipitó el fin de su carrera en el servicio exterior. Acuciado por sus propias contradicciones internas, el frondizismo no logró sortear la dura oposición de diversos sectores de la sociedad. Luego de varias amenazas las Fuerzas Armadas llevaron adelante un golpe de Estado que destituyó al presidente Arturo Frondizi en marzo de 1962. Durante las últimas semanas de su gobierno, Frondizi mantuvo una serie de conversaciones con Félix Luna que serán editadas al año siguiente con el nombre de Diálogos con Frondizi (Luna, 1963). También por entonces publicó una serie de relatos de ficción ambientados en los años peronistas que había escrito a principios de la década, demostrando su ductilidad para transitar tanto la narración de ficción, como la biografía histórica y hasta el ensayo político (Luna, 1964). Pero había todavía más espacio para otras actividades.
De retorno a la Argentina, Félix Luna comenzó a trabajar como periodista en la redacción del diario Clarín de Buenos Aires, un periódico de raíz antiperonista y tendencia desarrollista por aquellos tiempos. A su vez, en 1964 Luna fue invitado por Ariel Ramírez para componer el ciclo de villancicos titulado Navidad Nuestra, cara B del LP La Misa Criolla, trabajo discográfico que resultó un éxito de ventas en todo el mundo (Mamani, 2022).
También en ese año de 1964, Félix Luna obtuvo por concurso el cargo de Profesor Adjunto en la cátedra de Historia de las Instituciones Argentinas en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA), lo que significó una nueva etapa en su relación con la práctica histórica. Como señaló el propio Luna (2004) “[…] la nueva obligación me indujo a aproximarme a la disciplina histórica con más racionalidad y orden […]” (p. 54).
Así fue que, luego de aquellas dos producciones biográficas tempranas dedicadas a los líderes del radicalismo, Luna publicó Los Caudillos (1966), obra que fue considerada por el propio autor como su primera investigación seria y sofisticada en términos estrictamente historiográficos. Para el autor, en esta obra consiguió poner a prueba una metodología y un tipo de interpretación historiográfica sobre el pasado argentino. En Los Caudillos “[…] la reconstrucción –señalaba Luna (2004)– de sus respectivas trayectorias me obligó a investigar en archivos, buscar fuentes éditas olvidadas y elaborar mi propia metodología y mis propios criterios” (p. 54). La obra despertó algunos debates y polémicas en el seno del espectro político e historiográfico, siendo Félix Luna atacado por supuestas posturas revisionistas (Mamani, 2015).
Más allá de esta breve polémica, el tratamiento sobre los caudillos realizado por Luna en aquella obra no resulta demasiado revelador en términos historiográficos. Hay un retorno sobre antiguos temas, necesarios de rediscutir, pero sin aportar elementos historiográficos significativos. Está claro que en el tratamiento realizado por Luna sobre el caudillismo no hay rastros de una historia económica y social que permita un abordaje más integral del fenómeno. En este sentido, Omar Acha (2019) encuentra en el acercamiento de Luna a la problemática de los caudillos un aire de romanticismo: “Para Luna, el enigma histórico de los caudillos consistió en cómo sus decisiones se conjugaron, dramáticamente, en el proceso de conciliación entre los diferentes intereses en una fórmula popular y nacional que los trascendió” (p. 18).
Más bien lo que el autor parece intentar es exigir un sitio en el panteón nacional para algunos de los caudillos, en ocasiones reivindicados en las historias provinciales pero estigmatizados por la historiografía tradicional a escala nacional (Mamani, 2015). Este posicionamiento es tal vez el elemento que en buena medida se enlazaba con ciertas propuestas provenientes del espectro revisionista, aspecto que se discutirá con mayor profundidad más adelante en este trabajo.
Sin embargo, la aproximación de Luna al caudillismo del siglo XIX no se agotó allí. El libro presenta la novedad de haberse editado casi en paralelo con el LP Los Caudillos, un trabajo discográfico en co-autoría con Ariel Ramírez (Ramírez y Luna, 1966). No se trató de una edición conjunta con el libro, sino que se realizó por canales separados, aunque casi en simultáneo. Para Félix Luna: “[…] el material era demasiado rico y en algunos casos demasiado poético para que se agotara en un libro de historia” (Luna, 2004, p. 29).
El autor probablemente se refería a temas como el dramático combate del Pozo de Vargas, al desventurado rescate ensayado por el caudillo entrerriano Pancho Ramírez de su amada Delfina, o al mito que negaba la muerte del Chacho Peñaloza. Estas temáticas, junto a otras similares, fueron abordadas por Luna a partir de las piezas musicales elaboradas junto al compositor y pianista Ariel Ramírez.
¿Acaso Félix Luna parecía dudar de la pertinencia de un abordaje de esos temas por parte de un texto histórico? ¿Por qué creía necesario complementar el abordaje historiográfico con otro tipo de acercamientos vinculados al arte? ¿Entendía que hay una complementariedad? ¿Acaso se trataba de una carencia del propio historiador? ¿Se encontraba más cómodo trabajando de un modo menos rígido al hacerlo dentro de los parámetros de la creación artístico-musical?
Probablemente para Luna, indagar en las emociones y afectos, los imaginarios y mitos de los personajes históricos significaba apartarse de la ortodoxia metodológica de la disciplina histórica. Si bien algunas de estas temáticas bien podrían ser observadas hoy como lecturas válidas y hasta necesarias, a inicios de la década de 1960 este tipo de paradigmas no se habían presentado todavía como tales o no estaban consolidados dentro de la disciplina. Para Félix Luna, “[…] ¡había tantos aspectos que reclamaban ese tratamiento libre y sugestivo que sólo puede ofrecer la creación poética y musical! (2004, p. 29).”
En principio, hoy día no habría conflicto con el abordaje de un tema histórico desde alguna de esas perspectivas, no obstante en aquellos tiempos Luna tal vez creía que un tipo de acercamiento desde aquellos paradigmas no respondieran a los cánones de la historia tradicional, por lo tanto su tratamiento debía darse desde otros artefactos, en este caso, artísticos y culturales, los cuales permitirían un abordaje de lo mítico, las emociones o la afectividad.
Trabajando en un libro sobre los caudillos argentinos –expresaba Luna– pensé que esos personajes no constituían solamente sustancia de historia sino que, en tanto mitos populares, podían ser infundidos de una nueva vida en el plano intemporal de la música. (Luna, 1966, encarte)
¿Esto puede llevarnos a la conclusión de que Félix Luna permaneció encerrado en formatos disciplinares antiguos o anacrónicos? No necesariamente. Si bien el grupo de historiadores renovadores (en cuyo centro podemos citar a José Luis Romero y Tulio Halperín Donghi), poseían a fines de la década de 1950 una inserción institucional, configuraban aún un espacio reducido dentro de la corporación de historiadores, donde seguía primando un modelo de historia erudita (Rodríguez, 2004). Luna, más allá de algún contacto ocasional, en especial con José Luis Romero, no se vinculó profesionalmente con los grupos renovadores cercanos a lo que se denominaba por entonces “historia económica y social”, mote que expresaba una vocación totalizadora, o al menos de síntesis. La apuesta historiográfica de Luna, como se irá observando en este artículo, careció de una adhesión a las novedosas propuestas que impulsaban los grupos renovadores de la disciplina. En este sentido, si bien su opción por la divulgación lo llevó a innovar en relación a formatos y lenguajes, los paradigmas que guiaron su andar historiográfico no se salieron de los cánones tradicionales.
