Las nuevas formas del gobierno sobre la vida, riqueza, precariedad y libre competencia

 

Luis Elias Darte Vásquez(*)

 

 

Resumen

 

El presente artículo pretende establecer las nuevas formas de gubernamentalidad neoliberal a partir de contrastar la idea de riqueza entre el liberalismo clásico y el modelo neoliberal desde el análisis propuesto por Michel Foucault. Derivado de este ejercicio se establecen las formas de gubernamentalidad biopolítica en el neoliberalismo, identificando las rupturas y similitudes entre ambos modelos. Y, buscando determinar si existe un tránsito desde la riqueza hacia la precariedad como fin último del estado, planteamiento sostenido por Isabel Lorey. Se analiza, entonces, la precariedad como fenómeno económico y ontológico, así como las implicaciones biopolíticas derivadas de este análisis.

Se concluye que, existe un tránsito de la idea de riqueza desde el liberalismo al neoliberalismo, convirtiendo este concepto en excedencia, y que los estados neoliberales no producen precariedad, pero sí la administran y exacerban a fin de ejercer un control gubernamental basado en la biopolítica.

 

Palabras clave: Gubernamentalidad; Neoliberalismo; Precariedad; Riqueza; Biopolítica.

 

 

The new forms of governance over life, wealth, precarity, and free competition

 

Abstract

 

This article aims to establish the new forms of neoliberal governmentality by contrasting the concept of wealth between classical liberalism and the neoliberal model through the analysis proposed by Michel Foucault. As a result of this exercise, the forms of biopolitical governmentality in neoliberalism are identified, highlighting the ruptures and similarities between both models. Additionally, it seeks to determine whether there is a transition from wealth to precarity as the ultimate goal of the state, a proposition advocated by Isabel Lorey. The article then analyzes precarity as an economic and ontological phenomenon, as well as the biopolitical implications derived from this analysis.

The conclusion drawn is that there is a transition from the concept of wealth from liberalism to neoliberalism, transforming this concept into surplus, and that neoliberal states do not produce precarity but rather manage and exacerbate it in order to exert government control based on biopolitics.

 

Key Words: Governmentality; Neoliberalism; Precarity; Wealth; Biopolitics.        


Las nuevas formas del gobierno sobre la vida, riqueza, precariedad y libre competencia

 

 

Introducción

 

La consecución de riqueza como motor del modelo económico liberal fue, durante la implantación del mismo, difícil de alcanzar para todos los sujetos y poblaciones en la medida en que  terminó convirtiéndose en el privilegio de unos pocos y las altas concentraciones de riqueza se hicieron cada vez más evidentes; aunque autores como Thomas Piketty apuntan a que a través de la historia existe una creciente tendencia a la igualdad social, económica y política (Piketty, 2021, p. 9). En el escenario actual, y bajo la batuta del neoliberalismo, las altas concentraciones de riqueza son un factor preponderante; Al respecto podemos mirar la situación de Estados Unidos, país que se erige como uno de los principales representantes del modelo neoliberal, allí se estima que el 1% de la fuerza laboral que dirige las grandes corporaciones y empresas devenga más del 20% del total de ingresos de los trabajadores de la nación. Un director de una gran empresa puede tener un salario doscientas veces superior al promedio del salario del resto de los trabajadores (Reich, 2015, p.141).

Existen marcadas diferencias entre lo que propuso el modelo liberal y lo que propone el neoliberalismo en cuanto a la producción y distribución de la riqueza. ¿En qué consisten estas diferencias? La principal resulta ser que bajo el modelo liberal no existe una clara separación entre producción y distribución de riqueza. Si bien en el liberalismo clásico se entiende que son dos procesos diferentes, se asume, de forma a priori y cuasi ingenua, que gracias a los principios naturales que dirigen las conductas del ser humano, la distribución se iría equiparando en la medida en la cual la producción de riqueza aumentara, por ello Adam Smith es consistente en afirmar que la riqueza de las naciones se encuentra en la distribución del trabajo. Se consideraba, desde el liberalismo clásico, que la sujeción irrestricta a la libertad económica de manera individual posibilitaría un orden natural casi divino, que dejaría a todos los sujetos satisfechos (Tagle, 1989, p. 1). Al no ocurrir esto en la realidad, el modelo liberal no logró satisfacer a los sujetos y poblaciones y como respuestas surgen colectivismos, fascismos y neoliberalismo.

El experimento de un mercado que no estuviera regulado por el Estado mostró la cara más despiadada de un modelo económico, similar en muchos aspectos a la esclavitud, dado que la inserción que la mayoría de las poblaciones logró dentro del sistema de libre mercado estuvo relegada a tener como única opción la de vender su fuerza laboral (Callinicos, 2006, p. 276). El liberalismo planteó que en la medida en que el interés particular jalonara la riqueza individual se lograría la riqueza colectiva, de forma natural (Dolores, 2017, p. 315). Y es debido, en gran parte, a esta posición un tanto utópica, que a los estados liberales les importó poco ocuparse del problema de la distribución de la riqueza, asumiendo de forma a priori que no era necesaria su intervención para regular el mercado y, mucho menos, las condiciones laborales. La crítica que los colectivismos hicieron a los postulados del liberalismo económico se centró en denunciar esta realidad y en establecer que la función principal del Estado debía ser la de garantizar igualdad en la distribución de la riqueza y que, por ende, era necesaria una transformación total de la estructura social, a partir de una revolución que permitiera esta transformación (Castel, 1995, p. 18). Sin embargo, todo no estaba dicho para el liberalismo como sistema y, lejos de desaparecer, debido a su fracaso en garantizar la riqueza para sujetos y poblaciones, se reinventó a partir de nuevas lógicas que dieron lugar a otras formas de gubernamentalidad, entendidas desde Foucault, y en palabras de Edgardo Castro, como las maneras de gobernar (Castro 2005, p. 236).  Estas maneras tienen, además, profundas implicaciones ontológicas de las que trata este artículo.

 

El tránsito de la riqueza a la competitividad

 

El liberalismo económico sienta sus bases en asumir que tanto los sujetos como el Estado que los gobierna tienen como fin último el bienestar y la riqueza individual y colectiva, es por ello que como modelo económico persigue los mismos fines. En este sentido Michel Foucault entiende la gubernamentalidad del Estado liberal como una consecuencia de su capacidad para ejercer el control sobre los sujetos y poblaciones, desde la perspectiva Foucaultiana la política no consiste en el mero ejercicio formal de regular sujetos a través de leyes, sino en intervenir en la vida de estos sujetos y poblaciones en todos los niveles, lo que se reconoce como biopolítica (Benente 2017, p. 19). De manera que, como lo afirma Gustavo Chirolla: “el liberalismo ha de entenderse, no como una doctrina económica o como una ideología, sino, más exactamente, como una tecnología de gobierno sobre la conducta económica y moral de los hombres” (Chirolla, 2011, p. 167).  En este sentido, la gubernamentalidad liberal posibilita el dominio de sí y de los otros, a partir de un discurso que ejerce un control disciplinario y un poder pastoral, en virtud de los fines mayores propuestos por el liberalismo (Urabayen & Casero, 2018, pp. 70-71).  Así, entre economía y política no existe mayor distinción: el Estado ejerce un poder paternal en el que gobierna sobre las personas a la manera en que un padre gobierna su casa, teniendo como objetivo primordial ejercer dominio bajo el pretexto de garantizar seguridad, bienestar y riqueza (Vega, 2017, pp.136-137).

