“¡Hay Baile en el Ateneo!” Un espacio de sociabilidad de trabajadores y trabajadoras rurales. Florencio Varela, 1960- 1975

 

Daiana Maricel Fernández (*)

 

 

Resumen

 

El presente trabajo intenta problematizar vivencias en un espacio para el ocio y el entretenimiento que fue gestionado por una cooperativa agraria de la zona rural de Florencio Varela, Gran Buenos Aires, entre 1960 y mediados de 1970. El objetivo es identificar los sujetos históricos que habitaron un espacio gestionado para reuniones sociales y el disfrute del tiempo libre, conocido como el Ateneo, y analizar los lazos que allí se establecieron, al punto de generar una trama identitaria local que pervive hasta la actualidad. En este sentido, se pretende identificar las experiencias de los sujetos, especialmente mujeres, y las transformaciones que se fueron dando en su interior: tensiones y materialidades que evidencian marcas de clase, género y etnicidad. Para esto se utilizarán herramientas de la Historia Social, ya que se considera que una mirada localizada de las experiencias de algunos/as protagonistas puede brindar potentes entendimientos de un escenario sumamente complejo y poco explorado. Para eso, se analizarán fotografías familiares que dan cuenta de estas sociabilidades, en complemento con testimonios e historias de vida que contribuyen a darle voz a quienes hasta ahora no fueron visibilizados/as.  

 

Palabras clave: Trabajadores rurales; Ocio; Género; Experiencias; Fotografías.

 

 

“There is a Dance at the Ateneo!” A space for sociability for rural workers. Florencio Varela, 1960-1975

 

Abstract

 

The present work seeks to historically address a space for leisure and entertainment that was managed by an agricultural cooperative in the rural area, in Florencio Varela, Greater Buenos Aires, between 1960 and the mid-1970s. The objective is to identify the historical subjects who inhabited a space for social gatherings and the enjoyment of leisure time, known as the Ateneo, and analyze the ties that were established there, to the point of generating a local identity plot that survives to this day. In this sense, the aim is to identify the agencies of the subjects, especially women, and the transformations that occurred within them: tensions and materialities that show marks of class, gender and ethnicity. For this, tools from Social History will be used, since it is considered that a localized look at the experiences of some protagonists can provide powerful understandings of an extremely complex and little explored scenario. For this, family photographs will be analyzed that reflect these experiences, but in counterpoint with testimonies and life stories that can contribute to giving a voice to those who until now were not made visible.

 

Key Words: Rural workers; Leisure time; Gender; Experiences; Photographs.

 

 

 

 

 

“¡Hay Baile en el Ateneo!” Un espacio de sociabilidad de trabajadores y trabajadoras rurales. Florencio Varela, 1960- 1975

 

 

Introducción

 

Nélida arribó a la Argentina en noviembre de 2023, tras dos décadas de no pisar su tierra natal. Esta ocasión es diferente: de las esporádicas visitas realizadas en los últimos cincuenta años, es la primera vez que no encontró a sus padres para recibirla y abrazarla. Hermanos, sobrinos y demás familia la esperaron ansiosos, pero claro, Adela y Vicente ya no están y, su hija mayor, no estuvo para despedirlos. 

Apenas iniciada su visita, Nélida pidió ser llevada a la casa de sus padres, para despedirse del hogar que los cobijó durante el último tramo de su vida. Seguidamente, indicó a su hermano el deseo de ver la casa donde vivió con su esposo Gerardo Vecchi en Florencio Varela, antes de que partieran juntos a Italia, en 1970. Nélida enviudó en ese país hace algunos años, pero nunca pensó en volver a Argentina, puesto que en Italia vive con sus hijas adultas, y un cuñado anciano al que cuida ceremoniosamente cada día de su vida.   

Se dirigieron, entonces, Nélida y su hermano, a la Colonia La Capilla, situada en Florencio Varela, provincia de Buenos Aires para recorrer el lugar donde vivió dos años con su esposo italiano, los padres y hermanos de este, cuando eran dos jóvenes recién casados. Ingresaron a una zona de quintas y observaron desde la calle, una propiedad de apariencia abandonada. “Esto se ha venido abajo”, sentenció. “¡Estas quintas producían tanto! Cuando estábamos con Gerardo hasta el borde del camino se sembraba…parece que no hay nadie”.

Cierta decepción inundó su semblante por unos momentos, hasta que, continuando el recorrido muy cerca de allí, señaló: “¡Ahí, mirá Tito! ¡Ahí íbamos a bailar con Gerardo!… ¡a los bailes que se hacían en el Ateneo! Ahí también le hicieron la despedida antes de irnos a Italia, recuerdo. Siempre hacían bailes y festejos, ¡qué hermosos bailes eran!”.[1] 

La luminosidad de su relato se vincula con un espacio que le dio origen a una relación afectiva de más de cuatro décadas, experiencias familiares construidas en dos continentes, hijas y nieta italianas. No sorprende esa evocación, pues siempre se escuchó hablar a los vecinos de esta zona periurbana del Conurbano Bonaerense con marcada nostalgia del Ateneo, pero ¿qué era, específicamente, ese lugar? ¿En qué circunstancias se conocieron allí una hija de puesteros humildes y el hijo de italianos horticultores? ¿Qué otro tipo de lazos se habrán construido en ese espacio de sociabilidad y entretenimiento para trabajadores rurales en una época tan particular como lo fue la década del ´60 y los primeros años de 1970 en nuestro país?

Ante estos interrogantes, se vuelve relevante reconstruir los lazos de sociabilidad surgidos en el Ateneo, un espacio recreativo y cultural creado por y para los socios de una cooperativa rural en la franja periurbana del Gran Buenos Aires.[2] Este Ateneo, junto a las demás instalaciones de la cooperativa, se convirtieron en un centro neurálgico de esta colonia agrícola, nucleando tanto actividades sociales cotidianas de esparcimiento como celebraciones memorables para las familias de quinteros de ese lugar.

El período abordado constituye una coyuntura de profundas transformaciones en múltiples sentidos: son los años posteriores a la desperonización impuesta por un gobierno de facto, ejemplificado en el cambio de nominación a esta colonia agrícola, y años subsiguientes en los que se han hallado registros documentales de tareas de inteligencia por parte de la Policía de la Provincia de Buenos Aires para controlar la politización de la comunidad, llegados los años ‘70. En este lapso, el espacio de sociabilidad fue escenario de resistencias y tensiones entre las diferentes formas de experimentar el mundo del trabajo, el ocio y las transformaciones culturales.

Es por lo anterior que se intentará abordar este espacio de sociabilidad rural, a partir de relatos de quienes asistieron durante 1960 y hasta la primera mitad de 1970 a las diferentes actividades de esparcimiento propuestas en el Ateneo. Para profundizar el análisis de estos testimonios, se utilizará como eje conductor, las historias de Nélida Fernandez -nacida en 1944- y Ubaldina García -nacida en 1936-, quienes cuentan con las fotografías como soporte narrativo para la reconstrucción de sus memorias. Esta propuesta intenta avanzar en la comprensión de sujetos que, insertos en momentos históricos determinados y a partir de sus agencias tensionan constantemente los marcos o márgenes de acción esperados por su género, clase y etnicidad.

Se analizan, además, otros testimonios para reconstruir la trama alrededor de esas reuniones y celebraciones: hermanos y hermanas de Nélida, hijos e hijas de Ubaldina, el hijo de un socio fundador de la Cooperativa La Capilla, una hija de italianos que asistía a las actividades del Ateneo, etc. Esta selección responde a que las preguntas sobre este mundo del trabajo y sus sociabilidades sólo es posible rastrearlo a través de estos testimonios. ¿Qué nos dicen estos relatos de mujeres con relación a ese mundo del trabajo que se vivenciaba en los momentos de dispersión y disfrute? ¿Se neutralizaron las marcas de género, clase y etnicidades o, por el contrario, se profundizaban? ¿Qué aspectos del mundo del trabajo sufren rupturas durante el período y cómo influye esto en las memorias de quienes fueron al Ateneo?

Estos interrogantes serán puestos en diálogo no solo con las entrevistas realizadas, sino con las fotografías personales mencionadas y con artículos periodísticos de diarios locales. Todo este acervo documental es complementario, a los fines de este artículo, pero generan preguntas para seguir trabajando en un futuro cercano. Siguiendo a Alessandro Portelli (1991) es inacabable el mundo que se nos abre a historiadores e historiadoras cuando habilitamos la oralidad como fuente. Se nos presentan aspectos que no han sido explorados porque nos permiten alejarnos de los “grandes hechos” para generar preguntas sobre las participaciones y experiencias personales, y sus significados. Este punto es clave ya que se relaciona directamente con poder encontrar las experiencias de hombres y mujeres. (Andújar, 2008). 