En el trabajo discográfico mencionado, a través de diversas piezas musicales de raíz folklórica, la dupla Luna-Ramírez se permitía el acercamiento a casi los mismos protagonistas del libro, pero ahora en un formato más libre, convirtiendo la narración histórica en una pieza poético-musical. Según el propio Félix Luna (2004): “[…] la idea de hacer ‘Los Caudillos’ en disco, paralelamente a ‘Los Caudillos’ en libro, se instaló en mi espíritu cada vez con más fuerza desde principios de 1965 […]” (p. 29). De manera que Luna pensó ambas obras, libro y LP, al mismo tiempo, lo que deja en evidencia la capacidad del autor para comprender los cambios operados en el público receptor y las potencialidades contenidas en los nuevos formatos para la divulgación.
Podemos señalar que Luna habría ideado el LP como un vehículo más accesible a un público de masas, imaginando al formato bibliográfico como un producto de “alta divulgación”, reservado para sectores ilustrados y cultos, más acostumbrados a la lectura y atraídos por los debates políticos. En este sentido Félix Luna parecía haber captado con gran capacidad las mutaciones en la escena cultural y social, procurando entonces diferentes formatos en la búsqueda de públicos ampliados.
Los diferentes caudillos abordados en el LP por la dupla Luna/Ramírez fueron: Martín Miguel de Güemes; Francisco Ramírez; Juan Facundo Quiroga; Juan Manuel de Rosas; Vicente Peñaloza y Felipe Varela. La figura de Leandro N. Alem, que apareció en el disco, no había formado parte del formato bibliográfico ya que difícilmente pudiera ser considerado un caudillo rural, y su presencia respondía a una necesidad para completar el soporte discográfico en su lado B del LP. Esta última decisión también coloca en la superficie la necesidad de ajustar los contenidos a los formatos, revelando la complejidad que ello acarreaba y los condicionamientos a los que podía enfrentarse una estrategia de divulgación tan amplia como la que buscaba Luna.
De los Chalchaleros a los granaderos: los orígenes de Todo es Historia
El siguiente emprendimiento de Félix Luna luego de la doble edición de Los Caudillos fue la creación de la revista Todo es Historia. Esta publicación fue el ariete de todos sus emprendimientos en post de la divulgación y, en definitiva, operó como una especie de vocería de los planteos e ideas políticas, culturales e historiográficas de Luna. Pensada como una publicación de divulgación histórica capaz de llegar a los más diversos públicos, en su primera etapa tuvo un perfil algo polémico y contó con un variopinto grupo de colaboradores.
Autores provenientes de la Nueva Escuela Histórica, revisionistas de distintas orientaciones, docentes universitarios, abogados, periodistas, autores marginados académicamente, ex funcionarios públicos, escribanos, literatos, militantes partidarios, poetas, nacionalistas, historiadores aficionados. Todo es Historia contó con una multiplicidad importante de colaboradores (Lezcano, 2019, p.42).
Entre quienes llegaron a publicar en la revista en sus primeros tiempos se puede destacar, además del propio Luna, a Miguel Ángel Scenna, León Benarós, Osvaldo Bayer, Guillermo Furlong (SJ), Fermín Chávez y hasta el periodista Rodolfo Walsh.
Félix Luna comenzó a pergeñar Todo es Historia cuando en 1957, estando en Suiza en calidad de diplomático del gobierno argentino, conoció Miroir de l´Historie:
[…] una publicación mensual francesa –explica Luna (2004)– rica en ilustraciones y cuyo contenido eran artículos sobre el pasado galo de todas las épocas que firmaban, entre otros, algunos ilustres académicos. En sus páginas podían leerse notas sobre amantes de reyes, chismes relativos a Napoleón, descripciones de diversos aspectos y personajes de la Edad Media, relatos sobre la Segunda Guerra Mundial: un batiburrillo agradable, entretenido e instructivo. Fue viendo Miroir de l´Historie que se me ocurrió pensar: –¡Qué lindo sería hacer algo así en Buenos Aires! (p. 53).
A partir de ello, Luna pensó en reproducir esa experiencia en Argentina, sin embargo hubo de esperar casi una década.
Todo es Historia no fue la primera publicación que Luna dirigió. En 1964, tras la salida de Julio Márbiz, Félix Luna se hizo cargo de la dirección de la popular revista Folklore por recomendación de Ariel Ramírez. Folklore era una publicación dentro del formato Star System, propiedad de Alberto y Ricardo Honegger, padre e hijo respectivamente, que funcionaba desde inicios de la década acompañando el llamado boom del folklore.[5]
Luna había participado en varias ocasiones como colaborador de esta revista con artículos sobre temas folklóricos e históricos. Además, desde mediados de 1963 había iniciado la publicación regular, dentro de la revista, de una serie de historietas sobre temas históricos, elaborando el guion, mientras que los dibujos corrieron por cuenta de Oscar Fraga. De manera que asumir la dirección de la revista Folklore pareció no implicar un gran esfuerzo para Luna:
[…] el trabajo de dirigir una revista del género me gustaba y significaba unos pesos extra. […] mi tarea era muy independiente y liviana, pues no me llevaba más de dos veces por semana la preparación de cada número […]. (2004, pp. 56-57).
El roce que le dio el trabajo en la dirección de Folklore, una publicación de frecuencia quincenal, fue esencial para el posterior proyecto de Todo es Historia. Luna permaneció en la dirección de Folklore hasta fines de 1967, cuando las obligaciones en Todo es Historia tornaron incompatibles ambas funciones y “[…] ya se mezclaban Los Chalchaleros con los granaderos y Eduardo Falú con el Alto Perú” (Luna 2004, p. 64).
En 1966, a raíz de un nuevo golpe de Estado en Argentina, Luna vislumbró la posibilidad de aventurarse con la publicación de un producto editorial similar a la revista francesa que había conocido en su estadía europea. Luna leyó bastante bien el momento político que se avecinaba. El nuevo gobierno militar, en un principio liderado por el general Juan Carlos Onganía, poseía una fuerte impronta antiperonista, pero al mismo tiempo encarnaba una propuesta nacionalista y corporativista con vínculos con el integrismo católico.[6] Este sesgo conservador imprimió una importante dosis de represión política, social y cultural, en especial en los primeros años del gobierno dictatorial (Buch, 2003).
