TRAVERSO, Enzo (2022) Revolución. Una historia intelectual, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 644 págs.

 

 

 

Para Enzo Traverso “las revoluciones son la respiración de la historia” (p. 35). En Revolución. Una historia intelectual, el pensador italiano se dedica a analizar este aliento de la existencia humana. Su objetivo es interpretar críticamente las revoluciones, sin idealizarlas o demonizarlas, aunque es evidente que su postura epistémico-política las reivindica. Sostiene que estas son resultado de la agencia y experiencia humanas, no el producto predeterminado de un desarrollo teleológico. Son interrupciones del continuo histórico, rupturas políticas y sociales casi siempre violentas, en las que emergen nuevos sujetos históricos. Por ello, aborda tanto la dimensión emancipadora y liberadora de las revoluciones como la disciplinadora.

El libro parte de “imágenes dialécticas” y “figuras del pensamiento”, nociones tomadas de Walter Benjamin -uno de los escritores más citados, junto con Karl Marx y León Trotski-, y apunta a interpretar las revoluciones a partir de ciertas imágenes: locomotoras, cuerpos, símbolos, barricadas, banderas, canciones, pinturas, monumentos, vidas singulares y conceptos. El lector encontrará constantes referencias a pinturas, textos literarios, películas, fotografías, afiches y carteles de propaganda. En este sentido, la obra otorga igual valor a fuentes teóricas, historiográficas e iconográficas, sin por ese motivo perder profundidad el análisis.

Revolución se estructura en una introducción y seis capítulos. El primero se titula “Las locomotoras de la historia”. En él, Traverso recorre el bifurcado camino entre la frase “las revoluciones son las locomotoras de la historia” de Marx a la imagen actual en que el ferrocarril evoca a Auschwitz y el nazismo antes que a revoluciones. A partir de nociones como industrialización, secularización y capitalismo, analiza algunos de los significados adquiridos por la relación entre trenes y revolución. Señala la historicidad y ambigüedad de la frase marxiana, las complejas relaciones establecidas entre trabajadores y máquinas, las promesas y límites del progreso y la modernización, y presenta dos casos puntuales: el uso del ferrocarril por parte de los revolucionarios mexicanos y la trascendencia práctica y simbólica del tren blindado de Trotski. También analiza el impacto que las revoluciones tienen sobre los modos en que entendemos y nos relacionamos con el tiempo, generando nuevas conceptualizaciones sobre la temporalidad.

El segundo capítulo, “Cuerpos revolucionarios”, plantea que “la revolución es también una experiencia corporal” (p. 123). Aborda distintas dimensiones de la relación entre revolución y cuerpo, entendido este desde dos lugares: como cuerpo “simbólico” -el cuerpo político de la nación y la soberanía, la emergencia en las revoluciones de los cuerpos oprimidos como sujetos históricos y la constitución de un nuevo cuerpo político- y como cuerpo físico, orgánico,  afectado por las revoluciones. Ambas facetas son tratadas tanto desde el disciplinamiento, focalizando en la animalización y bestialización del cuerpo del oponente, como desde los aspectos emancipadores, refiriendo especialmente a las mujeres y la liberación sexual de inicios de la Revolución Rusa.

El tercer capítulo, “Conceptos, símbolos, reinos de la memoria”,  explora una gama más amplia de elementos que los demás. Inicia con el cambio conceptual del término que da título al libro a partir de la Revolución Francesa de 1789, cuando deja de aludir a un movimiento astronómico para significar una ruptura social y política. Luego, reflexiona sobre las relaciones entre revolución, dictadura y contrarrevolución, discutiendo la noción según la cual las revoluciones contienen en sí mismas el totalitarismo. La última parte se acerca a la necesidad de las revoluciones de destruir los símbolos de la dominación anterior para construir los propios. Para ello, se centra en tres de estas prácticas y/u objetos: barricadas, canciones y la bandera roja, símbolos que trascienden las fronteras espaciales y temporales, convirtiendo a la revolución en una experiencia transnacional y transhistórica.

El capítulo cuatro, “El intelectual revolucionario, 1848-1945” es el más analítico. Aquí Traverso presenta una conceptualización propia sobre el intelectual revolucionario: varones y mujeres que en distintos períodos y espacios articularon teoría y acción. Desarrolla y explica sus rasgos esenciales: compromiso ideológico y moral, utopismo, marginalidad bohemia, movilidad y cosmopolitismo. También ahonda en los “compañeros de ruta” y los motivos por los que sólo por períodos se acercaron a la revolución, y en el complejo lugar que las mujeres, a partir de su condición de género, tuvieron en la Rusia revolucionaria. Este capítulo es el que más se adentra en el mundo colonial, dedicando extensos fragmentos a recuperar figuras de Asia, América Latina y algunas africanas, y ofreciendo una tipología de los intelectuales revolucionarios del Sur.