 

Historia Social y las familias quinteras de la Capilla

 

El Ateneo funcionó entre los años de 1960 y 1975, aproximadamente, en la Colonia Agrícola La Capilla, una región productora de la zona sur del Gran Buenos Aires, donde existía una cooperativa de horticultores y floricultores.[3]

Existe un denominador común en cada entrevista realizada a lugareños y lugareñas que conocieron ese espacio: se evoca constantemente a una identidad local fuertemente marcada por las vivencias en el Ateneo. Allí se realizaban actividades sociales, culturales, educativas y, en menor medida, deportivas, donde participaban las familias de la colonia agrícola. A partir de los testimonios registrados y fotografías observadas para el presente trabajo, se supo que el caso de Nélida que mencioné al inicio no fue una excepción: muchos matrimonios se conocieron en ese lugar, otros tuvieron allí sus primeras salidas de noviazgo, familias completas que participaban de kermeses, asistían a casamientos, mujeres que participaban de cursos y muchos otros presenciaron radioteatros o conciertos a los que de otra manera hubiese sido imposible acceder. 

Pensar este espacio de sociabilidad, en particular, reviste cierta dificultad debido al carácter fragmentario de las fuentes tradicionales a las que se pueden acceder y al interés periférico que se ha brindado a la zona en los estudios locales tradicionales. Sin embargo, esos mismos factores son los que invitan a convertirlo en objeto de un debate historiográfico que ya se ha mostrado amplio, diverso y con nuevas preguntas (Schettini, 2022). En este sentido, la historia social es una caja de herramientas clave porque permite construir preguntas que involucran a quienes tejieron redes asociativas, gestionaron el derecho a entretenerse y a la luz de estas memorias, poder poner en tensión los roles generizados y el alcance de las marcas de clase o étnicas en esas experiencias. 

En un mundo donde se dificultaba la diferenciación entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio, familia y comunidad, las mujeres serán claves para comprender estos fenómenos. La perspectiva de género en diálogo con el concepto de clase pretende, en este caso, observar en profundidad las relaciones sociales que se daban en esta colonia agrícola, pero que específicamente se ponían en evidencia en los momentos de distensión, celebración, homenajes, juegos y cortejos. Para esto, recuperar las indagaciones de E.P. Thompson nos permiten pensar los usos del tiempo de ocio y recreación como elementos clave para entender la experiencia de clase.

Por otro lado, porque este acervo de entrevistas permite problematizar acerca de cómo fue la experiencia de las mujeres en la colonia La Capilla, y cómo construyeron sus memorias al ser entrevistadas. Las entrevistas realizadas no tuvieron un formato estructurado, ni un guión establecido. Se trató de realizar una estrategia de investigación basado en aproximaciones biográficas o historias de vida.[4] No obstante, las fotografías que compartieron, y el relato que hicieron sobre sus vivencias, me enfrentó a escuchar sus memorias, dejando entrever que el género era determinante en la construcción de sentidos que asignaban a lo que sucedía en el Ateneo, y el rol que tenían ellas y ellos en esos momentos específicos. 

En este sentido, es indispensable entablar diálogos historiográficos y metodológicos con quienes han iniciado recorridos sobre estas regiones. En primer lugar, los trabajos realizados por Celeste De Marco son una puerta de entrada ineludible para quien desee adentrarse en los estudios sobre Florencio Varela en su área rural (De Marco, 2013, 2014, 2015, 2018). Tanto la mirada comparativa con otras colonias agrícolas de colonización tardía, es decir, surgidas al calor de los primeros años del peronismo clásico, como el trabajo de recolección documental es pionera hasta el momento:  recolección de testimonios, prensa local y especializada en el mundo agrario y las fuentes policiales bonaerenses que indagan sobre familias colonas, escuela y políticas agrarias.

En segundo lugar, recientemente se ha publicado un análisis exhaustivo del diario varelense Nueva Era durante los años cuarenta desde un enfoque cultural que observa a los espacios de sociabilidad del ejido urbano de la localidad como grandes protagonistas de la época. Este trabajo presenta capítulos a cargo de especialistas en diferentes temáticas como la prensa, el cine, el deporte, la biblioteca popular y los clubes sociales, y fue realizado con el aval de la Universidad Nacional Arturo Jauretche (Gonzalez Velasco y Prado Acosta, 2023). Gracias a estas producciones donde se hace foco en asociaciones y sociabilidades urbanas, las preguntas planteadas en este artículo han podido nutrirse para indagar el ámbito rural, incorporando la perspectiva de género en el abordaje de las fuentes. 

En un primer apartado, abordaremos el contexto de creación de este espacio social y cultural denominado Ateneo, junto a estas historias de vida de mujeres que compartieron y experimentaron esos momentos de ocio y entretenimiento. En un segundo apartado, se describirán los encuentros allí realizados en los últimos años de funcionamiento del Ateneo como tal, donde se percibe una reorientación de los fines sociales y simbólicos de este espacio. Muchos de los protagonistas de la primera época dejaron de asistir, y nuevos actores sociales tuvieron injerencias claves. En el apartado final se sintetizarán los principales aportes del artículo y se plantearán las preguntas abiertas que motivarán futuras investigaciones.

 

“En el campo se trabajaba, en el Ateneo se distendía uno”.[5]

 

En los primeros años del peronismo, se realizó en la zona rural varelense un loteo que permitió a un grupo de familias convertirse en productores en tierras propias, mediante un plan de pagos a treinta años. La iniciativa de lotear y entregar a colonos parcelas de tierra que conformaron unidades de producción se realizó en dos ocasiones más, una de ellas con posterioridad al Golpe de Estado de 1955. En esta ocasión se impulsó, además, la imposición de modificar el nombre de colonia agrícola de “17 de Octubre” a “La Capilla” (De Marco, 2014:23). En ese contexto tan conflictivo a nivel político, es que surgió una cooperativa de floricultores y horticultores que fue muy importante en la zona y que fue el marco institucional en el que comenzó a proyectarse, hacia 1960, la construcción de un salón para usos culturales y sociales. 

Desde sus inicios en 1953, y durante la década de 1960, la Cooperativa Eva Perón- La Capilla se había convertido en un punto neurálgico para la comunidad de la colonia agrícola por varios motivos: se abastecían de semillas y herramientas a los floricultores y horticultores, se instaló un primer surtidor de combustible para la zona, se encargaba de conseguir repuestos específicos que se traían a pedido y hasta disponía de alimentos esenciales y “pilchas” para las familias, afirmó un entrevistado cuyo padre conformó la comisión directiva de la cooperativa en aquellos años.[6] 

Justamente debido a la importancia que ganó la cooperativa en la comunidad, se decidió que faltaba construir un salón para fiestas de las familias de las quintas.[7] Contar con un espacio para las familias de floricultores y horticultores respondía, según el entrevistado, a que todos los quinteros, sobre todo los que tenían familias numerosas, tuviesen un lugar a donde acudir para pasar el rato o celebrar con otros.[8] Es así como comenzaron a organizarse allí fiestas patrias, carnavales, kermeses donde acudían las familias de toda la Colonia y, con el tiempo, hasta llegaron a recibir orquestas con cierto renombre en el momento. También se organizaron campeonatos donde llegaban de otros barrios, para jugar partidos de fútbol, detrás del salón.

Según entrevistas realizadas, la construcción del Ateneo se dio de manera acelerada ya que la cooperativa, en esos años, contaba con solvencia económica.[9] El padre del entrevistado formó parte de la comisión fundadora de la cooperativa entre 1953 y 1961[10] y luego, él y su familia participó activamente de las reuniones en el Ateneo durante los primeros años de su creación. 

La vida en la colonia agrícola estaba totalmente supeditada al trabajo: preparar los cajones, levantar la verdura, lavarla, armar los atados, y salir temprano para el mercado de abasto -al atardecer- estructuraba la rutina diaria. En el caso del entrevistado, su familia contaba con un camión de bajo porte que le permitía trasladar la verdura.[11] Su padre, y luego de algunos años, también él, iba a vender la verdura y regresaba para el mediodía del día siguiente, donde quizá se detenía en el Ateneo para saludar, compartir un trago, o hasta jugar un truco.[12] La idea era pasar un buen rato, porque “no había otra cosa, entre semana, los hombres pasaban por un vermú[13] o se hablaba de trabajo también”, afirmó el entrevistado. 

En la fotografía (Fig. 1) se distingue cómo eran los momentos de encuentro luego de las jornadas de labor cotidianas, donde los hombres se ríen, aún visten la ropa de trabajo, llevan los calzados embarrados, pero lucen con ánimos de socializar. Uno de los entrevistados, V. Fernandez, durante la entrevista identificó la ocupación de cada uno de los hombres fotografiados.[14] Si bien sus labores eran distintas no se evidenciaban jerarquías tan marcadas entre ellos: “era toda gente de trabajo… los ricachones no iban a andar por acá, para ellos era juntadera de vagos”.[15]

 Las familias “ricachonas” hacían referencia a empresarios locales en áreas diferenciadas a la zona de los lotes de los quinteros. Esas tierras tenían otro origen y estaban destinadas a producción cerealera o de ladrillos, por lo que se requería de la contratación de peones.[16] 

En la foto aparecen algunos vecinos de la colonia que se movilizaban en bicicleta. En ese momento, era señal de no tener caballo propio, es decir, que pertenecía a un estrato social más bajo.  Sean ellos niños o varones entrados en años, utilizaban la bicicleta como medio de transporte.