A partir de esta lectura a nivel político, Luna aconsejó a los Honegger que suspendieran la publicación de una serie de revistas picarescas que editaban en sus talleres, toda vez que el clima moralizante de la nueva dictadura podía traerles represalias. No obstante, los dueños argumentaron que ello significaría no sólo una merma en los ingresos, sino que además dejaba a los talleres con una importante capacidad productiva ociosa. “Entonces, –recuerda Luna– mágicamente empezó a activarse esa remota célula de mi cerebro donde seis o siete años antes había quedado el sello de mi contacto con las revistas francesas de historia” (Luna, 2004, p. 57). Fue así que propuso la idea a los Honegger de publicar una revista de historia, quienes sin demasiado convencimiento accedieron a editar un número a modo de prueba.
Félix Luna creía que el gobierno militar de Onganía iba a clausurar la posibilidad de hacer política partidaria y estimaba que una publicación de carácter histórico podía ofrecer el espacio adecuado para tratar temas que vincularan al pasado con la lucha política. Según Luna (2004) “[…] en ese momento, con la política congelada, mucha gente con vocación por la cosa pública podía encontrar su cauce en un mejor conocimiento de la historia” (p. 57). Esta idea era compartida por otros sectores, y parece tener un rasgo epocal. Como demuestra Julio Stortini (2004), la búsqueda de espacios alternativos ligados a la práctica histórica brindaba la posibilidad de continuar con ciertas discusiones de carácter político, tal como lo demuestra la incorporación de sectores ligados al grupo nacionalista Tacuara al Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.
Asimismo, la publicación podía ser una forma de intervenir en el complejo presente a partir de una oposición tanto a la dictadura como a la omnipresente figura de Juan Domingo Perón. Tal como señala José María Lezcano (2019):
A través del pasado se buscó objetar, por un lado, a los mandatarios y las características del gobierno militar, principalmente a Juan Carlos Onganía, y por otro, a la imagen de Perón y todo lo que había representado la experiencia peronista entre 1945 y 1955. (p. 24).
Este combate en el presente, librado a partir de la reflexión sobre el pasado, fue el refugio donde Félix Luna eligió sobrellevar las frustraciones que le había dejado la experiencia durante su participación en el gobierno desarrollista de Arturo Frondizi (1958-1962).
El número de prueba de la nueva revista organizada por Luna se lanzó en noviembre de 1966 y fue de distribución gratuita, especialmente entre empresas y comercios, esperando de ese modo encontrar auspiciantes para la publicación. Al parecer, este objetivo fue un fracaso ya que no despertó interés comercial alguno. En la larga vida de la revista, el tema de los auspicios y la manera de sostener económicamente el proyecto fue, como señaló el propio Luna: “[…] el eterno punto flaco de Todo es Historia a lo largo de más de un cuarto de siglo de su existencia” (Luna, 2004, p. 59).
A pesar del desánimo de la familia Honegger ante la nula repercusión de la edición, Félix Luna insistió para lanzar comercialmente la revista, lo cual logró en mayo de 1967. Para ese número inaugural Luna buscó que la revista no pasara desapercibida. En la tapa, ocupando toda la portada, apareció el rostro de Juan Manuel de Rosas y el artículo central llevó el provocador título de “Las tres mujeres de Don Juan Manuel”, escrito por Luna pero bajo el seudónimo de Felipe Cárdenas (h).[7] Apenas publicado el número inaugural se desató una polémica a partir de la centralidad de la figura de Rosas, quedando Félix Luna al centro del conflicto, tanto político como historiográfico.
En una escena política e intelectual muy polarizada como la de entonces, la figura de Juan Manuel de Rosas seguía apareciendo como un vector de conflicto. Como sostiene Juan Manuel Romero (2015), “[…] las discusiones acerca del lugar de Juan Manuel de Rosas en el pasado argentino tenían un lugar ganado en la cultura del país desde finales del siglo XIX” (p. 155). Por lo tanto, posar la mirada sobre Rosas podía operar como un indicio de posicionamientos historiográficos y políticos, y por ello, disparar una polémica. En términos historiográficos, la figura de Juan Manuel de Rosas operaba como tópico privilegiado dentro del espectro del Revisionismo histórico, mientras que en lo político, y a partir de complejas operaciones que vinculaban a los usos del pasado con la política partidaria, se asociaba a Rosas con el nacionalismo pero también, a partir de 1955, con el proscripto peronismo.
El propio Luna, a propósito del pequeño escándalo desatado por la publicación del N°1 de la revista, explicaba en el editorial del número siguiente, en este caso a cara descubierta, que “[…] la nota se refería a un aspecto poco conocido de la vida privada de Rosas. Ningún rosista, ningún antirrosista puede haberse sentido agraviado por ese artículo” (Todo es Historia, Nº2, junio 1967, p. 3). En realidad, no hacía falta agraviar o defender a Rosas, sólo bastaba con evocar su figura para despertar pasiones políticas e historiográficas. Lo cierto es que, en la nota mencionada, a través del seudónimo, Luna había intentado mantener la ecuanimidad en una búsqueda de objetivismo histórico, siendo los elementos polémicos parte de una estrategia editorial de lanzamiento de la nueva revista.
¿La cara oculta de Luna?
Al menos para un sector de la sociedad la estrategia de difusión pareció ser eficaz y dotó de visibilidad a la revista. No obstante, los antecedentes de Luna al intentar reformular el panteón nacional y reconsiderar a los caudillos del siglo XIX a partir del disco y el libro de 1966, más la actitud de polemista que parecía asumir desde las páginas de Todo es Historia hacían que el historiador comenzara a ser identificado como un representante del Revisionismo. Empero, ello merece dedicarle un poco de espacio para comprender un escenario complejo y disputado, tanto en términos historiográficos como políticos.
El punto se dificulta aún más si se incorpora al análisis la mirada de otros sectores de la historiografía, que en sus disputas muchas veces otorgaron la etiqueta de “revisionista” a figuras absolutamente disímiles entre sí. Como se ha demostrado, pretender dotar al “revisionismo histórico” de una conceptualización unívoca es una tarea compleja (Cattaruzza, 2003).
Conociendo la trayectoria de Luna y sus posturas políticas resulta algo difícil pensarlo como un revisionista clásico, al menos en lo que refiere a un posicionamiento duro en torno a esa corriente. Por aquél entonces, mediados de la década de 1960, el conocimiento acerca de la figura de Félix Luna era un tanto menor en relación a la presencia que lograría en la sociedad solo algunos años más tarde. Su asimilación a una de las formas de revisionismo resultaría posible sólo si se presta una atención demasiado superficial a los temas abordados.