En relación con el liberalismo, el neoliberalismo mantiene un discurso de libertad absoluta para los sujetos, de libre empresa y seguridad, pero bajo este modelo la gubernamentalidad del Estado no se asienta sobre los mismos fines que soportaron la gubernamentalidad liberal. En este punto, entra a jugar un papel preponderante aquello que Isabell Lorey ha denominado precariedad, entendida como un modo de vida agravado por un modelo que mantiene al sujeto inseguro, vulnerable y amenazado (Lorey, 2016, 17). Según dicha autora el modelo neoliberal no procura la riqueza del individuo, más bien exige e induce la precariedad; y, bajo este supuesto, el Estado suscita discursos cuyo principal objetivo es mantener la gubernamentalidad a partir de la administración de las inseguridades, los miedos y las vulnerabilidades de los sujetos (Fernández, 2014, p. 87). 

En las sociedades en las que está implantado el neoliberalismo como modelo político-económico, un ser humano es preparado para ser competitivo, incluso desde antes de nacer. La planificación familiar, por ejemplo, tiene como finalidad que los seres humanos nazcan en un ambiente controlado que garantice, con éxito, unas mínimas condiciones de supervivencia, alimentación, refugio, educación, salud, entre otras variables que son propias de esta sociedad. Las acciones educativas y de intervención que propone el Estado se encuentran, en su mayoría, orientadas a mantener estos mínimos, dado que de ellos dependerá la supervivencia de las poblaciones y de los individuos que las componen. Este tipo de acciones no consisten, únicamente, en atender patologías sino en procurar anticiparse a todo aquello que ponga en riesgo la vitalidad de los sujetos (O´Malley, 2011, p. 15). Los controles de crecimiento y desarrollo, los programas de vacunación, los complementos dietarios y la alimentación saludable para madres gestantes, las pruebas de laboratorio y ecografías e, inclusive, la posibilidad de la interrupción del embarazo ante una patología grave, son ejemplos claros de la intervención biopolítica de un Estado que prepara a los individuos y poblaciones para la competitividad.

En una sociedad donde el Estado, de manera a priori, no procura garantizar riqueza, se encuentra en clara desventaja quien no posee unos mínimos que le posibiliten desarrollar su vida dentro de unos preceptos considerados de normalidad. Ser normal es estar sano, poder competir dentro de un mercado cuyas reglas hacen difícil que lo hagan quienes están enfermos, es por ello por lo que se acepta y, hasta se demanda, una intervención biopolítica que sea predictiva y que evite la ocurrencia de la anormalidad (Garcia & Ávila, 2015, p. 120).  Pasar del Estado liberal al Estado neoliberal implicó que no se asumiera que la simbiosis entre libre mercado y democracia como modelo político-económico garantizaría la riqueza, pero sí que garantizaría la posibilidad de la libre competencia. Tomando como referente la perspectiva foucaultiana, es pertinente precisar que existe una clara distinción entre libre mercado, concepto propio del liberalismo clásico y la libre competencia, idea introducida a partir del neoliberalismo.  En el concepto de libre mercado, el Estado era un simple espectador que debía intervenir lo menos posible, en el mercado, dado que se pensaba que este se regulaba de forma natural; mientras que en el concepto de libre competencia, mercado y Estado conforman una unidad indivisible que de manera artificial y continuada regula las condiciones para que la libre competencia pueda darse. Esta intervención, por supuesto, es necesaria en todos los niveles del orden social, con regulaciones que van desde cuestiones tan propias del mercado como los impuestos, hasta situaciones tan particulares de la ética del ser humano como la posibilidad de decidir sobre la vida y la muerte (Foucault, 2007, p. 151).

La libre competencia es el producto más elaborado y tal vez el único fin que, a partir del liberalismo clásico, logra incorporar el neoliberalismo como resultado de la articulación mercado-Estado. La libre competencia es el motor del modelo neoliberal y se compone de tres variables, a saber. La libertad, como un medio y no como un fin; la posibilidad de competencia, como una condición esencial del ser humano y de la sociedad en su conjunto, y la responsabilidad exclusiva del sujeto en el éxito o fracaso derivado de sus acciones en el marco de la libre competencia. Cada una de estas tres variables debe ser abordada de manera independiente y en conjunto con las demás. Y de cada una de ellas se desprenden nuevas formas de gubernamentalidad asociadas, en su mayoría, a los conceptos de biopolítica y precariedad. En la medida en que estas variables sean analizadas es posible que aparezcan otras características concomitantes que puedan parecer notorias; empero, son estas tres los principales componentes de la libre competencia en el marco del modelo neoliberal.

La libertad como un medio y no como un fin es la primera característica de la libre competencia bajo el modelo neoliberal. El liberalismo clásico entiende la libertad como un principio de estructuración de los estados modernos, el sujeto de manera natural es libre para someterse al gobierno del Estado y no es libre por la acción del Estado; es decir que él por voluntad se somete al gobierno y esto obliga a dicho Estado a no transgredir la ley natural sino a perseguir como fin último mantener esta libertad como un derecho natural (Suárez-Iñiguez, 1992, p. 11). Para el liberalismo, el principio fundamental de garantía de esta libertad consiste en que el Estado deje fluir libremente y con naturalidad al mercado, para que los sujetos en virtud de sus propios intereses se procuren las cosas necesarias y cómodas para la vida, es decir la riqueza. Es un principio iusnatural en el cual, en la medida en que se garantiza la libertad se procura también la riqueza. Para el neoliberalismo, en cambio, la libertad no es un fin que deba, esencialmente, procurar el Estado, más bien se asume como el medio para llegar a un fin que, en la lógica del mercado, se considera superior, la posibilidad de competir. En esta medida existen unos niveles de regulación aceptables y necesarios por parte del mercado-Estado que condicionan esa libertad, el Estado no tiene el deber de dejar fluir al mercado libremente, tiene el deber de regularlo de manera artificial para garantizar la libre competencia. El Estado controla la libertad como medio para garantizar la posibilidad de competir, interviene sobre la sociedad misma para que los mecanismos competitivos actúen como reguladores (Foucault, 2007, p. 179).

La intervención del Estado en las libertades de los sujetos y poblaciones con el fin de regular la libre competencia no es sólo aceptada, es exigida. Desde la perspectiva del liberalismo clásico cualquier situación propia del mercado debe ser controlada por el mercado mismo y no por el Estado, porque de hacerlo, el Estado entraría a restringir al libre mercado y, por ende, las libertades de los sujetos. Por el contrario, el modelo neoliberal considera la libertad como un bien preciado, pero en virtud de la libre competencia, no es la libertad un fin en sí mismo, es el medio para dar garantía de esa libre competencia. No importa si se es libre o no como principio natural, los sujetos y poblaciones que están inmersos en el modelo neoliberal están sometidos a las regulaciones que en virtud de la libre competencia se dan a partir de la articulación mercado-Estado. Y estas regulaciones se dan en todos los niveles de la vida de dichos sujetos y poblaciones, sometiendo su libertad a ser un medio que cobra validez en la medida en la que sirve a la libre competencia, las prácticas gubernamentales están plenamente orientadas a la intervención de las libertadas sociales (Foucault, 2007, p. 180).