 En una de estas indagaciones, el entrevistado identificó diversos orígenes étnicos en la fotografía (Fig. 1): “estaban los tanos y los criollos, como Don Gallo… japoneses no, era raro que estuvieran entre semana”.[17] Esto demuestra que como espacio de sociabilidad de los trabajadores, los japoneses no fueron parte de los momentos de recreación u ocio cotidianos: esa comunidad había fundado su propia asociación el mismo año que la Cooperativa La Capilla. Además “los japoneses sólo trabajaban en la semana”, afirmaron los entrevistados, mientras que las demás familias colonas trabajan muchas veces durante los fines de semana, si así lo necesitaran, salvo que hubiese alguna festividad especial o festejo en el Ateneo.[18] 

Algo que podría destacarse sobre la fotografía compartida por Nélida Fernandez (Fig. 1), es que, justamente, ella no aparece. “A esa hora yo ya estaba preparando la cena para cuando llegaran de trabajar los hombres”[19], afirmó sobre ésta y otras imágenes. Esto permite preguntarse si la poca participación de las mujeres en los encuentros de recreación estaba sujeta a su condición de mujer casada, ya que muchas de las entrevistadas comentaban salir entre semana con sus madres al almacén de la cooperativa al ser niñas, evento que no solía repetirse una vez que estuvieron casadas.[20]  Los hombres estuviesen casados, solteros o viudos no debían esperar alguna ocasión específica para disfrutar de un rato de ocio junto a vecinos de la colonia. 



Foto en blanco y negro de un grupo de personas en una tienda

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Fig. 1

Trabajadores rurales se reunían al finalizar la jornada de trabajo, en el playón lindero a la cooperativa, Colonia La Capilla. Circa 1960

 

Entonces, las mujeres quedaban al cuidado de la familia y de la casa, en muchas de las noches. En esa época, no había tendido eléctrico así que las familias quinteras debían gestionar que no les faltara kerosene y los insumos básicos necesarios, a partir de compras que solían hacerse en la cooperativa lindera al Ateneo (no todos los días) o recibiendo vendedores a domicilio. La vida de las mujeres de la colonia estaba cargada de actividades, y el momento de ocio, descanso o entretenimiento no era algo que pareciese corresponderles.

Tanto Nélida como Ubaldina sabían que los esposos pasaban a tomarse un vermú por el bar del Ateneo: se trataba del mismo espacio donde se realizaban los bailes pero con las sillas preparadas para jugar a las cartas y reposar un rato.[21] Sus esposas naturalizaron que como ellos trabajaban podían disfrutar de tiempo de sociabilidad. Las mujeres estaban en la casa, alternando cuidados con tareas del campo, pero en sus palabras no aparecía una percepción de que la situación fuera injusta o desigual. Esto da pistas sobre los sentidos diferenciales de lo que correspondía a hombres y mujeres. 

En el caso de la Figura 2, puede verse como los eventos deportivos que se organizaban tenían como destinatarios sólo a los hombres de las familias de quinteros de la colonia. La fotografía pertenece al álbum familiar de Ubaldina García, quien durante la entrevista muestra con orgullo cómo indicó minuciosamente las fechas en el anverso de la imagen. Se trata de un recurso doméstico de “archivística familiar”, de quien pretendía resguardar los recuerdos de momentos importantes, en este caso, su esposo participando de un evento deportivo en el Ateneo, pero donde ella no aparece. No es menor observar que el salón del Ateneo está decorado: esto permite pensar que habría sido parte del trabajo de mujeres. 

 

 

Foto en blanco y negro de un grupo de niños posando para una foto

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Fig. 2

Campeonato de fútbol en el Ateneo. Circa 1962

 

 

El Ateneo en la semana no era visitado por las mujeres, y no porque el ingreso les estuviese explícitamente vedado, sino porque su tiempo real estaba colmado de responsabilidades que excedían el cuidado de sus hijos e hijas. Entre ellas también existían consideraciones y expectativas comunes que definían marcos para esas acciones cotidianas: “¿Ir a tomar algo? No, ¿cómo iba a ir sola? Aparte yo apenas tomaba, pero menos sola, además, si tenía que cuidar a los chicos, guardar las cosas, prender el motor. No. No sé a qué mujer se le iba a ocurrir ir por ahí, te imaginás”.[22]

En contraposición al acervo fotográfico personal de Nélida Fernandez, en el que registró más que nada la experiencia familiar desde la perspectiva masculina, las imágenes archivadas por Ubaldina nos permiten observar otras presencias. 

El momento para las familias de quinteros era cuando se sabía que había baile en el Ateneo.[23]  En esos momentos, algunos llegaban en sulky, otros a caballo, y otros con el camión de la verdura, pero era innegable que todos querían participar de esos festejos.[24] Una de las familias que participó de esos primeros bailes apenas se gestionó su construcción, fue la familia Moné, cuyo matrimonio estaba conformado por Ubaldina y “Tite” Moné, como lo llamaban los otros quinteros de la zona. Su participación en estas actividades debe analizarse teniendo en cuenta la naturaleza de su llegada a la colonia agrícola, y cómo habitaron un mundo del trabajo imbricado fuertemente en su esfera doméstica y, a la vez, comunitaria. 

En 1959, cuando se estaba por cumplir el segundo aniversario de casados, y con una nena de un año y otra a punto de nacer, Ubaldina y Tite tuvieron su campo propio gracias a la Ley de Colonización Agraria. Sólo el hombre de la familia asistió a la firma de la documentación de reserva del lote, denominado Promesa de Venta: allí quedó asentado que las cinco hectáreas en cuestión serían realmente “propias” cuando terminara el plan de pagos por 23 años. La parcela, además, debía ser explotadas según las condiciones establecidas por el Ministerio de Asuntos Agrarios.[25] 

Si bien el matrimonio arribó a la colonia en 1957, durante esos dos primeros años, fueron “medieros”[26] de una propiedad de japoneses, la familia Nagai.[27] Esa temprana vinculación económica -basada en la producción a medias de la tierra a través de un contrato simplemente verbalizado-, derivó en una amistad entre ambas familias. Este vínculo fue clave al momento de concretar la firma de la promesa de venta por parte de Moné, y de muchas otras familias de la colonia. Muchos aclaran que este plan de entrega de parcelas estaba pensado, en su mayoría, para recién llegados al país, pero algunas familias criollas lograron recibir este crédito gracias a los contactos y amistades que se fueron configurando (De Marco, 2017). Sin embargo, un factor clave para comprender las complejidades que se fueron perfilando tras la entrega de lotes, se relaciona con la condición de tener acceso a un anticipo importante para ingresar al plan crediticio. Muchas familias -puesteros o medieros- no contaban con esa suma inicial, por cual se conformó una diferencia al interior de la Colonia: grandes propietarios tradicionales por un lado, los colonos con sus parcelas para producir a base de mano de obra familiar, y los puesteros o medieros, que no eran propietarios y dependían de ingresos irregulares. 

 Más allá del escenario social estratificado del que se da cuenta, esta breve descripción de la conformación de la familia Moné en colonos resulta central para ver materializados los lazos de trabajo entre familias colonas: la amistad solidaria por compartir el trabajo de la tierra como medio de subsistencia, muchas veces, superando marcas vinculadas a las etnicidades. 

De esos años de vida familiar y trabajo en la Colonia Agrícola La Capilla, Ubaldina logró atesorar recuerdos fotográficos gracias a una cámara de fotos que adquirió cuando era soltera y trabajaba en Capital. Al recorrer esos registros cotidianos de la historia de su familia, se observa la preeminencia de imágenes donde todo lo ocupa el haberse convertido en una familia floricultora: muchas de las veces junto a las dos primeras niñas, o Aurora, su suegra. En otras de las ocasiones registradas se pueden identificar a los hermanos menores de Ubaldina que llegaron de Entre Ríos listos para trabajar en el campo junto al cuñado, o a vecinos de lotes cercanos y sus hijos. 

Entre 1961 y 1963 llegaron dos hijos más al matrimonio, sin embargo, el registro fotográfico de las tareas en el campo no cesaba. Gladiolos, carretas, canastas, camiones, acompañan las escenas de manera constante. Es posible pensar que la mayoría de las imágenes fueron tomadas por Ubaldina, puesto que aparece poco en las fotografías: predominan las infancias propias y ajenas que habitaban esos campos de gladiolos, o se puede identificar a su marido con otros hombres construyendo la casa familiar u organizando los atados de flores. 