El mismo Luna hacía referencia en sus memorias a la reacción que había causado su acercamiento al tema del caudillismo al señalar que “Un historiador amigo calificó al libro de ‘esteticismo revisionista’” (Luna, 2004, p. 54).[8] Por su parte el diario La Nación, bajo el título de Los Caudillos Angelicales, realizaba una crítica feroz hacia aquella obra musical de Luna-Ramírez publicada en 1966: “Hoy a la luz de nuevas orientaciones, algunos autores revisionistas, pretenden mostrar la actitud casi siempre angelical, de hombres que guardan en las provincias memoria de terror y persecución” (citado en Ortega Peña y Duhalde, 1967, pp. 77-78). Sin embargo, el diario La Prensa, al reseñar el LP Los Caudillos, afirmaba que “[…] no surge de la audición atenta de sus versos el que haya pretendido hacer la apología de la ferocidad o la incultura… el revisionismo histórico que pueda adjudicarse a este disco carece de fundamento” (citado en Ortega Peña y Duhalde, 1967, p. 76). Como se puede observar, esta mirada opuesta deja en claro que la interpretación sobre lo que realmente era el revisionismo resultaba esquiva y tendenciosa en aquellos días.
A pesar de ello, hay que incluir un matiz en la aseveración y redimensionar el rol del mediático historiador en ese particular contexto. Como señala Omar Acha (2019), es posible rastrear una veta revisionista en la obra de Félix Luna, aunque lejos de aquél nacionalismo reaccionario y conservador de los años 1920 y 1930. Ese tinte revisionista más bien se anclaría en el yrigoyenismo vinculado al forjismo:
Debemos recordar –señala Acha (2019)– que durante los años de entreguerras en la Argentina hubo una ola de revisionismo histórico donde fueron reconocibles diferentes alternativas. La vertiente más conocida es la nacionalista-reaccionaria […], pero hubo otras ofertas como la católica, la comunista y, para lo que aquí interesa, la radical. El grupo FORJA propuso su fórmula revisionista radical en la pluma de Raúl Scalabrini Ortiz, pero también avanzó en una revisión relativa a los caudillos con los historiadores profesionales Emilio Ravignani y Diego Luis Molinari. (pp. 16-17).
En este sentido, continúa Acha (2019): “La recuperación moderada de la tradición federal y no liberal realizada por parte de Luna, especialmente en Los caudillos, pertenece a esta última familia revisionista” (p. 17).
De la misma forma es posible mencionar, según ejemplifica Alejandro Cattaruzza (2017), como en la década de 1930 desde la revista Hechos e Ideas se podía llegar a albergar perspectivas que bien pueden ser pensadas como precursoras de los planteos posteriores de Félix Luna. Desde esta publicación cercana al alvearismo, Alberto Etkin reivindicaba tanto a los caudillos federales como a la Revolución de 1890; tanto a Rosas, así como a la figura de Hipólito Yrigoyen. En ese gesto podemos visualizar trazos que se retomaran en los emprendimientos historiográficos de Luna.
A su vez, los elementos que otorgarían una supuesta unidad al movimiento revisionista (como su adhesión a un tipo de antiimperialismo, el rescate de la figura de Juan Manuel de Rosas, una clara vocación de vincular historia y política o cierta relación con el peronismo, por citar algunos tópicos), no eran rasgos susceptibles de encontrar en todos aquellos que por definición podían ser tildados de revisionistas. Por ello aquí utilizo el término “revisionista” con una deliberada ligereza que, no obstante, concede cierta unidad al objeto con el fin de caracterizar lo que aquí nos ocupa. En realidad, es conveniente hablar de Revisionismos, como una forma de incorporar toda la diversidad que ello amerita. Como señala Omar Acha (2012):
[…] una incomprensión inadecuada de la emergencia de los revisionismos en la Argentina. Hablar en plural de los revisionismos es fundamental porque la mencionada incomprensión condujo a atribuir al revisionismo nacionalista de derecha la totalidad de las pulsiones hacia una política de la historiografía (p. 88).
De este acercamiento de Félix Luna a posiciones que podía parecer como próximas al revisionismo, también se hizo eco el núcleo duro de ese movimiento, corporizado en el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Por aquél entonces el Instituto vivía momentos de crisis derivados de las tensiones entre diversos grupos que, si bien pretendían compartir la mirada revisionista de la historia argentina, dejaban expuestas grandes diferencias que hicieron dificultosa su convivencia (Stortini, 2004).
A través de su Boletín N° 8, en un escrito titulado “Alunizaje en el rosismo”, se celebraba el reconocimiento que hacía Félix Luna desde Todo es Historia de la figura de Juan Manuel de Rosas y, lo que para ellos significaba un reconocimiento del revisionismo en general. Sin embargo, la nota mostraba algo de molestia hacia el historiador. Desde las páginas del Boletín se sostenía que Luna acreditaba la reivindicación del rosismo solo a la fuerza de los hechos, quitando de esa manera mérito al propio impulso revisionista:
[…] hemos trabajado mucho para encontrar y difundir la verdad de nuestra historia […] hemos soportado exclusiones, detracciones y ‘la implacable conspiración del silencio’ […]. No pedimos un reconocimiento especial […]. Pero exigimos nuestro lugar, porque no todo es historia. (BIIHJMR, N°8, 1970, p. 26).
La cita es interesante ya que nos permite observar como en algún instante hasta los propios revisionistas dieron cuenta de la supuesta cercanía de Luna con el movimiento. Pero también porque explicita uno de los tópicos más caros al Revisionismo al momento de elaborar su propia historia: la marginalidad del movimiento. Esta idea no deja de ser una falacia que los propios revisionistas impusieron, mostrándose como outsiders de un escenario político, cultural e institucional en el cual, empero, estaban mucho mejor posicionados de lo que aparentaban (Cattaruzza, 2003).
De todos modos, el acercamiento de Félix Luna hacia tópicos cercanos al revisionismo no le hacía olvidar sus diferencias con los sectores más duros del movimiento.
Lejos estaba en la intención de Luna de crear un nuevo panteón o revisar completamente el pasado nacional, como si sostenían muchos cultores del Revisionismo. En realidad, la apuesta de Félix Luna pasaba por la tentativa de fundar un relato histórico superador de las antiguas disputas, tanto políticas como historiográficas. En este sentido, para Omar Acha (2019), el posicionamiento de Luna
[…] fue un revisionismo crítico pero encaminado hacia la conciliación de las partes. En Luna, la oposición de Buenos Aires y el unitarismo con el caudillismo es enmendada como un proyecto de integración ulterior. De acuerdo a su relato, los caudillos carecieron de una proyección futura y fueron aniquilados por las transformaciones económicas del siglo. (p. 17).
Esta apuesta historiográfica y política de Luna era enfatizada desde las páginas de la revista, aunque ya había quedado plasmado de forma contundente en Los Caudillos:
Así nació la idea de esta Cantata, obra para la unión nacional puesto que revela como los viejos antagonismos que laceraron nuestra historia pueden superarse en una creación que abraza a todos los grandes protagonistas de las luchas populares del siglo pasado. (Ramírez y Luna, 1966, encarte).