El que bajo el modelo neoliberal la libertad sea un medio y no un fin tiene enormes implicaciones políticas, económicas, antropológicas, sociológicas, éticas y ontológicas. Surge un sinnúmero de interrogantes para ahondar en todo lo que implica esta afirmación. ¿Si la libertad del ser humano está condicionada por el mercado, es el ser humano realmente libre?, ¿terminaría este ser humano aceptando todas las regulaciones que imponga el mercado-Estado siempre y cuando se le dé garantía de poder competir?, ¿tienen estas imposiciones límites morales o el ser humano le ha dado un cheque en blanco al mercado-Estado para que haga con sus libertades lo que quiera en virtud de la garantía de la libre competencia?, ¿son realmente conscientes los sujetos y las poblaciones de esta realidad? Y la que resulta ser más importante para esta reflexión, ¿esta regulación de la libertad en virtud de la libre competencia precariza al ser humano? Se debe intentar dar respuesta a estos interrogantes, por ahora basta con reafirmar que, a diferencia del liberalismo clásico, la libertad es para el neoliberalismo un medio y no un fin en sí misma.

La segunda característica que compone la libre competencia, consiste en la posibilidad de permanecer inserto dentro del sistema como una condición esencial del ser humano. Como consecuencia de la monopolización del mercado y del déficit social derivado de la implantación del modelo económico liberal surgieron múltiples respuestas, pero sólo dos de ellas han tenido gran repercusión en el ámbito político-económico mundial, por un lado los colectivismos, que propusieron la utopía de la igualdad en la distribución de la riqueza, bien fuera regulando o eliminando las diferencias de clases, y, por el otro, el nuevo liberalismo que propuso su propia utopía, más práctica y menos revolucionaria, pero más eficiente, si se quiere, en términos económicos, la utopía de la libre competencia.

Para el modelo neoliberal la libre competencia no es una condición accidental del ser humano, este concepto encierra, en sí mismo, la oportunidad de poder competir; el estar dentro de un mercado cuyas reglas son consideradas justas por dos razones, la primera es que, en teoría, no excluyen a nadie y la segunda es que son alimentadas y equilibradas de forma permanente por la articulación existente entre mercado y Estado, allí el ser humano no se define como productor, tampoco como librecambista ni como consumidor, es la empresa (Foucault, 2007, p. 211). Si se habla en términos ontológicos, para el neoliberalismo la pura posibilidad antropológica del ser humano reside en poder competir dentro del mercado, allí se conjugan ser en acto y en potencia, permitiendo a los individuos lograr su mayor potencialidad (Dueñas, 2012, p. 49).

Un neoliberal es, en esencia, alguien que está dentro de un mercado de libre competencia, no lo definen ni sus creencias ni sus actos; antes bien, lo define el hecho de que, a pesar de todo ello, está en posibilidad de competir dentro del mercado en un equilibrio entre sus propias aspiraciones, las de la sociedad y el poder del Estado (Vargas, 2007, p. 16). No es neoliberal por elección, nació dentro de un sistema de libre competencia en el que la mayoría de las situaciones que se dan en su día a día implican que deba competir para lograr su subsistencia y por ello demanda una intervención del Estado en la sociedad, buscando la garantía de esta. Para el sujeto resulta más importante la libre competencia incluso que la vida, la libertad, la seguridad y otros derechos esenciales de la condición humana. Como ejemplo, podemos tomar lo que ha ocurrido en Chile con el Código de aguas, una regulación nacida en ese país a principios de los ochenta y cuyo propósito era fortalecer la propiedad privada sobre un bien esencial para la vida, el agua. En un sistema distinto al de libre competencia resultaría inadecuado, y hasta oprobioso, la privatización de un bien necesario para la subsistencia de los seres humanos; sin embargo, al interior del modelo neoliberal la libre competencia puede llegar a estar por encima de esas disertaciones éticas. Es más, se afirma con argumentos y datos estadísticos, que validan dichas afirmaciones, que esta regulación ha sido beneficiosa porque ha posibilitado la reasignación de derechos y sirve como referencia para otros países que quieren adelantar regulaciones en tal materia (Dourojeanni & Jouraviev, 2001, p. 442).

Desde esta perspectiva, lo que en esencia define al ser humano en una sociedad de libre competencia es, precisamente, ser parte de esa libre competencia. Visto así, el sujeto y las poblaciones que se componen de estos sujetos son piezas de un engranaje cuya principal razón de ser es la de garantizar que, a partir de su hacer, el mercado avance. Reemplaza esta idea a la capacidad de razonar, experimentar, de distinguir entre lo bueno y lo malo, la de soñar u otras tantas características propuestas como esenciales del ser humano, y no lo hace desde el punto de vista teórico, lo plantea desde lo fáctico. Las discusiones éticas, políticas, o de cualquier otra índole van, sistemáticamente, siendo reguladas por la libre competencia, a la articulación mercado-Estado no debe escapar nada, todas las acciones del ser humano caben allí. Al respecto se puede tomar también como ejemplo actividades que en un principio pudieron parecer ajenas a la libre competencia y que actualmente son objeto de regulación por parte del mercado-Estado, como es el caso de los deportes o la religión. No existe esfera de la vida de los sujetos en la que no intervenga la libre competencia, esta termina entonces siendo de manera fáctica su esencia; es algo que los define en la medida en que está presente en todo lo que hacen. 

La tercera característica o tercer elemento propio de la libre competencia es, la responsabilidad exclusiva del sujeto en su éxito o fracaso derivado de sus acciones en el marco de esta. Independientemente de las decisiones que tome el Estado en su articulación con el mercado, un sujeto que está en posibilidades de competir será el único responsable de su éxito o fracaso. En la libre competencia la desigualdad no es mirada como un problema; es más, se considera el factor que equilibra el mercado, pues en este juego de desigualdades avanza la libre competencia (Murillo, 2011, p. 102). Por ello, tener éxito o fracasar en cualquier empresa no implica que el juego haya terminado, los sujetos seguirán dentro del juego de la libre competencia y estarán en posibilidad de competir. Durante las crisis colectivas muchos se enriquecen y este es el juego de la libre competencia, un éxito o un fracaso económico son temporales, por eso se debe permanecer alerta y aprovechar siempre las oportunidades de mercado. Desde esta perspectiva, cada acción que los sujetos y poblaciones emprendan debe estar orientada a garantizar la competitividad y sus equivocaciones pueden ser capitalizadas por alguien más e incluso por sí mismo; así el sujeto debe aprender de sus propios fracasos y de los fracasos de otros para garantizar el éxito mientras siga estando en el juego de la libre competencia.

A simple vista este planteamiento pudiera parecer algo muy normal y sin mayores implicaciones; sin embargo, encierra un individualismo complejo y profundo, uno que sacude las bases ontológicas de la construcción del ser humano como un ser social; el zoon politikón aristotélico entra a ser reevaluado a partir de una idea más darwinista del relacionamiento social. Al respecto Bauman afirma que el ser humano está en una especie de destrucción creativa que parece una versión siniestra de un juego de sillas (Bauman, 2005, p. 7). La mayoría de las veces los sujetos y las poblaciones compiten por las mismas oportunidades, construyen un éxito derivado del fracaso de otros y no asumen responsabilidades en la generación de inequidades o desigualdades. En cuanto al reconocimiento de elementos comunes a su propia humanidad ya no, necesariamente, son una sociedad; más bien se reconocen muchas veces como aquello que Di Giorgi ha denominado multitud, entendida como un conjunto indiferenciado de sujetos incapaces de voluntad y de acción particular, sin representación (De Giorgi, 2006, p. 106). Pero existe una consecuencia más de esta profunda individualidad y es que cuando todas las acciones están orientadas al éxito en el marco de la libre competencia, el fracaso genera exclusión y, por ende, negarse a competir no es una opción. Negarse a competir es estar destinado al fracaso, ser excluido, precarizado y ser considerado un fracasado.