No obstante, irrumpen en esta preciada colección familiar, otras imágenes: las de las famosas fiestas y reuniones realizadas en el Ateneo de la cooperativa. A partir de estas fotografías conservadas por Ubaldina se puede tener un registro concreto de cómo una familia, floricultora participó de actividades sociales que se realizaban en un espacio comunitario de reciente conformación. Sobre todo, permite posar la mirada en las mujeres que habitaron esos espacios de sociabilidad que, de otra manera, no habría manera de historizar. Al ser consultada sobre estas imágenes, la entrevistada aclara: “Ahh ¡eran los bailes en el Ateneo!”.[28]

Los encuentros en el Ateneo permitieron a muchas mujeres, como en este caso Ubaldina, dejar de estar atendiendo a otros y otras, y sentarse a disfrutar. Se preparaban con anticipación y asistían a un lugar donde charlaban con otras mujeres, escuchaban música y bailaban -aunque en el caso de Ubaldina, no era muy afín-, todo esto era una manera de contrapesar tanto trabajo constante.[29] Observar a otros bailar, brindar y reír, eran actividades que las situaron en un rol diferente al que tenían dentro su ámbito doméstico. Los hombres estaban más habituados a tener esos espacios para sí mismos.[30] 

Por otro lado, Ubaldina aprovechaba estas ocasiones para mostrar sus creaciones: tanto ella como sus hijas pequeñas Graciela, Silvia y Nancy, en principio, y luego Juan Carlos, lucían modelos confeccionados por ella misma. Ubaldina había cursado la Escuela Profesional para mujeres, en su Villaguay natal -provincia de Entre Ríos-, la carrera de Corte y Confección. Si bien obtuvo su diploma antes de trasladarse a Buenos Aires, cuando llegó a la Capital para trabajar, no pudo ejercer su oficio sino que fue contratada como niñera.[31] Esa formación siempre la identificó como una modista que sabe “hacer moldes”, algo que la enorgullece mucho, aunque nunca fuera su única, siquiera, principal actividad.[32]

Ese sentimiento de orgullo aparece nítido en una fotografía de 1951 que la entrevistada compartió y en la que se la observa disfrutando de un paseo campestre, junto a sus compañeras de la Escuela Profesional. Ya en Buenos Aires, también registró fotográficamente los paseos de los días francos en Plaza Italia o Plaza San Martín.[33] Esto permite apreciar que los momentos de ocio y disfrute fueron valiosos para Ubaldina hasta el momento de casarse, donde debió dedicar todo su tiempo al trabajo en el campo y a las tareas de cuidados. En esa consideración sobre lo que le correspondía hacer como mujer una vez casada se evidencian mandatos de género atravesados por su experiencia de clase: en tanto que mujer trabajadora, debía esforzarse y sacrificarse para el progreso de su familia. No es que de eso solamente dependiera el pago de sus tierras, sino que el esfuerzo mancomunado de la familia era necesario para subsistir.[34]

En los bailes en el Ateneo, Ubaldina concretó vinculaciones con otras mujeres, de quintas más alejadas, con las que no era sencillo socializar de otra manera. Muchas de ellas, eran “tanas” que luego de estos encuentros sociales, donde se charlaba sobre temas como la ropa de las criaturas, o los modelos que la propia entrevistada se había confeccionado, le encargaban algún arreglo o “costurita”.[35] Es decir que, si bien era un espacio que estaba pensado para el ocio y la distensión, también habilitó que las mujeres (y no sólo los hombres) tendieran redes económicas, y simbólicas: se corría la voz de que Ubaldina, “la mujer de Moné”, cosía, y la familia recibía ingresos extras.[36] 

La siguiente fotografía pertenece a Ubaldina García y es evidencia de los festejos de Carnaval en el Ateneo. Allí vemos a las mujeres de algunos quinteros pertenecientes a la Comisión directiva de la Cooperativa, su esposa y su madre, su suegra, sus hijos y hermanos menores, recién llegados del Interior. En dicha fotografía puede apreciarse que se desdibujan ciertas jerarquías dentro de los colonos: los propietarios de quintas más extensas y camiones, sentados a la mesa con quienes debían utilizar un camión contratado en conjunto. Mujeres de tanos y gallegos, que se compraban la ropa en Varela, junto a Ubaldina que se confeccionaba a ellas y a sus hijos, la ropa que lucían. Una vez más, se denota como estructurante el género dentro de las jerarquías internas a la clase trabajadora. 

 

 

 


Fig. 3

Baile de Carnaval en el Ateneo de la colonia agrícola la Capilla, circa 1962

Ubaldina es la primera de izquierda rodeada de sus tres hijas.

 

 

Estos bailes no se realizaban de manera regular y constante en el Ateneo. A través de las entrevistadas y entrevistados, se llega a reconocer que la organización de estos estaba relacionada con fechas significativas: carnavales, días de la madre, o fechas patrias. Se aclara esto porque es un indicativo de que, si bien tienen una carga emotiva muy profunda en las evocaciones de todos los testimonios, lo cierto es que el tiempo de celebración colectiva y entretenimiento eran para las mujeres excepciones a la cotidianeidad. Tal vez por eso su práctica social de recordación es tan potente.[37] 

Es importante observar que las mujeres reforzaban, así, un mandato social y generizado del trabajo “de sol a sol”, ya que combinaban tareas de cuidado y de explotación de la tierra, fuertemente invisibilizado por su entorno, de bajo costo, ya que no percibían un salario. Por último, esto tiene un correlato en la construcción de sentidos al interior de la familia, pero que se relaciona con lo comunitario: los varones disfrutan asiduamente del Ateneo porque “trabajan” y el que trabaja, necesita distenderse cotidianamente. 

Si bien analizamos en este apartado apenas una de las dimensiones de lo que significó el Ateneo para las familias de la colonia agrícola, hacer foco en la historia de Ubaldina (quien siempre se percibió como ama de casa) permite pensar que nociones como el descanso y la dispersión son claves para el desarrollo de una conciencia de clase, en este caso, de las mujeres trabajadoras rurales. 

Por otro lado, historias como las de Nélida abren el juego a diferentes aristas de un espacio de sociabilidad, sobre todo, al permitirnos hacer foco en vinculaciones afectivas que no encontraban lugar en la colonia La Capilla. Es así que nociones como adolescencia, enamoramiento, cortejo, ritual de compromiso y matrimonio, atraviesan especialmente las vivencias en este espacio de sociabilidad rural. A diferencia de Ubaldina, Nélida -la protagonista de nuestro relato inicial- participó asiduamente de los bailes junto a su madre y hermanos ya que era una adolescente en la década de 1960. Para conocer en profundidad la historia de Nélida, se tomaron no sólo sus testimonios, ya que estuvo de visita en Argentina durante un mes en 2023, sino que se dialogó con sus dos hermanos menores Estela y Vicente y sus hijas, vía telefónica desde Italia.  

 Cabe aclarar, que al ser su padre un puestero, la familia de Nélida no contaba con tierra propia, lo que podría indicar alguna jerarquización social dentro de la comunidad local. Los puesteros eran personas encargadas de cuidar un campo, sus animales, realizar arreglos necesarios en el cotidiano, y, en muchos casos, el acuerdo no implicaba un salario fijo. A cambio de su trabajo, se les brindaba una vivienda muy sencilla para habitar, cercana a la de los patrones -quienes solían estar largamente ausentes- y algún que otro dinero mínimo para gastos que pudiera requerir la propiedad. Un dato clave es que sus tareas no eran de dedicación exclusiva.[38] Esta familia no gozó nunca de grandes holguras económicas: tal vez vendían un animal de su cría, u ofrecían leche de las vacas que ordeñaban, pero de ninguna manera esto ocurría de manera regular. Si el padre realizaba alguna “changa” extra, como arreglar alambrados vecinos, por ejemplo, ingresaba dinero extra también.[39] 

Familias como la de Nélida eran conocidas en la colonia agraria, ya que eran varios los hijos del matrimonio Fernandez y a medida que iban creciendo, aún sin terminar la primaria, ya eran destinados a distintos trabajos como peones o jornaleros en la zona. En este sentido los bailes eran momentos, nuevamente, donde la madre de Nélida entablaba vínculos y quizá ofrecía alguno de sus hijos para alguna actividad siguiendo las prácticas y costumbres de las familias rurales de aquel momento. Todo esto sucedía mientras cuidaba, claro está, el buen nombre de su hija, ya que la acompañaba con la mirada y brindaba consentimiento, mientras ella bailaba con su enamorado, el joven italiano hijo de los Vecchi, una familia de quinteros.[40] 

En dichos bailes, Nélida recuerda que se comenzaba con el cabeceo, y las jóvenes accedían o no a bailar, no sin antes recibir alguna mirada de aprobación de las madres que observaban de cerca. Se compartía una pieza musical, o varias, lo cual permitía un mínimo contacto físico que en otros espacios les resultaba imposible. Tras varios bailes, el muchacho se acercaba a la mesa a charlar con la joven en cuestión, no sin claras timideces y titubeos en la conversación.[41] Al tener intenciones de seguir en contacto con él y compartir momentos, el Ateneo era el espacio predilecto para iniciar esta relación.[42]

Al consultar a la familia de Nélida por el momento en el cual se preparaba para los bailes, afirman que implicaba una logística familiar que se gestionaba con anticipación. Asistir era muy importante para Nélida, y debido a la situación económica de la familia, se planificaba la salida en términos de estrategia que lograran insertarla mejor socialmente: “la veía cortar una pollera vieja que estaba muy gastada, y que además ya había utilizado en varias ocasiones y hacer una pollera con la parte vieja para adentro así disimulaba… y le pedía los zapatos prestados a mamá para ir a encontrarse con Gerardo en el Ateneo. Mamá la acompañaba, papá nos llevaba en el carro. Había quienes llegaban en sulky, otros a caballo, y otros en el camión de las flores. Cada uno con lo que tenía”.[43]

Al tiempo de compartir los bailes del Ateneo, y algún que otro paseo muy esporádico, Nélida y Gerardo Vecchi celebraron un compromiso, y se casaron en 1968. Para 1970, el matrimonio ya tenía una niña de menos de un año, y compartían las tareas del campo como unidad familiar de producción en la propiedad de los italianos: suegros, hermanos y los recién casados con su niña trabajan a la par en la producción agrícola. Sin embargo, pasados dos años, la familia de su esposo optó por vender el campo y regresar a Italia, decisión que fue acompañada por el joven matrimonio. En su relato agrega que, ante la inminencia del retorno a la patria de origen, los amigos del Ateneo le realizaron una despedida a su esposo que fue memorable en la colonia. Nélida no asistió al festejo, pero aún conserva dieciseis fotos donde se observa el carácter masculino y multiétnico de la asistencia. Este tipo de camaradería entre “quinteros” varones, hace pensar, nuevamente, en cómo se reconoce a las personas en una comunidad, y las experiencias que se comparten con relación a eso. 