Es por ello que los esfuerzos de Luna como historiador se volcaron en configurar una narración que pudiera atravesar aquellos enfrentamientos para ofrecer una versión equilibrada del pasado nacional. “En su opinión –propone Acha (2019)– solo una actitud histórica más equilibrada, y atenida a los hechos, era susceptible de generar una alternativa. El porvenir nacional se dirimía en la posibilidad de integrar las partes en un todo diferenciado pero armónico” (p. 19).
¿Un desarrollismo en clave historiográfica?
A pesar de estos acercamientos a posturas que podían ser tildadas de revisionistas, la actitud general de Félix Luna fue ecléctica, algo que constituía para él un valor. Para su director, la revista Todo es Historia debía ser una vidriera para diferentes expresiones de la historiografía, siendo un canal de expresión plural y diversa, sin ataduras ni dogmatismos. Ello era así presentado en el N°1 de la revista:
Contaremos lo historia libremente, sin prejuicios de ninguna clase. Por eso no hay exclusiones en nuestras páginas, ni de temas ni de personajes ni de épocas ni de autores. Todos, tienen cabida en esta revista sin otra condición que la de participar del propósito que nos inspira. No hay, por tanto, nada que no pueda ser dicho aquí por prejuicios o reticencias (Todo es Historia, Nº1, mayo 1967, p. 4).
Más que un acercamiento al revisionismo, para la década de 1960 la apuesta de Luna puede resumirse como el intento por desplegar un relato histórico que lograra trascender las antiguas disputas, tanto políticas como historiográficas. Así como desde el ámbito político-partidario el desarrollismo frondizista pretendía encarnar una posición superadora, tanto del viejo tronco radical como del peronismo, Luna asumía también ese proyecto alternativo que superara antinomias, pero en clave historiográfica. Su apuesta intentaba alcanzar una mirada capaz de atravesar los enfrentamientos políticos, con el objetivo de ofrecer una versión ecuánime del pasado nacional. Ello sería alcanzado, por supuesto, a través de una práctica seria y profesional, lo cual se debía enlazar con las pretensiones positivistas de relatar los acontecimientos “tal cual sucedieron”.
Esta búsqueda de la ecuanimidad histórica llegó a exasperar a Arturo Jauretche, quien estaba lejos de pensar en la imparcialidad como un valor. “Don Félix Luna –sostenía Jauretche en 1972 desde la revista Dinamis– ha traído importantes aportes a la interpretación de nuestro pasado y especialmente el próximo, pero continúa con esa posición de bendigo a tutti que desde un púlpito neutral le permite distribuir justicia mitad por mitad, eclécticamente” (Jauretche en Galasso, 2009, p. 26).
Esa pretensión poseía un marcado correlato con la postura política y militante que sostenía Luna dentro del desarrollismo organizado mayoritariamente en torno a la Unión Cívica Radical Intransigente. Como sostiene José María Lezcano, desde las páginas de Todo es Historia Félix Luna expresaba
[…] la necesidad de la integración de todos los sectores en el desarrollo político, económico y social, Todo es Historia cimentó un discurso en sintonía con la línea desarrollista del radicalismo. […] La revista impulsaba una construcción política con características populistas no peronista. (Lezcano, 2019, p. 24).
Para Félix Luna la tarea del historiador no sólo se vinculaba a un relato del pasado, sino que la función incluía, además, un papel preponderante en la consolidación de la nación. Al igual que gran parte de la historiografía francesa de fines del siglo XIX y principios del XX, cuyos representantes más conspicuos fueron Gabriel Monod y Ernest Lavisse, la idea de Luna pasaba por utilizar a la historia como impulsor de un nacionalismo de masas. Esta convicción ya había estado presente años antes en la historiografía argentina, pero cobraba nuevo impulso en el escenario de fuertes tensiones y disputas en torno a diferentes proyectos políticos que se pensaban constituyentes. De esta forma, Félix Luna (1966) proponía:
[…] ser Nación –propósito último y superior de la voluntad nacional– supone la vertebración de todos los sectores, todos los esfuerzos, todas las regiones; y la decisión de ser Nación no puede asumirse por una parte del país en soledad, sino por una vigorosa conjunción de voluntades armonizada en el propósito de realizarla. (p. 34).
Como señalaba Peter Novick (1997) para el siglo XIX, esta especie de compromiso moral y patriótico no entraba en contradicción con la idea de erudición y profesionalismo que debía guardar el historiador por entonces. No obstante, en el ámbito particular de la Argentina de la década de 1960, aquella premisa requería de diversos ajustes.
Sin embargo, –como sostiene Alejandro Cattaruzza– entre tantas diferencias se registran rasgos comunes, en buena parte tributarios del hecho de que la acción nacionalizadora, que era al mismo tiempo de expropiación y homogeneización cultural, debía realizarse sobre grandes masas humanas: no era entonces una acción cuyos horizontes sociales fueran los acotados de la academia o del estudiantado universitario (2018, pp. 204-205).
Es por ello que se torna muy significativa la búsqueda de canales alternativos para la difusión de un discurso histórico acorde con dicha lógica, tanto en la forma como en su contenido. Ello encarnaba un alejamiento de los formatos más tradicionales, generalmente articulados por la academia institucionalizada.
En base a esta concepción de la tarea del historiador Félix Luna avanzó no solo en un determinado rumbo historiográfico sino también en un decidido enfoque que priorizara el formato de divulgación. Ello, a su vez, pudo enlazarlo con sus propias convicciones políticas, yrigoyenistas primero y desarrollistas luego. Como postula Lezcano (2019):
La Historia se encontraría así al servicio del desarrollo integral del país. Hay aquí una perspectiva que deja de lado los mecanismos académicos de producción y circulación de discursos sobre el pasado e impulsa la divulgación como forma primaria para que el conjunto social comprenda su propia historia (p. 25).
El compromiso historiográfico y político se puso de manifiesto en la publicación a través de una impronta vinculada a la divulgación y una vocación pedagógica, aspectos que Luna pudo vehiculizar con comodidad desde las páginas de Todo es Historia.
Historia para todos
En este último sentido, desde el inicio mismo de la publicación de Todo es Historia, quedó de manifiesto el compromiso con la amplia divulgación y su clara vocación pedagógica. Ello configuró un particular estilo en la revista que Luna cuidó hasta el extremo. Para su director, la publicación debía contener un lenguaje ameno y liviano, aunque no por ello ser menos rigurosa.