“Entre la libertad y la liberación” se titula el quinto capítulo. En él, se describe cómo distintas corrientes de pensamiento y figuras intelectuales han entendido la “libertad”, historizando esas concepciones y atendiendo la intrincada relación entre dicho concepto y la revolución. Luego señala qué son la libertad y liberación para tres pensadores -Michel Foucault, Hannah Arendt y Frantz Fanon-, marcando potencialidades y límites de sus perspectivas. Finalmente, aborda un elemento crucial para tener una más profunda comprensión del presente siglo XXI en el que tantos movimientos de ultraderecha se autoproclaman “revolucionarios”: el vínculo indisociable entre libertad política y emancipación social.

En el último capítulo, “Historizar el comunismo”, se da un giro en el análisis: se centra en el comunismo antes que en la revolución. Traverso sostiene que no hay un único comunismo sino un “mosaico” de ellos y señala cuatro dimensiones que lo constituyen. La primera es la revolución, abordando la génesis de Octubre de 1917 durante la Gran Guerra y cómo en este específico contexto nace un paradigma militar de la revolución. En segundo lugar lo piensa como régimen y analiza el estalinismo como parte del proceso revolucionario ruso, con su totalitarismo -sin volverlo análogo al fascismo- y sus nexos con el pensamiento bolchevique. La tercera dimensión es el comunismo como anticolonialismo; aquí recorre la trayectoria de Mao Tse-Tung y la Revolución China, aborda desarrollos comunistas en América Latina y resalta cómo la circulación del ideario socialista en el mundo colonial llevó a reconsiderar al campesinado como un posible sujeto revolucionario. La cuarta dimensión es la socialdemocracia: cómo la existencia de la Rusia revolucionaria obligó a países occidentales a implementar, dentro de sus fronteras, un capitalismo “humano” como barrera para evitar la penetración del bolchevismo.

El último capítulo hace las veces de conclusión del libro y plantea ideas que recorren implícitamente el estudio entero. Sin desconocer la violencia que atravesó el siglo XX -la “era de las catástrofes” según Eric Hobsbawm-, Traverso sostiene que también fue el siglo de la revolución: “un tiempo de exaltadas esperanzas que hicieron del socialismo una utopía posible y concreta” (p. 583). Hasta octubre de 1917 se había teorizado acerca de construir un mundo diferente al capitalista; la Revolución Rusa convirtió la posibilidad en una realidad concreta. En esta trayectoria histórica, el derrumbe del comunismo en 1989 no sólo habría supuesto la naturalización del capitalismo como el modo de vida, además se llevó consigo la idea del comunismo como una revolución. Para poder pensar en alternativas en el presente e imaginar un futuro diferente, el historiador italiano sostiene que es necesario volver críticamente a las revoluciones, abandonando las visiones dicotómicas sobre ellas.

Como puede percibirse, este libro no sigue un recorrido lineal o cronológico: los saltos temporales son la tendencia, sin que ello implique ahistoricidad. Tampoco examina exhaustivamente el desarrollo de un único proceso revolucionario, sino que ofrece herramientas teóricas para pensar cualquier revolución. Sobre esto, debe destacarse que Traverso trabaja a partir de diversas revoluciones pero focaliza en dos casos europeos -la Revolución Francesa y los estallidos de 1848- y, ante todo, en la Revolución Rusa. Las fuentes recuperadas se relacionan mayoritariamente con octubre de 1917. Esto no quita relevancia al trabajo, pero desafía a quien lo lea a pensar otras revoluciones, especialmente del mundo colonial.

Este trabajo posee un formato ensayístico que hace que el extenso texto, sin resignar densidad explicativa, sea atrapante y de lectura fluida. Si bien la multiplicidad de entradas que lo constituyen dificulta señalar con exactitud el hilo conductor, constituye una contribución de importancia tanto para el ámbito académico como más allá de este. Para las Ciencias Sociales representa un ejemplo de la necesidad de comprender los conceptos y sus significados dentro de sus específicos contextos: las ideas no son independientes de las personas que las sostienen -en este sentido, el libro bien podría llevar por subtítulo “Una historia conceptual”-. Además, especialmente para quienes trabajan sobre figuras intelectuales, aporta una concisa definición del intelectual revolucionario.

Para el cierre, destaco que Revolución brinda herramientas para pensar el presente y el futuro, porque pone el foco en la construcción que los seres humanos hacen de la historia. Señala que las revoluciones no fueron lineales, con un punto final -constituido por el totalitarismo estalinista- predestinado. La violencia fue una de sus dimensiones, no la única. La libertad, la emancipación y la liberación -promesas de futuro-, forman también parte de las revoluciones. De lo que se trata, en definitiva, es de recuperar la agencia humana en estos procesos y de construir nuevos mundos a partir de las esperanzas y necesidades de los hombres y mujeres que inventan la revolución.

 

 

 

Magalí Mayol

Profesora en Historia y Becaria de Investigación de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue (Argentina). Maestranda en Historia Intelectual por la Universidad Nacional de Quilmes.

mayolmaga@gmail.com

ORCID https://orcid.org/0000-0002-2889-7476