 

Foto en blanco y negro de un grupo de personas en un salón

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Fig. 4

Despedida para quien regresaba a Italia (1970)

 

Para la familia de Nélida, que ella se casara con un “tano” significó una mejora en el estatus social de la hija mayor.  En ese sentido, Nélida y Gerardo mantuvieron un período de novios sin inconvenientes relacionados a cuestiones de jerarquías sociales o étnicas. Esto es un indicativo de que el Ateneo, generaba cierta sensación de libertad, por lo menos en tanto clase y etnicidades, que habilitaba primeras experiencias afectivas, aunque más no fuere bailar largo rato delante de la familia que acompañaba, o charlar para conocerse mejor y coordinar para futuros encuentros. Era un espacio predilecto para este tipo de disfrutes en adolescentes hijos de trabajadores rurales, no contaban ni con la edad, ni los medios de transportes o recursos necesarios para asistir a otros bailes populares reconocidos en la zona, como por ejemplo el Club Villa San Luis -que también aglutinaba a productores- o el Club Varela Juniors, emblema de las juventudes del centro de Florencio Varela.[44]

Sin embargo, algunas ideas deben ser matizadas: en las investigaciones realizadas por la investigadora Celeste De Marco (2018), ella aborda cómo la comunidad de la colonia agrícola La Capilla, al igual que otras colonias del período, estaba fuertemente marcada por las etnicidades. Esto se materializaba en claras reticencias a los matrimonios por fuera de las nacionalidades de origen, especialmente en el caso de las familias japonesas, pero esta marcada preservación de los vínculos entre la comunidad asiática tiene congruencia con que durante los años cincuenta, se creó la Asociación Japonesa en la misma zona que la cooperativa agraria, y eso puede haber ayudado a preservar los lazos culturales y étnicos por sobre los del mundo del trabajo. Sin embargo, para la comunidad italiana, sobre todo, el Ateneo podrían darse algunas condiciones específicas que abrieron posibilidades a sociabilidades más laxas. 

En primer lugar, este espacio de sociabilidad era un correlato de una cooperativa que en su origen buscó aglutinar y beneficiar a quienes trabajaban la tierra, configurando así, un sentido de identidad más anclado en el lugar que ocupaban en las relaciones de producción que en su origen étnico. Sobre todo, al momento en que la cooperativa era exitosa en cuanto a gestión de las condiciones materiales de vida, solidaridad, ayuda mutua, más se destacaron momentos de disfrute en camaradería y cierta horizontalidad: los bailes eran el lugar donde la comunidad que ya se sentía entrelazada y consolidó diferentes vínculos.

Lo cierto es que este espacio pensado para el disfrute y encuentro de las familias rurales, lleva incorporado un carácter multiétnico innegable que se ve manifestado en los cuantiosos matrimonios entre “criollos” y “tanos”[45], y con una creciente presencia de juventudes en su interior, ya que había predilección de utilizar este espacio como un reducto de primeros enamoramientos, cortejos y acercamientos físicos. 

 

Tensiones y transformaciones mientras se baila en el Ateneo

 

Luego de recorrer estas historias que se han seleccionado para el presente trabajo, es relevante observar cómo se fue transformando el espacio en su materialidad y en sus funciones a lo largo de los años. Al consultar a diversos entrevistados, sorprende que todos afirman que el espacio era realmente “hermoso”[46]. Se debe tener en cuenta que la edificación era considerablemente amplia, contaba con ventanales y un playón lindero, barra para el buffet, parrillas y un motor generador para tener electricidad.[47] Cuando hacia 1960 ya se había construido este salón con los fondos de la cooperativa, el Ateneo se convirtió rápidamente en un espacio muy valioso para la comunidad de quinteros ya que permitía reunirse más cómodamente: había mesas y sillas, y si no alcanzaban, se improvisaba con tablones. En principio esta naturaleza tan ligada a la cooperativa, ponía en relevancia la vida de las familias quinteras que asistían a las asambleas de la comisión, según dichos de L. Ortuñez, entrevistado que asistía con sus padres al Ateneo en diferentes ocasiones.[48] Frente a la pregunta de si había mujeres encargadas de alguna tarea organizativa, el entrevistado aclara que a lo sumo decoraban el salón un rato antes, pero limpiar, se limpiaba entre todos.[49] La comida se solucionaba fácil: “Se carneaba una vaca, de un chancho se hacían los chorizos… se hacía asado y choripán. Tiraban el costillar y se comía al pan, ni platos muchas veces”.[50] 

En la Figura 5, justamente, Ubaldina guarda el retrato de estos asados organizados por los varones de las quintas, en la que las mujeres debían “llevar las ensaladas”. Vemos aquí cierta rusticidad del mobiliario en los alrededores de 1960: la vestimenta de los asistentes sin ningún accesorio que marque otro objetivo que no sea el de compartir un momento, una comida y un trago de vino con los vecinos y amigos de la colonia. Estas imágenes podrían evidenciar los rasgos recordados por Ortuñez, quién definió que “era todo compañerismo, armábamos campeonato con otros barrios, hacíamos reuniones familiares en ese tiempo”.[51]

Foto en blanco y negro de un grupo de personas alrededor de una mesa

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Fig. 5

Asado de Quinteros de la Colonia, circa 1962

 

Si bien esto es respaldado por otros testimonios de varones más jóvenes, lo cierto es que las mujeres entrevistadas muestran algo de desdén. Muchas veces, el hacer un asado era “ir a tomar antes, mientras que en casa no alcanzaba la plata”.[52] Se evidencian algunas tensiones relacionadas con los estereotipos de género: los varones como proveedores del alimento, hacían el asado, las mujeres, se encargaban de otras cosas. Es decir que esa división sexual en las tareas permitía a los varones compartir un rato en camaradería, el consumo de alguna bebida del momento[53], y distenderse completamente del mundo del trabajo. En cambio, las mujeres muchas veces en el interior del recinto debían seguir al cuidado de los niños y niñas.

Durante esta primera época, la comisión directiva funcionaba muy bien: se notaba cierta holgura en los fondos que se tradujeron en numerosas actividades para las familias: además de los bailes, las actividades diurnas como las kermeses y las carreras de sortijas fueron muy bien recibidas por la comunidad. Con el tiempo, se incorporó una cooperativa de crédito. Esto trajo como consecuencia que, posteriormente a 1965, se generasen tensiones y modificaciones dentro de la comisión directiva: acusaciones entre los socios, renuncias y disputas que derivaron en que la Cooperativa La Capilla perdiera gradualmente su rol social dentro de la comunidad. A partir de estas situaciones, el Ateneo comenzó a estar gestionado por personas que no pertenecían a la comunidad de quinteros y el recinto comenzó a utilizarse, por ejemplo, para eventos privados y/o institucionales.[54] 

Entre 1968 y 1973, abundan los casos de particulares que solicitaron el recinto para hacer fiestas tales como casamientos, fiestas de quince años, etc. La naturaleza de estas celebraciones era claramente distinta: el salón ya no contaba con libre acceso a cualquier vecino de la colonia en esas fechas, al menos, y evidenciaba la injerencia paulatina de nuevos actores sociales en el Ateneo. Se dialogó con, al menos, tres familias, que organizaron fiestas particulares en el salón de la cooperativa y ninguna de ellas facilitó, hasta el momento, las fotografías para su análisis. Algunos ejemplos:  asistencia a un casamiento por parte de una familia que residía en el centro de Florencio Varela (1968), celebración de quince años de una hija de dueños de horno de ladrillos (1972), y casamiento de comerciantes actuales de Florencio Varela (1975). Las familias que brindaron esta información prefirieron el anonimato.[55]