Todo es Historia –afirmaba el primer número de la revista– es un órgano de divulgación, no de investigación, de difusión, no de erudición. Todo es Historia no transcribe notas al pie de página ni lastra sus páginas con citas eruditas. Sus artículos serán livianos, legibles por todos, pues queremos llegar al mayor número posible de lectores. Pero a no equivocarse: la circunstancia de que nuestras páginas sean amenas, profusamente graficadas y lavados de transcripciones engorrosos no significa que Todo es Historia no sea seria (Todo es Historia, Nº1, mayo 1967, p. 4).
En toda la primera etapa que nos compete, Félix Luna como director y mentor de la publicación, cuidó celosamente de dotar a la revista de ese particular estilo. María Saénz Quesada, historiadora argentina de luego de la muerte de Luna en 2009 ocupó el rol de directora de la publicación señala que “[…] ese cruce entre periodismo e historia de investigación creo que fue lo que le dio ese estatus. Ese sello inconfundible se lo dio Luna por su propia formación dentro del periodismo y, luego, dentro de la investigación histórica.” (Entrevista a Felicitas Luna y María Sáenz Quesada en AAVV 2019, p. 40).
La búsqueda de esa particular forma de comunicar significó que el propio Luna dedicó ingentes esfuerzos en la corrección de los artículos, muchas veces reescribiendo casi en su totalidad el contenido de los mismos, sobre todo en relación al tono y al tipo de redacción que pretendía para la revista.
[…] tengo que decir –comentaba Luna– que en los primeros diez o veinte números, el ‘valor agregado’ por mí fue enorme: reescribía muchas notas hasta dejarlas a mi gusto. […] Suponía que, a medida que se afirmara la publicación, su estilo se iría definiendo e indicaría a los futuros autores el tono deseable, dentro de su natural diversidad. Y así fue ocurriendo, aunque siempre me he reservado el derecho de retocar las notas, sin que, en general, los autores protesten (Luna 2004, p. 62).
Asimismo, la revista incluía una buena cantidad de imágenes, aspecto que para Luna resultaba esencial en su afán divulgador. Según Felicitas Luna, hija del historiador y con el paso del tiempo importante colaboradora en la publicación, el objetivo de la revista era lograr “[…] contar la historia no solo desde la nota en sí sino también con imágenes, grabados, alguna caricatura, recuadros y notas de color, etc.” (Entrevista a Felicitas Luna y María Sáenz Quesada en AAVV 2019, p. 39).
El impacto de Todo es Historia fue muy significativo, tanto en términos de ventas como en el fuerte posicionamiento que logró la revista para con un público masivo que acompañó desde el comienzo. Como señala José María Lezcano (2019), “Todo es Historia generó una comunidad interesada en la escritura y en la lectura de la historia e incentivó el intercambio de ideas en un clima intelectual de trincheras […]” (p. 23).
La revista encontró en los sectores urbanos y de clase media, quienes además poseían un determinado nivel de formación, a su público mayoritario y al parecer más fiel. Todo es Historia fue lanzada en una determinada coyuntura, caracterizada por la expansión de la comunidad lectora ocurrida durante los gobiernos peronistas. Este fenómeno fue impulsado por el incremento significativo de la matrícula en la educación secundaria y el notable aumento del número de estudiantes universitarios, que se triplicó en ese período (Buchbinder, 2005).
No obstante, la publicación parece haber alcanzado tanto a los grandes centros urbanos como a ciudades y pueblos de buena parte de Argentina, logrando un carácter nacional (Lezcano, 2019). No se dispone de datos precisos sobre la cantidad mensual de ejemplares vendidos por la revista. En el N° 14, de junio de 1968, una respuesta de la dirección a un lector de Tierra del Fuego indica que la revista poseía un tiraje en el orden de los 50.000 ejemplares. La cifra podría ser cierta o parte de una estrategia de marketing. No obstante, como señala Lezcano (2019), la cifra tiene verosimilitud, y representa un número de ventas aceptable, aunque no masivo.
Como señala José María Lezcano (2019) la revista fue, por un lado “[…] un reflejo de la forma en la que la sociedad argentina de esos años se relacionaba con su propia historia, y por otro, generó nociones o imágenes que dieron forma a interpretaciones específicas del pasado” (p. 23).
Sin embargo, en la escena que se ha recortado para el presente trabajo, la postura equidistante pretendida por Luna parecía no encontrar del todo un cauce en una crispación general que tal vez esperaba de este tipo de publicación un perfil más combativo y duro.
[…] el tipo de discurso de la revista –explica Lezcano (2019)– no sintonizaba plenamente con la creciente radicalización política de finales de los sesenta y principios de los setenta, ni con el corrimiento hacia el peronismo de una porción importante de los sectores medios argentinos. (p. 25).
De todas formas, si bien no es posible situar a Todo es Historia como un emprendimiento dentro de la lógica política de trinchera, la apuesta de Félix Luna no dejó de ser una propuesta cultural que ofrecía un espacio de crítica al clima opresivo que imponía el Onganiato y que abría canales de discusión y debate, tanto a nivel historiográfico como político.
Biografías y divulgación
Desde las páginas de Todo es Historia, Luna intentó alejarse del maniqueísmo imperante, a pesar de que también planteaba posicionamientos fuertes y propensos al debate. Asimismo, por ese entonces a Félix Luna le divertía la confusión a la que arribaban quienes intentaban catalogar a Todo es Historia dentro del panorama político e historiográfico argentino. En el editorial del Nº 6, enumeraba los equívocos en relación a las diferentes posturas políticas o historiográficas que cada tapa de la revista revelaría (revisionismo, nacionalismo, peronismo, radicalismo) (Todo es Historia, Nº6, octubre 1967, p. 3). A la portada con la imagen de Juan Manuel de Rosas en el número inicial, que generó la polémica ya mencionada, le siguió en el segundo número una imagen de tapa de Hipólito Yrigoyen, quizás marcando esa línea de continuidad alternativa que lo diferenciaba del Revisionismo nacionalista.
Las imágenes de portada de los siguientes números también aportaban eclecticismo y una selección provocativa de figuras polémicas de la historia argentina: Juan Facundo Quiroga (Nº3); Juan Domingo Perón (N°4); Domingo Faustino Sarmiento (N°6); Felipe Varela (Nº7); María Salomé Loredo y Otaola, conocida como “La Madre María”, primera vez que aparece en tapa una mujer (N°9); Manuel Dorrego (Nº10); Martín Miguel de Güemes (Nº12); Lisandro de la Torre (N°13); Eva Perón (N°14); José de San Martín (N°16); Leandro Alem (N°17), Julio Argentino Roca (N°18) y Lucio Mansilla (N°19).
Esto no dejó de poner perpleja a alguna gente –rememoraba el mismo Luna años más tarde– […] los perplejos se cansaron de estarlo y debieron convencerse de que la nuestra era una publicación independiente y original, que no servía a ninguna ideología y sólo buscaba mostrar nuestro pasado de un modo diferente. (Luna, 2004, p. 63).