 

Riquezas y precariedades ontológicas

 

De las tres características, fundamentales, propias de la libre competencia que son: la libertad como un medio y no como un fin, la posibilidad de competencia como una condición esencial del ser humano y de la sociedad en su conjunto, y la responsabilidad exclusiva del sujeto en el éxito o fracaso derivado de sus acciones en el marco de la libre competencia. Derivan las formas de gubernamentalidad neoliberal y las consecuencias que las mismas ejercen sobre la condición del ser humano, planteando para él una precariedad ontológica que merece un análisis a profundidad.

La libertad como medio y no como fin es una característica fundamental de la libre competencia como motor del modelo neoliberal y a partir de ella se configura un entramado de acciones gubernamentales que de muchas maneras acentúan la condición de precariedad ontológica de sujetos y poblaciones. En algún momento de la historia, la filosofía ha propuesto la libertad como condición inherente del ser humano y como un fin de su actuar; sin embargo, en su análisis de la idea nietzscheana de la libertad, Albert Camus plantea que Nietzsche establece la paradoja de la libertad como una adhesión total a una necesidad total y en este sentido reemplaza la pregunta ¿libre de qué? por ¿libre para qué? (Camus, 2019, p. 109). Entendiendo que la libertad implica, como tal, un propósito. Por ello no resulta acertado afirmar, de forma a priori, que el hecho de que la libertad se convierta en un medio sea algo negativo. Empero, en virtud de este propósito la libertad puede estar a favor del ser humano o, paradójicamente, convertirse en una prisión. Y esto opera así porque en la medida en que se es libre para, estas elecciones van condicionando la libertad, es decir que se puede elegir tener menos libertad. Es este el caso del ser humano bajo el modelo de libre competencia, allí se le concibe, desde antes de nacer, como un sujeto apto para competir, por ello es un ser humano que tiene una capacidad de elegir limitada a la libre competencia. A pesar de que sus elecciones pudieran parecer puramente libres, están condicionadas por la libertad económica como factor que le impone estas elecciones y le restringe opciones, en palabras de Milton Friedman las personas, naturales y jurídicas, operan dentro del libre mercado y este actúa como sistema de libertad económica y como una condición política para la libertad (Friedman, 2022, p. 36).

Bajo el modelo neoliberal el sujeto parece entregar la libertad a cambio de seguridad y bienestar, como la haría bajo la visión naturalista del liberalismo; sin embargo, termina entregando también intimidad y posibilitando la intervención del mercado-Estado en decisiones de vida que son mucho más personales. En un modelo de libre competencia, la toma de decisiones no está mediada únicamente por la seguridad y el bienestar como elementos de las cosas necesarias y cómodas para la vida, también lo está por la posibilidad de seguir compitiendo en el mercado con todo lo que se es y se posee; en este sentido, además de poder conseguir riqueza, importa mantener la posibilidad de competir, se compite con todo lo que se es y con todo lo que se hace. A los sujetos y las poblaciones dentro del modelo neoliberal parece no importarles, entonces, que las limitaciones actúen sobre su intimidad o su privacidad, sino sobre el mercado. En este sentido opera el planteamiento foucaultiano de que la racionalidad gubernamental que fundamenta el modelo neoliberal no actúa sobre el mercado sino sobre los sujetos y poblaciones que compiten dentro de él (Saidel, 2018, p. 23). No es esto ninguna novedad, puesto que ha sido ya planteado de muchas maneras; sin embargo, la novedad reside en mostrar la precariedad ontológica que esto produce. ¿Cómo se puede pensar un ser humano por fuera de la racionalidad instrumental del mercado?, ¿le permite esta racionalidad instrumental siquiera el tiempo para pensarse?, ¿producir riqueza lo hace necesariamente rico? En un modelo donde la libertad se pone a disposición de la competencia, el ser humano es libre sólo en la medida en la cual pueda competir y le es casi imposible sustraer sus elecciones de esta realidad por varias razones.

La primera es que al estar dentro del modelo no necesariamente se percibe como como un sujeto que sacrifica su libertad en virtud de la competencia, él hace parte de una población que ha naturalizado los mecanismos de autorregulación que restringen sus libertades (Gago, 2013, p. 143). No son para él ajenos sino necesarios todos los mecanismos de intervención biopolítica que se dan de manera natural en la población, incluso, como ya se había dicho, desde antes de nacer.

La segunda reside en que el neoliberalismo tiene una sola manera de abordar la riqueza y múltiples maneras de abordar la pobreza. Recordemos que el concepto liberal de riqueza consistía en las cosas necesarias y cómodas para la vida, este concepto estructuralmente está ligado a un sujeto, ya que, si se afirma cosas necesarias y cómodas para la vida, es indispensable preguntar: ¿para la vida de quién?, ¿para la comodidad de quién? Y se entiende, entonces, la riqueza orientada al sujeto, hay alguien que es rico, alguien que posee esas cosas necesarias y cómodas para la vida.  En el neoliberalismo, en cambio, el concepto de riqueza está intrínsecamente desligado de sujetos y poblaciones. Para un modelo de libre competencia no resulta un problema quién posea esta riqueza sino el hecho de que se produzca riqueza ¿Existe entonces la riqueza como un fenómeno independiente del sujeto? Marx fue un crítico especial en este sentido cuando distinguió valor de uso de valor de cambio, el valor de uso se refiere a la posesión de las cosas y a su uso en función de lo necesario y cómodo para la vida, mientras que el valor de cambio se refiere a la posibilidad del intercambio comercial que otorgan estas cosas y propone, el mismo Marx, que en el sistema capitalista se privilegia el valor de cambio sobre el de uso (Aviñó, 2018, p. 72). Para el neoliberalismo no existe el problema marxista del valor de uso frente al de cambio, el eje central es la libre competencia y, en este escenario, pueden ser ambos valores una y la misma cosa o distintas si se quiere. Pero su enfoque está orientado a la inserción y permanencia de sujetos y poblaciones dentro de la libre competencia, de manera que la dinámica misma del mercado produzca riqueza, independientemente de si esta es para uso de esos sujetos y poblaciones.

Esta idea es muy relevante y por ello se hace necesario ampliarla, la riqueza como un fenómeno independiente del sujeto es una deriva ontológica del modelo neoliberal, ya dentro del liberalismo clásico e incluso desde otros modelos económicos, la riqueza sólo puede existir como una cualidad del sujeto, el hombre rico, pero a partir de un modelo artificial de libre competencia la riqueza pasa a ser una entidad independiente del sujeto. ¿Qué es la riqueza entonces dentro del modelo neoliberal? Alessandro de Giorgi plantea que transitamos de un régimen productivo caracterizado por la carencia a uno cuya característica fundamental es la excedencia. La excedencia es entendida por este autor como un fenómeno asociado al cambio del modelo fordista al postfordista, que generó, por un lado, un proceso negativo en la medida en que hay sujetos y poblaciones que pasan a estar por fuera de la posibilidad de entrar en el mercado de libre competencia y, por otro lado, un proceso positivo que obligó a estos sujetos y poblaciones a competir dentro del libre mercado con maneras distintas a la simple producción en serie de mercancías (De Giorgi, 2006, p. 90). Para entender la idea de lo que es riqueza bajo el modelo neoliberal hay que partir de la concepción positiva del concepto, excedencia es aquello con lo que pueden competir sujetos y poblaciones dentro de un esquema de libre competencia, excedencia es la riqueza para el neoliberalismo.