Esta modificación fue tan gradual y paulatina, que no generó grandes controversias en los colonos, sino que, por el contrario, las tensiones dentro de la cooperativa se dirimieron a partir de una renovación de integrantes históricos de la comisión, reflejando así una bisagra en la gestión del Ateneo. Muchas de las familias que informaron sobre estos festejos privados, no pertenecían al núcleo de quinteros colonos, sino que muchos eran comerciantes importantes en la zona o dueños de hornos de ladrillos, lo que es coherente con que no todas las familias contaban con recursos para realizar un festejo importante.[56]

Pero lo cierto es que, para antes de 1970, el Ateneo había realizado obras de renovación en su edificación y mobiliario: se encontraba siempre muy bien pintado, con un gran escenario y un telón de categoría (Fig. 5). Muchas de las entrevistas afirman que fue una época donde se realizaban radioteatros en vivo: la mayoría recuerda, entre otros, al “Negro Faustino”, un personaje muy famoso de la época, al que podían acceder a ver en vivo, siempre que pudiesen pagar la entrada correspondiente. Estos radioteatros eran furor en los años sesenta y se trataba de sucesos tan exitosos en la radio, que muchas veces realizaban una gira por los clubes de barrio. Esto es interesante para comprender al Ateneo como espacio que involucraba experiencias de asociativismo y que además buscaba acercarse cada vez más a los fenómenos culturales del momento. En este sentido, si bien surge dentro de una comunidad que se percibe como de trabajadores rurales, la cercanía con los centros urbanos hacía que la comunicación e intercambios fuera constante e ininterrumpida.

Es necesario aclarar que, si bien para 1970, las mujeres comenzaban a tener más presencia en las actividades del Ateneo, esto no indicaba que se hubieran generado grandes rupturas con los mandatos tradicionales, tal como interpreta Isabella Cosse (2008) al observar límites y complejidades en este momento histórico. Para finales de la década, varios testimonios indicaron que comenzó a funcionar una biblioteca -aunque de corta existencia- organizada por una mujer[57], también se organizaron cursos de tejido destinado a mujeres[58] y seguidamente, se encontraron registros fotográficos donde docentes provenientes de la Escuela n° 8 -ubicada en las afueras de la Colonia La Capilla- solicitaron las instalaciones del Ateneo en representación del Club Colaboradores del Instituto Nacional de Tecnología Agrícola (INTA), el cual presidían, para una capacitación en conjunto con la novedosa empresa Plavinil. Dicha empresa, fundada en 1947, era reconocida por ser fabricante de telas plásticas para, entre otras cosas, confección y marroquinería. Para aquel momento, la entrevistada afirma que el curso era sobre la confección de bolsas plásticas, lo cual era muy “nuevo en esa época”.[59] 

Dicho club tenía una larga trayectoria en Florencio Varela, pero recién en estos años (principios de los ´70), fomentó cursos en La Capilla.[60] En este caso, la entrevistada A. Capponi nos aporta de su archivo familiar, el registro fotográfico de la entrega de certificados tras recibir esta capacitación en el Ateneo, como puede apreciarse en la Fig. 5. Dado que a esos talleres también acudían hijas de familias importantes de la colonia agrícola, ella como hija de italianos quinteros, percibía que eso contribuiría a insertarse mejor socialmente.[61]  

 

 

 

 

Foto en blanco y negro de un grupo de personas posando por un foto

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Fig. 6

 Exposición Plavinil. Curso para jóvenes organizado por el INTA En el Ateneo de la Colonia La Capilla. 21 de noviembre de 1970 (Archivo Personal A. Capponi)

 

En la imagen, si bien algunas de estas jóvenes eran hijas de horticultores, la gran mayoría, pertenecía a familias de comerciantes o propietarios muy importantes en la zona.[62] Esto evidenciaba, que hubo una profunda transformación en los propósitos de quienes gestionaban este espacio, como también, a quienes estaban dirigidas las actividades en sus inicios. Si bien este tipo de cursos podrían ser muy positivos para las jóvenes, poco a poco, las mujeres de las quintas, las hijas de las quinteras y las abuelas fueron perdiendo un espacio que les había permitido experimentar el entretenimiento, el ocio y las prácticas de sociabilidad.  

 

 

 

 

 

 

 

 


Fig. 7

Hija de italianos quinteros participa de cursos del INTA (1970)

 

En este sentido, evidencias de cultura material que se distinguen en las fotografías  son indicios de fuertes transformaciones. Las imágenes de principios de 1960 mostraban que los hombres asistían a las reuniones “con lo que tenían”[63], mientras que en las mujeres había una clara preocupación por cumplir con cierto código implícito de vestimenta, siempre ajustándose a los recursos con que contaban. Buscar y utilizar telas para confeccionar algo exclusivo para la ocasión hablaba de la importancia que les otorgaban las mujeres a los bailes que cada tanto se realizaban en el Ateneo. En el análisis de los registros fotográficos (Fig. 2), tanto las mujeres jóvenes como las mayores que trabajaban en el campo, pero más allá de algunas diferencias, se vestían específicamente para la ocasión. 

Por otro lado, cuando el Ateneo fue habitado por otros sujetos colectivos e institucionales, más cercanos a círculos tradicionalmente propietarios de Florencio Varela, la moda pareció ser el dispositivo elegido para  igualar a estas mujeres de orígenes diversos: tanto la hija del quintero Capponi, como la hija del dueño de la panadería más importante de la zona, sean jóvenes, o más adultas, todas presentaban ciertos elementos característicos de la moda femenina de la época. Predominaban las faldas cortas, zapatos, peinados y accesorios al estilo moderno como manera de demostrar cierta homogeneidad o de un corrimiento de jerarquías sociales, pero que sólo se manifestaba en las apariencias. 

 

Un alto en el camino de la investigación 

 

Cada vez que me acerqué a las entrevistadas para observar sus recuerdos familiares de la Colonia La Capilla, y contarles de qué se trataba mi investigación, respondían de manera muy similar: “Son fotos, no hay nada importante ahí… no te va a servir”. Sin embargo, cuando encontraban algún recorte periodístico antiguo, un documento del Ministerio de Asuntos Agrarios o, más aún, al tener algún dato de las familias más importantes de la zona que protagonizaron la “historia” de este poblado en sus inicios, sentían que “eso sí era importante”. Desde la mirada de las mujeres de la colonia, las que trabajaban la tierra con sus maridos, con sus padres y hermanos, las que no pertenecen tampoco hoy a grandes sectores propietarios de Florencio Varela, ellas no tienen mucho para contar. 

En este trabajo, se comenzó a explorar un lugar de ocio y entretenimiento de trabajadores rurales del Gran Buenos Aires, no por el simple hecho de rescatar del olvido las actividades que las mujeres y las familias colonas realizaron en el Ateneo de La Capilla, sino que es comprender cómo estas personas se relacionaron entre sí con objetivos económicos, afectivos, sociales, etc., impulsando o percibiendo el impacto de los procesos externos. 

A partir de lo anterior, se pueden comenzar a desandar algunas de las cuestiones planteadas al principio. En primer lugar, se observa cómo el Ateneo tuvo un período de actividad acotado[64] pero muy significativo en la construcción de una trama identitaria local que queda en evidencia en todas las prácticas de recordación que se fueron realizando. En la mayoría de estas percepciones predominaba una sociabilidad articulada específicamente con el trabajo rural y familiar en pequeñas propiedades, pero donde ganaban relevancia las tensiones en torno a las experiencias generizadas. Allí se observa cómo la agencia de los trabajadores se centró en gestionar un espacio propio para el ocio y la recreación, que profundizaron vínculos solidarios pero también mandatos de género. No obstante, esto no impedía a las mujeres una participación activa en las redes de sociabilidad y en la construcción de las memorias de esta colonia agrícola. 

Aquí es donde los dispositivos fotográficos se vuelven una pieza clave: Es notable como la recreación involucraba, según el caso, a toda la familia -hay niños en algunas fotos-, sin embargo, solía ser una tarea reservada para las mujeres porque eran ellas quienes se encargaban de registrar dichas fotos, como en el caso de Ubaldina, o preservarlas, como en el caso de Nélida. Podría pensarse que la memoria familiar estuvo construida por estas mujeres, y aún más, la construcción de una memoria social de la colonia agrícola La Capilla le debe mucho a su labor. Un aspecto a poner a consideración es que ellas no se sentían parte protagonista, ni tampoco ahora al ser entrevistadas: una especie de narradoras no involucradas, pero vitales para la recolección de recuerdos. Lo mismo sucede con la percepción que tienen con respecto a su rol económico dentro de estas unidades productivas que eran las familias colonas. 

Un segundo elemento a analizar puede identificarse cuando las tensiones dentro de la comisión directiva afectaron el funcionamiento del Ateneo luego de 1970, ya que el espacio de sociabilidad perdió su esencia cooperativista y solidaria. Esto hizo que el Ateneo como espacio de sociabilidad de las familias quinteras se volviera permeable a intereses de otros sujetos que se percibían como ciudadanos particulares de Florencio Varela, y donde las jerarquías sociales se disimulaban, pero eran más reales. Nociones como consumismo y modernización ingresaron de la mano, no sólo de comerciantes y propietarios, sino de sujetos como las juventudes. 