Estas discusiones visibilizan el alto grado de politización de aquellas horas, y a su vez, reflejan la estrecha relación que se tenía para con las nociones de historia y política. En un escenario tan crispado como el que vivía Argentina por aquellos días, era algo absolutamente naturalizado que las discusiones del presente tuvieran necesariamente una ligazón con las interpretaciones que se podían realizar acerca del pasado. De ese modo, la disciplina histórica era pensaba como una forma de interpretación en paralelo, tanto de procesos del pasado como de la realidad presente. Esa concepción, claramente instrumental de la historia, hacía que ésta operara también como una suerte de compendio formativo en pos de la acción política.
Otro elemento que interesa destacar son las portadas y sus respectivas imágenes, tema que era muy cuidado por la revista, como ya se mencionó. La elección de personajes históricos, independientemente de los sentidos que esas imágenes de portada lograban despertar, podría estar denotando una particular forma de acercarse al fenómeno histórico por parte de Félix Luna, priorizando el abordaje biográfico. Ésta fue una fórmula muy utilizada por Luna a lo largo de toda su trayectoria.
Imagen 1
Portada del N°1 (mayo 1967), N°2 (junio 1967) y N°4 (agosto 1967)
Como se ha señalado aquí, Luna comenzó su carrera a partir de la escritura de sendas biografías de los líderes de la Unión Cívica Radical (Yrigoyen, en 1954 y Alvear, en 1958), lo que permite observar su temprana inclinación por unir su tarea como historiador con su militancia política. No obstante, años más tarde la figura de Perón ocupó parte importante de sus investigaciones, y a fines de la década de 1980 su biografía novelada de Julio A. Roca alcanzó importantísimas ventas.[9] Asimismo, muchos otros personajes históricos argentinos fueron retratados por Luna para diversas colecciones de divulgación histórica a lo largo de los años, mostrando la predilección por el formato biográfico.
Quizás en esa apuesta metodológica, la de abordar un período histórico a partir del apunte biográfico de un protagonista destacado, Félix Luna haya tendido puentes con la más antigua tradición positivista, encarnada en el Río de la Plata por el “padre” de la historiografía argentina: Bartolomé Mitre. Como señala Nora Pagano, el abordaje biográfico fue el camino elegido por Mitre para, a partir de la vida de un ser ejemplar, dar cuenta de la historia de una época en sus dos más reconocidas obras: Historia de Belgrano y de la independencia argentina e Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana (Devoto y Pagano, 2009). De hecho, en sus memorias, el propio Luna destaca a estas obras como una parte esencial dentro de su formación historiográfica, y bien podrían haber operado como un modelo a seguir:
[…] la Historia de San Martín de Mitre, la leí cuidadosamente […] saludé el vasto pensamiento de su autor al armar el escenario de su héroe en toda la extensión del continente. Años más tarde, durante mi estadía en Berna, encontré olvidada en la embajada una vieja edición del Belgrano del mismo autor; lo expropié y lo conservo con subrayados que demuestran la atención con que lo leí […]. (Luna, 2004, p. 51).
Tal vez la opción por la divulgación, dirigiendo su mirada hacia públicos amplios, exhibió una predisposición hacia aspectos de la tradición historiográfica positivista, proclive a priorizar protagonistas destacados o circunstancias históricas vinculadas estrictamente a lo político y militar, mostrando en gran medida la permanencia de un paradigma historiográfico afecto a la “historia-acontecimiento”, con un perfil orientado a una pedagogía patriótica.
Por su parte Omar Acha remarca que la “fórmula biográfica” ensayada repetidas veces por Luna guardaba estrecha relación con su manera de comprender las transformaciones históricas:
[…] para Luna un individuo significativo (Rosas, Roca, Perón) revelaba la época en que había vivido. En tal sentido, siempre fue sarmientino, aunque discutiera al autor del Facundo. Narrar vidas implicaba de alguna manera narrar la era histórica, es decir, la sociedad en que el individuo actuó. (Acha, 2019, p. 17).
Pero también puede pensarse que esta predilección por las biografías en la producción de Félix Luna no es solo un gesto metodológico, sino que a la vez encierra una concepción personalista de la política, donde la historia es producto de un grupo de hombres con cualidades sobresalientes, que contra todo tipo de adversidades lograron el objetivo de construir una nación, instalando así un esquema explicativo del pasado que presenta a la acción individual como el elemento dinamizador de la historia. Ello no solo se presenta en el campo historiográfico, donde las figuras de Yrigoyen y Perón se destacaron por la cantidad de investigaciones desarrolladas por Luna sobre sus actuaciones políticas, sino también en el abordaje de los caudillos, tal como se ha visto en páginas anteriores.[10]
Pero puede vislumbrarse algo de ello también en su trayectoria personal que dibuja esa concepción personalista sobre el liderazgo político. Su militancia nació en el seno del yrigoyenismo, pasando por el sabattinismo para luego quedar fascinado por Arturo Frondizi y su proyecto modernizador. Como señala el propio Luna, a principios de la década de 1950 “[…] la figura de Sabattini había empezado a derrumbarse en la intimidad de mi espíritu, silenciosa e implícitamente, abriendo en mi naturaleza de militante un vacío de liderazgo” (Luna, 2004, p. 387). Ese liderazgo pudo ser suplantado por la figura de Arturo Frondizi, un brillante intelectual, dirigente que motorizaba sus posturas desde el Movimiento de Intransigencia y Renovación (MIR), línea interna de la Unión Cívica Radical. Luna se transformó en un fervoroso militante de la corriente frondizista, tendencia que se acercó a los postulados desarrollistas planteados desde la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), entre otras influencias.
El fracaso estrepitoso del proyecto desarrollista dejó un profundo desencanto en Félix Luna, en especial sobre la propia figura de Frondizi, cuestiones que en buena medida lo alejaron de la militancia activa, concentrándose así en la práctica historiográfica (Luna, 2004).
Así presentada, su visión de la historia centrada en personajes individuales resta importancia a la movilización popular y a la participación efectiva de diferentes sectores sociales por fuera de ese núcleo de prohombres.[11] Es posible conjeturar que los esquemas interpretativos de Félix Luna, a pesar de buscar alternativas a la visión canonizada, seguían en buena medida anclados en paradigmas tradicionales, tanto teóricos como metodológicos.
Palabras finales
La apuesta historiográfica de Luna fue eminentemente política y hablaba más del presente que del pasado. Aunque a veces lo haya negado, siempre escribió desde el presente. De todas formas, todo historiador lo hace. Nadie escapa a esa regla. Pero sus preocupaciones radicaban en el fuerte nivel de enfrentamiento social y político de Argentina de mediados del siglo XX. Participó en ellos a través de la militancia política, a la vez que reflexionó y buscó argumentos a través de la práctica historiográfica.