Una excedencia se compone de dos variables: una ventaja para competir dentro del mercado y la generación de excedentes a partir de esa ventaja. En este sentido es un concepto muy amplio que puede estar asociado a un capital, a un conocimiento, a una virtud, a un don, entre muchas otras cosas; una excedencia es siempre una posibilidad de competir y generar excedentes a partir de una ventaja. La excedencia parte de las desigualdades propias del mercado que son necesarias para la competencia y de los excedentes que estas generan a partir del ejercicio de competir. Es importante diferenciar aquí el concepto de excedencia del concepto de excedente, el excedente es lo que pueden acumular sujetos y poblaciones y, por ende, está más ligado al concepto liberal de riqueza, es el valor de uso.[1] La excedencia no es algo que se pueda poseer, es simplemente una posibilidad en la que se conjugan una ventaja para competir y unas oportunidades de generar excedentes. Ilustremos esta diferencia con un ejemplo, en el liberalismo los excedentes de capital los poseían los grandes capitalistas y por ello se produjo el déficit social y la monopolización del mercado, no todo el mundo tenía acceso a la posibilidad de competir y los excedentes que se producían estaban en manos de pocos; en el neoliberalismo todos, o casi todos, los sujetos y poblaciones están en posibilidad de competir y pueden generar excedentes. Si un sujeto, ya sea natural o jurídico, no es dueño de capital, pero tiene el conocimiento y el relacionamiento puede competir con el capital de otro, en bolsa, en inversión, en renta, entre otros; si lo que tiene es un conocimiento o una habilidad puede competir con eso, ya sea que venda su tiempo en relación con ese conocimiento, ya sea que ofrezca servicios; si lo que tiene es un don o una virtud para la música, el deporte, o cualquier otra actividad con eso puede competir dentro del mercado.

La excedencia es esa ventaja que le permite a sujetos y poblaciones competir dentro del mercado, no le asegura las cosas necesarias y cómodas para la vida, le asegura la posibilidad de poder competir. Y aquí está la diferencia entre la riqueza bajo el modelo liberal y el modelo neoliberal, en el liberalismo es rico quien posee excedentes, en el neoliberalismo es rico quien tiene excedencias, o sea posibilidad de poder competir; independientemente de si se provee o no las cosas necesarias y cómodas para la vida. Las excedencias no se poseen, son temporales y contingentes, una mala inversión puede hacer perder el capital, el conocimiento y las competencias de un sujeto pueden dejar de ser requeridas en el mercado, el talento se puede escapar, una lesión puede dejar a un deportista por fuera de la competencia, entre otros factores que hacen que esta excedencia no pueda ser permanente. En la libre competencia del modelo neoliberal un día un sujeto puede ser el mejor futbolista del mundo y ganar el balón de oro y al día siguiente una lesión, o la edad, pueden convertir al mismo sujeto en un comentarista deportivo. Esta es una mirada unidireccional de la riqueza como una condición independiente de los sujetos y poblaciones, la riqueza como excedencia es siempre relativa y no está ligada al sujeto que la produce o la posee; a veces el sujeto tiene la ventaja para competir, pero no produce excedentes, incluso poseer el capital no le asegura permanecer vigente en el mercado de libre competencia, bajo este esquema el capital, los sujetos y las poblaciones se deben mover de acuerdo con los factores cambiantes del mercado y deben hacerlo de manera vertiginosa. 

Al cambiar la idea de riqueza cambia, entonces, la idea de pobreza, Isabell Lorey identifica que en el modelo neoliberal se plantean muchas visiones de pobreza, pero destaca lo que se denomina pobreza relativa y absoluta; la pobreza relativa, al igual que la riqueza, es inherente a las desigualdades propias del mercado y a la condición de contingencia de las excedencias de los sujetos y poblaciones (Lorey, 2016, p. 75). Se es pobre de manera relativa porque en forma temporal no se cuenta con una ventaja para competir dentro del mercado y generar excedentes o tal vez porque a pesar de esa ventaja no se generan excedentes, sea cual fuere la causa de la pobreza relativa, ella se refiere a no contar de manera temporal con excedencias. Esta es una pobreza que dentro del sistema de libre competencia es aceptable e, incluso, necesaria, dado que posibilita la continua reinvención del mercado derivado del esfuerzo de sujetos y poblaciones para volverse a insertar en el sistema de libre competencia. Pobreza relativa puede ser, por ejemplo, el resultado de una quiebra financiera que obliga de manera temporal a no tener excedencias, pero jalona la competitividad de sujetos y poblaciones porque les obliga a proponer políticas, planes y estrategias encaminadas a generar esas excedencias que les sigan permitiendo estar dentro del mercado.

En cuanto a la pobreza absoluta, esta se refiere a la imposibilidad total de competir, ya sea por exclusión, por miseria, por guerra o por cualquier otro factor interno o externo al propio mercado. La pobreza absoluta se refiere a los sujetos y poblaciones vulnerables de las que habla Judith Buttler quien concibe la vulnerabilidad como una condición desde la cual el ser humano se encuentra expuesto a fuerzas sociales, políticas e históricas que modelan sus formas de relación con los demás (Ríos, 2019, p. 15). Butler presenta la vulnerabilidad como un fenómeno ontológico, es decir, que hace parte de la esencia del ser humano y las que originalmente se ha mirado como precarias desde el punto de vista del análisis de la mayoría de los teóricos. Al respecto Lorey muestra que la pobreza absoluta es de la que más se ocupa el Estado neoliberal, dado que a este sólo le preocupa que los sujetos puedan quedar fuera de la libre competencia, es por ello por lo que aún hoy se sostienen algunas entidades de estado de bienestar heredadas del keynesianismo, buscando eliminar la pobreza absoluta, pero manteniendo las desigualdades propias del mercado que son asumidas como pobreza relativa (Lorey, 2016, p. 76). Bajo la idea del liberalismo clásico era pobre quien no poseía las cosas necesarias y cómodas para la vida, bajo la idea del neoliberalismo sólo es pobre quien no pueda competir, pero esta posibilidad puede ser relativa o absoluta. Es claro, también, que la riqueza o la pobreza no se miden en términos de posesión sino de posibilidad, y terminan siendo factores abordados como variables estadísticas dentro de la racionalidad propia del mercado; desde distintos puntos de vista, estas variables pueden ser asumidas con normalidad por las poblaciones.

La riqueza, como posibilidad de competir, es una abstracción tan elaborada que termina precarizando, de manera ontológica, a todos los sujetos y poblaciones dentro de un sistema de libre competencia. La riqueza como posibilidad es, en esencia, inseguridad, dado que no se es rico en acto sino en potencia; las cosas necesarias y cómodas para la vida no son el fin del sistema, lo son en cambio las excedencias que movilizan la libre competencia, y al ser tan contingentes y dinámicas ejercen sobre sujetos y poblaciones la obligación de mutar en la misma dinámica que se mueve el mercado. Esto restringe las libertades más esenciales, no siempre se vive donde se quiere, se vive donde haya posibilidad de competir; no siempre se estudia lo que se quiere, se estudia lo que posibilite competir; no siempre se escoge el relacionamiento que se quiere, se relaciona con otros sujetos que ofrezcan oportunidades para competir, el networking,[2] y así tantas acciones de la vida diaria de sujetos y poblaciones están condicionadas a esta posibilidad. Es, por tanto, necesario ahondar en estos condicionamientos, dada la importancia de poder determinar los alcances de esta precarización ontológica y las necesarias reflexiones que debe afrontar el ser humano en torno a las mismas.