Por último, se intentó mostrar de qué manera el género fue estructurante en la construcción de memorias; esto permitió comprender la complejidad de experiencias y de agencias en este mundo del trabajo en particular. 

Puede considerarse que se ha abierto una puerta a pensar históricamente a sujetos hasta ahora invisibilizados localmente, en sus agencias y experiencias de clase, a través de su propia voz. Sobre todo, observando esta colonia agrícola del Gran Buenos Aires, un lugar que fue productivo y solidario, que se autogestionó y puso en valor sus momentos de encuentro, asociación y disfrute con otros, pero que hoy, sigue enfrentando los avatares de un capitalismo voraz: espacios de sociabilidad como el Ateneo no existieron más y tampoco han sido reemplazados por otros espacios similares.

 

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Fuentes Documentales consultadas 

 

Archivo fotográfico familiar de Ubaldina García (reservorio privado)

Archivo Fotográfico familiar de Nélida García (reservorio privado)

Archivo Fotográfico personal de Angela Capponi (reservorio privado)

Diario El Varelense Redacción EV (1972, 10 de abril). INTA. El Varelense. P. 5 en   http://biblioteca.varela.gov.ar/hemeroteca.aspx

Diario El Varelense Redacción EV (1975, 25 de febrero). Delegación en La Capilla. El Varelense. pág. 1 en http://biblioteca.varela.gov.ar/hemeroteca.aspx

Archivo DIPPBA, Mesa B, por Jurisdicción, Florencio Varela, carpeta 42, legajo N.º 20.

Sequeira (2011) Publicación por el 60° aniversario del Club Villa San Luis, Editado por la misma asociación.


Entrevistas presenciales/abiertas

 

L. Ortuñez, entrevista personal, 23 de enero de 2024. 

U. Garcìa, entrevista personal, 12 de septiembre de 2021

U. Garcìa, entrevista personal, 3 de marzo de 2023. 

N. Fernandez, entrevista personal, 9 de diciembre de 2023.

V. Fernandez, entrevista personal, 19 de octubre de 2023. 

V. Fernandez, entrevista personal, 12 de diciembre de 2023.

V. Fernandez, entrevista personal, 20 de enero de 2024.

E. Fernandez, entrevista personal, 12 de diciembre de 2023. 

S. Moné, entrevista personal, 5 de enero de 2023. 

G. Moné, Entrevista personal, 17 de marzo de 2023

J. C. Moné, entrevista personal, 5 de enero de 2024.

A. Capponi, entrevista personal, 10 de enero de 2023

 

 

 

 

 

Recepción: 09/02/2024

Evaluado: 30/5/2024

Versión Final: 18/06/2024

 

 



(*)Profesora de Nivel Medio y Superior en Historia (UBA). Especialista Docente en problemáticas de las Ciencias Sociales y su enseñanza (INFD). Docente en ISFD N°54. Actualmente investiga temáticas relacionadas al mundo del trabajo rural y sus espacios de sociabilidad en la segunda mitad del siglo XX, desde una perspectiva de género. Correo electrónico: fernandezdai2@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0009-0005-9372-1206

 

 

 

 

[1]Este relato fue tomado de una entrevista realizada a V. Fernandez, en ocasión de comenzar a indagar sobre experiencias relacionadas al Ateneo y su importancia para las familias de la colonia agrícola entre 1960 y 1970. Allí comentó que su hermana mayor recién llegada de Italia relató estos recuerdos sobre un espacio de sociabilidad del cual yo venía recabando información. Los hermanos de Nélida que aparecen entrevistados en este artículo siguen viviendo en zonas aledañas a la colonia agrícola varelense.  Entrevista realizada a V. Fernandez, 12 de diciembre de 2023.

 

[2] Esta serie de entrevistas comenzaron a realizarse en el marco del Seminario Historia Social, Trabajo y Género. Herramientas de Investigación, dictado por Valeria Pita, Gabriela Mitidieri y Florencia D´Uva (FFyL- UBA) en el año 2021. A partir de comenzar la pesquisa en archivos fotográficos familiares y varias entrevistas, surge la pregunta sobre este espacio de sociabilidad llamado Ateneo en la zona rural varelense. Las entrevistas se realizaron entre 2021 y 2024, todas fueron de carácter abierto y sólo se citaron en este artículo aquéllas que fueron presenciales. Las personas entrevistadas son vecinos/as y ex- vecinos/as de la colonia agrícola en el período en cuestión y con asistencia al Ateneo en diferentes situaciones.

[3]La Cooperativa Eva Perón se creó en 1953, pero en 1955 debió cambiar su nombre a “Cooperativa La Capilla Limitada” (De Marco, 2014). Para comprender el rol de este tipo de instituciones debe tenerse en cuenta lo planteado por Graciela Mateo (2014) al decir que se las cooperativas “ cumplir con un doble propósito: el primero, de carácter social, estuvo destinado a la prestación de un servicio basado en principios de solidaridad, libre asociación y gestión democrática; el segundo, de carácter económico, se orientó a la defensa de los intereses y a la mejora de los ingresos y de la situación económica de sus asociados” (Mateo, 2014, p.363).

 

[4]Pasquali, L. (2019). El uso de fuentes orales, en C. Salomón Tarquini et al (Ed.), El hilo de Ariadna. Propuestas metodológicas para la investigación histórica. (Pp. 111-112) Ed. Prometeo.

 

[5]Entrevista realizada a L. Ortuñez. 23 de enero de 2024.

 

[6]Entrevista realizada a L. Ortuñez. 23 de enero de 2024.. Su padre fue un socio fundador de la cooperativa y hoy es un pequeño empresario horticultor de la región, a quien identificaremos como L. Ortuñez. No aparece en su relato ninguna actividad en la que participaran mujeres de manera concreta: estos olvidos o censura selectiva se relaciona con lo planteado por Andújar sobre la memoria de los hombres “naturalmente” construida en relación con los espacios públicos, por el contrario de las mujeres, resignadas a las mismas tareas (Andújar, 2008).

[7]Entrevistas con varios habitantes de la Colonia dan cuenta de la importancia comercial, y por ende, social, que tenía la cooperativa. Por otro lado, otro centro neurálgico de familias quinteras había construido el Club Villa San Luis con los mismos fines para 1953. Dicho Club era un espacio de sociabilidad de productores relativamente cercano a la Colonia La Capilla.

[8]Entrevista realizada a L. Ortuñez, 23 de enero de 2024.

[9]“La cooperativa era grandiosa. Los de la comisión, en el manejo eran muy buenos, era gente honesta, trabajadora”, afirma L. Ortuñez. Entrevista realizada a L. Ortuñez, 23 de enero de 2024.

[10]Según datos del entrevistado y según fue cotejado en archivos brindados por la Dirección de Inteligencia de la Policía de Buenos Aires (DIPBA).

[11]Sobre los camiones que poseían algunas de las familias quinteras, entrevista a V. Fernandez, 5 de febrero de 2024 y J. C. Moné, 5 de febrero de 2024. 

[12]El entrevistado afirma “no había otra cosa” varias veces, pero lo cierto es que esto aplicaba como ámbito familiar. Según otros testimonios, sí había lugares al interior de la colonia (pequeños almacenes) donde los hombres asistían por un trago al paso. Pero el Ateneo era un espacio que contaba con una connotación familiar, y de trabajo. “Los otros eran borracherías, nomas ". Entrevista realizada a V. Fernandez, 20 de enero de 2024.

[13]En Argentina, adaptación de “vermout”. bebida a base de vino (blanco, tinto o rosado), al cual se le agregan extractos de hierbas, flores, frutos y especias.

[14]Entrevista realizada a V. Fernandez, 20 de enero de 2024.

[15]Entrevista realizada a V. Fernandez, 20 de enero de 2024.

[16]Entrevista realizada a V. Fernandez, 20 de enero de 2024 y Entrevista realizada a L. Ortuñez, 23 de enero de 2024. Estos datos se contrastan con lo pactado en la entrega de los lotes a las familias colonas, donde se establecía que sólo podría utilizarse mano de obra familiar, según datos obtenidos en la Entrevista realizada a U. García, el 6 de septiembre de 2021.

[17]Entrevista a V. Fernandez, 19 de octubre de 2023.

[18]Entrevista a V. Fernandez, 19 de octubre de 2023.

[19]Entrevista a N. Fernandez, 9 de diciembre de 2024.

[20]Entrevista a S. Moné. 5 de enero de 2024.

[21]Entrevista realizada a L. Ortuñez, 23 de enero de 2024.

[22]Entrevista a U. García, 3 de marzo de 2023. En este tipo de comentarios se volvía evidente que Ubaldina asumía que yo compartía el sentido común sobre las formas de comportarse de las mujeres. 

[23]Varios entrevistados y entrevistadas dan cuenta de esto. Todos en su relato evocan positivamente estos bailes. Entrevista realizada a L. Ortuñez, 23 de enero de 2023; entrevista a V. Fernandez, 19 de octubre de 2023; entrevista a A. Capponi, 10 de enero de 2023.