En todo caso, para Félix Luna la relación de la historia con la política estaba tan naturalizada que aparecía invisibilizada. Quizás en este punto sus ideas volvían a asentarse en aquellos intelectuales franceses pioneros de la profesionalización de la disciplina, quienes pugnaron por establecer “[…] una imagen de la historia unificada, que tenía a la nación como su eje y que promovía una identidad que ponía la condición ciudadana en el centro” (Cattaruzza, 2017, p. 62).
Luna, en todo caso, al igual que Gabriel Monod, creía en la necesidad de una historia objetiva fuertemente orientadora de una conciencia nacional, característica que con claridad se relacionaba fuertemente con aspectos políticos. Al mismo tiempo, y producto de dinámicas propias que no necesariamente guardan una idéntica temporalidad, Luna asignaba a su trabajo de investigación y divulgación histórica, una tarea no sólo pedagógica sino constituyente, en el sentido de que percibía a Argentina como un producto aun en ciernes, que debía transitar todavía por la consolidación de un estado que aparecía como débil y preso de las pujas intestinas.
No obstante, el carácter político de esta empresa no parece haber sido observado por Félix Luna, quien negó reiteradamente, y con mucho énfasis, las posibles relaciones entre historia y política. Aunque más bien habría que preguntarse si no se trata de todo lo contrario. Tal vez Luna advirtió con suma claridad el carácter político de todas sus acciones historiográficas, pero intentó borrar sus rastros con una pretendida y cuidada ecuanimidad que no hacía más que encubrir, a través de la historia, sus fuertes posicionamientos políticos y partidarios.
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Stortini, J. (2004) Polémicas y crisis en el revisionismo argentino: el caso del Instituto de Investigaciones Históricas ‘Juan Manuel de Rosas’ (1955-1971), en Devoto, F. y Pagano, N. (comps.) La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay, Buenos Aires, (pp. 81-106), Biblos.
Revistas
- Todo es Historia, Año 1, Nº2, junio 1967.
- Todo es Historia, Año 1, Nº6, octubre 1967.
- Todo es Historia, Año 2, Nº11, marzo 1968.
- Boletín Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, N° 8, mayo 1970.
Discografía
Ramírez, A. y Luna, F. (1966) Los Caudillos. Poema épico nacional en forma de Cantata, para voz solista, coro, y orquesta, LP vinilo, Buenos Aires: Philips.
Recepción: 31/01/2025
Evaluado: 19/04/2025
Versión final: 30/05/2025
(*) Historiador (UNR), ha concentrado su trabajo historiográfico en los vínculos entre cultura, arte y política en la 2ª mitad del siglo XX. Como investigador forma parte del ISHIR/UNR y se desempeña como docente de la carrera de Historia en la FHyA, Universidad Nacional de Rosario (UNR) y en la FHAyCS de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER). Correo mamaniariel@yahoo.com.ar. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3916-9968
[1] En relación a la noción “divulgación histórica”, quizás sea conveniente aclarar con precisión el uso categorial que aquí se le da. En un primer sentido, se refiere a la práctica historiográfica profesional y académica que, fundamentada en una teorización rigurosa y en el empleo de una metodología científica, tiene como objetivo difundir los resultados de investigaciones sobre el pasado, superando los límites de los ámbitos especializados mediante una serie de los ajustes. En un segundo sentido, la divulgación histórica alude a la labor realizada por autores fuera del ámbito académico (como literatos, ensayistas, periodistas, etc.), quienes, sin adherirse estrictamente a los estándares científicos, buscan despertar el interés de amplios sectores de la sociedad por la Historia y fomentar su participación en sus debates. Es en este segundo sentido que se emplea la categoría de divulgación histórica en el presente artículo.
[2] En radio se puede mencionar a “Hilando nuestra historia” (1977-1982), emisión en colaboración con Miguel Ángel Merellano, primero en Radio Continental y más tarde en Radio Rivadavia. En la pantalla de televisión llevó adelante diversos programas, como por ejemplo “Conflictos y armonías”, por Canal 2 (1976); y “Todo es Historia”, en un principio en la señal de Canal 11 (1983); luego en ATC (1984) y una última etapa en 1987 en Canal 13. También participó en programas especiales en formato de miniserie: “Patagonia se hizo así” (Canal 11, 1983); “Buenos Aires y el país” (Canal 11, 1984) y “Heredad” (Canal 11, 1992).
[3] La publicación, en varias entregas, llevó como nombre Félix Luna te cuenta la Historia y contó con la participación de Ricardo Mariño en el guion, Rafael Segura en las ilustraciones y la supervisión de Félix Luna (Mariño y Segura, 1992).
[4] Con sólo mencionar algunas de las obras integrales ya se puede tener dimensión de la importante participación de Luna como autor folklórico: Navidad Nuestra (1964); Los Caudillos (1966); Mujeres Argentinas (1969); Cantata Sudamericana (1972). Para un análisis de la labor de Félix Luna como cancionista ver: Mamani (2014).
[5] Se denominó boom del folklore al fenómeno que se inició sobre fines de la década de 1950 en Argentina, donde la música de raíz folklórica logró un salto cuantitativo que se expresó en una expansión inusitada. Más sobre el boom de la música folklórica en Argentina en Chamosa 2012, pp. 143-184.
[6] El gobierno militar iniciado en 1966 se autodenominó “Revolución Argentina” y se extendió por casi 7 años, sucediéndose 3 presidencias: Juan Carlos Onganía (1966-1970), Roberto Levingston (1970-1971) y Alejandro Lanusse (1971-1973). Guillermo O’Donnell, en un documento de trabajo del CEDES (Centro de Estudios de Estado y Sociedad) del año 1975 caracterizó a este gobierno, junto a otras experiencias latinoamericanas, como un “Estado burocrático-autoritario”. Posteriormente amplió su estudio en una obra que ejerció fuerte influencia instalando esta caracterización política. O’Donnell (1982).
[7] Luna utilizó su nombre como director de la revista y al escribir los editoriales, pero publicaba bajo seudónimo las notas históricas en los primeros números. Poco a poco fue abandonando esta práctica y dejó de utilizar el seudónimo luego del número 25.
[8] Luna se refiere a Armando Raúl Bazán, quien en su libro La Rioja y sus historiadores, menciona a la postura de Luna como representante de una “vertiente esteticista del revisionismo”. Bazán (1982).
[9] Como da cuenta Alejandro Cattaruzza, Soy Roca alcanzó 16 ediciones en los siguientes 3 años de su publicación (Cattaruzza, 2018, p. 228).
[10] De hecho, en buena medida, para Luna ambas figuras, Yrigoyen y Perón, encarnaban liderazgos carismáticos que eran representaciones caudillescas en sí mismo.
[11] Excede el marco del presente trabajo, pero tal vez un acercamiento a El 45 (Luna, 1969) y el rol que Luna otorga allí a los trabajadores y la movilización popular en los albores del peronismo, pueda contradecir algunas de las conjeturas precedentes.