 

Sujetos y poblaciones precarias

 

Transitar del liberalismo al neoliberalismo ha entrañado cambios políticos y socio-económicos esenciales, sustituir libre mercado por libre competencia implica unas formas de gubernamentalidad que se afirman en el autogobierno del homo economicus, entendido como un sujeto que permite la restricción de sus libertades en virtud de convertir su propia cotidianidad en un proceso de mercadeo permanente (Maca & Molina, 2018, p. 148). Esta restricción de las libertades es aceptada y asumida como parte de la vida cotidiana de sujetos y poblaciones, situación que ha posibilitado, también, transitar de la riqueza como fin último de los estados liberales a la precariedad como una condición inherente a las excedencias necesarias para competir dentro del modelo neoliberal, esta precariedad es un fenómeno económico, social y, sobre todo, ontológico. En cuanto a lo económico, la cualidad de hombre rico ha sido sustituida por la de hombre que está en posibilidad de producir riqueza; es decir, se ha cambiado riqueza por excedencia. Y no es esto una condición meramente accidental, es esencial en tanto que para la dinámica de libre competencia, el estar en posibilidad de generar excedencias es la principal finalidad de la articulación mercado-Estado; en una sociedad neoliberal las reglas de la libre competencia deben procurar que la mayor cantidad de sujetos y poblaciones estén en posibilidad de competir en medio de las desigualdades inherentes a sus condiciones  particulares, si en el acto de competir se adquiere o no riqueza es una condición temporal que importa sólo en la medida en que impida a los seres humanos el acceso al mercado.        

Es esta lógica la que ha posibilitado que la riqueza exista como una entidad independiente de sujetos y poblaciones, prueba de ello resulta ser la afirmación de Adela Cortina de que: “en los últimos ciento ochenta años la actividad económica total del planeta se ha multiplicado por cuarenta y nueve, con lo cual hay recursos suficientes para erradicar el hambre”(Cortina, 2017, p. 92). Afirmación que contrasta con las cifras de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que en un artículo sobre la cantidad de personas que padecen hambre, publicado en su página web, calcula que a 2019 más de 820 millones de personas carecían de alimentos suficientes para comer, de las cuales 135 millones padecían de hambre aguda (Organización para las Naciones Unidas, 2019). Lo que hace necesario preguntar ¿para quién se produce la riqueza? Si bien la desigualdad en la distribución de las riquezas ha sido una característica de los distintos modelos políticos y económicos que ha implementado la humanidad a través de su historia, en el caso particular del neoliberalismo se hace notorio que la producción de riqueza es muy superior a cualquier otro modelo que el hombre haya creado. Sin embargo, tal y como ha denunciado Oxfam: “El 1% más rico ha acaparado casi dos terceras partes de la nueva riqueza generada desde 2020 a nivel global (valorada en 42 billones de dólares), casi el doble que el    99% restante de la humanidad”(Oxford Commitee for Famine Relief, 2023). Entonces el aumento de la producción de riqueza no ha posibilitado una adecuada redistribución de esta; al contrario, se ha concentrado en unas élites y se ha traducido en precariedades económicas para gran parte de la población mundial, según destaca Matías Saidel:

 

Lazzarato afirma que desde los años 1980 comenzó una hipoteca a gran escala sobre el futuro de la humanidad, donde los individuos y países se encuentran cada vez más sometidos a los dueños del capital, al tiempo que los objetivos de las empresas quedan cada vez más supeditados a la presión de los accionistas, dando lugar a una gran concentración de beneficios y patrimonios (Saidel, 2018, p. 33).

 

Allí radica, en términos económicos, la gran diferencia entre el liberalismo y el neoliberalismo con respecto a la producción de riqueza. Los hombres ricos del modelo liberal se convierten, en el modelo neoliberal, en pobres hombres que producen riqueza.  Y no es esta situación una preocupación para el modelo neoliberal, puesto que se entiende la pobreza relativa como una condición necesaria de la dinámica propia de la competencia y se aceptan unos niveles tolerables de pobreza absoluta bajo la racionalidad instrumental del mercado-Estado (Lorey, 2016, p. 76). Como lo afirma Vicenç Navarro en un artículo sobre concentración de la riqueza publicado en su página web en 2011, lo particular de estas elevadas concentraciones de recursos es que la mayoría de estos grandes capitales se obtienen de la construcción de riqueza colectiva que luego es explotada con fines de lucro personales (Navarro, 2011). Como ejemplo se puede tomar una empresa cualquiera que es producto del capital que invierten varios accionistas, el esfuerzo y el compromiso que ponen los trabajadores, las relaciones mutuamente beneficiosas con proveedores y la confianza que en sus productos o servicios depositan clientes y consumidores. En este escenario aparecen mercaderes en bolsa que juegan con su valor en el mercado y que pueden a conveniencia, y de acuerdo con las circunstancias, comprar la empresa por menos de su valor real, venderla por más de lo que realmente pudiera costar, fusionarla con grupos empresariales más poderosos y toda una gama de acciones tendientes a generar exorbitantes rentabilidades a partir de una actividad que puede o no agregar valor en lo real y que más bien genera un valor especulativo. Es decir, crean una riqueza artificial produciendo ganancias que no están, por completo, asociadas al trabajo como fuente primordial de riqueza, en sentido totalmente opuesto a la idea de los padres del liberalismo de que la riqueza de las naciones se encuentra en la división del trabajo. 

Es ese el mundo de la especulación financiera que provocó la crisis de 2008, tras la caída del cuarto banco de inversión más grande de Estados Unidos, Lehman Brothers; crisis inducida por las hipotecas de alto riesgo en ese país y que se fue extendiendo por todos los mercados financieros mundiales. Esta situación fue, deliberadamente, provocada por la ambición de los directivos del banco y otros mercaderes, quienes en su afán de crear riqueza de manera artificial construyeron un sofisticado entramado de productos financieros soportados con deudas impagables, con el nefasto resultado de millones de personas perdiendo sus viviendas y sin que se asumiera mayor responsabilidad por parte de quienes lo provocaron; sin embargo, en medio de esta debacle económica algunas personas salieron ganando. Desde el mercado-Estado esta situación se asumió como algo natural que luego el mismo modelo de libre competencia corregiría; sin embargo, muchas personas quedaron temporalmente excluidas de la posibilidad de competir y entraron a hacer parte de las poblaciones de pobreza relativa que el modelo considera tolerables.[3] Este tipo de ejemplos muestran lo insignificante que es para el mercado-Estado el sujeto como ser humano, en frente a la necesidad permanente de producir riqueza como objetivo primordial del sistema y como entidad independiente del sujeto. La exclusión económica tolerada es, en esencia, precarización. Resulta paradójico que, en su afán de producir riqueza, el modelo económico neoliberal está generando precarización en forma permanente. Este fenómeno se presenta por dos razones, la primera es, como ya se ha afirmado, la existencia de la riqueza como una entidad independiente del sujeto, la segunda es la idea de que la precarización es un fenómeno aceptable, siempre y cuando la economía siga desarrollando sus procesos en el marco de la libre competencia.