[24]Un entrevistado (hijo de puesteros) describió que “Para mí era un sueño ir… hacían juegos tipo kermesse donde nunca ganabas nada pero para nosotros era una fiesta”. El entrevistado afirmó tener entre 6 y 8 años en esas ocasiones, es decir, entre 1963 a 1965. Entrevista a V. Fernandez, 19 de octubre de 2023.

[25]Entrevista a U. García, 12 de septiembre de 2021.

[26]Entrevista a U. García, 12 de septiembre de 2021. Sobre esta familia de japoneses que se indica eran Medieros, se explica que era una práctica muy difundida en la cual un propietario otorgaba una tierra y otra persona -casi siempre acompañado de su familia- la trabajaba. Los frutos de la cosecha se dividían a la mitad, y se compartía el espacio de vivienda, algo que generaba grandes vínculos casi de parentesco.  Sobre este fenómeno ver García, Matías. (2019). Mediero hortícola (Buenos Aires, Argentina, 1948-2019).

[27]Varios entrevistados hicieron referencias a la familia Nagai, de origen japonés. Se los recuerda por sus gestos solidarios con otras familias de colonos. Entrevista realizada a L. Ortuñez, 23 de enero de 202; entrevista a V. Fernandez, 19 de octubre de 2023.

[28] Entrevista a U. García. 3 de marzo de 2023.

[29]Entrevista a G. Moné, 17 de marzo de 2023.

[30]Entrevista realizada a L. Ortuñez, 23 de enero de 2024; entrevista a V. Fernandez, 19 de octubre de 2023.

[31]Entrevista a U. García, 12 de septiembre de 2021.

[32]Ese orgullo provenía de “saberes” de corte y confección y el contar con el diploma correspondiente, su experiencia laboral hasta el momento era de cuidados domésticos, contratada para cuidar niños en la modalidad “Sin retiro” y luego “ama de casa”, según su percepción. Se aclara que, si bien toda su vida Ubaldina confeccionó ropa para dentro y fuera de su casa, esta nunca fue considerada su actividad principal, sino que se percibía como “ama de casa”. Entrevista a U. García,12 de septiembre de 2021.

[33] Sobre la importancia de las fotografías en los relatos biográficos, ver Torricella, A. (2023)Yo era distinta a todo lo demás. Fotografías y cambios familiares en la provincia de Buenos Aires, 1950-1965. En D. D’Antonio y V. Pita (Dir.), Nueva Historia de las Mujeres en Argentina. Tomo 3. Prometeo.

[34]Sobre la importancia de la fuerza de trabajo femenina en el campo en esta época, es interesante Agüero L. y Linardelli M. F. (2023), Cómo criar una viña. Contratistas y amas de casa en las fincas mendocinas, 1960-1980 en En D. D’Antonio y V. Pita (Dir.), Nueva Historia de las Mujeres en Argentina. Tomo 3. (p 259-277). Prometeo.

[35]El encomillado indica palabras tomadas del relato de la entrevistada. Es notable que un trabajo al que considera menor en importancia para la subsistencia familiar, lo denomina con diminutivos: “una costurita, algún trabajito”. Entrevista a U. García, 12 de septiembre de 2021.

[36]Entrevista a U. García, 12 de septiembre de 2021. Entrevista a G. Moné, 17 de marzo de 2023.

 

[37]Mirta Lobato plantea este concepto cuando entrevista a pobladores de Berisso, quienes evocan un pasado fabril cargado de connotaciones positivas (Lobato, 2007). 

[38]Por dos razones los puesteros suelen tener ingresos bajos: en primer lugar, la costumbre de que los patrones brindaban una casa para que habite con su familia es un gran desmedro para el salario real que percibían. La segunda cuestión se relacionaba con propietarios largamente ausentes que no concretaban los pagos. 

[39]Entrevista a V. Fernandez, 19 de octubre de 2023.

[40]Entrevista con E. Fernandez, 12 de diciembre de 2023.

[41]“Por lo menos ahí podías charlar con la que te gustaba. Sino ¿Dónde? En La Capilla, ¿dónde te ibas a poner a hablar? Entrevista a J. C. Moné, 5 de enero de 2024.

[42]Todos los entrevistados acuerdan sobre esto.  Entrevista con E. Fernandez, 12 de diciembre de 2023.    Entrevista a J. C. Moné, 5 de enero de 2024.

[43]Entrevista con E. Fernandez,12 de diciembre de 2023. Muchos entrevistados sobre esa época hacen alusión a la heterogeneidad que se demostraba en los medios utilizados para llegar al Ateneo.

[44] Sobre los bailes en el Club Varela Juniors, se ha dedica un capítulo muy interesante de Sazbón, D. “Prácticas asociativas en los clubes sociales y deportivos de Florencio Varela en los años cuarenta”, Gónzalez Velasco, C. y Prado Acosta, L. (Coord.) (2023). Una historia cultural descentrada: estudios sobre el partido bonaerense de Florencio Varela en los años cuarenta. Editorial UNAJ.

[45]Muchas maneras de nombrar aparecen entre comillas ya que son formas textuales obtenidas de las entrevistas realizadas.

[46]L. Ordoñez habita La Colonia hasta el día de hoy, y su padre figura en las actas de comisión directiva entre 1953 y 1961. Entrevista realizada a L. Ortuñez, 23 de enero de 2024; entrevista a V. Fernandez, 19 de octubre de 2023; entrevista a A. Capponi, 10 de enero de 2023.

[47]Varios entrevistados cuentan con orgullo que, a mediados de la década del sesenta, el Ateneo contaba con un motor Lister Diesel mono cilíndrico. Sin embargo, “cuando no arrancaba, se conectaba al motor de un tractor y seguía sonando la música en el tocadiscos”. Entrevista a J. C. Moné, 5 de enero de 2024.

[48]“Mi papá iba a la reunión de comisión, y yo llevaba la pelota para jugar en el Ateneo. Después se cocinaba y nos quedábamos allí con otros quinteros”. Entrevista realizada a L. Ortuñez, 23 de enero de 2024.

[49]  Entrevista realizada a L. Ortuñez, 23 de enero de 2024.

[50]Entrevista realizada a L. Ortuñez, 23 de enero de 2024.

[51]Entrevista realizada a L. Ortuñez, 23 de enero de 2024.

[52] Entrevista a U. García, 3 de marzo de 2024.

[53]Según el inventario del año 1967 del buffet del Club Villa San Luis (cercano a la colonia agrícola La Capilla), se constató lo dicho en algunos testimonios sobre las bebidas más populares de esa época en los bailes del Ateneo: Cinzano, 3 Plumas, Legui, Hesperidina, Moscato, Mariposa. (Publicación por el 60° aniversario del Club Villa San Luis, Sequeira, 2011).

 

[54] Sobre los conflictos internos de la comisión directiva de la cooperativa: Archivo DIPPBA, Mesa B, por Jurisdicción, Florencio Varela, carpeta 42, legajo N.º 20. También aparecen datos sobre esto en Entrevista realizada a L. Ortuñez, 23 de enero de 2024.  Entrevista a V. Fernandez, 19 de octubre de 2023.

[55] Sobre estas experiencias por fuera de las familias colonas, se trata de personas contactadas por redes sociales y las entrevistas fueron realizadas entre octubre de 2023 y enero de 2024, vías llamadas o mensajerías de redes sociales. 

[56] En contraposición, las hijas de Ubaldina, por ejemplo, festejaron en sus casas (tanto sus quince años como las bodas). La familia de Nélida siempre realizó todos estos festejos al interior del ámbito doméstico. Al parecer, el concepto de fiesta en un salón no estaba naturalizado para todas las familias, ya que ni siquiera afirman haber querido realizarlo allí. Entrevista a G. Moné, 17 de marzo de 2023; entrevista a S. Moné,5 de enero de 2024. Entrevista a U. García, 3 de marzo de 2023. Entrevista a E. Fernandez, 12 de diciembre de 2023.

[57]Entrevista realizada a L. Ortuñez, 23 de enero de 2024.

[58]Entrevista a U. García, 3 de marzo de 2023.

[59]Entrevista a A. Capponi, 10 de enero de 2024.

[60]Sobre estas actividades organizadas por mujeres por fuera del ámbito de las familias de quinteros, se encontraron registros en la prensa local.  Redacción EV (1972, 10 de abril). INTA. El Varelense. P. 5. 

[61]Entrevista a A. Capponi, 10 de enero de 2024. 

 

[62]Con varias entrevistadas, se analizó la foto grupal (Fig. 5) del curso del INTA que se realizó en 1970 y nombraron a jóvenes que no eran hijas de floricultores u horticultores.

[63]Cita textual de la entrevista a L. Ortuñez, 23 de enero de 2024. 

 

[64]Se recuerda que en varias entrevistas se da cuenta que para 1960 ya estaba en funcionamiento (Entrevista a L. Ortuñez, 23 de enero de 2024) mientras que registros en la prensa local demuestran que para 1975 ya ha sido cooptado por otros sujetos por fuera de la colonia agrícola. Redacción EV (1975, 25 de febrero). Delegación en La Capilla. El Varelense. pág. 1