En el modelo neoliberal, la acción reguladora del mercado-Estado sobre los seres humanos no tiene como objetivo procurarles riqueza, sólo está orientada a garantizarles condiciones para que participen en la libre competencia y, en este entendido, la intervención biopolítica se asume como necesaria para que los sujetos sean competitivos, siendo cada sujeto el empresario de sí, él es su propio capital humano compuesto de factores físicos, sociales y sicológicos que lo mantienen en posibilidad de generar excedencias (Landa & Marengo, 2016, p. 32). Al no ser la riqueza una cualidad, subsiste como posibilidad y desde allí se justifican niveles de exclusión económica y precarización; es decir, hay una pobreza absoluta que es tolerable. Esto se puede observar en todos los grupos poblacionales de la sociedad: por grupos etarios, en los que destaca el caso de los ancianos, que suelen ser excluidos por su baja productividad; por grupos geográficos, en los que se encuentran como ejemplos casi todo el continente  africano, así como parte de Asia y Suramérica, excluidos también de la posibilidad de competir; grupos según densidad poblacional, para los que la exclusión se concentra mayormente en la ruralidad y en suburbios urbanos; grupos víctimas de situaciones socio-políticas, en los que destacan los casos de los migrantes y de personas que viven bajo regímenes autocráticos y totalitarios; entre muchas otras poblaciones que hacen parte de las estadísticas anteriormente descritas. Es así como el modelo neoliberal posibilita, desde lo económico, una precarización consistente en la exclusión económica, tolerable, de poblaciones enteras.

Este fenómeno de precarización económica y exclusión tolerable no puede ser desligado de la condición ontológica del ser humano, la exclusión económica deviene en precarización ontológica de un ser humano que no puede proveerse lo esencial, que no es aceptado en una comunidad en la que sólo importa en la medida que pueda competir, que al no poder estar inserto en el mercado de libre competencia es invisibilizado por sus semejantes y está, tal como Lorey afirma, en un permanente estado de inseguridad:

 

Para muchas personas, la preocupación ansiosa ante la vulnerabilidad existencial resulta cada vez menos distinguible de un miedo que surge de la precarización. Ya no hay una protección fiable frente a lo imprevisible, frente a lo que no puede ser planificado, frente a la contingencia (Lorey, 2016, p. 95).

 

Bajo este esquema, en el cual al mercado-Estado no le importa la cualidad de hombre rico para los sujetos y poblaciones, la amenaza de la precariedad es una condición siempre permanente, dado que nada le asegura al sujeto permanecer en posibilidad de competir y de poder insertarse dentro de un mercado de vertiginosos cambios sociales, económicos y políticos, es verse permanentemente expuesto a lo que Lorey ha denominado una vulnerabilidad existencial (Lorey, 2016, p. 96). Así, el mercado está constantemente generando excedentes de sujetos y poblaciones enteras en virtud de su escasa o nula productividad, produciendo una exclusión que la sociedad en su conjunto tolera y, en buena medida, justifica. En su libro sobre la aporofobia, Adela Cortina muestra, por ejemplo, cómo el rechazo a las poblaciones de migrantes, por parte de la sociedad, está intrínsecamente ligado a la condición de pobreza absoluta en que se encuentran las mismas y así se reciben las aportaciones extranjeras que dan valor al crecimiento económico, mientras que: “las puertas de la conciencia se cierran ante los mendigos sin hogar, condenados mundialmente a la invisibilidad” (Cortina, 2017, p. 12).

Pero esta precariedad ontológica no es un fenómeno exclusivo de los sujetos y poblaciones económicamente excluidas, entraña el neoliberalismo características que extienden esta condición a todos los sujetos insertos en dicho modelo. La principal de ellas es la deshumanización del ser humano que radica en la fundamentación que la racionalidad instrumental del mercado-Estado le da al sentido de la existencia de este como sujeto, dicha existencia dentro de esta racionalidad cobra sentido de dos maneras; la primera es, como ya se había afirmado, el sentido de la existencia fundamentado en el estar en posibilidad de producir riqueza, lo que implica que no es un ser en acto sino en pura potencia, situación en la que se ve permanentemente amenazado por la posibilidad de ser excluido; la segunda, es que el ser humano se asume como parte de una población y es visto sólo como unidad que suma a una multitud, en el sentido anteriormente planteado por Alessandro De Giorgi, es un fragmento de ese conjunto indiferenciado de seres incapaces de voluntad y de acción particular, sin representación (De Giorgi, 2006, p. 107).

Con la aparición de la biopolítica como parte de la racionalidad instrumental del mercado-Estado se entiende, desde la perspectiva foucaultiana, el gobierno sobre la vida como una intervención sobre las poblaciones más que sobre los individuos, caracterizada por unas formas de gubernamentalidad que reemplazan, como lo afirma Marcos Elizondo, la necesidad de ser como eje fundante del sentido por un poder ser (Elizondo, 2020, p. 67). Un ser humano precarizado y sin un humanismo fundante se encuentra excluido de poder abordar su realidad primigenia y es ontológicamente precario, pero esta precariedad no consiste en una manera de ser que pueda fundamentar su esencia, es, más bien, una condición que se le sustrae a su existencia. Al respecto Lorey plantea:

 

La condición precaria no forma ningún fundamento, no puede ser definida en general, y no existe en sí misma. Permanece indefinida, precisamente porque siempre existe con relación a otros y por ende está invariablemente en relación con la posibilidad de acción política y social (Lorey, 2016, p. 106).

 

 No puede existir libre competencia donde no hay sujetos y poblaciones cuyos intereses individuales motiven la creación de riqueza; sin embargo, una riqueza que no trasciende los indicadores de crecimiento económico es, en esencia, una pobreza ontológica. Es una riqueza que no es pensada en relación con las cosas necesarias y cómodas para la vida de los sujetos que la producen y subsiste entonces como entidad independiente, llevando a estos sujetos y poblaciones a una condición de permanente amenaza y vulnerabilidad. De acuerdo con lo hasta aquí planteado la definición más acertada de lo que representa el ser humano para el neoliberalismo sería: sujeto en condición de posibilidad de producir riqueza. Es una definición tan ontológicamente pobre que podría simplificarse en que bajo el modelo económico neoliberal el hombre no es más que un pobre productor de riqueza, un precario.

Y es pobre por tres razones, a saber; la primera es que para este sistema el hombre no es un ser en acto, es siempre en potencia, no importa lo que el hombre es si la posibilidad de producir riqueza no acompaña al sujeto, un hombre que no tiene excedencias se convierte en un excedente, algo que sobra; la segunda es que la riqueza no la produce para sí, la produce para que el mercado siga transformándose en beneficio del mercado mismo, importan las cifras de crecimiento del mercado incluso más que la vida del sujeto, el mercado es un ente omnipresente que trasciende todas las esferas de la vida de los sujetos y hasta la muerte; las cifras de acumulación de riqueza pueden ser artificiales y la riqueza artificial crea pobreza y exclusión, que tampoco resulta ser un problema para el neoliberalismo siempre que la dinámica de la libre competencia siga su curso normal y, la tercera, y quizá la más compleja, es que el hombre en la actualidad es un sujeto que no se reconoce a sí mismo como precarizado ontológicamente por el mercado, es un pobre que no se da cuenta de su pobreza ontológica, considera que es libre y asume con normalidad todas las intervenciones del mercado en sus elecciones sin llegar a considerarlas una intromisión, es el hombre un sujeto deshumanizado que se asume como parte de una multitud inmunitaria a la que se le interviene la vida de todas maneras, sin que siquiera él lo perciba como amenaza para su condición ontológica.

 

Conclusiones

 

El presente artículo contribuye a establecer cómo las formas de gubernamentalidad del Estado neoliberal —que se alimentan del liberalismo económico— se fundamentan en la producción de riqueza como una entidad independiente de los sujetos y poblaciones, situación que produce la precariedad, entendida como exclusión económica tolerada, como vulnerabilidad existencial, como imposición subjetiva y como todo un elaborado conjunto de formas de intervención biopolítica asociadas a la racionalidad instrumental del mercado- Estado.  Se muestra, entonces, la precariedad como fenómeno económico y ontológico asociado a la implementación del modelo neoliberal y sus formas de gubernamentalidad biopolítica, modelo que no cuenta la precariedad entre sus fines, pero que la produce, justifica y administra en virtud de entender la riqueza como un fenómeno independiente de sujetos y poblaciones.

 Derivado de la comprensión de las formas de gubernamentalidad biopolítica que propone el modelo neoliberal, para sujetos y poblaciones, en el marco de la libre competencia, se encuentra el fenómeno de la existencia de la riqueza como entidad independiente de quienes la producen. Planteamiento que resulta de gran valor, puesto que como característica del neoliberalismo posibilita la precariedad como fenómeno económico y ontológico. La riqueza como entidad independiente de sujetos y poblaciones hace posible y justifica que la desigualdad y la exclusión sigan creciendo y pone por encima de la condición humana la acumulación y la dinámica del crecimiento económico, reduciendo la existencia del hombre a cobrar sentido en virtud de dos propósitos, pertenecer a una población y producir para mantener el modelo. Este planteamiento abre posibilidades para un análisis a profundidad de las condiciones bajo las cuales la libertad del ser humano se encuentra sometida a las dinámicas del mercado-Estado y de cómo podría emanciparse, en términos ontológicos, de este sometimiento. 

Con la reducción de la idea de riqueza a un estado de posibilidad supeditado a libre competencia, el concepto de excedencia reemplaza al concepto de riqueza. La excedencia que se compone de dos variables, una ventaja para competir dentro del mercado y la generación de excedentes a partir de esa ventaja; es una idea que empobrece el concepto mismo de riqueza y transforma a quien la produce en un ser siempre en potencia. El liberalismo clásico había planteado la riqueza como las cosas necesarias y cómodas para la vida del ser humano y esta idea había sido ampliada, más allá del punto de vista económico, a todas las esferas de la condición humana, lo cual representa un concepto de riqueza, valga la redundancia, rico en posibilidades. Las cosas necesarias y cómodas para la vida implicaban que la riqueza podía ser entendida como bienestar y dio lugar a ideas como el estado de bienestar; como salud física y emocional; como gestión de la temporalidad en función del ocio y del disfrute; como una condición ético-política en relación con el buen vivir y convivir; como condición ontológica del ser humano desde su libertad para pensarse en su ser; y desde muchas otras variables.  Con la aparición de la idea de excedencia el concepto de riqueza termina reducido a la posibilidad de permanecer vigente dentro de un mercado de libre competencia, reducción que amerita ser abordada por las implicaciones que entraña para la condición del ser humano.

Estas formas de gubernamentalidad posibilitan la exclusión tolerada y justificada de una enorme cantidad de sujetos y poblaciones. De esta situación el mercado-estado y los teóricos del modelo neoliberal no se hacen responsables y pretenden, además, cargar de culpas a las mismas poblaciones excluidas bajo la lógica implacable impuesta por la racionalidad de la libre competencia, en ella el homo económicus es el empresario de sí mismo y pasa a ser el único responsable de sus éxitos y fracasos.  La idea de que el pobre es pobre porque quiere propone que la exclusión de sujetos y poblaciones obedece más a sus propias decisiones que a la acción de la libre competencia. Al interior del mercado se está convirtiendo en una constante, cada vez más aceptada, que ganen unos pocos en detrimento de las mayorías, caso concreto el que se ilustró con la crisis económica mundial del 2008. La exclusión tolerada y justificada de sujetos y poblaciones es precarización económica a gran escala, que inevitablemente deriva en una precarización ontológica del ser humano que es excluido, invisibilizado y hasta culpado de su precaria condición.

El fenómeno de la precariedad ontológica, como una deriva de la implementación del modelo neoliberal cobra gran relevancia en la actualidad, sobre todo, desde dos aspectos. El primero, es el hecho de que se asuma la precariedad ontológica como un proceso normalizado para sujetos y poblaciones, a partir de la racionalidad instrumental del mercado, es decir, que los sujetos y poblaciones insertos dentro del modelo neoliberal entiendan esta precariedad como una condición natural de su ser y no como producto de una racionalidad que restringe su condición de ser y su libertad para ser. El segundo, consiste en el hecho de que la libertad y la seguridad, que fueron planteadas como fines del liberalismo económico, hayan transitado, en el neoliberalismo, a convertirse en medios que garantizan la libre competencia y la riqueza como entidad independiente de sujetos y poblaciones; en el modelo neoliberal la libertad y la seguridad del ser humano terminan siendo instrumentalizadas en favor de la libre competencia, posibilitando así la implementación de un conjunto de mecanismos de intervención biopolítica que, pretendiendo asegurarlas, las restringen. Los alcances de este tipo de intervenciones y formas de gubernamentalidad aún no han sido plenamente establecidos ni delimitados y esta tarea resulta ser de gran importancia para entender el reduccionismo ontológico que implica el que dos constitutivos esenciales de la condición del ser humano, como los son la libertad y la seguridad, se conviertan en medios para la producción de la riqueza.

 

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Recepción: 12/06/2023

Evaluado: 07/09/2023

Versión Final: 25/09/2023



(*)Doctorando en filosofía de Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín –Colombia. Grupo de Investigación Epimeleia. elcalpus@gmail.com. https://orcid.org/0009-0009-6885-8787

 

[1] A partir de su interés en la distribución de la riqueza, el concepto de excedente ha sido ampliamente abordado por el marxismo desde lo material, desde lo económico e, incluso, desde el conocimiento. Se encuentra asociado a otros conceptos propios de la teoría marxista, como son la plusvalía, el capital y la renta. Para este análisis no se ahonda en el concepto, pero se entiende asociado a la posesión. 

[2] El networking es un anglicismo muy reconocido en el mundo de los negocios y se refiere a las relaciones socioeconómicas que se gestan entre sujetos y empresas en torno a las oportunidades de negocio. Se traduce de manera literal como redes de trabajo, pero en esencia es un principio que connota el relacionarse con sujetos y empresas a partir de crear ventajas para competir dentro del mercado.

[3] La crisis financiera de 2008 es una de las crisis mundiales más sonadas y comentadas de nuestro tiempo, al respecto se ha producido abundante literatura escrita y fílmica; entre los análisis más respetables está la película “The Big Short” basada en el libro homónimo de Michael Lewis y producida en 2015;el documental “the Flaw” lanzado en 2010, dirigido por David Sington y distribuido por Amazon; y el artículo  “The structure of confidence and the collapse of Lehman Brothers” escrito por el sociólogo sueco Richard Swedberg, en el que se hace un análisis de las condiciones socio-económicas que socavan la confianza y desencadenan el pánico financiero.